domingo, 30 de abril de 2017

La Marcha por la Ciencia ataca el pensamiento libre, por Mises Hispano.

34116220422_0291c522db.jpgLa “ciencia”, el método por el que entendemos el mundo y aplicamos conocimiento para mejorar la existencia humana, es la última víctima de la agenda progresista. El 22 de abril de 2017, varios millones de personas se unieron en manifestaciones de la Marcha por la Ciencia en todo Estados Unidos para “defender la ciencia”. Pero indudablemente la ciencia no necesita tretas publicitarias en el mundo industrializado, en el que los beneficios de los avances científicos (automóviles, electricidad, teléfonos móviles e Internet) son tan ampliamente aceptados. ¿Qué están promoviendo entonces exactamente estos manifestantes?

El primer objetivo de la Marcha por la Ciencia es suplantar la teoría de la correspondencia de la verdad con la teoría del consenso de la verdad (la creencia de que la realidad está determinada por la opinión social). Como se describe en sus principios esenciales: “La toma de decisiones políticas que afecta a las vidas de los estadounidenses y el mundo su conjunto debería hacer uso de evidencias revisadas por pares y consenso científico”. Sin embargo el pensamiento basado en el consenso es la antítesis de la ciencia: es una aproximación de pensamiento de grupo para controlar el debate público, ya que en la práctica se censura a las personas con evidencias contradictorias. En perjuicio de la salud pública, la ciencia del consenso influye en las recomendaciones dietéticas.

Por ejemplo, contrariamente a la opinión médica ampliamente aceptada, el colesterol en la dieta tiene poco impacto en el desarrollo de la ateroesclerosis y las enfermedades cardiacas. Pero la Academy of Nutrition and Dietetics (antes American Dietetic Association), aprobada por el gobierno, mantiene un monopolio legal sobre el suministro de consejos nutritivos, prohibiendo que otras personas obtengan licencia para proporcionar servicios alternativas de consulta dietética.

Independientemente de cómo se aborde esta cuestión, persiste el hecho de que la calidad de una teoría científica está determinada, no por el consenso ni el número de personas que creen en ella, sino por su correspondencia con la realidad.

La ciencia solo como otro tipo de justicia social

Si el propósito de la ciencia es descubrir hechos acerca del mundo, no tenemos que preocuparnos por la supuesta minoría del científico individual miembro de un grupo. Pero si el propósito de la nueva ciencia es seguir una agenda política igualitaria, entonces la representación del grupo importa más que los verdaderos logros científicos. De hecho, asuntos que solían permanecer en el fondo de la sociología ahora se enmarcan dentro del ámbito de la “ciencia”. La declaración de los marchadores continúa:

Representamos y nos solidarizamos con científicos y defensores de la ciencia históricamente infrarrepresentados. (…) Nos comprometemos a educarnos a nosotros mismos y a otros acerca de los temas de inclusión, diversidad, igualdad y accesibilidad en la ciencia. (…) Prometemos dar voz al trabajo de los científicos infrarrepresentados. (…) [Encarnamos] un amplio rango de razas, orientaciones sexuales, identidades de género, capacidades, religiones, edades, y estatus socioeconómicos y de inmigración.

Un vistazo a su Twitter, repleto de una fusión irónica de arco iris amistosos e irritados puños de orgullo negro, reafirma su concepción de la ciencia como una herramienta para avanzar en la ideología de la justicia social: “colonización, racismo, inmigración, derechos de los nativos, sexismo, discriminación con los incapacitados, fobias de género de diverso tipo y justicia económica son asuntos científicos”.

Aun así, los datos no apoyan su petulante insinuación de que la ciencia es un ámbito exclusivo para hombres blancos heterosexuales. En 2013, el 73% de los graduados en el campo de la salud (sin duda trabajos “científicos”) fueron mujeres; este nivel aumenta al 91% entre aquellos que tienen un doctorado en enfermería. Los asiático-americanos ocupan el 50% de los trabajos tecnológicos, a pesar de comprender menos del 6% de la población estadounidense.

