En la actual discusión acerca de la inmigración, se invoca frecuentemente a Ludwig von Mises por parte de libertarios como un fuerte defensor del libre comercio en el sentido amplio que se refiere al libre movimiento de bienes, capital y mano de obra. Incluso se ha proclamado a Mises por parte algunos libertarios con un defensor de las fronteras abiertas. Sin embargo, las opiniones de Mises sobre la libre emigración de mano de obra a través de las fronteras políticas existentes estaban cuidadosamente matizadas e influenciadas por consideraciones políticas basadas en su conocimiento de primera mano de los conflictos profundos y duraderos entre nacionalidades en los estados políglotas de la Europa central y del este que llevaron a la Primera Guerra Mundial y durante el posterior periodo de entreguerras. Así que Mises no evaluaba la inmigración en términos de óptimos puramente económicos, como la maximización de la productividad del trabajo humano, ni independientemente del contexto político. Más bien evaluaba los efectos de la inmigración desde el punto de vista del régimen liberal clásico de propiedad privada. El propósito de este del ensayo es mostrar las opiniones de Mises sobre inmigración tal y como las desarrollaba como una parte integral del programa liberal clásico que había elaborado. No voy a tratar de criticar o evaluar sus opiniones.
Nacionalismo liberal
Para Mises, el liberalismo aparece y se expresa por primera vez en el siglo XIX como un movimiento político en forma de “nacionalismo pacífico”. Sus dos principios fundamentales eran la libertad, o más concretamente “el derecho de autodeterminación de los pueblos”, y la unidad nacional o “principio de nacionalidad”. Estos principios estaban indisolublemente ligados. El objetivo principal de los movimientos nacionalistas liberales (italiano, polaco, griego, alemán, serbio, etc.) era la liberación de sus pueblos del gobierno despótico de reyes y príncipes. La revolución liberal contra el despotismo asumía necesariamente un carácter nacionalista por dos razones. Primero, muchos de los déspotas reales eran extranjeros, por ejemplo, los Habsburgo austriacos y los borbones franceses que gobernaban a los italianos y el rey prusiano y el zar ruso que subyugaban a los polacos. Segundo, y más importante, el realismo político dictaba “la necesidad de establecer una alianza de los oprimidos frente a la alianza de los opresores para lograr la libertad de todos, pero también la necesidad de mantenerse unidos para encontrar en la unidad la fortaleza para preservar la libertad”. Esta alianza de los oprimidos se basaba en la unidad nacional basada en lenguajes, culturas y modos de pensar y actuar comunes.
Aunque forjado en guerras de liberación, el nacionalismo liberal era para Mises pacífico y cosmopolita. No solo los distintos movimientos de liberación nacional se veían unos a otros como hermanos de su lucha común contra el despotismo real, sino que aceptaban los principios del liberalismo económico, “que proclama la solidaridad de intereses entre todos los pueblos”. Mises destaca la compatibilidad del nacionalismo, cosmopolitismo y paz:
El principio de nacionalidad solo incluye el rechazo de todo señorío: reclama autodeterminación, autonomía. Sin embargo luego expande su contenido. No solo libertad sino también unidad es la palabra clave. Pero el deseo de unidad nacional también es sobre todo completamente pacífico. (…) el nacionalismo no se enfrenta al cosmopolitismo, pues la nación unificada no quiere la discordia con los pueblos vecinos, sino la paz y la amistad.[1]
Como liberal clásico, Mises tiene cuidado en especificar que el derecho de autodeterminación no es un derecho colectivo sino un derecho individual: “No es el derecho autodeterminación de una unidad nacional delimitada, sino más bien el derecho de los habitantes de cualquier territorio a decidir sobre el estado al cual desean pertenecer”. Mises deja muy claro que la autodeterminación es un derecho individual qué debería concederse a “toda persona individual (…) si fuera posible de alguna manera”. También debería señalarse a este respecto que Mises raramente habla del “derecho de secesión”, tal vez debido a su connotación histórica del derecho de un gobierno de una unidad política subordinada a independizarse de otro superior.
