jueves, 23 de noviembre de 2017

El neoliberalismo nunca fue acerca de los mercados libres, por Mises Hispano.

Desde su inicio, todo fue acerca de diluir al liberalismo clásico.

Una de las palabras más acusatorias y negativas actualmente en uso en varios círculos políticamente “progresistas” es “neoliberalismo.” Ser llamado “neoliberal” es estar condenado por ser enemigo del “pobre,” apologista de los “ricos” y proponente de políticas económicas conducentes a una mayor desigualdad del ingreso.

También, el término se usa para condenar a todos aquellos que consideran a la economía de mercado como la institución central de la sociedad humana, por estar contra la “comunidad,” el cuido compartido y de interesarse por cualquier cosa más allá de la oferta y la demanda. Un neoliberal, dicen los críticos, es uno que reduce todo a dólares y centavos basados en el mercado y por despreciar el lado “humano” de la humanidad.

Los oponentes al neoliberalismo, así definido, alegan que sus proponentes son promotores rabiosos, promotores “extremistas” del laissez-faire; esto es, de una economía de mercado sin restricciones por regulaciones gubernamentales o políticas fiscales redistributivas. Que clama por el retorno de las peores características de “los viejos malos tiempos,” anteriores a que el socialismo y el estado de bienestar intervencionista intentaran abolir o reinar ante un capitalismo irrestricto “anti-social.”

El nacimiento del neoliberalismo: Walter Lippmann y una conferencia en París
El hecho histórico es que estas descripciones tienen poco o nada que ver con el origen del neoliberalismo, o lo que significó para aquellos quienes lo formularon y con su agenda política. Todo nos lleva a hace unos ochenta años, con la publicación en 1937 de un libro por el periodista estadounidense y escritor Walter Lippmann (1889-1974), titulado An Inquiry into the Principles of the Good Society [La Buena Sociedad] y a una conferencia habida en París, Francia, en agosto de 1938, organizada por el filósofo francés y economista liberal clásico, Louis Rougier, que se centró alrededor de los temas del libro de Lippmann. Más tarde se publicó una transcripción de las actas de las conferencia en 1938 (en francés), bajo el título Colloquium Walter Lippmann.
(Ver mi artículo acerca de algunos de los escritos propios de Louis Rougier durante ese tiempo, “All Government Power is Based on Mystical Justifications” (“All Government Power is Based on Mystical Justifications”.)

Durante su vida, Walter Lippmann fue uno de los más famosos columnistas estadounidenses en periódicos y entre los autores acerca del orden social, la democracia, la sociedad libre y del papel del gobierno en casa y en asuntos internacionales. En vida, sus puntos de vista acerca del gobierno y de la política pública aparecieron por todo el mapa político, desde ser un pro-socialista a un crítico “individualista” del Nuevo Trato de Franklin Roosevelt, para regresar, luego de la Segunda Guerra Mundial, como un fuerte promotor de un gobierno “activista,” tanto doméstica como globalmente.

Pero en 1937, su libro acerca de La Buena Sociedad, se convirtió en una declaración contundente y lúcida acerca de los peligros que los sistemas colectivistas totalitarios -el comunismo soviético, el fascismo italiano y el nazismo alemán- significaban para una sociedad libre y que estaban cubriendo a Europa en la década de 1930. Además, él advirtió del peligro contemporáneo del “socialismo sigiloso,” en forma de políticas regulatorias e intervencionistas que, en ese momento, estaban aumentando en las democracias occidentales, incluyendo a los Estados Unidos bajo el Nuevo Trato.

La crítica condenatoria de Walter Lippmann al Estado colectivista
La crítica de Lippmann al colectivismo político y económico, que cubre la primera mitad de su libro de casi 400 páginas, aún vale la pena que hoy en día la lea cualquier amigo de la libertad. Elocuentemente explica cómo el totalitarismo colectivista es una revuelta contra-revolucionaria a siglos de esfuerzos de la humanidad por derrocar a la tiranía y a la pobreza y las supersticiones ideológicas que racionalizaban la regla de los pocos sobre los muchos. Ya sea en sus variaciones fascista o comunista, el colectivismo es un retorno a justificaciones que deniegan la singularidad, la dignidad y la libertad del individuo, así como a abolir las instituciones de una sociedad libre, que estaban orientadas a proteger de la dominación y control por el Estado al ser humano ordinario.