Además, la investigación científica real es de por sí imparcial, ya que cada descubrimiento se evalúa por su mérito o reproducibilidad y no por la supuesta identidad de grupo de su autor. La afirmación de infrarrepresentación de los marchadores es incongruente con su glorificación el proceso de revisión por pares, un sistema que debería permitir una evaluación imparcial de los estudios de investigación a través del anonimato de los autores. Pero la política identidad es impasible ante los hechos. Existe para alimentar la industria del victimismo, que sirve los intereses de las víctimas (concediéndoles derechos) y a sus defensores (concediéndoles una clase dependiente sobre la que ejercer un poder perpetuo).

Confundiendo bienestar corporativo con ciencia

El tercer paso en la misión de la Marcha por la Ciencia es cabildear en busca de financiación federal que asegure en último término una influencia progresista sobre las políticas públicas. De acuerdo con los principios de los marchadores: “Defendemos la financiación federal en apoyo de la investigación, la contratación científica y la aplicación por agencias de la ciencia a la gestión”. Su concepción de la investigación científica está por tanto dirigida, no a una búsqueda de la verdad, sino de planes de financiación del Congreso que subvencionen conclusiones predeterminadas, influidas políticamente. Por ejemplo el presupuesto de investigación federal anual para el VIH es de 2.700 millones de dólares, aunque el VIH, que afecta a 1,2 millones de estadounidenses, tiene una causa conocida y una prevención sencilla. Entretanto, el menos glamuroso síndrome de disfunción inmune de fatiga crónica, comparable en sintomatología y distribución, no va a recibir más de 7,6 millones de dólares, menos de 1/300 del presupuesto anual del VIH. Miles de millones de dólares de los contribuyentes se canalizan a proyectos que apoyan otras facetas de un programa global, incluyendo campañas en todo mundo promoviendo el control de la natalidad y el aborto, justificados por el empoderamiento de las mujeres.

No se toleran disidentes

La apática ciudadanía ha sido engañada para aceptar sin críticas del dogma científico moderno. El grado de desdén que muestran los organizadores de la Marcha por la Ciencia sobre el intelecto público se revela en sus recomendaciones para las pancartas de la manifestación:

¿Qué pancarta debo llevar? (…) ¿Tal vez quieras decir orgullosamente al mundo que las vacunas que han mantenido sano? ¿O dar las gracias a la EPA por mantener la portabilidad en nuestra agua? ¡Este podría ser el momento apropiado para declarar tu apoyo a un NIH bien financiado!

Con respecto a ciertas vacunas, la ciencia del consenso nos dice que no hay que permitir ningún debate en absoluto. Por ejemplo, en nombre de la ciencia y la salud, la marcha de la ciencia promueve la vacuna triple vírica, que, según el delator Dr. William Thompson, el CDC se sabe que aumenta el riesgo de autismo en niños afroamericanos en un 340%.

La gente razonable podría y debería debatir el asunto. Pero si los riesgos de las vacunas son tan nimios como afirman los marchadores, nos queda la duda de por qué el sector necesita el programa nacional de compensación del daño de las vacunas, un fondo subvencionado fiscalmente para proporcionar un seguro de responsabilidad para las empresas farmacéuticas cuyos productos dañen o maten, una disposición que no se extiende a ningún otro sector en el país.

En el nombre de la ciencia y la seguridad, la Marcha por la Ciencia nos sugiere que “agradezcamos” la EPA, una agencia que tardó casi dos años en investigar la crisis del envenenamiento por plomo en Flint, Michigan, en 2016. Miles de niños hoy sufren una discapacidad neurológica permanente debido a la incapacidad de la EPA y la DEQ de investigar y aplicar adecuadamente las regulaciones sobre agua potable. Los empleados de la EPA han recibido en la práctica inmunidad para sus delitos, ya que un juez de un Tribunal de Distrito rechazó la demanda colectiva de 772 millones de dólares contra la EPA. Este sentenció: “Permitir (…) demandas de indemnización iría en contra de la SWDA (Safe Water Drinking Act)” y continuar con la demanda sería “incompatible con el esquema cuidadosamente establecido por el Congreso” para “confiar la regulación de los sistemas públicos de agua potable a una agencia regulatoria experta en lugar de a los tribunales”. Los marchadores se manifiestan por la justicia económica, alabando simultáneamente alguna agencia que olvida habitualmente los abusos medioambientales en áreas de baja rentas y minorías.