Aunque defienda la autodeterminación como un derecho individual, Mises argumenta que la nación es un ser fundamental y relativamente permanente independiente del estado (o estados) transitorio que pueda gobernar en un momento dado. Así se refiere a la nación como “una entidad orgánica [que] no puede aumentarse ni reducirse por cambios en los estados”. Consecuentemente, Mises califica a los “compatriotas” de un hombre como “aquellos de sus conciudadanos con los que comparte una tierra y un idioma comunes y con los cuales forma a menudo también una comunidad étnica y espiritual”. En el mismo sentido, Mises cita al autor alemán J. Grimm, que se refiere al “derecho natural (…) de que ni ríos ni montañas constituyen las líneas de frontera de los pueblos y de que para un pueblo que ha cruzado usado montañas y ríos, solo su propio lenguaje puede establecer la frontera”. El principio de nacionalidad implica por tanto que las naciones-estado liberales comprenden un pueblo monoglota que habita regiones, provincias e incluso pueblos geográficamente no contiguos. Mises sostiene que el nacionalismo es por tanto un resultado natural y en completa armonía con los derechos individuales: “La formación de estados [liberales democráticos] que comprenden a todos los miembros del grupo nacional fue el resultado del ejercicio del derecho de autodeterminación, no su propósito”.[2]
Debería señalarse aquí que, entre muchos libertarios modernos que ven a los individuos como seres atomistas sin afinidades emocionales ni relaciones espirituales con determinados congéneres, Mises afirma la realidad de la nación como “una entidad orgánica”. Para Mises, la nación comprende seres humanos que perciben y actúan entre si de una manera que les distingue de otros grupos de personas basándose en el significado e importancia que atribuyen los compatriotas a factores objetivos como un lenguaje, unas tradiciones, unos ancestros y otras características compartidas. Ser miembro de una nación, igual que de una familia, implica actos concretos de volición basados en percepciones y preferencias objetivas con respecto a un complejo de circunstancias históricas objetivas. Según Murray Rothbard, que comparte la opinión de Mises de la realidad de la nación independiente del aparato del estado:
Los libertarios contemporáneos a menudo suponen erróneamente que los individuos están ligados entre sí solo por el nexo del intercambio del mercado. Olvidan que todos nacen necesariamente en una familia, un idioma y una cultura. Toda persona nace en una de las diversas comunidades que se solapan, normalmente incluyendo un grupo étnico, con valores, culturas, creencias religiosas y tradiciones concretos. (…) La “nación” no puede definirse con precisión: es una constelación compleja y variada de distintas formas de comunidades, idiomas, grupos étnicos o religiones. (…) La cuestión de la nacionalidad se hace más compleja por la interrelación de la realidad objetivamente existente y las percepciones subjetivas.
El colonialismo como negación del derecho de autodeterminación
Al contrario que muchos liberales de finales del siglo XIX y principios del XX, Mises era decididamente anticolonialista. Como liberal radical, reconocía la universalidad del derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad para todos los pueblos y razas. Escribió acusaciones poderosas y cáusticas contra el sometimiento y el maltrato europeo a pueblos africanos y asiáticos y reclamó un desmantelamiento rápido y completo de los regímenes coloniales. Merece la pena citar a Mises por extenso:
El criterio que ha presidido la política colonial esquerer aprovechar la superior potencia de la raza blanca sobre los pueblos de otras razas. Los europeos, en posesión de todas las armas y las tecnologías proporcionadas por la civilización europea, emigraron para someter a pueblos más débiles, depredarlos de sus propiedades y hacerlos esclavos. Se ha intentado edulcorar y ocultar los verdaderos motivos de la política colonial tras la máscara el inocente deseo de hacer que los salvajes participen de los beneficios de la civilización europea. (…) ¿Puede haber prueba de ineptitud más atroz, para la civilización europea, que la de su incapacidad de difundirse de otro modo que con el hierro y el fuego?
Ningún capítulo en la historia está tan enfangado en sangre como la historia del colonialismo. El derramamiento de sangre fue inútil y sin sentido. Territorios florecientes quedaron arruinados, pueblos enteros destruidos y exterminados. Nada de esto puede atenuarse o justificarse de ninguna manera. El dominio de los europeos en África y en partes importantes de Asia es absoluto. Contrasta enormemente con todos los principios del liberalismo y la democracia (…) Los conquistadores europeos (…) solo ha llevado armas e instrumentos de muerte de todo género, han enviado a los individuos peores y más violentos con el cargo de funcionarios o el uniforme de militares, implementando un dominio militar que nada tiene que envidiar, en cuanto a métodos sanguinarios y despiadados, al sistema de gobierno de los bolcheviques. Los europeos no puede sorprenderse si el mal ejemplo que ellos han dado en las colonias da ahora también malos frutos. En todo caso, no tendrían derecho a quejarse farisaicamente del bajo nivel de la moral pública de las poblaciones indígenas. Y sería ilegítimo por su parte afirmar que estas estarían aún inmaduras para obtener la libertad, que para ser dignas de ella necesitan aún un largo periodo de educación bajo el látigo de las armas extranjeras.
En aquellas zonas en las que los pueblos nativos eran suficientemente fuertes como para crear una resistencia armada al despotismo colonial, Mises aprobaba esta con entusiasmo y alababa esos movimientos de liberación nacional: “En Abisinia, en México, en el Cáucaso, en Persia, en China, en todas partes vemos a los agresores imperialistas en retirada o al menos ya con grandes dificultades”.
