[Publicado por cortesía de Luis I. Gómez]
Suelo saludar todas la mañanas en Twitter con un “Buenos días Twitterland! Libertad y prosperidad!” y el mío es un saludo sincero: realmente deseo -a todos- que tengan un buen día, realmente les deseo -a todos- libertad y prosperidad. Viendo cómo se desarrollan las políticas gubernamentales en la Europa de nuestros días, no se me antoja impostado desear a para mi y para los demás más libertad y más riqueza. Viendo lo que se cuece en la oposición parlamentaria en los mismos países, y en España de manera particular, mi deseo no sólo no parece impostado, corro el riesgo de que, llegado el momento, pueda incluso ser delictivo.
La libertad. Que libertad y socialismo son dos conceptos irreconciliables es un hecho empíricamente demostrado. Pero no sólo la circunstancia de que cualquier intento histórico de relacionar ambos conceptos ha fracasado estrepitosamente -desde la primavera de Praga hasta el bolivarismo venezolano actual- nos muestra tozudamente lo utópico de la empresa. También es fácil reconocer por qué no es posible tener al mismo tiempo socialismo y libertad: porque no se puede otorgar la misma competencia dos veces.
Socialismo significa que el Estado (por el bien de sus ciudadanos, dicen los socialistas) asume competencias. Al hacerlo se las retira a sus administrados recortándoles con ello su libertad. Prácticamente todos los estados modernos muestran elementos socialistas. Y estos son fácilmente reconocibles allí donde el Estado asume competencias que, en una sociedad libre, deberían corresponder al individuo: aquellas en las que se exonera al individuo de las consecuencias que para él o sus vecinos tendrían sus actos. Efectivamente, hay grises: podemos tener socialismo y libertad en muy diversos grados de interacción, pero es imposible tener más socialismo y más libertad al mismo tiempo. Es como aguar vino en una barrica: el vino tendrá una mayor o menos proporción de agua, pero es imposible aumentar en la barrica la cantidad de vino y agua a la vez.
La prosperidad. Los socialistas de todos los partidos, con nuestro podemita Pablo Iglesias a la cabeza, afirman, fieles a la teoría de Marx de la plusvalía y la explotación, que el sistema actual es un cártel capitalista, en el que la mano de obra recibe poca recompensa por su trabajo y se produce un trasvase de riqueza de los pobres a los ricos. Ludwig von Mises, siguiendo las ideas de Böhm-Bawerk sobre la subjetividad del valor de los bienes, se dio cuenta de que la capacidad creativa y de acción del hombre es el origen de su voluntad, sus valoraciones sobre las cosas y su conocimiento. Cualquier sistema que se base en la coerción violenta contra el hombre actuante, socava su capacidad creativa. Tanto el socialismo, como el sistema de pseudo-mercado corporativista intervencionista actual, se basan en la coerción.
Para Mises, la idea socialista implica un “error intelectual”. Es obvio que es imposible en la práctica organizar una sociedad por la fuerza, ya que es imposible que el órgano de control tenga toda la “información de primera mano” necesaria. Las soluciones de los socialismos reales siempre han sido la opresión y la hipervigilancia ideológica de sus “planificados”. A pesar de que el organismo planificador es consciente de que no puede conocer los efectos reales de lo planificado, realiza una apreciación económica o matemática del mismo. Los pésimos -catastróficos diría yo- resultados de todos los intentos históricos de llevar con éxito a la práctica una economía planificada en tales términos quedan manifestados en la historia de fracasos de todos esos países.
Los razonamientos de Mises se basan en la lógica de la acción humana, lo que está sucediendo en los procesos reales sociales, interpersonales, dinámicos y espontáneos y, por lo tanto, fundamentalmente diferente de las pretensiones socialistas de una lógica, o teoría de la acción mecánica, construida sobre un algo “que todo lo sabe”. Los procesos sociales tales como el mercado no se pueden planificar, tal y como dejó claro Friedrich August von Hayek más tarde al definir su “orden espontáneo”.
El socialismo es impracticable. Lo es porque cualquier ideología que pretenda planificar los procesos sociales o influenciar éstos mediante medidas políticas traducidas en coerción, anula cualquier posbilidad de crecimento y progreso: elimina la creatividad motriz. Todo sistema socialista va contra la naturaleza humana y es extremadamente antisocial. Y si escuchamos atentamente a Pablo Iglesias y sus palmeros, nos damos cuenta del futuro que nos prometen: pobreza para todos -eso sí, igualitaria- y menos libertad de acción -eso sí, por “nuestro bien”-.
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