Para parte de su crítica a la sociedad planificada centralizadamente, que inescapablemente acompaña al Estado Total, Lippmann se basó en los escritos de los economistas austriacos, Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek, acerca de la inviabilidad de una economía totalmente planificada. También, en formas que anticiparon a los escritos posteriores de Hayek, acerca del uso descentralizado del conocimiento en una economía de mercado competitivo, Walter Lippmann explicó cómo el conocimiento disperso es transmitido y utilizado por multitudes de gente alrededor del mundo, de forma que los deseos de todos nosotros, como consumidores, pueden ser satisfechos com mayor plenitud. Y de cómo todo esto se hace posible por medio del sistema de precios del mercado.

Él no es menos cáustico en contra del peligro de formas graduales de planificación que permean las modernas sociedades democráticas, por medio de restricciones regulatorias, protecciones comerciales y subsidios a la producción, que crean artificialmente monopolios, industrias privilegiadas e individuos favorecidos. La intervención gubernamental corrompe y estrangula el funcionamiento del mecanismo del mercado en una sociedad libre. En el grado en que lo haga, el poder y la toma de decisiones se transfiere de los consumidores y empresarios basados en el mercado, hacia los políticos, los burócratas y los grupos de intereses especiales, en donde todos operan juntos para trabajar contra la “buena sociedad” de un pueblo libre y próspero.

El rechazo de Walter Lippmann al laissez-faire
Pero, cuando Lippmann dedica la segunda mitad de su libro a “La Reconstrucción del Liberalismo,” es claro en que no cree que sea posible o deseable retorno alguno a la economía de mercado de laissez-faire o a un involucramiento de un gobierno limitado en sociedad. Dice que las reformas que desea proponer se dirigen a asegurar a una sociedad libre ante el abuso de aquellos en el poder político y de los intereses especiales, que desean usar al gobierno para sus propósitos personales, a expensas de otros. Y mucho de lo que él dice aquí acerca de restricciones, transparencia y la preservación consistente de la regla de la ley en una sociedad democrática, para preservar las libertades personales y civiles son, a menudo, razonables, en un debate acerca de la naturaleza y el papel del gobierno en la sociedad humana.

Pero, él afirma que los economistas clásicos y los liberales clásicos del siglo XIX y principios del XX operaron bajo una falsa y estilizada concepción de un “hombre económico” mecánico, en un mercado perfectamente “competitivo,” que no calza con la realidad de cómo funciona el mundo. Para que el “liberalismo” se renueve como un sistema viable, aceptable para la mayoría en una sociedad, el gobierno debe controlar y supervisar más a las corporaciones y sus operaciones, pues esas formas de “grandes negocios” constituyen un peligro para la libertad. En otras palabras, él cuestiona la aceptación de las empresas de responsabilidad limitada y piensa que las leyes antimonopólicas necesitan ser aplicadas de mucha mejor forma.

El “poder” se distribuye injusta y desigualmente en una economía de mercado sin regulación, conduciendo a abusos por parte de una empresa privada desbocada en contra de los consumidores y de los trabajadores contratados. El gobierno debe regular el tamaño de las empresas y debe supervisarse por el gobierno cómo es que utilizan su poder en la toma de decisiones. Deben establecerse impuestos y ser aplicados para asegurar una distribución más equitativa de la riqueza entre los miembros de la sociedad. Y los impuestos recolectados más fuertemente sobre “los ricos” deben gastarse en “salud pública, educación, obras públicas, seguridad [social]” y otros proyectos y programas de beneficencia.

En otras palabras, el liberalismo reformado y “nuevo” que propone Walter Lippmann, como la alternativa a los colectivismos totalitarios que amenazan con la extinción de la libertad y la democracia alrededor del mundo, es: el estado de bienestar intervencionista que simplemente reconoce y otorga una importancia mayor en la efectividad de la competencia del mercado para “suplir los bienes” y que ofrece importantes formas de libertad personal y de elección, en comparación a como lo hacen las críticas más colectivistas del capitalismo.