Para eliminar el colonialismo, Mises proponía es establecimiento de un protectorado temporal bajo la tutela de la Sociedad de Naciones. Pero dejaba claro que esa disposición tenía que “verse solo como una etapa de transición” y que el objetivo final debía ser “la completa liberación de las colonias del gobierno despótico bajo el que viven”. Mises basaba su reclamación del reconocimiento del derecho de autodeterminación y del respeto por el principio de nacionalidad entre los pueblos colonizados sobre la base firme de los derechos individuales:
Nadie tiene derecho a entrometerse en los asuntos de otros en su propio interés y nadie tendría que pretender, cuando tiene a la vista sus propios intereses, que está actuando altruistamente solo en interés de otros.
La quiebra del nacionalismo liberal: La regla de la mayoría y los conflictos de nacionalidad
Esto nos lleva a la idea clave de Mises del irreconciliable “conflicto de nacionalidades” alimentado por la regla de la mayoría, incluso bajo constituciones democráticas liberales. Como observador de los estados políglotas anteriores y posteriores a la Gran Guerra de Europa central y oriental, Mises advertía que “las luchas nacionales solo pueden producirse en el territorio de la libertad”. Así que al aproximarse a la libertad en la Austria anterior a la guerra “creció la violencia de la lucha entre las nacionalidades”. Con el colapso del antiguo régimen realista, estas luchas se “llevaron a cabo con más intensidad en los nuevos estados, donde las mayorías gobernantes se enfrentaban a las minorías nacionales sin la mediación un estado autoritario, que suaviza muchas hostilidades”. Mises atribuye ese resultado contraintuitivo al hecho de que el principio de nacionalidad no era respetado de la creación de los nuevos estados. Lo que dice Mises se ilustra en los modernos conflictos étnicos que aparecieron tras el colapso del comunismo y la división de la Unión Soviética y Yugoslavia.[3]
Mises sostiene que dos o más “naciones” no pueden coexistir pacíficamente bajo un gobierno democrático unitario. Las minorías nacionales en una democracia son “completamente impotentes políticamente” porque no tienen ninguna posibilidad de influir pacíficamente en el grupo lingüístico mayoritario. Esto último representa “un círculo cultural que está cerrado” a las nacionalidades minoritarias cuyas ideas políticas se “piensen, hablen y escriban en un idioma que no entienden”. Incluso cuando prevalece la representación proporcional, la minoría nacional “sigue quedando excluida que la colaboración en la vida política”. Según Mises, como la minoría no tiene ninguna perspectiva de alcanzar alguna vez el poder, la actividad de sus representantes “permanece limitada desde principio a un criticismo inútil (…) que (…) no puede llevar a ningún objetivo político”. Así, concluye Mises, incluso si el miembro de la nación minoritaria, “de acuerdo con la letra de la ley es un ciudadano con todos los derechos (…) en realidad políticamente no tiene derechos, es un ciudadano de segunda clase, un paria”.
Mises califica la regla de la mayoría como una forma de colonialismo desde el punto de vista de la nación minoritaria en un territorio políglota: “significa algo bastante diferente aquí que en territorios nacionalmente uniformes; aquí, para una parte de la gente, no es un gobierno popular sino un gobierno extranjero”. Por tanto el nacionalismo liberal pacífico se ve inevitablemente reprimido en territorios políglotas gobernados por un estado unitario porque, argumenta Mises, “la democracia parece opresión a la minoría. Cuando la única alternativa disponible es suprimir o ser suprimido, es fácil decidirse por lo primero”. Así que, para Mises, democracia significa lo mismo para la minoría que “sometimiento al gobierno de otros” y esto “resulta verdad en todas partes y, hasta ahora, en todo momento”. Mises rechaza el contraejemplo “habitualmente citado” de Suiza como irrelevante porque el autogobierno local no se vio perjudicado por “migraciones internas” entre las distintas nacionalidades. Si una migración importante hubiera establecido la presencia de minorías nacionales sustanciales en algunos de los cantones, “la paz nacional de suiza ya habían desaparecido hace mucho tiempo”.
Con respecto a regiones habitadas por nacionalidades diferentes, Mises concluye por tanto: “el derecho de autodeterminación funciona solo a favor de aquellos que constituyen la mayoría”. Por ejemplo, esto es especialmente cierto en estados intervencionistas en los que la educación es obligatoria y los “pueblos que hablan distintos idiomas viven juntos codo con codo y entremezclados en una confusión políglota”. Bajo estas condiciones, la escolarización formal es una fuente de “coacción espiritual” y “un medio para oprimir las nacionalidades”. La misma elección del idioma de instrucción puede “alienar a los niños de la nacionalidad a la que pertenece sus padres” y “a lo largo de los años, determinar la nacionalidad de toda un área”. La escuela se convierte así en fuente de conflicto nacional irreconciliable y en “una pieza política de la máxima importancia”. Con respecto al debate sobre la educación obligatoria, Mises destaca que la única solución eficaz es despolitizar la escolarización aboliendo tanto las leyes de educación obligatoria como la implicación política en las escuelas, dejando la educación de los niños “completamente a los padres, privatizando asociaciones e instituciones”.
