El 7 de noviembre de 2017 fue el centenario de la revolución rusa (o bolchevique), que se produjo en esa fecha de 1917 y que llevó a la “dictadura del proletariado” soviética y dio paso a una época D tiranía totalitaria y asesinatos masivos tanto o en Rusia como en cualquier otro país en el que se puso en práctica el socialismo.
Los historiadores estiman que 150 millones de personas, si no más (hombres, mujeres y niños inocentes) fueron asesinados en nombre de la construcción de la utopía colectivista. Fueron disparados, torturados, obligados a trabajar o a pasar hambre hasta la muerte en celdas de prisiones, salas de interrogatorio, campos de trabajo o simplemente en los lugares en los que vivían. El “socialismo en la práctica” creó una cámara de los horrores en la que la persona se reducía a un mero “engranaje de la rueda” para servir al bien colectivo o se convertía en “enemigo del pueblo” a eliminar como preludio para construir el “bello y brillante futuro comunista”.
Poder, privilegio y terror como realidad socialista
En nombre de una “sociedad sin clases”, el comunismo creó el sistema más detallado y granulado de privilegios, favores y poder, dependiendo donde estuviera la persona en las jerarquías del Partido Comunista y la gestión de la enorme burocracia planificadora centralizada. Tiendas de comida y ropa “especiales”, clínicas y hospitales “especiales”, apartamentos y casas de campo “especiales”, instalaciones de veraneo y recreativas y lugares de vacaciones “especiales”, oportunidades “especiales” (con permiso del partido) para visitar el olvidado y decadente “Occidente” y para traer algunos de los bienes “burgueses” indisponibles en el “paraíso de los trabajadores”.
El Partido Comunista hizo todo lo que pudo para controlar y limitar las mentes de aquellos sobre los que gobernaba a estrechos pasillos de conocimiento y creencias, de forma que pudieran tener pocas o ninguna duda de que su mundo era el mejor de todos y mucho más “socialmente justo” y materialmente mejor que cualquiera existente en las partes capitalistas reaccionarias y corrompidas del planeta.
Si a una generación más joven nacida después de 1991 (el año en que la Unión Soviética desapareció de la faz del mapa mundial) todo esto le parece historia antigua que no tiene ninguna relevancia ni significado para sus vidas (y especialmente porque se dice poco acerca de la cámara soviética de los horrores en los libros escolares de historia o las revistas y periódicos de opinión de masas), su importancia no es menor como para no ser conocida y ser una lección que no hay que olvidar.
Profetas de la destrucción socialista y la dictadura que vendría
Seis años antes de que Karl Marx y Frederick Engels publicaran su famoso Manifiesto comunista, en 1848, el renombrado poeta alemán, Heinrich Heine (1797-1856), escribía lo siguiente en 1842:
Comunismo es el un hombre secreto del temible antagonista que establece el gobierno del proletariado con todas sus consecuencias contra el actual régimen burgués. Será un duelo espantoso. ¿Cómo acabará? No lo sabe nadie, salvo los dioses y diosas conocedores del futuro. Solo sabemos esto: el comunismo, aunque poco explicado ahora y merodeando en buhardillas ocultas en miserables camastros de paja es el héroe oscuro destinado a un gran papel, aunque sea temporal, en la tragedia moderna. (…) ¿Volverán a escena las viejas tradiciones absolutistas, aunque bajo un nuevo disfraz y con nuevas frases y lemas? ¿Cómo podría acabar ese drama?
Tiempos sombríos y salvajes claman hacia nosotros y un profeta que desee escribir un nuevo apocalipsis tendrá que inventar bestias completamente nuevas. (…) El futuro huele a cuero, sangre, impiedad y muchos azotes rusos. Aconsejaría que nuestros nietos nacieran con pieles muy gruesas en sus espaldas.
Otros advertían acerca de lo que estaba esperando si se siguieran que introdujeran las falsas fantasías de socialismo en cualquier sociedad. El economista liberal clásico francés del siglo XIX, Paul Leroy-Beaulieu (1843-1916), lo advertía en su importante obra Colectivismo (1885):
¡Cómo puede existir libertad en una sociedad en la que todos sean empleados del estado agrupados en escuadrones de los que no habría escapatoria, dependientes de un sistema de clasificación oficial para la promoción y para todas las amenidades de la vida! (…) El empleado (y todos serían empleados) sería esclavo, no del estado, que es simplemente una abstracción, sino de los políticos que poseerían el poder para sí mismos.
Se impondría a todos un pesado yugo y, como no existirían imprentas libres, sería imposible conseguir publicidad para la crítica o para quejas sin el consentimiento del gobierno. La censura de prensa ejercitada en Rusia [Imperial] sería libertad comparada con la que sería el acompañamiento inevitable del colectivismo. (…) Una tiranía como esa, que no se ha experimentado nunca, cerraría todas las bocas e inclinaría todos los cuellos.