El Coloquio Walter Lippmann en París en 1938
Esta agenda llegó a ser, tal como lo dije, la base para una conferencia en París en 1938, dedicada al libro de Walter Lippmann. Entre los participantes a dicha conferencia estuvieron Raymond Aron, Louis Baudin, F.A. Hayek, Michael Halperin, Etienne Mantoux, Ludwig von Mises, Michael Polanyi, Wilhelm Röpke, Jaque Rueff, Alexander Rüstow y Alfred Schutz. En total, asistieron más de veinticinco personas.

En sus comentarios introductorios a la conferencia, Louis Rougier claramente estaba influenciado por los argumentos de Lippmann acerca de un nuevo liberalismo reformado. Él afirmó que el asunto que ahora enfrentaban los “liberales” no era si debería haber intervención del gobierno en la economía de mercado, sino qué tipo de intervenciones.

Él se refirió a aquellas intervenciones que estaban en “conformidad” con la economía de mercado y aquellas que no lo eran. Un mundo de laissez-faire era una cosa del pasado. Era necesario “aceptar al mundo tal como es,” en especial porque la política económica tenía que ser consistente con “las demandas sociales de las masas.” Así, un “nuevo” liberalismo debe reconocer el involucramiento estatal en “la regulación de la propiedad, de los contratos, de las patentes, de la familia del estatus de las organizaciones profesionales y de las empresas comerciales,” y una variedad de otras intrusiones activas en el sistema de mercado.

Con posterioridad a los propios señalamientos de apertura de Walter Lippmann, en los cuales él reafirmó las principales tesis de su libro, la discusión se volvió hacia cuál debería ser el nombre de esa alternativa al colectivismo totalitario. De un lado para otro, varios de los participantes se refirieron acerca de si de lo que estaban hablando era aún consistente con el “viejo liberalismo,” o si era algo diferente. ¿Era todavía consistente con el entendimiento tradicional del “individualismo”? ¿No había estado siempre el “liberalismo” a favor de la libertad más amplia para el individuo y de un gobierno estrictamente limitado a proteger esa libertad? ¿Era lo que se ofrecía en el libro de Lippmann, y que era el tema de la conferencia, un “nuevo Liberalismo”?

Más tarde, casi al final de la conferencia, el economista francés Jaques Rueff sugirió “Liberalismo de Izquierda.” Esto no cayó bien con muchos de los otros participantes. De manera que, en vez de esa, se ofrecieron otras posibilidades: “liberalismo positivo,” o “liberalismo social,” o “neoliberalismo.

Ludwig von Mises acerca del monopolio y los carteles
El choque entre los proponentes del liberalismo “clásico,” tradicional o laissez-faire y este emergente neoliberalismo, pronto se presentó en las sesiones de la conferencia que siguieron. El economista austriaco, Ludwig von Mises, discutió que la regulación de las empresas para limitar “que tan grande eran” no era ni necesaria ni deseable. Les recordó a los otros asistentes que los monopolios y los carteles en empresas privadas invariablemente se debían históricamente a las intervenciones del estado, para proteger de la competencia a empresas privilegiadas. Y, en efecto, los gobiernos, a menudo, habían tenido que usar sus poderes imperativos para obligar a las empresas privadas a entrar en carteles políticamente creados, que no eran queridos o deseados por muchos de los competidores en el mercado. Dijo Mises:

“En muchos casos incluso esta intervención del Estado no ha sido suficiente por sí misma para lograr la creación de carteles. El Estado ha tenido que forzar a los productores a agruparse por sí mismos en carteles por medio de leyes especiales… De manera que es imposible mantener la tesis de acuerdo con la cual el surgimiento de los carteles fue el resultado natural de la acción de las fuerzas económicas. No es el libre juego de estas fuerzas lo que ha hecho que surjan los carteles, sino más bien la intervención del Estado. De forma que es un error lógico tratar de justificar la intervención del Estado en la economía por la necesidad de prever las formación de carteles, porque es precisamente el Estado, debido a su intervención, el cual ha conducido a la creación de carteles.”

