Ésta crítica cotidiana, asume la idea de que la anarquía es un estado de caos carente de ley, donde asesinos, ladrones y violadores (entre otros criminales violentos) deambularían por todas partes sin sufrir consecuencia alguna por sus acciones violentas e inmorales. En la ausencia de un gobierno, se supone, las reglas morales dejarían de ser acatadas por completo mientras que la sociedad sucumbe en una “guerra de todos contra todos”. Este horrendo escenario es enseñado a cada joven estudiante mediante la “educación” administrada por el gobierno, pero esto no cambia el hecho de que ésta idea es decidídamente falsa. Existe una gran cantidad de graves problemas con dicha situación hipotética. Como el resto de este artículo demostrará, este miedo es inculcado en los menores no porque sea cierto, sino porque sirve a los interéses del estado y sus benefactores.
Para empezar, asume por un momento (a pesar de lo que veremos más adelante) que dicho escenario realmente ocurriría si el estado desaparece. Ciertamente suena como un escenario horrible. Yo definitivamente no querría que mi vecindario se desbarate entre tiroteos y agresión desenfrenada. Pero hay un punto que señalar aquí. ¡El estado no previene esto! Este tipo de situaciones son bastante comúnes en las ciudades gobernadas por el estado. ¿Pero por qué existiría esto a pesar de la variedad de leyes y del control policial sobre estas leyes? La razón es simple: pohibición estatal.
Como puede verse al examinar los resultados de la prohibición del alcohol durante la ley seca, podemos ver que la prohibición lleva a ciertos comercios al mercado negro. Muchos de estos mercados negros son violentos, debido en parte a la batalla contra la aplicación de la ley, pero también porque ya no hay incentivos para competir pacíficamente en el mercado. Siendo que actualmente se está cometiendo un acto criminal que puede llevarlo a uno a prisión o algo peor, los actos violentos contra competidores son simplemente un crimen más. Los carteles de la droga existen debido al estado, como así también cada otra gran organización criminal, incluyendo al juego ilegal.
Más aún, la mayor violencia no es cometida por individuos, sino por organizaciones estatales. Un individuo con inclinaciones violentas puede usar una bomba o una pistola para cometer sus crímenes. Un político con inclinaciones violentas tiene tanques, aviones y ejercitos a su entera disposición. Esto da paso a guerras, opresión tiránica, y a grandes genocidios a la vista de todos. Mientras se supone que el gobierno es necesario para proteger a las personas de la violencia de la anarquía, fueron los gobiernos —y no los anarquístas— quiénes cometieron las mayores atrocidades de la historia.
No fueron anarquístas quiénes perpetraron el Holocausto. Ellos no impusieron el apartheid sudafricano. No fueron anarquístas quiénes dejaron morir de hambre a millones de personas en la Unión Soviética de Stalin. Ellos no cometieron el genocidio de armenios en Turquía. No fueron anarquístas los que mataron a millones de chinos durante el “Gran Salto Adelante”. Ellos no intentaron matar a cualquiera que tenga algo de educación en Camboya. No fueron los anarquístas quiénes encerraron a japoneses estadounidenses en campos de internación. El gobierno de los Estados Unidos, y no anarquístas, lanzó bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki aniquilando a ciento de miles de ciivíles. No fueron anarquístas quiénes legalizaron la esclavitud y la segregación racial. Gobiernos, y no los anarquístas, dieron comienzo a la primera guerra mundial. Los anarquístas no practican sacrificios de niños en Sudamérica. No fueron anarquístas quiénes realizaron experimentos con sífilis en afroamericanos contra su voluntad, tampoco fueron ellos quiénes intencionalmente infectaron a los nativos norteamericanos con viruela. Los anarquístas no estuvieron detrás de las Cruzadas. Tampoco son los anarquístas responsables por la Guerra de los Cien Años. Ellos tampoco impulsaron el imperialismo y colonialismo de las potencias europeas.
Si la historia de la humanidad demuestra algo, es que el estado —cualquier estado, ya sea democrático, dictatorial, o monárquico— representa una amenaza calamitosa hacia la libertad, salud, y bienestar de sus súbditos. Lo que no demuestra de modo alguno, es el supuesto caos y desastre que la anarquía implicaría (según los sistemas de educación estatales, por supuesto). En las palabras del economista Robert Higgs:
“El caos de la anarquía es completamente conjetural; el caos del estado es innegable y objetivamente horrendo.”
Adicionalmente, no hay razón alguna para creer que la hipotética “guerra de todos contra todos” sea una realidad. Para que tal escenario sea válido, uno tiene que aceptar la premisa de que todas las pautas morales dejan de ser seguidas una vez que la amenaza de castigo desaparece. No sólo que esto es improbable, sino que se contradice con las experiencias diarias y la postura misma de las personas que se preocupan por esto.
Cuando las personas van al supermecado, no es que pagan porque sino las van a arrestar. ¡Las personas pagan porque éstas están convencidas de que robar está mal! Es ésta la misma razón por la cuál no asaltan a sus vecinos; no es porque los meterían presos por hacerlo, sino porque lo consideran inmoral. En el caso de una sociedad poseída por motivaciones violentas y agresivas, contenidas únicamente por la amenaza de castigo, un pequeño grupo encargado de hacer cumplir la ley sería totalmente incapaz de mantener el orden. Serían simplemente arrollados. La sociedad no se mantiene civilizada y pacífica por la amenaza de una respuesta estatal violenta, sino por sentimientos morales generalmente aceptados.
Por supuesto, podrían notar esto si prestaran atención a sus propias reacciones. Las personas no están para nada preocupadas por lo que ellos harían si la anarquía de repente reemplazara al gobierno. Es lo que sus vecinos (especialmente aquellos que no son sus amigos) pueden hacer lo que les preocupa. ¿Pero si la mayoría de las personas saben que ellos no van a perder su moralidad si el gobierno desaparece, por qué creen que el resto sí lo hará? Tal conclusión es completamente inconsistente con el sentir general de las personas que estarían en esa situación.
Debemos admitir que, tal como sucede ahora, habrá algunos individuos que cometerán actos agresivos contra otros. Eliminar al gobierno, por supuesto que no eliminará a los asesinos, ladrones y violadores de la sociedad. Aún tendríamos que lidiar con estos individuos. Sin embargo, no se requiere de un gobierno que sea un proveedor monopólico de sistemas de justicia criminal. De hecho, se puede argumentar que un mercado libre puede proveer estos servicios de forma más barata, más efectiva, y más justa.
Agencias de policía compitiendo entre sí estarían forzadas a seguir las mismas pautas morales que el resto de la sociedad, además de ser financiadas mediante pagos voluntarios. Como resultado de trabajar dentro del marco del mercado, la competencia les permitiría a los consumidores abandonar las agencias inefectivas o corruptas, y tales agencias perderían financiamiento. Los consumidores serían capaces de elegir entre una variedad de nivéles de protección y acción policial. Las guerras serían virtualmente imposibles sin el poder de cobrar impuestos del estado; métodos de pago voluntarios les permitiría a los consumidores suspender pagos ante cualquier indicio de agresión por parte de sus agencias de seguridad. Un sistema como éste funcionaría de forma más justa, más transparente y con mayor efectividad que el monopolio geográfico de ley y orden que representa el estado.
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