La educación obligatoria en sólo un ejemplo extremo de cómo el intervencionismo exacerba el inevitable conflicto entre las distintas nacionalidades que viven juntas bajo la jurisdicción un solo estado. En una situación así, argumenta Mises: “Toda interferencia por parte del gobierno en la vida económica puede convertirse en un medio de persecución de los miembros de nacionalidades que hablan un idioma distinto del del grupo gobernante”. Sin embargo, tal vez la idea más importante de Mises sea que incluso bajo un sistema de laissez faire, en el que el gobierno se limite rigurosamente a “proteger y preservar vida, libertad, propiedad y salud del ciudadano individual”, la arena política seguiría degenerando en un campo de batalla entre diversas nacionalidades residiendo dentro de su jurisdicción geográfica. Incluso las actividades rutinarias de la policía y el sistema judicial en este régimen liberal ideal “pueden convertirse en peligrosas en áreas en las que no puede encontrarse ninguna base para discriminar entre un grupo y otro en la realización de actividades oficiales”.[4] Esto es especialmente cierto en estados en los que “diferencias de religión, nacionalidad o similares han dividido a la población en grupos separados por un estrecho tan profundo que excluye cualquier impulso de justicia o humanidad y no deja espacio más que para el odio”. Mises da el ejemplo de un juez “que actúa conscientemente, o todavía más a menudo inconscientemente, de una manera sesgada” porque cree que “está desempeñando una tarea superior cuando hace uso de los poderes y prerrogativas de su cargo al servicio de su propio grupo”.
El miembro de una minoría nacional no sólo está sometido a un sesgo arraigado y rutinario en la esfera política, es incapaz de entender el pensamiento y la ideología que da forma a los asuntos políticos. Su visión social y política del mundo, así como sus actitudes culturales y religiosas reflejan ideas formuladas y explicadas en la literatura nacional de un idioma extranjero y estas ideas divergen, posiblemente de forma radical, de aquellas del grupo lingüístico mayoritario. Según Mises, aunque las ideas políticas y culturales se transmitan y compartan entre todas las naciones “toda nación desarrolla corrientes de ideas a su manera especial y las asimila de forma distinta. En todo los pueblos encuentran otro carácter nacional y otra constelación de condiciones”. Mises da el ejemplo de cómo el ideal político del socialismo difería entre Alemania y Francia y entre estas dos y Rusia.
El resultado de esta “nacionalización” y diferenciación natural de incluso ideas y tendencias intelectuales similares es que el miembro de la nación minoritaria se enfrenta a una barrera lingüística e intelectual que le impide participar integralmente en la discusión política que da forma a las leyes bajo las que vive. Mises explica:
La condensación de estas opiniones en forma de ley tiene una importancia inmediata, ya que a esta ley debe atenerse. Sin embargo, tiene la sensación de estar excluido de la participación activa en la formación de la voluntad del legislador, o en todo caso de no poder participar en ella en la misma medida en que participan los ciudadanos que constituyen la mayoría étnica. De suerte de cuando comparece ante el juez o el funcionario público para cualquier diligencia que le atañe, se halla en presencia de hombres cuyas ideas políticas le son ajenas, porque se ha formado bajo otras diferencias ideológicas. (…) A cada paso, al miembro de la minoría nacional se le hace sentir que vive entre extraños y que es un ciudadano de segunda clase aunque la letra de la ley lo niegue.
El resultado de la impotencia política de la minoría nacional en una democracia mayoritaria es que esta se percibe a sí misma como un pueblo conquistado y colonizado. Pues como señala Mises: “La situación de tener que pertenecer a un estado al que uno no quiere pertenecer no es menos onerosa si es el resultado de una elección que si alguien debe soportarla como consecuencia de una conquista militar”. En la década de 1920, Mises ya había identificado el fenómeno de lo que hoy se llama equívocamente “racismo institucional” (porque el problema no se encuentra en todas las instituciones, solo en las instituciones políticas), pero se describe mejor como “sometimiento democrático”. En la década de 1960, Malcolm X (1963) daba una emotiva expresión al deseo de autodeterminación por parte de las nacionalidades africanas minoritarias en EEUU, impuesta mediante un estado intervencionista controlado por pueblos de extracción europea:
Este nuevo tipo de hombre negro no quiere la integración: quiere la independencia. No segregación, independencia. Para él, la segregación (…) significa lo que es obligado a los inferiores por los superiores. (…) La comunidad blanca, el hombre blanco controla la economía, su propia economía, su propia política, su propio todo. Esa es su comunidad. Pero al mismo tiempo aunque el negro vive en una comunidad independiente, es una comunidad segregada. Lo que significa que está regulada desde fuera por gente de fuera. El hombre blanco tiene todos sus negocios en la comunidad negra. Dirige la política de la comunidad negra. Controla todas las organizaciones cívicas en la comunidad negra. Esta es una comunidad segregada. (…) No queremos segregación. Queremos independencia. Independencia es tener lo tuyo. Controlas tu propia economía; controlas tu propia política; controlas tu propia sociedad; controlas tu propio todo. Tienes lo tuyo y controlas lo tuyo; tenemos lo nuestro y controlamos lo nuestro.