Similarmente, Mises insistió que cualesquiera problemas con los monopolios anti-competitivos en el mercado no eran resultado de las fuerzas naturales del mercado, sino de intervenciones del estado. “No es el libre juego de esas fuerzas económicas sino la política anti-liberal de los gobiernos, lo que ha creado las condiciones favorables para el establecimiento de monopolios.”

En líneas relacionadas, Mises también arguyó que sería económicamente dañino que el gobierno restringiera la formación de empresas de responsabilidad limitada. Ellas sirven como medios en el mercado para combinar grandes sumas de fondos invertibles, que permiten que se lleven a cabo proyectos que sirven las demandas del mercado, que, de otra forma, bien podrían ser imposibles.

Mises fue enfrentado por otros participantes de la conferencia, quienes, por el contrario, insistieron en que los mercados tendían hacia formas de concentraciones malsanas e indeseables de poder e influencia industrial y económica, que tan sólo el Estado podía contener. La regulación de la empresa tenía que ser parte de la nueva agenda neoliberal. El famoso economista y sociólogo alemán, Alexander Rüstow, quien fuera una de las influencias intelectuales de la política económica posterior a la Segunda Guerra Mundial, llegó tan lejos como aseverar que el problema se debía que el estado era demasiado “débil” para prevenir esas tendencias corporativas hacia la concentración industrial.

Las redes de seguridad social y el papel del Estado
En otra sesión, el tema fue el bienestar social y el estado intervencionista. Y aquí, de nuevo, el debate tuvo que ver con la extensión en que los mercados libres podían “satisfacer” las demandas de “las masas” de una “seguridad social.” En general, no hubo una resistencia, basada de principios hacia ciertas “redes de seguridad” social mínimas, por parte de los participantes que hablaron acerca del tema en esta parte de la conferencia. En vez de ello, la discusión circundó los “límites” del estado de bienestar. ¿Cómo iba a ser financiado? ¿Qué peligros podían surgir debido al gasto deficitario que cubriera el gasto redistributivo del gobierno? ¿Qué incentivos no deberían existir para que la gente encontrara atrayente ser permanentemente tutelados por el estado?

Por ejemplo, el economista austriaco Friedrich A. Hayek afirmó que los beneficios de la seguridad social no deberían ser iguales o mayores que lo que un trabajador desempleado o desplazado recibiría si fuera empleado. De otra forma, no tendría el incentivo para reubicarse y encontrar un empleo beneficioso basado en el mercado. Y Jaque Rueff destacó un tema que él ya había enfatizado en los años de 1920, una relación clara entre la generosidad de los pagos por seguros de desempleo y la cantidad y duración del desempleo general, que se experimentó en un número de países en los años de 1920 y durante la Gran Depresión.

Pero, nunca fue discutido el supuesto más viejo del liberalismo clásico, de que no debería ser deber del Estado subsidiar o apoyar financieramente a los que se encontraron a sí mismos temporalmente desempleados.

A pesar de lo anterior, Mises les recordó a los otros que “el desempleo, como un fenómeno masivo y duradero, es consecuencia de una política [por los gobiernos y los sindicatos] dirigida a mantener los salarios a niveles más altos de los que resultarían del estado del mercado [libre].” En esto Mises fue secundado por una cantidad de los otros participantes.

El orden social espontáneo versus la dirección estatal de la sociedad
Una diferencia clara entre liberales clásicos y estos neoliberales era si ¿debería la sociedad, en general, ser el propiamente producto de las interacciones espontáneas de los participantes en lo social y en el mercado, o si los patrones no regulados de la evolución social pueden asumir formas que requieren de la intervención y “corrección” gubernamental?

En una sesión dedicada a las “Causas Sociológicas y Psicológicas, Políticas e Ideológicas, de la Declinación del Liberalismo,” Alexander Rüstow fijó el tono, con una insistencia en que la evolución de los mercados había creado resultados que necesitaban de la corrección y guía del gobierno. Él aseveró que la tarea de la política gubernamental no era la de asegurar el mayor ingreso material, sino “una condición de vida que fuera tan satisfactoria como posible.”