El nombre de la ciencia y la investigación, la Marcha por la Ciencia defiende una mayor financiación para la NIH, la misma agencia que empleaba a 34 científicos implicados en “relaciones” ilegales no contabilizadas con las grandes farmacéuticas. En 2015, un laboratorio de la NIH fue finalmente cerrado después de incumplir repetidamente los procedimientos estándar de funcionamiento, generando una contaminación por hongos en productos farmacéuticos administrados a pacientes humanos. En la década de 1990, se sabe que la NIH sometió a niños huérfanos a experimentos médicos inmorales que incluían una mezcla de siete medicinas contra el SIDA que se sabía que eran tóxicas para los adultos. De nuevo, los marchadores no tienen en cuenta la falta de atención y la incompetencia de la NIH y reclama más financiación para esta institución inmoral.

La organización de la Marcha por la Ciencia no es más que un mago de Oz moderno. Cuando el estatus de poder del decrépito viejo charlatán se ve amenazado, este exclama: “¡No prestéis atención al hombre detrás de la cortina! ¡El gran y poderoso Oz ha hablado!” Su sofisticado espectáculo de humo y espejos, similar a la neolengua manipuladora de la ideología de la justicia social, estaba pensado para silenciar a los pensadores independientes que se atrevían a cuestionar su autoridad. Advirtamos que este desgraciado plan acabó viniéndose abajo por los hechos, cuando el pequeño perro Toto se limita a quitar la cortina para revelar la verdadera identidad del mago. En mago de Oz resulta ser un desubicado hombre de circo llamado Oscar Zoroaster. Igualmente, la Marcha de la Ciencia es solo un pseudónimo para una rama particularmente avispada del programa progresista y debería denunciarse como tal.


El artículo original se encuentra aquí.

de Instituto Mises http://ift.tt/2pwjS00
http://ift.tt/2qjn1TW




de nuestro WordPress http://ift.tt/2pmbIZD
http://ift.tt/2qjn1TW
Blogs replicados, Euribe, Instituto Mises, mises

Anarquismo en el siglo XXI, por Mises Hispano.

 A partir de Mises y Hayek, los anarquistas de la nueva era pudieron encontrar una teoría económica lo suficientemente poderosa, y con un adecuado trasfondo filosófico e ideológico, para sentar las bases de lo que ahora se conoce como anarcocapitalismo – llamado también anarquismo libertario, anarquismo de propiedad privada o anarquismo de mercado.

No cabe duda que una de las corrientes de pensamiento más estigmatizadas es el anarquismo. En ese sentido, que una persona se declare anarquista en los albores del siglo XXI – o lo que es lo mismo, a finales de la primera década del 2000 – es poco más que un atrevimiento anacrónico. Ya ni siquiera se toma como una utopía de la juventud, sino que simplemente ha quedado en el baúl del olvido para los nostálgicos de los años sesenta. La mayoría de la gente desconoce los más recientes avances en el pensamiento anarquista. Incluso esas mismas personas siguen considerando a la anarquía como la condena de la humanidad: sin un gobierno que nos rija y sin leyes, ¿cómo podremos combatir la delincuencia y los males que por definición aquejan a la humanidad?

Como sucede con el liberalismo, el pensamiento anarquista también es víctima de constantes malinterpretaciones. Basta revisar unos pocos textos anarquistas para ver que no hay propuestas en torno a la desaparición de las leyes, de manera tal que pensar en la extinción de los tribunales sería un sinsentido propio de una ignorancia autoimpuesta. En realidad, el anarquismo propuso desde sus inicios la desaparición de las formas de coacción. O dicho de otro modo, lo que se pretendía era establecer un orden natural que rompiera con la inercia del Estado como ente inequívoco de toda opresión, entendiendo así que, liberado el hombre, todos los individuos estarían en completa libertad de elegir la manera en la cual organizarse: ya fuera en congregaciones primitivas, o bien en sociedades complejas.

Por otro lado, que al anarquismo se le relacione con el comunismo no es raro porque muchos anarquistas clásicos (posteriores a Proudhon, cabe destacar) coquetearon con las ideas marxistas en torno a la teoría del valor-trabajo. Al anarquismo de antaño poco le importó la búsqueda de una teoría económica que pudiera ser compatible con el sistema que se proponía, y muchos encontraron en Marx el sustento teórico, que, dicho sea de paso, esta gente apenas forjó una de las múltiples ramas del anarquismo: el anarcocomunismo. Por su parte, los pocos anarquistas individualistas se separaron del dogma de los socialistas.