Al analizar las causas y soluciones de los conflictos de nacionalidad, Mises acuñó los términos nacionalismo “militante” o “agresivo”, que comparaba con el nacionalismo “liberal” o “pacífico”. Así que para Mises la alternativa nunca estuvo entre el nacionalismo y un blando “globalismo” atomista: la alternativa real estaba entre el nacionalismo cosmopolita que adoptaba derechos individuales universales y el libre comercio y el nacionalismo militante que trataba de someter y oprimir otras naciones. Atribuía el auge del nacionalismo antiliberal al fracaso en la aplicación coherente del derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad y en su mayor grado posible en la formación de nuevas entidades políticas tras el derrocamiento del despotismo real por guerra o revolución. La consecuencia fue que pueblos diferenciados por idioma, ciencia, religión, etc. se agruparon artificial e involuntariamente mediante lazos políticos arbitrarios. El resultado inevitable de estos estados nación políglotas y mezclados fue la supresión de las nacionalidades minoritarias por parte de las mayoritarias, una amarga lucha por el control del aparato estatal y la creación de una desconfianza y un odio mutuos y profundamente asentados.[5] Este estado de cosas a menudo culminaba con violencia física impuesta por el estado, incluyendo la expropiación y expulsión e incluso el asesinato de poblaciones minoritarias.
Libertad de movimiento y derecho de autodeterminación de los pueblos
Mises argumenta que todo esto podría haberse evitado si se hubiera aplicado completamente el programa liberal, que incluye, además de una política económica de laissez faire interior y de libre comercio internacional de bienes, el derecho crucial de autodeterminación y el principio de nacionalidad al que da lugar. Mises no escatima palabras al describir los problemas de las minorías en un sistema intervencionista y antiliberal:
Si el gobierno de estos territorios [habitados por miembros de diversas nacionalidades] no sigue postulados completamente liberales, no puede considerarse ni siquiera una aproximación a la igualdad de derechos en el trato a los miembros de los diversos grupos nacionales. Solo puede haber gobernantes y gobernados. La única alternativa es si uno es martillo o yunque.
Sin embargo, Mises va más allá y argumenta que ni siquiera acabar con el intervencionismo resolvería el conflicto de las nacionalidades. Es casi el único entre los liberales clásicos de su época y los libertarios modernos que reconoce claramente que el capitalismo de laissez faire y el libre comercio son necesarios pero no suficientes para asegurar la paz entre distintos grupos de individuos forzados a vivir bajo un sistema político unificado que ivoluntaria y naturalmente se autoidentifique como distintos pueblos naciones sobre la base de idioma, costumbres y tradiciones compartidas, religión, creencia o cualquier otro factor objetivo que sea subjetivamente significativo para ellos. Como indica Mises:
Todas estas desventajas [experimentadas por las minorías] se sienten en como opresivas incluso en un estado con una constitución liberal en el que la actividad el gobierno se restrinja a la protección de la vida y la propiedad los ciudadanos. Pero se hacen absolutamente intolerables en un estado intervencionista o socialista.
Para Mises, lo mejor que puede decirse de un gobierno cuyas funciones están estrictamente limitadas a la protección de la persona y la propiedad y a la aplicación de los contratos es que no “agrava artificialmente la afición que debe aparecer de esta vida conjunta de grupos diferentes”.
Mises defiende el programa liberal completo (los principios de laissez faire y de nacionalidad) frente a quienes atribuyen vacuamente los “antagonismos violentos” entre naciones habitando una sola jurisdicción política a una “antipatía innata” entre distintos pueblos. Por el contrario, Mises argumenta que a pesar de los odios que puedan existir naturalmente entre diversos grupos de personas la misma nacionalidad, estos son capaces de convivir pacíficamente cuando se encuentran bajo la jurisdicción del mismo estado, mientras que distintas nacionalidades que son agrupadas por la fuerza bajo disposiciones políticas comunes están en conflicto constante:
Los bávaros odian a los prusianos; los prusianos a los bávaros. No menos feroz es el odio que existe entre grupos de individuos tanto dentro de Francia como de Polonia. Sin embargo, alemanes, polacos y franceses consiguen vivir pacíficamente dentro de sus propios países. Lo que da a la antipatía del polaco hacia el alemán y del alemán hacia el polaco una importancia política especial es la aspiración de cada uno de estos dos pueblos a apropiarse del control político de las áreas fronterizas en las que alemanes y polacos viven unos junto a otros y usarla para oprimir a los miembros de la otra nacionalidad. Lo que ha encendido el fuego consumidor del odio entre naciones es el hecho de que la gente quiere usar las escuelas para que los niños olviden el idioma de sus padres y hacer uso de tribunales y oficinas administrativas, medias políticas económicas y la directa expropiación para perseguir a quienes hablan un idioma extranjero.
