[Extraído de “Fallacies of the Negative Income Tax”. Publicado en Man vs. the Welfare State]
Al reconocer la calamitosa erosión de incentivos que se produciría por un plan directo de renta garantizada, algunos reformadores han defendido lo que llaman un “impuesto negativo de la renta”. Esta propuesta fue presentada por el eminente economista y profesor Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, en su libro Capitalismo y libertad, que apareció en 1962. El sistema que proponía se administraría junto al actual sistema de impuesto sobre la renta.
Supongamos que la línea de pobreza de rentas se estableciera en 3.000$ por “unidad de consumidor” (familias o individuos) y supongamos que el impuesto negativo de la renta (que es en realidad un subsidio) tuviera un tipo fijo del 50%. En ese caso, toda “unidad de consumidor” (este es el término técnico de los estadísticos) cuya renta cayera por debajo de los 3.000$ recibiría un subsidio de, digamos, el 50% de la diferencia. Por ejemplo, si la renta obtenida fuera de 2.000$ recibiría 500$; si su renta obtenida fuera de 1.000$ recibiría 1.000$; si su renta obtenida fuera 0$ recibiría 1.500$.
El profesor Friedman reconoce que su propuesta, “como cualquier otra medida para aliviar la pobreza (…) reduce los incentivos de los ayudados para ayudarse a sí mismos”. Pero argumenta que “no elimina completamente ese incentivo, como haría un sistema de renta suplementarias. Un dólar extra ganado significa siempre más dinero disponible para gasto”.
Es verdad que un “impuesto negativo de la renta” (que es un nombre equívoco para una renta garantizada limitada) no tendría un efecto tan destructivo sobre los incentivos que una renta garantizada directa. En realidad, hace unos treinta años planteé una propuesta similar. Esta apareció en un artículo en The Annalist (un semanario publicado entonces por el New York Times) del 4 de enero de 1939. Sugería lo que llamaba un “subsidio limitado”, un pago de asistencia que se reduciría a solo 1$ por cada 2$ que hubiera ganado por sí mismo el receptor de la ayuda.
Pero abandoné la propuesta cuando me di cuenta de que lleva directamente a un dilema, que es precisamente el dilema el impuesto negativo de la renta: o bien es completamente inadecuado en la parte baja de la escala de las ganancias propias, o bien es injustificablemente excesivo en la parte alta. O bien debe pagar solo la mitad de una renta adecuada (según su propia definición de “adecuada”) para una familia que no gana ninguna renta, o bien debe pagar casi el doble de una renta adecuada a una familia que ya gana una renta casi adecuada.
Nombres engañosos de este tipo corrompen el lenguaje y confunden del pensamiento. Difícilmente aclararía el asunto calificar a un donativo como “privación negativa” o que metan la mano en tu bolsillo como “recibir un regalo negativo”.
El problema que el INR (impuesto negativo de la renta) elude u oculta es el problema de la persona o familia con renta cero. Si a una persona se le dieran solo 300$ (cifra sugerida en la propuesta original del profesor Friedman de 1962, nadie consdieraría esto como casi adecuado, especialmente si, como también ha propuesto el profesor Friedman, el INR fuera un sustitutivo completo para todas las demás formas de ayuda social. Si el pago de INR para una familia de renta cero se fijara en 1.700$, ningún defensor de la renta garantizada lo consideraría como adecuado para vivir con “decencia y dignidad”. Así que si adoptara el INR, la presión política sería irresistible para que proporcionara la renta mínima de la “línea de pobreza” de 3.400$ incluso para familias con rentas cero obtenidas.
El subsidio básico por tanto sería tan grande como bajo la renta garantizada directa. Pero si el subsidio básico bajo el INR para una familia con renta cero fuera de 3.400$, entonces bajo la fórmula de “incentivo” del 50% del INR esa familia continuaría consiguiendo alguna subvención pública hasta que su renta anual llegara a los 6.800$. Pero esta es mayor que la mediana de renta familiar para todo el país en 1963 (6.637$). En resumen, esto sería extraordinariamente caro.
Además, plantearía serios problemas de equidad. Cuando la familia subsidiada estuviera ganando 6.798$ de renta seguiría obteniendo un subsidio de 1$. ¿Cuando ganara 6.802$ se caería completamente del carro y tendría que esperar hasta que su renta cayera por debajo de de 3.400 antes de subirse del nuevo a él? ¿Y qué pasa con la familia que ha estado ganando 3.402$ constantemente y nunca se ha subido al carro?