Tuvo que llegar la escuela austriaca de economía para esclarecer el funcionamiento de la sociedad en su plano material. A partir de los postulados de Mises y Hayek, los anarquistas de la nueva era pudieron encontrar una teoría económica lo suficientemente poderosa, y con un adecuado trasfondo filosófico e ideológico, para sentar las bases de lo que ahora se conoce como anarcocapitalismo – llamado también anarquismo libertario, anarquismo de propiedad privada o anarquismo de mercado.

Las necesidades actuales del anarquismo pasan por las mismas que tienen los pensadores liberales. El anarquismo clásico nunca renegó de la propiedad privada – a lo mucho fue malentendida la sentencia proudhoniana, ¡la propiedad privada es un robo!, a la par que muchos se vieron seducidos por las incomprensiones de Marx hacia la naturaleza del valor -, en cambio, el anarquismo comunista doctrinario se aferró instintivamente a las concepciones erróneas del marxismo y de la tradición socialista que veía con malos ojos a todo movimiento que pretendiese escindirse del orden comunista. Que al anarquismo se le considere como intolerante sólo puede explicarse por factores meramente circunstanciales, a saber, el dogmatismo de la sociedad perfecta y solidaria que suponía el comunismo, la intolerancia comunista hacia los que usando su libertad de asociación pretendieran fundar comunidades con libertad de mercado, el poco conocimiento que se tiene sobre la rama individualista del anarquismo.

Lo que plantea el anarquismo de mercado que aquí nos ocupa, es simplemente la idea de la libertad total del hombre con respecto a las cadenas del Estado y de todos sus derivados. Es decir, el anarquista de mercado condenará todo comunismo, pero no impedirá ni en el plano intelectual que las personas formen grupos socialistas. La libertad de mercado es fundamental en la medida en que ésta es espontánea entre las relaciones sociales y, además, ha quedado demostrado por medio de la teoría austriaca que los mecanismos propios de la economía alcanzan su potencial – que no equilibrio – en el estado de plena libertad. Instituciones como los bancos centrales, insignias del monetarismo o neoliberalismo, son tan opresivas como un Estado todopoderoso. Respecto al tema de la banca libre, Friedrich Hayek escribió ampliamente durante toda su vida. Mises demostró que la principal causa de los ciclos económicos se encuentra en la manipulación del crédito, que normalmente se da por medio de la banca central.

Finalmente, el anarquismo de mercado no es una mera utopía, sino que pasa por la lupa de la teoría económica, del análisis filosófico, antropológico y sociológico. Lo que pretende esta corriente no es levantarse violentamente – eso, por cierto, sería la contradicción absoluta a todo anarquismo -, sino que plantea, por medio del pragmatismo, crear una conciencia de libertad. Los anarquistas de mercado no buscan derrumbar al Estado en un día (aunque ciertamente sería el sueño dorado), sino que se apoyan de otras corrientes como el minarquismo para hacer notar que entre menos Estado exista más libre es la gente. Realizar protestas contra la globalización, destruyendo comercios “imperialistas” es, en todo caso, la antítesis del verdadero espíritu anarquista.

En todo caso, el anarquismo no es anacrónico, simplemente, como la teoría austriaca, no tiene el suficiente reconocimiento como para que el individuo promedio de esta era entienda a este pensamiento como algo más que una curiosidad. El mal de la época es incluso propio de los liberales tímidos y de los intelectuales del pensamiento políticamente correcto. La democracia se ha convertido en un fin, más que en un medio, haciendo parecer que la conquista de la democracia es suficiente para mitigar el malestar de la sociedad. Temas como los impuestos – desagradables para todo mundo – se han vuelto tabú. Criticar siquiera el esquema impositivo supone un atrevimiento, cuando, más bien, debería ser el punto de partida de toda cordura.