Así que no son las antipatías entre los pueblos (que pueden existir o no), sino la negación política del derecho autodeterminación la que es la causa subyacente de los conflictos nacionales. En este sentido, Mises lanza una terrible y a posteriori presciente advertencia: “Mientras no se aplique completamente el programa liberal en los territorios de nacionalidad mixta, el odio entre los miembros de naciones diferentes debe hacerse cada vez más feroz y debe continuar iniciando nuevas guerras y rebeliones”. Esto es indudablemente cierto en el mundo actual, particularmente en Asia y África, donde los imperialistas y colonialistas europeos agruparon distintas “naciones” (tribus, cacicazgos, grupos lingüísticos, etnicidades, religiones) en uniones políticas profundamente disfuncionales. La mayoría de las 40 guerras que actualmente se están produciendo en estos continentes son guerras “intraestatales” o civiles y de estas la mayoría están “alimentadas tanto por animosidades étnicas o religiosas como por fervor ideológico”. En su raíz se encuentran los intentos de los grupos minoritarios de resistir o acabar con la opresión de la mayoría ya sea apropiándose del aparato estatal existente, independizándose del estado o creando un estado completamente nuevo, por ejemplo, el Estado Islámico.
Esto nos lleva a la polémica cuestión de la inmigración. Mises rechaza de plano los argumentos puramente económicos contra la libre emigración como engañosos. Señala que, desde el punto de vista global, la emigración aumenta la productividad del trabajo humano, la oferta de bienes y los niveles de vida, porque facilita la reasignación de mano de obra (y capital) desde regiones con condiciones naturales menos ventajosas de producción a aquellas con condiciones naturales más ventajosas. Las barreras a la emigración laboral causan por tanto una mala asignación de la mano de obra y una mala distribución geográfica, con un exceso relativo de oferta en algunas áreas y un defecto en otras. Los efectos de las barreras a la emigración son por tanto exactamente los mismos que los efectos de los aranceles y otras barreras al comercio internacional de bienes: la reducción de la eficiencia productiva y la renta, porque en algunas regiones se explotan oportunidades de producción comparativamente desfavorables mientras que en otras permanecen infrautilizadas oportunidades comparativamente favorables.
Aunque Mises argumenta que el libre movimiento de bienes, capital y mano de obra tiende a maximizar la productividad del trabajo y la producción total de bienes y servicios, no considera a este el objetivo último del liberalismo. Como argumenta Mises en relación con otra cosa, es un error creer “que la esencia de los programas liberales no era la propiedad privada sino la ‘libre competencia’ [es decir, libre del ‘poder económico’ de las grandes empresas]”. Lo mismo es también aplicable cuando se evalúa la conveniencia de la emigración laboral: el patrón de bienestar para Mises y los liberales clásicos no son los objetivos “economistas” de la Escuela de Chicago de la eficiencia en la producción o la máxima productividad laboral medida en términos pecuniarios, sino la garantía de un régimen de propiedad privada completa. Pues es el funcionamiento del mercado no intervenido basado en la propiedad privada el que mejor satisface las preferencias del consumidor por bienes intercambiables y no intercambiables, que es el objetivo final de toda actividad económica. En su brillante pero olvidado análisis del mercado laboral en su tratado económico, La acción humana, Mises señala que la emigración completamente sin trabas de mano de obra a través de fronteras políticas ni siquiera lleva a la máxima productividad laboral y a una distribución del trabajo que iguale los salarios laborales para el mismo tipo y calidad de servicios laborales a través de la economía global. ¿La razón?
El trabajador y el consumidor son la misma persona. (…) La gente no puede separar sus decisiones con respecto a la utilización de su fuerza laboral de aquellas que afectan al disfrute de sus ganancias. Herencia, idioma, educación, religión, mentalidad, lazos familiares y entorno social ligado al trabajador de tal manera que no elige el lugar y el sector de su trabajo sólo con respecto o al nivel salarial.
