A partir de Mises y Hayek, los anarquistas de la nueva era pudieron encontrar una teoría económica lo suficientemente poderosa, y con un adecuado trasfondo filosófico e ideológico, para sentar las bases de lo que ahora se conoce como anarcocapitalismo – llamado también anarquismo libertario, anarquismo de propiedad privada o anarquismo de mercado.
No cabe duda que una de las corrientes de pensamiento más estigmatizadas es el anarquismo. En ese sentido, que una persona se declare anarquista en los albores del siglo XXI – o lo que es lo mismo, a finales de la primera década del 2000 – es poco más que un atrevimiento anacrónico. Ya ni siquiera se toma como una utopía de la juventud, sino que simplemente ha quedado en el baúl del olvido para los nostálgicos de los años sesenta. La mayoría de la gente desconoce los más recientes avances en el pensamiento anarquista. Incluso esas mismas personas siguen considerando a la anarquía como la condena de la humanidad: sin un gobierno que nos rija y sin leyes, ¿cómo podremos combatir la delincuencia y los males que por definición aquejan a la humanidad?
Como sucede con el liberalismo, el pensamiento anarquista también es víctima de constantes malinterpretaciones. Basta revisar unos pocos textos anarquistas para ver que no hay propuestas en torno a la desaparición de las leyes, de manera tal que pensar en la extinción de los tribunales sería un sinsentido propio de una ignorancia autoimpuesta. En realidad, el anarquismo propuso desde sus inicios la desaparición de las formas de coacción. O dicho de otro modo, lo que se pretendía era establecer un orden natural que rompiera con la inercia del Estado como ente inequívoco de toda opresión, entendiendo así que, liberado el hombre, todos los individuos estarían en completa libertad de elegir la manera en la cual organizarse: ya fuera en congregaciones primitivas, o bien en sociedades complejas.
Por otro lado, que al anarquismo se le relacione con el comunismo no es raro porque muchos anarquistas clásicos (posteriores a Proudhon, cabe destacar) coquetearon con las ideas marxistas en torno a la teoría del valor-trabajo. Al anarquismo de antaño poco le importó la búsqueda de una teoría económica que pudiera ser compatible con el sistema que se proponía, y muchos encontraron en Marx el sustento teórico, que, dicho sea de paso, esta gente apenas forjó una de las múltiples ramas del anarquismo: el anarcocomunismo. Por su parte, los pocos anarquistas individualistas se separaron del dogma de los socialistas.
Tuvo que llegar la escuela austriaca de economía para esclarecer el funcionamiento de la sociedad en su plano material. A partir de los postulados de Mises y Hayek, los anarquistas de la nueva era pudieron encontrar una teoría económica lo suficientemente poderosa, y con un adecuado trasfondo filosófico e ideológico, para sentar las bases de lo que ahora se conoce como anarcocapitalismo – llamado también anarquismo libertario, anarquismo de propiedad privada o anarquismo de mercado.
Las necesidades actuales del anarquismo pasan por las mismas que tienen los pensadores liberales. El anarquismo clásico nunca renegó de la propiedad privada – a lo mucho fue malentendida la sentencia proudhoniana, ¡la propiedad privada es un robo!, a la par que muchos se vieron seducidos por las incomprensiones de Marx hacia la naturaleza del valor -, en cambio, el anarquismo comunista doctrinario se aferró instintivamente a las concepciones erróneas del marxismo y de la tradición socialista que veía con malos ojos a todo movimiento que pretendiese escindirse del orden comunista. Que al anarquismo se le considere como intolerante sólo puede explicarse por factores meramente circunstanciales, a saber, el dogmatismo de la sociedad perfecta y solidaria que suponía el comunismo, la intolerancia comunista hacia los que usando su libertad de asociación pretendieran fundar comunidades con libertad de mercado, el poco conocimiento que se tiene sobre la rama individualista del anarquismo.
Lo que plantea el anarquismo de mercado que aquí nos ocupa, es simplemente la idea de la libertad total del hombre con respecto a las cadenas del Estado y de todos sus derivados. Es decir, el anarquista de mercado condenará todo comunismo, pero no impedirá ni en el plano intelectual que las personas formen grupos socialistas. La libertad de mercado es fundamental en la medida en que ésta es espontánea entre las relaciones sociales y, además, ha quedado demostrado por medio de la teoría austriaca que los mecanismos propios de la economía alcanzan su potencial – que no equilibrio – en el estado de plena libertad. Instituciones como los bancos centrales, insignias del monetarismo o neoliberalismo, son tan opresivas como un Estado todopoderoso. Respecto al tema de la banca libre, Friedrich Hayek escribió ampliamente durante toda su vida. Mises demostró que la principal causa de los ciclos económicos se encuentra en la manipulación del crédito, que normalmente se da por medio de la banca central.
Finalmente, el anarquismo de mercado no es una mera utopía, sino que pasa por la lupa de la teoría económica, del análisis filosófico, antropológico y sociológico. Lo que pretende esta corriente no es levantarse violentamente – eso, por cierto, sería la contradicción absoluta a todo anarquismo -, sino que plantea, por medio del pragmatismo, crear una conciencia de libertad. Los anarquistas de mercado no buscan derrumbar al Estado en un día (aunque ciertamente sería el sueño dorado), sino que se apoyan de otras corrientes como el minarquismo para hacer notar que entre menos Estado exista más libre es la gente. Realizar protestas contra la globalización, destruyendo comercios “imperialistas” es, en todo caso, la antítesis del verdadero espíritu anarquista.
En todo caso, el anarquismo no es anacrónico, simplemente, como la teoría austriaca, no tiene el suficiente reconocimiento como para que el individuo promedio de esta era entienda a este pensamiento como algo más que una curiosidad. El mal de la época es incluso propio de los liberales tímidos y de los intelectuales del pensamiento políticamente correcto. La democracia se ha convertido en un fin, más que en un medio, haciendo parecer que la conquista de la democracia es suficiente para mitigar el malestar de la sociedad. Temas como los impuestos – desagradables para todo mundo – se han vuelto tabú. Criticar siquiera el esquema impositivo supone un atrevimiento, cuando, más bien, debería ser el punto de partida de toda cordura.
Es cierto que ahora es peligroso declarse anarquista de mercado, incluso para los que aún creen en las doctrinas marxistas, estas nuevas corrientes son pseudoanarquistas. La intolerenacia, claro, no es parte del ideario del anarcocapitalismo. A la fecha sigue habiendo muchas divergencias entre anarquistas de mercado. Hay aquellos que simplemente no confían en los actores políticos y otros que consideran que es posible apoyarse de gente libertaria para, por lo menos, no continuar con la tendencia colectivista light propia de la socialdemocracia moderna.
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