Es cierto que ahora es peligroso declarse anarquista de mercado, incluso para los que aún creen en las doctrinas marxistas, estas nuevas corrientes son pseudoanarquistas. La intolerenacia, claro, no es parte del ideario del anarcocapitalismo. A la fecha sigue habiendo muchas divergencias entre anarquistas de mercado. Hay aquellos que simplemente no confían en los actores políticos y otros que consideran que es posible apoyarse de gente libertaria para, por lo menos, no continuar con la tendencia colectivista light propia de la socialdemocracia moderna.

de Instituto Mises http://ift.tt/2pw5ncH
http://ift.tt/2qjsLNy




de nuestro WordPress http://ift.tt/2qnF8oG
http://ift.tt/2qjsLNy
Blogs replicados, Alejandro Bermeo, Instituto Mises, mises

Tres caminos para una guerra en Corea

from Fernando Díaz Villanueva https://www.youtube.com/watch?v=CklS2mzr6TM




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oZ7zs1
http://ift.tt/2oZn0Rd
videos, fdv, Fernando Díaz Villanueva, fernando diez villanueva, IFTTT

José María Contreras Espuny: “El coreano, aunque no tenga prisa, va rápido”




de nuestro WordPress http://ift.tt/2pMP9yN
http://ift.tt/2pMNY2p
videos, IFTTT, la contra, La Contra TV

Krugman Tubman por Carlos Rodríguez Brown.

Harriet Tubman era una mujer cristiana, que portaba armas y era republicana.

from Libertad Digital: Carlos Rodríguez Braun http://ift.tt/2qmkd5x
via Carlos Rodríguez Brown en Libertad digital.




de nuestro WordPress http://ift.tt/2qiK3tR
http://ift.tt/2qj2DCl
Blogs replicados, carlos rodriguez brown, libertad digital, Libertad Digital: Carlos Rodríguez Braun, libre mercado

sábado, 29 de abril de 2017

La ContraRéplica (20)

from Fernando Díaz Villanueva https://www.youtube.com/watch?v=hOEC8w2qnv0




de nuestro WordPress http://ift.tt/2pK8yjM
http://ift.tt/2pJYkAe
videos, fdv, Fernando Díaz Villanueva, fernando diez villanueva, IFTTT

Blas de Lezo en un minuto

from Fernando Díaz Villanueva https://www.youtube.com/watch?v=Xn8Yq73UOLo




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oWM0Z6
http://ift.tt/2oWpgZo
videos, fdv, Fernando Díaz Villanueva, fernando diez villanueva, IFTTT

viernes, 28 de abril de 2017

La ContraPortada (8)

from Fernando Díaz Villanueva https://www.youtube.com/watch?v=mk8Vjc6CtQA




de nuestro WordPress http://ift.tt/2qgQ0Vz
http://ift.tt/2qh9ppi
videos, fdv, Fernando Díaz Villanueva, fernando diez villanueva, IFTTT

El punto ciego de Jeffrey Sachs, por Mises Hispano.

5761617785_94530cb81c_b.jpg[Building the New American Economy: Smart, Fair, and Sustainable · Jeffrey D. Sachs. Columbia University Press, 2017 · Xx + 130 páginas].

Jeffrey Sachs no es amigo de libre mercado y yo no soy conocido por hacer reseñas favorables. Así que no cabía esperar que me gustara su nuevo manifiesto, y de hecho no me gusta. Pero un capítulo excelente casi redime el libro y la queja principal a plantear contra Sachs es que no aplica las lecciones de este capítulo en otras partes de su análisis.

Durante casi todo el libro, Sachs reclama una mayor intervención y planificación estatal de la economía. Pero el capítulo 10, “De los cañones a la mantequilla”, cuenta una historia diferente. Aquí Sachs suena como Ron Paul o Murray Rothbard, condenando rotundamente el Imperio Estadounidense.

Estados Unidos tiene una larga historia de usar medios encubiertos y públicamente conocidos para derrocar gobiernos a los que considera poco amistosos hacia los intereses de Estados Unidos, siguiendo la clásica estrategia imperial de gobierno a través de regímenes amistosos impuestos localmente. (…) Estas guerras desestabilizaron y empobrecieron a los países implicados en lugar de establecer políticas a favor de EEUU. Estas guerras de cambio de régimen fueron, con pocas excepciones, una letanía de fracasos políticos exteriores. Fueron extraordinariamente costosas para los propios Estados Unidos (pp. 81, 84).