Con toda seguridad, el ser humano necesita la libertad, enfatizó Rüstow, pero también necesita de “unidad,” un sentido de “pertenencia,” similar a la familia. La sociedad necesitaba brindar eso de alguna manera y, en el tanto en que él estaba interesado, esto no podía ser dejado sólo a las asociaciones libres del mercado. El estado tenía que desarrollar formas de dar y proveer a la gente con ese sentido compartido de pertenencia colectiva, a la vez que mantenía la libertad de la gente, como también era claramente deseada. Esto requería la planificación social de distintos tipos a la par de la economía de mercado, incluyendo la zonificación urbana y rural y la planificación para una vida más balanceada y armoniosa. Ya bien sea un nuevo liberalismo intervencionista y reformado, que pudiera ofrecer el sentido de pertenencia colectiva que faltaba, proclamó Rüstow, o el fascismo y el nazismo llenarían el vacío en el ser psicológico de los hombres.

Ludwig von Mises se opuso al argumento de Rüstow. El supuesto implícito de Rüstow de que los campesinos de años ya pasados, anteriores a la aparición del capitalismo, eran más felices que los modernos trabajadores industriales en las áreas urbanas, con todas sus comodidades culturales y materiales asequibles, era altamente dudoso. Mises sugirió que Rüstow había caído en fantasías “románticas” fuera de lugar, propias de aquellos conservadores anti-mercado, que invocaron imágenes de un país rural de “comuneros” contentos y nobles bondadosos y gentiles, antes de que el comercialismo socavara la felicidad humana. “Es un hecho innegable,” dijo Mises, “que en los últimos cien años, millones de hombres han abandonado las ocupaciones agrícolas por el trabajo industrial, lo cual con seguridad no puede ser considerado como una prueba de la mayor satisfacción que la actividad agrícola les habría dado a ellos.”

A pesar de toda la conversación acerca de la identidad de grupo y la unidad en los estados totalitarios, continuó Mises, el hecho es que los regímenes colectivistas en la Unión Soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi, todos, habían prometido mejores circunstancias materiales y oportunidades económicos a través de la planificación y el control sobre aquellos a los cuales gobernaban. Los individuos, a menudo, sufren de insatisfacciones psicológicas con la sociedad liberal, pero, la tarea era hacerles ver claramente a la gente, que la libertad y la prosperidad basada en el mercado ofrecía las mayores oportunidades, para que cada uno encontrara sus propias mejores respuestas a esas necesidades y deseos más amplios de una asociación humana.

Las concesiones del neoliberalismo al espíritu colectivista de la época
¿Cuál fue, entonces, el resultado de la conferencia? Y ¿qué nos dice acerca del significado del neoliberalismo? Muchos de los liberales clásicos durante el período entre las dos Guerras Mundiales se sentían descorazonados y desesperados por la penumbra aparente de la sociedad libre. Las variaciones totalitarias del tema colectivista estaban en ascenso en Europa.

Cuando se dio la conferencia Walter Lippmann en agosto de 1938, Hitler ya se había anexado a Austria en marzo de ese año y había comenzado la crisis que condujo a la Conferencia de Munich en setiembre, que resultó en el desmembramiento de Checoeslovaquia ante la amenaza de Hitler de invadir ese país. El temor a la guerra estaba en todas partes; eso venía acompañado con la preocupación de que la guerra traería la terminación final de los últimos residuos de la época liberal, que había existido antes de la Primera Guerra Mundial.

Virtualmente, todos los partícipes de la conferencia eran liberales fuertemente orientados hacia el mercado, quienes consideraban que el capitalismo competitivo era esencial para la libertad y la prosperidad, y que todas las formas de planificación socialista no funcionaban económicamente y que amenazaban a la libertad civil y personal.

Pero, con excepción de unos pocos de los participantes, tal como Ludwig von Mises, todos los asistentes concluyeron en que para “salvar” al liberalismo económico y político de la destrucción total, se tenía que reformular, desarrollar y ofrecer un “neoliberalismo” a un mundo aparentemente mesmerizado por las promesas del comunismo soviético y del fascismo italiano y alemán.

Ya fuera debido a una convicción producto de la reflexión acerca de la naturaleza del mercado o por conveniencia en vista del rechazo general de liberalismo de laissez-faire en la sociedad occidental, muchos de aquellos que debatieron durante los tres días de la conferencia, concluyeron en que, para contraatacar a las tendencias colectivistas y preservar las instituciones esenciales y el funcionamiento de un sistema de mercado relativamente libre, tenía que ser combinado con aspectos del estado de bienestar intervencionista, que lo hiciera aceptable para las “masas.”