Por tanto, al explicar la emigración laboral Mises cambia el enfoque de la abstracción analítica del “trabajador” buscando los salarios más altos de acuerdo con sus preferencias de ocio al actor humano real que muestra preferencias en todo un rango de objetivos que incluyen bienes no intercambiables como proximidad, cercanía y asociación con miembros de la misma familia, filiación religiosa, etnicidad o grupo idiomático. Consecuentemente, Mises reconoce explícitamente que una vez se eliminan los supuestos pasados de moda que subyacen la doctrina librecambista propuesta por Ricardo y los economistas clásicos y se considera la movilidad internacional de capital y mano de obra así como de bienes, la defensa del libre comercio, aunque siga siendo válida “desde el punto de vista puramente económico (…) presenta un punto de partida bastante distinto para probar las razones extraeconómicas a favor y en contra del sistema protector”. Así que Mises toma el análisis de la emigración más allá del ámbito de las consideraciones estrictamente económicas y lo pone en contacto con la realidad política concreta del estado-nación mezclado democrático y su característica supresión y violación de los derechos de propiedad de las minorías nacionales por parte de la nación mayoritaria.
Este análisis lleva Mises a considerar la “inmigración” masiva, es decir, la emigración laboral a través de fronteras estatales, incluso cuando se produce por razones puramente económicas, como algo que plantea un problema inherente. Mises sostiene que la creación de estados-nación mezclados resultante de la inmigración de trabajadores de una nacionalidad extranjera “da lugar de nuevo a todos esos conflictos que se desarrollan generalmente en territorios políglotas” y “a conflictos particularmente característicos entre pueblos”. Mises sí reconoce que puede tener lugar una asimilación cultural y política pacífica “ si los inmigrantes no llegan todos a la vez sino poco a poco, de tal manera que el proceso de asimilación entre los primeros inmigrantes ya esté completado o al menos esté en camino de estarlo cuando lleguen los nuevos”. Cita el ejemplo de la inmigración china a Estados Unidos en el siglo XIX, que se produjo de una manera que hizo posible la asimilación. Sin embargo, Mises señala que “tal vez” los chinos habrían “logrado el dominio en su nuevo hogar (…) en los estados occidentales de la Unión si la legislación no hubiera restringido en su momento su inmigración”. Pero esto es estrictamente una expresión de opiniones y Mises no saca ninguna implicación política de ella.
De hecho Mises expone los argumentos económicos para restringir la inmigración planteados por los sindicatos proteccionistas en países con salarios relativamente altos como Estados Unidos y Australia como evidentemente interesados y dañinos para los intereses económicos de sus conciudadanos, así como contrarios a las enseñanzas de una buena teoría económica. Mises adopta un tono más mesurado cuando considera el argumento extraeconómico a favor de la restricción de la inmigración al que recurren hipócritamente los proteccionistas como último recurso. Según este último argumento, en ausencia de barreras de inmigración, “hordas de inmigrantes” de nacionalidades europeas y asiáticas que no hablan inglés “inundarían Australia y Estados Unidos”. Como estos inmigrantes llegarían rápidamente y en gran número, afirma el argumento, no podrían ser asimilados y los anglosajones en los países de recepción se encontrarían en minoría y su “dominio exclusivo (…) se destruiría”.
Al evaluar este argumento, Mises destaca los problemas políticos que aparecerían en un estado-nación mezclado creado de la noche a la mañana por la inmigración masiva:
Estos temores tal vez sean exagerados con respecto a Estados Unidos. Con respecto a Australia, indudablemente no lo son. (…) Si Australia se abriera a la inmigración, puede suponerse con gran probabilidad que su población estaría compuesta en pocos años por japoneses, chinos y malayos. (…) Toda la nación [no solo los trabajadores] es unánime, sin embargo, al temer la inundación de extranjeros. Los habitantes actuales de esas tierras favorecidas [EEUU y Australia] temen que algún día podrían verse reducidos a una minoría en su propio país y que tendrían que sufrir todos los horrores de la persecución nacional a la que, por ejemplo, están expuestos hoy [1927] los alemanes en Checoslovaquia, Italia y Polonia.
Aunque Mises no adopta una postura explícita sobre si es deseable una política que dificulte los flujos masivos de inmigración inducidos por oportunidades económicas, reconoce que “estos temores” de la nacionalidad que habita el país que los recibe “están justificados”, especialmente en un mundo de estados intervencionistas. Mises, que durante muchos años observó directamente el indignante maltrato a las minorías nacionales en la Europa central y oriental, expresa gráficamente la base del miedo de la nación mayoritaria a verse transformada en una minoría nacional:
Mientras se conceda al estado los enormes poderes que tiene hoy y que la opinión pública considera que son su derecho, la idea de tener que vivir en un estado cuyo gobierno esté en manos de los miembros de una nacionalidad extranjera es evidentemente aterradora. Es espantoso vivir en un estado en el que a cada paso uno se ve expuesto a persecución (disfrazada como justicia) por parte de una mayoría gobernante. Es terrible verse minusvalorado incluso como niño la escuela debido a la nacionalidad propia y estar equivocado ante cualquier autoridad judicial y administrativa por pertenecer a una minoría nacional.
