La primera vez que escuché del término paleolibertarismo fue una madrugada de domingo a eso de las dos o tres de la mañana, hace, creo yo, unos cuatro años. Había salido con unos amigos a tomarnos unas cervezas, a escuchar música pesada y –sí, debo decirlo—a fumar un poco de esa ‘mata que mata’, que el Estado arbitrariamente nos dice que no debemos consumirla porque cree que es su responsabilidad mandar sobre nuestros cuerpos.
Decía, que me encontré con el paleolibertarismo no en mis mejores condiciones y sin embargo me dejó profundamente marcado. Lo curioso e irónico es que encontré una teoría sobre la reconciliación entre el libertarismo y el conservadurismo en un estado de conciencia que gran cantidad de conservadores no aprobarían o verían por lo menos reprochable. Y sin embargo, puedo decir que tengo una gran afinidad con esta forma de ver el mundo.
¿Acaso es una contradicción entre las acciones que hago en mi vida y la filosofía que siento es de mi afinidad?, ¿acaso esta visión de la vida me ‘rehabilitó’?, ¿me abrió los ojos?, ¿encontré la redención?
¡Por supuesto que no! Ni comencé a ir a misa, ni dejé de ir a bares; ni dejé de tomar o fumar; ni les retiré mi amistad a mis amigos homosexuales, ni a mis amigos más ‘burros’ (forma casual de decirle a una persona que le da fuerte y parejo a las drogas); ni empezaré a escuchar música de cámara o cantos gregorianos; ni me buscaré una esposa, y ni me veo cerca de tener una familia ‘tradicional’ con mujer, dos hijos y perro.
El ser conservador no significa imponer; ser conservador tampoco significa que se deba tener un estilo de vida específico, tradicional y respetuoso de los cánones morales y culturales decimonónicos o de los abuelos y padres; de que la mujer deba quedarse en la casa criando a los hijos y preparando la comida para que esté lista y caliente cuando su marido llegue del trabajo.
Y es porque de eso no se trata el pensamiento conservador liberal, ni siquiera del paleolibertarismo: la relación coherente y válida que existe entre el pensamiento conservador y los principios libertarios.
El ser conservador es defender unos valores distintos a otras doctrinas que se consideran progresistas y ‘bien pensantes’. El ser conservador es ser políticamente incorrecto en un mundo en donde se condena a quien piensa distinto a lo que los progresistas y ‘chicos de avanzada’ dicen que debemos pensar.
El conservador está en contra de la ética igualitaria de resultados y a favor de la igualdad como principio jurídico, es decir igualdad ante la ley. Para él prevalece el individuo, antes que la masa. Cree en el mercado libre no solo como método útil para la prosperidad, sino como un imperativo ético. Defiende la propiedad privada también como base moral para una sociedad libre. Ve al Estado de bienestar como una amenaza a la libertad en general de los individuos. Y, lo que resulta el eje diferenciador de la doctrina conservadora: que para conseguir una sociedad próspera, autónoma y que pueda sobrevivir en el tiempo sin necesidad –o con muy poca—de la intermediación del Estado, se necesita de unas instituciones culturales, instituciones que busquen proteger la virtud de los individuos y de la sociedad con la que se relaciona.
Entonces, si uno se identifica con estas posturas que son muy cercanas al libertarismo, ¿por qué no mejor llamarse netamente conservador y no paleolibertario o libertario conservador?
Por la razón que los libertarios utilizamos el libertarismo para aplicar a nuestras relaciones interpersonales el principio de la no agresión. Toda relación es válida moral y debe ser válida jurídicamente si en ella no existe ningún elemento de coerción. De la misma manera, no es posible que una acción o relación sea punible o perseguida si esta se llevó a cabo de manera voluntaria. Si usted está de acuerdo con este postulado tan sencillo, puede considerarse libertario; no es necesario conocer demás axiomas, solamente comprenderlo; todo lo demás es su corolario: la propiedad privada, el libre mercado laissez-faire, las libertades civiles, la defensa a ultranza por la libertad individual y el repudio por la persecución estatal de las acciones que no producen crimen.