Nunca hubo profecías más prescientes que las de Heine y Leroy-Beaulieu muchas décadas antes de la revolución bolchevique. El hedor a opresión y muerte rodea la idea de cómo ve el socialismo al hombre y la humanidad. El famoso matemático ruso, Igor Shafarevich (1923–2017), qué pasó años en los campos de trabajo del gulag por su oposición al régimen soviético, concluía su estudio El fenómeno socialista (1975) con esta expresiva interpretación de la naturaleza del sistema comunista:
Para empezar, la mayoría de las doctrinas y movimientos socialistas están literalmente saturados con un estilo de muerte, catástrofe y destrucción. (…) La muerte de la humanidad no solo es un resultado concebible del triunfo el socialismo: constituye el objetivo del socialismo. (…)
Entender el socialismo como una de las manifestaciones del atractivo de la muerte explica su hostilidad hacia la individualidad, su deseo de destruir esas fuerzas que soportan y fortalecen la personalidad humana: religión, cultura, familia, propiedad individual. Es coherente con la tendencia a reducir al hombre al nivel de un engranaje en el mecanismo estatal de características no individuales, como la producción o el interés de clase.
A menudo se dice correctamente “nunca más” cuando se señala la locura y los asesinatos en masa, especialmente contra los judíos europeos bajo el nacional socialismo (nazismo) alemán. Esto es igual de cierto cuando se señalan los horrores y asesinatos en masa del socialismo marxista y el comunismo soviético.
De hecho, una de las razones por las que las variaciones marxistas sobre el tema socialista atrajeron a tantos en todo el mundo se debía a su atracción más universal comparada con el nacionalsocialismo. El ideal nazi se reservaba a un pueblo alemán “racialmente puro”, considerando al resto de la humanidad como genéticamente inferiores destinados a ser masacrados o esclavizados en beneficio de una “raza de amos”.
El socialismo de tipo marxista, por otro lado, afirmaba estar hablando por la gran mayoría de la humanidad, contra un puñado de capitalistas explotadores con ánimo de lucro (el “uno por ciento”). Así, apelaba a todo el pueblo, en todas partes, que sufría bajo la minoría de los capitalistas dueños de propiedad, para que se levantara en nombre de la “justicia social” y de una utopía colectivista que prometía un “mundo mejor” para toda la humanidad (excepto para la minoría de “explotadores” en todas partes, que serían expropiados y liquidados).
El nacionalsocialismo nunca iba a atraer seguidores, luchadores y fanáticos fuera de aquellos que hubieran sido clasificados e identificados entre los elegidos, basándose en “genes” y “sangre” haciéndoles parte de la raza alemana de amos. Pero el socialismo marxista apelaba a todas las personas, en todo lugar, que fueran “los trabajadores” obligados a ser “esclavos de los salarios” a las órdenes de la pequeña “clase social” de dueños capitalistas de los medios de producción, a levantarse y quitarse sus “cadenas” en una revolución por un “estado de los trabajadores” de propiedad colectiva de planificación centralizada en beneficio de “las masas”.
Esto es lo que hizo del socialismo marxista en sus manifestaciones como estado político, como en la Unión Soviética, una amenaza universal a la libertad individual y económica. Sus seguidores podían estar y estaban por todas partes. Su fanatismo ideológico a favor del colectivismo totalitario les hacía no dar ningún valor a la verdad, la humanidad o la vida individual, ni siquiera la suya. El sacrificio por “el colectivo” les hacía a ellos y a todos los demás sacrificables para la a utopía por venir. Esto es lo que llevó a la voluntad de matar a decenas de millones. Si lo que realmente existe es el grupo (la “clase social”) y este tiene significado y valor, entonces la persona es una ilusión y no tiene valor ni importancia. Al vertedero de la historia van aquellos que deben sacrificarse para el maravilloso mundo por venir.
Aunque el comunismo soviético se acabó poco más de hace un cuarto de siglo, el fantasma del espíritu del comunismo continúa viviendo en todo el mundo. No es tanto que mucha gente quiera intencionadamente verse encorsetado dentro de los confines de un estado totalitario al estilo soviético o que deseen esperar en las colas cansinas el interminables en las tiendas del “pueblo” para unos magros suministros de las necesidades cotidianas de la vida como pasaba detrás del “telón de acero” o vivir con el miedo a que pueda ser esta noche cuando la policía secreta pueda venir a llevarte a un destino desconocido, pero espantosamente imaginable.
La mayoría la gente, especialmente en Estados Unidos, no ve esto como un futuro inevitable de un sistema socialista totalmente impuesto e implantado porque muy pocos tienen conocimiento o conciencia de que así era cómo vivían decenas de millones, centenares de millones, bajo regímenes socialistas, como las abejas obreras coaccionadas y controladas en el enjambre colectivista dirigido por el Partido Comunista gobernante, la “vanguardia de la revolución”.
El “fantasma” del comunismo, continúa sin embargo recorriendo el mundo en forma de crítica marxista de la sociedad capitalista: los trabajadores son explotados por los empresarios capitalistas; los beneficios son ganancias inmerecidas a costa del resto de la sociedad; un puñado de capitalistas dueños de propiedad gobiernan sobre la masa de la sociedad sin ningún beneficio para “el pueblo” por sus bienes manufacturados y vendidos; el dueño de propiedad capitalista saquea la tierra y destroza el medio ambiente; el sistema capitalista es de por sí racista y sexista en su estructura y métodos. La lista puede continuar y continuar.
La batalla entre las ideologías de la libertad y el individualismo frente a la planificación política y el colectivismo continúa por tanto con formas y permutaciones ligeramente distintas de aquellas expresadas en los lemas y el lenguaje ideológico comunistas de 1917 y posterior. Pero el combate no es menos real ni es menos el mismo en su base esencial.
El artículo original se encuentra aquí.
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