Así que Mises ve a la inmigración siempre y en todas partes como un “problema” para el cual “no hay solución” mientras los regímenes políticos intervencionistas sean la norma. Solo cuando el paso de fronteras estatales por miembros de una nación diferente no auguren peligros políticos para la nacionalidad indígena desaparecerá el “problema de la inmigración” y será reemplazado por la inmigración benigna de mano de obra que crea ventajas económicas genuinas y mutuas para todas las personas y pueblos. Así que, desde la perspectiva de Mises, la solución al problema de la inmigración no es legislar algún vago derecho ad hoc para la “libertad de movimientos” entre los estados existentes con fronteras fijas. Por el contrario, es completar la revolución liberal de laissez faire y garantizar los derechos de propiedad promoviendo el continuo redibujo de las fronteras estatales de acuerdo con el derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad. Entonces (y solo entonces) puede acomodarse pacíficamente sin precipitar un conflicto político la reasignación continua y creadora de riqueza de la mano de obra en todo el mundo requerida por una economía capitalista.
Conclusión
Mises era un nacionalista y cosmopolita liberal radical cuyo objetivo principal era promover políticas que facilitaran la extensión pacífica de la división social del trabajo basada en la propiedad privada para todas las personas y naciones. Reconocía la realidad de naciones independientes y su sentido para el análisis de la política y las políticas económicas. Reconocía que las fronteras políticas que no se hubieran formado de acuerdo con el principio de nacionalidad eran un impedimento insuperable para la completa aplicación del concepto de libre comercio y una fuente importante de conflictos nacionales y proteccionismo, que destruían la riqueza. En particular, Mises apreciaba que la “inmigración” no era la solución al problema de la distribución espacial no económica del trabajo, sino la misma causa del problema. El problema de la inmigración solo se resolvería con la consumación de la revolución liberal clásica en el reconocimiento universal el derecho autodeterminación. Entonces el problema (y el mismo fenómeno) de la inmigración desaparecería, ya que las fronteras de los estados se moverían con la migración de pueblos y naciones.
Lecturas adicionales
Mises, Ludwig von. 1983. Nation, State, and Economy: Contributions to the Politics and History of Our Time. Trad. Leland B. Yeager. Nueva York: New York University Press. [Publicado en España como Nación, estado y economía: Contribuciones a la política y a la historia de nuestro tiempo (Madrid: Unión Editorial, 2010)].
_____. 1985. Liberalism in the Classical Tradition. Trad. Ralph Raico. 3ª ed. Irvington-on-Hudson, NY y San Francisco: The Foundation for Economic Education, Inc. y Cobden Press (co-editores). [Publicado en España como Liberalismo: La tradición clásica (Madrid: Unión Editorial, 2010)].
_____. 1996. Critique of Interventionism. Trad. Hans F. Sennholz. 2ªd ed. Irvington-on-Hudson, NY: The Foundation for Economic Education, Inc. [Publicado en España como Crítica del intervencionismo: El mito de la tercera vía (Madrid: Unión Editorial, 2001)].
_____. 1998. Human Action: A Treatise on Economics. Scholar’s Edition. Auburn, AL: The Ludwig von Mises Institute. [Publicado en España como La acción humana: Tratado de economía (Madrid: Unión Editorial, 2009)].
Rothbard, Murray N. 1993. “Hands Off the Serbs”. RRR: Rothbard-Rockwell Report, pp. 1-5.
_____. 1994. “Nations by Consent: Decomposing the Nation-State”. Journal of Libertarian Studies 11:1 (Otoño): 1-10.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Mises (1983, p. 34) da el encantador ejemplo de los nacionalistas italianos que gritaban a los soldados imperiales austriacos: “Volved cruzando los Alpes y seremos hermanos del nuevo”.
[2] Sin embargo, Mises (1983, p. 37) reconoce que en algunos casos aislados “en los que la libertad y el autogobierno ya prevalecen y parecen asegurados sin él”, como Suiza, el derecho de autodeterminación puede no generar un estado nacionalmente unificado.
[3] Sobre los conflictos étnico-religiosos en la antigua Yugoslavia, ver Rothbard (1993; 1994).
[4] Rothbard (1994, pp. 5-6) dice algo similar acerca de los inevitables conflictos políticos que aparece en una situación en la que distintas nacionalidades se encuentran agrupadas bajo la jurisdicción de un solo gobierno liberal de laissez faire: “Pero incluso bajo el estado mínimo las fronteras nacionales seguirían marcando una diferencia, a menudo grande, para los habitantes de la zona. ¿Pues en qué idioma (…) estarían las señales de la calle, los listines telefónicos, las sentencias de los tribunales o las clases de las escuelas de la zona?”
[5] Un término más eufónico que “estados nación mezclados” para estas entidades políticas sería “estados multinacionales”, pero dada su connotación actual, este último término podría dar lugar a equivocaciones.
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