El libertarismo, así, nos deja un gran campo que podemos –y en mi opinión debemos—llenarlo. Partimos del libertarismo, pero hace falta algo: responder a la pregunta ¿qué es lo que queremos para nuestras vidas? ¿Cómo queremos vivirla? ¿Existe una forma virtuosa de vivirla? Es aquí donde entran las demás doctrinas morales que nos indican cómo regir nuestro comportamiento. Los paleolibertarios –los libertarios con posiciones morales conservadoras—sostienen que existe una forma virtuosa de vivirla, una forma correcta; de lo cual, las elecciones de vida que no se ajusten, son por defecto incorrectas, reprochables.
Los paleolibertarios entonces no creen en la autoridad del Estado, pero esto no significa que no crean en autoridad alguna. Distintas instituciones emanan distintos grados de autoridad: la familia, la comunidad en donde se vive, la iglesia a la que se pertenece… La diferencia con la autoridad de estas instituciones es que se da de manera ‘espontánea’ y en muchos casos voluntaria.
Por ejemplo, la familia y la autoridad innata que existe en esta institución no fue algo que alguien planeó, es su naturaleza tenerla, si no, se llamaría de otra manera, como colectivo o comuna o cooperativa.
El paleolibertario, al igual que el conservador, cree en esta autoridad y la defiende. Cree que la autoridad es necesaria, ya sea en una familia, una empresa, una comunidad vecinal; y los valores que emanan de esta autoridad: el valor por el trabajo, la autodisciplina, el ahorro, el respeto por los demás, la cooperación. Para el paleolibertario para que una vida sea virtuosa debe contener estos valores y creer en ellos.
Y de la misma manera, lo que se aparte o ponga en peligro estas instituciones tradicionales es considerado como incorrecto, como algo ‘malo’. Por ejemplo la pedofilia, la adicción a las drogas y la prostitución son vistas como algo malo, incompatible con la vida virtuosa considerada por los paleos y conservadores.
Quiero ser enfático, esto no quiere decir que el paleolibertario busque prohibir por medio de la coerción este tipo de elecciones o hábitos de las otras personas, simplemente que no está de acuerdo con ellas y por lo tanto reclama su derecho a rechazarlas, criticarlas y, por lo menos en su ámbito personal más cercano, no permitirlas.
Por ejemplo, si tuviera una hija, rechazaría por completo que escogiera de profesión la prostitución; va en contra de todos los valores que defiendo. Ya es una cosa hablar hipotéticamente y otra decidir qué hacer si en verdad sucediera; sin embargo digo que, por lo menos, intentaría con todas mis fuerzas que mi hija cambiara de actividad.Es con esto último que debemos leer la reciente columna de opinión de Vanesa Vallejo. Yo, al igual que ella, reclamo mi derecho a rechazar las costumbres que no comparto, que me parecen reprochables y a no permitirlas en las instituciones donde tenga al menos un pequeño grado de autoridad.
El libertario conservador o paleolibertario aplica el principio de no agresión en su vida, pero esto no significa que todo lo demás se resuelva con este axioma; la actitud ante la vida y la búsqueda de su trascendencia se llena con otra doctrina moral que le indica qué es bueno y qué es malo. Lo que le parece como ‘bueno’ lo acoge, lo celebra y lo defiende; lo que le parece a su juicio como ‘malo’ lo rechaza, busca apartarse de ello.
Las críticas que se le han hecho a la columna de Vanesa Vallejo –por lo menos las que he leído—parecieran desconocer este corolario básico del principio de no agresión: la libertad para discriminar de nuestras vidas lo que no queremos, lo que nos parece una amenaza.
Si creemos en la propiedad privada y en la libre asociación entre los individuos, sería contrario a la libertad y a todo postulado libertario negarnos la libertad de discriminación sobre lo que no deseamos que entre en nuestras vidas, con la disculpa de que eso niega la libertad de quien eligió ese estilo de vida.
Finalmente, falta responder algo que creo que quedó en el tintero: ¿cómo alguien con unas cervezas en la cabeza se pone a leer en la madrugada sobre libertarismo? De pronto es el valor de la autodisciplina hablando.
El original se encuentra aquí.
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