El neoliberalismo no nació como un intento de racionalizar y restaurar un capitalismo desenfrenado de laissez-faire, sino como una idea para introducir una red amplia de programas regulatorios y redistributivos, que rescataría políticamente algunos de los elementos esenciales de un orden de mercado competitivo. La tarea engañosa, a los ojos de la mayoría de los asistentes, era figurarse cómo hacer eso sin que el sistema intervencionista como tal se quedara sin control y degenerara en ese tipo de sistema gradual de privilegio colectivo, saqueo y corrupción, que el propio Walter Lippmann dijo que fácilmente puede ser una puerta trasera escalonada hacia una sociedad planificada.

El neoliberalismo y el surgimiento del Estado de bienestar intervencionista
En retrospectiva, la agenda liberal que estaba emergiendo del Colloquium Walter Lippmann fue un intento de cuadrar al círculo: la combinación de la libertad individual y la asociación competitiva de libre mercado, con el paternalismo político y las órdenes y controles gubernamentales, acerca de cómo puede la gente interactuar y qué resultados se permitirían a partir de sus interacciones.

Al hacerlo así, esos amigos sinceros de la libertad y del orden del mercado, terminaron concediendo todas las premisas básicas de sus rivales colectivistas: que el mercado, cuando se deja que actúe sólo, tiende hacia una concentración empresarial malsana y a la explotación del trabajador y del empleado, requiriendo así la regulación del tamaño y la práctica de las empresas; que no se podía confiar en que el mercado aseguraría estabilidad, seguridad o bienestar y, por tanto, un gobierno “activista” tenía que brindar esas cosas, dentro de, esperanzadoramente, límites fiscales responsables; que el mercado libre no es suficiente para la condición del hombre y de su humanidad, de forma que el gobierno tenía que regular, guiar, y restringir el desarrollo social, para crear “unidad” y comunidad más allá de la oferta y la demanda.

El neoliberalismo no surgió como un intento “extremista” de racionalizar y poner en práctica a un capitalismo sin frenos y un sistema social inhumano. Fue concebido para crear una sociedad más humana y justa, precisamente al rechazar al liberalismo del laissez-faire y su consiguiente dependencia en las asociaciones libres de la sociedad civil, para que mitigara las incertidumbres y problemas de la vida cotidiana. Y tenía el propósito de ser un sistema que fuera aceptable y aceptado por las “masas” en la sociedad democrática.

Ciertamente es verdad que mucha de la agenda neoliberal, que fue exitosamente puesta en práctica en una variedad de países con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, tal como Alemania Occidental, ocasionó un “milagro económico” con la recuperación de la destrucción de la guerra, al liberar las fuerzas del mercado y el espíritu empresarial. (Ver mi artículo acerca de “The German Economic Miracle and the ‘Social Market Economy’”.)

No obstante, el triunfo del estado intervencionista de bienestar, que empezó en la era inmediata después de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, también en parte se debe a los amigos de la libertad neoliberales, quienes ofrecieron sus propias justificaciones para muchas de las mismas políticas que habían expuesto sus oponentes de la “izquierda.” Sólo que ellos tenían la esperanza de mantenerlas dentro de “limites más manejables,” de forma que todavía pudiera funciona una economía de mercado vibrante.

Los “progresistas” de la época moderna, por tanto, están rechazando y condenando simplemente otra variación de ellos mismos, que han querido una mucho mayor dependencia en los mercados competitivos y menos regulación y redistribución de la que ellos tienen algún deseo; y todo dentro del contexto de esos “progresistas” haciendo lo mejor que puedan para negar cualquier semejanza familiar.

Los orígenes, la agenda y las consecuencias del neoliberalismo, todos, apuntan hacia la necesidad de una nueva agenda de libertad: una que reconoce y reafirma la idea y el ideal de aquel liberalismo del laissez faire original y verdadero y de una sociedad civil voluntaria.


Traducción por Jorge Corrales, el artículo original se encuentra aquí.

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