Si en algún momento EEUU pudo permitirse una política imperial, ya no puede hacerlo. Estados Unidos ya no controla tanta producción mundial como durante el punto álgido de la Guerra Fría, así que una política imperial afecta a sus recursos de una manera inaceptable:

Estados unidos está incurriendo en deuda pública masiva y recortando en inversiones públicas urgentes en el interior para mantener una política exterior disfuncional, militarizada y costosa. (…) EEUU no puede continuar vanamente el proyecto neoconservador de dominio unipolar, ya que los recientes fracasos y el declive de la preeminencia económica estadounidense aseguran un fracaso definitivo de la visión imperial (pp. 85-86).

Por desgracia, Sachs llega a conclusiones equivocadas a partir de esta devastadora condena de la política exterior estadounidense reciente. Se queja del dinero gastado en aventuras en el extranjero, deseando en su lugar que se hubiera gastado en las inversiones nacionales que apoya. Pero no parece que a Sachs se le ocurra pensar: si el estado sigue una política exterior ineficaz y sin principios, ¿por qué debería la gente confiar en que seguirá el rumbo correcto internamente? ¿No debería Sachs, incluso desde su punto de vista, abandonar esta ciega creencia en los beneficios de la “gobernanza”?

Esos pensamientos no cruzan la mente de Sachs. Por el contrario, reclama un crecimiento masivo del estado. Necesitamos, dice, más programas públicos de “infraestructuras”: el mercado libre no puede proporcionar las carreteras, puentes, aeropuertos y los nuevos tipos de energía que necesitamos.

La estructura esencial de la nación (…) tiene al menos medio siglo de antigüedad y mucha de ella se encuentra mal estado. (…) La falta crónica de inversiones en infraestructura se remonta a los últimos 30 años, esencialmente desde que se completó el sistema de carreteras interestatales (p. 28).

¿No tenemos aquí un argumento extraordinario? La decadente infraestructura que atrae la atención de Sachs fue el resultado de la planificación pública. Fue el gobierno federal bajo Eisenhower, no el mercado libre, el que ordenó construir el sistema de carreteras interestatales. (El hecho de que muchos proyectos fueron construidos por empresas privadas no altera este punto esencial, ya que no derivaron de la demanda el mercado). Si la infraestructura está actualmente en mal estado, esto refleja el fracaso del gobierno en amortizar sus inversiones de una manera eficiente. Las empresas privadas de éxito son muy conscientes de la necesidad de reemplazo del capital. Sin embargo, ante el fracaso masivo del gobierno, Sachs reclama más gasto público en infraestructuras. ¿No sería más inteligente dar un mayor, en lugar de un menor, énfasis en el libre mercado en este asunto esencial?

Sachs apela a un dudoso principio sobre otro tema. Es un buen economista, así que reconoce los beneficios del comercio internacional: “lo primero y más importante de la expansión del comercio de EEUU con países con salarios menores es que tiende a mejorar la eficiencia, a agrandar la tarta”. Hay sin embargo, un inconveniente: el comercio también tiende “a redistribuir la tarta económica de Estados Unidos hacia el capital y los trabajadores con formación superior y alejándola de los trabajadores, especialmente de aquellos con peor formación” (p. 55).

Sachs trata estas dos tendencias de la manera esperada: reclama que intervenga el gobierno.

Los beneficios para los ganadores son normalmente lo suficientemente grandes como para compensar a los perdedores. Gravando las ganancias del comercio que reciben los capitalistas y los trabajadores con formación superior, el gobierno federal podría transferir parte de la “tarta” expandida a los trabajadores estadounidenses con peor formación. (…) El resultado neto sería que todos los grupos (capitalistas, trabajadores con formación superior y trabajadores con peor formación) estarían mejor con más comercio, después de tener en cuenta los impuestos y transferencias (p.55).

Todo esto parece bueno y santo, hasta que planteamos una pregunta: ¿por qué debería garantizarse a la gente no sufrir ningún menoscabo en su actual posición económica? El libre mercado, como insistía una y otra vez Mises, es una manera en que los recursos se transfieren de forma que puedan atender de la mejor manera posible las demandas de los consumidores. Asegurar a todos contra pérdidas impone un bloqueo sustancial a la eficiencia económica y no tiene ninguna justificación en sí mismo. Después de todo, no obligamos a que las empresas nacionales que eliminan competidores les compensen por sus pérdidas, de forma que los perdedores no se vean perjudicados. Sospecho que Sachs no consideraría esto  una reductio de su posición, sino que en su lugar extendería el principio de compensación.

