El entorno libertario ampliamente entendido ha publicado últimamente una multitud de artículos muy elocuentes acerca de cómo aproximarse al tema del calentamiento global, qué pensar acerca de la “ciencia establecida” y si hay que ser “agnóstico” o no. Estos materiales, aunque estén bien escritos, no ven el núcleo del método científico, lo que es comprensible ya que sus autores se han dedicado a un tipo distinto de ciencia, es decir, la ciencia social. Sin embargo, la palabra “agnóstico” aquí no se ajusta bien. Solo se puede ser “agnóstico” frente a lo incomprobable. Pero podemos comprobar la temperatura en la que se congela el agua, podemos comprobar cómo afectan al cuerpo humano los venenos y podemos comprobar cómo afecta la radiación solar a ciertas capas de la atmósfera. Todos estos resultados se verifican necesariamente por la misma naturaleza. No dejan espacio para ni siquiera el más sutil “pulido” de los resultados, de forma que se ajusten a la suposición. Y si lo que dicen los climatólogos parece dejar una impresión distinta, se debe, o bien a las imperfecciones del lenguaje humano, o bien al hecho de que, tristemente, ya tienden a incorporar programas políticos en sus comentarios científicos. Señalemos, sin embargo, que el isótopo carbono 12C es una estructura demasiado primitiva como para conspirar por el socialismo mundial. (La relación entre el 12C y el 13C en la atmósfera sirve como argumento geoquímico para el calentamiento global antropogénico).
Por desgracia, como el calentamiento global sirve al gobierno como justificación para sus planes de un mayor control de la sociedad, estamos condenados a mezclar política y ciencia donde nunca deberían mezclarse. Este puede ser uno de los síntomas del declinante nivel de las discusiones públicas. También por desgracia, la reacción en la que nos revelamos contra nuestras ideas preconcebidas es perfectamente natural. Sin embargo, aquí está ligada con la dificultad de distinguir entre información científica y creencias políticas. La pregunta “¿qué está pasando?” es distinta a “¿qué debería hacerse?”. Si proporciono un argumento geoquímico para el calentamiento global artificial, esto no significa automáticamente que sea una intervencionista. Después de todo, un montón de la investigación básica sobre la física atmosférica moderna tiene 200 años, pero a la física no se le acusa de parcialidad, pues entonces ningún gobierno estaba tratando de usarla como pretexto para una política pública.
La magnitud de las emociones ligadas con este tema no es sorprendente dado que puede afectar a toda la humanidad en un plazo relativamente corto. Tengo sin embargo la impresión de que esas emociones derivan del hecho de que toda la discusión está politizada, no de una genuina preocupación por la vida humana.
Un caso clásico de “lo que se ve y lo que no se ve”
La postura de laissez faire en problemas medioambientales sufre de un defecto de imagen serio y bastante imposible de tratar: no da respuestas fáciles ni recetas bien calculadas. Un estatista proporcionará una respuesta detallada y minuciosa con un gráfico, un cálculo de la reducción de emisiones y una prescripción clara y firme de intervención pública. El no intervencionista, no. Diremos que confiamos en la misma innovación que ha mejorado continuamente los niveles de vida durante siglos. Que confiamos en que la mente humana pueda abrirse paso a través de varias trampas maltusianas, algo que nace de la experiencia histórica, y que la experiencia sugiere que podemos (con las grandes inversiones correspondientes) crear el nivel tecnológico que necesitamos adoptar. Por el contrario, esa experiencia no cuenta con ningún éxito de planes globales de controlar la economía global.
A la vista de esto, el intervencionismo no solo no es ético, sino también ineficiente. En una discusión pública esta postura perdería, ya que solo podemos repetir con Hayek que no sabemos qué hacer y que es imposible que ninguna persona lo sepa:
Es a través de los esfuerzos mutuamente ajustados de muchas personas como se utiliza más conocimiento del que posee un individuo o del que es posible sintetizar intelectualmente y es a través de dicha utilización del conocimiento disperso como se hacen posibles los logros, mayores de lo que pueda prever cualquier mente individual. Es porque la libertad significa la renuncia al control directo de los esfuerzos individuales por lo que una sociedad libre puede hacer uso de mucho más conocimiento del que pueda abarcar la mente del gobernante más sabio.