El dilema aritmético del INR ha recibido tan poca atención por parte de sus defensores que espero que pueda perdonárseme otro ejemplo para demostrar la forma paradójica en la que funcionaría.
Un programa ortodoxo de ayuda para pagaría al cabeza de familia desempleado aproximadamente 60$ a la semana. Si empezara a ganar algo, se le pagaría sencillamente la diferencia entre esa cantidad y 60$. Bajo el principio del INR un hombre que no ganara nada también recibiría un pago de ayuda de 60$ a la semana. Pero si luego ganara 30$ por semana por sí mismo, seguiría obteniendo una paga de 45$ (reducida por solo 1$ por cada 2$ en ganancias), haciendo de su renta total fuera 75$ por semana. Si posteriormente fuera capaz de ganar los 60$ por sí mismo, seguiría obteniendo un pago de ayuda de 30$ por semana elevando su renta total a 90$. De hecho, incluso si consiguiera elevar sus ganancias totales hasta 118$ por semana seguiría obteniendo 1$ semanal en pagos de ayudas.
Estaría por tanto casi el doble de mejor económicamente de lo que habría estado si siempre hubiera estado ganando lo bastante (digamos 61$ por semana) como para no estar nunca en las listas de las ayudas. Esto sería claramente injusto para quienes nunca han obtenido ayudas. Un incentivo para obtener las ayudas, e indudablemente para mantenerse en ellas, sería enormemente mayor bajo el INR que bajo el sistema actual.
Si tratáramos de evitar este resultado utilizando sólo en parte la fórmula INR (citando al hombre la ayuda, supongamos, tan pronto como empiece a ganar 60$ por semana) llegaríamos a un resultado todavía más absurdo. Mientras estaba ganando 58$ por semana bajo el INR seguiría obteniendo 31$ semanales del gobierno, haciendo que su renta total sea de 89$. Pesos y luego comete el error de ganar solo 2$ más, acabaría con una pérdida neta de 29$ semanales. Así que el impuesto o negativo de la renta crearía un incentivo positivo tremendo para obtener y mantener la ayuda permanentemente.
El plan del INR podría evitar este resultado absurdo pagando a un hombre con una renta cero solo, por ejemplo, 30$ por semana o solo la mitad de lo que sus propios defensores suponen que necesita para vivir.
Algunos lectores pueden pensar que el dilema del plan del INR puede evitarse de alguna manera cambiando el porcentaje de forma que del pago de ayuda o suplemento de renta se reduzca al aumentar las ganancias propias. Pero cualquier cambio distinto del 50% en un sentido u otro se limita a reducir un lado del dilema haciendo que el otro se haga más grande. Si reducimos el suplemento público a 75 centavos por cada dólar que se gane, deducimos o destruimos correspondientemente el incentivo para dichas ganancias. Si reducimos el suplemento público a solo 25 centavos por cada dólar ganado, fomentamos el incentivo del receptor para trabajar y ganar dinero, y pero a costa de un programa aún más caro para el gobierno y aumentamos el incentivo positivo del receptor para mantenerse de la ayuda debido a la violenta caída de sus rentas si alguna vez se sale de ella
Si hacemos el plan más complicado, por ejemplo reduciendo el pago de la ayuda o la renta suplementaria a solo 25 centavos por cada dólar de en los primeros 10$ de ganancia semanal del receptor, 50 centavos por cada dólar de sus segundos 10$ ganados y 75 centavos por cada dólar de sus terceros 10$ ganados o algún plan similar, sencillamente crearíamos una pesadilla administrativa sin resolver el problema básico. La desagradable verdad parece ser que siempre que tratamos de “aumentar los incentivos” reduciendo el pago de ayuda en menos de un dólar por cada dólar adicional de ganancias resolvemos un problema inmediato a costa de crear un problema mayor para el futuro.
Además del dilema esencial que presenta, el INR mantiene los malos defectos de la renta garantizada directa. Al no tener en cuenta la cuidadosa investigación de las necesidades y recursos de cada uno de los solicitantes que realiza el sistema de ayuda social ordinaria, abriría la posibilidad de fraudes, estafas y timos masivos. Y también, al igual que la renta garantizada, obligaría a los contribuyentes a ayudar a un hombre independientemente de si está llevando a cabo un esfuerzo sincero para mantenerse por sí mismo. El gobierno está condenado a tener dificultades irresolubles si empieza a dar dinero a “los pobres” no solo sin asegurarse de que son pobres sino sin preocuparse siquiera por descubrir las razones por las que es pobre cualquier persona o familia concreta.
El artículo original se encuentra aquí.
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