Para un oyente medio de dicho debate, sería una decisión entre “No sé” y “He calculado todo, sé lo que debería hacer el gobierno e incluso tengo una foto de una foca triste para conmoverte”. No sorprende que la libertad pierda la batalla de la publicidad.
Y aun así, lo que suena poco convincente delante una televisión, funciona mucho mejor en la vida real. Lo que necesitamos es progreso tecnológico en el sector de la energía y en los métodos de almacenamiento y reducción de desperdicios. ¿Sería posible ese progreso en un país rico o en un país pobre? ¿Cómo crear nuevas tecnologías más eficientemente y luego hacerlas ampliamente asequibles y accesibles?
Por eso la respuesta a cuál debería ser el papel deseable del gobierno con respecto al calentamiento global es el tema de otro ensayo clásico de Bastiat. Estoy seguro de que el control de las emisiones de dióxido de carbono habría sido el último capítulo de “Lo que se ve y lo que no se ve” si hubiera vivido en nuestros tiempos para ser testigo de ello.
Evidentemente, es directo calcular el cambio esperado de temperaturas con ciertas restricciones. Será beneficioso para el medio ambiente a corto plazo, es lo que se ve. ¿Pero como afectarían esas restricciones a los precios de los recursos estratégicos, el transporte y la vida en general? ¿No dañarían las inversiones a largo plazo en investigación avanzada y desarrollo, es decir, en la única solución a largo plazo para el problema? ¿Qué pasa así, por dar un ejemplo, una empresa que estudia plantas baratas de energía nuclear que también extraen dióxido de carbono de la atmósfera va a la quiebra? ¿Qué pasa si ocurre eso con otras iniciativas similares?
¿Diréis “sí” a la civilización?
Las sociedades pobres no se pueden permitir preocuparse por el medio ambiente. No pueden permitirse investigación y desarrollo. El gobierno quiere que la gente crea que es el único medio de tratar problemas ecológicos. Pero con el estado solo podemos contar con que usará cualquier nuevo poder como un medio de control y, a largo plazo, para empobrecer sociedades y bloquear el progreso de la civilización. Se nos dice que debemos elegir entre la libertad de los seres humanos y la libertad de los osos polares, convenciéndonos de que se compensan entre sí, cuando en realidad puede que no sea así en absoluto. (Omito aquí la discusión sobre si la protección del oso polar debería estar sometida al derecho o a la ética).
En este caso los estatistas piensan de una manera muy estrecha, sin ver lo dinámica que es nuestra civilización. No hace mucho no podíamos imaginar tener internet o vuelos comerciales. ¿Por qué estamos entonces tan seguros de que en los próximos 50 años no conseguiremos una manera limpia, barata y eficiente de obtener energía solar o un procedimiento rutinario y barato de reducir partículas de dióxido de carbono a carbono y oxígeno? La suposición de que esto no ocurrirá y de que, si ocurre, será por coacción estatal, solo ralentiza este progreso. Y profundizando en este supuesto se acabaría llegando a una creación de un monstruo totalitario que controlaría no solo nuestro uso de energía, sino también las tasas de natalidad o el consumo de carne. ¡Qué inmoral y terrible sería la reducción de un ser humano bajo esas condiciones inhumanas! ¿Y cómo podríamos escapar de una trampa maltusiana mientras somos atrapados por el estado?
Y si alguien, cualquiera afirma que “el capitalismo destruye la tierra”, muéstrale cualquier mapa de contaminación o catástrofes ecológicas. Hablan por sí mismos.
El artículo original se encuentra aquí.
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