Más en general, Sachs piensa que la desigualdad de riqueza y renta es un gran problema. A pesar de que “en 2016, la oficina del censo anunció una esperanzadora ganancia del 5% en la renta familiar medida entre 2014 y 2015, la mayor ganancia histórica” (p. 37), esto no satisface a nuestro autor. Ha habido un enorme aumento de la desigualdad. Las rentas de los grupos más pobres se han estancado, pero “las familias en lo más alto o cerca de ello en la distribución de rentas han disfrutado de notables aumentos en sus niveles de vida” (p. 37). Países como Dinamarca imponen impuestos más duros a los ricos que nosotros y tienen más y mejores programas sociales para los pobres. ¿No podemos emularlos y hacer las cosas mejor?

Sachs no pregunta por qué deberíamos hacer esto, sino más bien da por sentado que la desigualdad es mala. ¿Por qué es malo que algunos ganen más que otros? No es evidente que sea así. La gente normalmente quiere más dinero y la pobreza indudablemente es algo malo, pero de esto no se deduce que sea malo que algunos tengan mucho más dinero que otros. En ausencia del argumento a favor de la igualdad, las sugerencias de Sachs no son más que intentos de sustituir con sus propias preferencias las preferencias de los consumidores expresadas en el mercado libre. Por supuesto, Sachs no estaría de acuerdo, pero aunque se esté de acuerdo con él, difícilmente podremos confiar en que el estado adopte políticas éticamente correctas. Para el escepticismo acerca del papel benigno del estado, tenemos un excelente argumento en el capítulo de Sachs sobre política exterior.


El artículo original se encuentra aquí.

de Instituto Mises http://ift.tt/2oPjlEz
http://ift.tt/2paGPax




de nuestro WordPress http://ift.tt/2polPvG
http://ift.tt/2paGPax
Blogs replicados, Euribe, Instituto Mises, mises

Revista austrolibertaria de prensa: 27-IV-2017, por Mises Hispano.

  • Jorge del Palacio Martín menciona a Hayek (y a Constant) en El Mundo.
  • Carlos A. Caldito cita a Ayn Rand en Extremadura Progresista y sus lectores arremeten contra él.
  • Damián Irizarry  califica a Hayek de “reaccionario” en El Nuevo Día.
  • Christopher Balogh aclara el término “neoliberalismo” en El Demócrata, con menciones a Hayek y Mises, entre otros.
  • Ivan Redondo cita a Ayn Rand en Expansión.
  • Ingreso mínimo y Hayek, por Leonora Chapman, en RCI.
  • Bernardo Rabassa menciona a la Escuela Austriaca y a Pedro Schwartz en Mallorca Diario.
  • Juan Ramón Rallo cita a Hayek en Capital Bolsa.
  • Una cita más de Rand en La Prensa Gráfica, por Edgar Orellana.
  • Jorge Pensado Robles también cita a Ayn Rand en La Región.
  • En Benalgo se informa de un homenaje a la “austriaca” Marjorie Grice-Hutchison para mañana día 28 en Málaga.
  • Jorge Vilches cita a Hayek en La Razón.
  • Hayek “neoliberal”, por Ollantay Itzamná, en Kaos en la Red.
  • Gestión publica un artículo anónimo que menciona a Ayn Rand.
  • Néstor Vittori elogia La Rebelión de Atlas en El Litoral.
  • Hayek y Leonard Read, en el artículo de Alberto Benegas Lynch (h) en Informe 21.
  • Libertaire Limeño cita a Ayn Rand en La Mula.
  • Emma Ramos Carvajal menciona a Lionel Robbins en Libre Mercado.

de Instituto Mises http://ift.tt/2oSdzCL
http://ift.tt/eA8V8J




de nuestro WordPress http://ift.tt/2poCpv6
http://ift.tt/2poCnUa
Blogs replicados, Euribe, Instituto Mises, mises

jueves, 27 de abril de 2017

Guipúzcoa, patria de los mejores marinos de España




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oD5mGM
http://ift.tt/2oDeHyi
videos, IFTTT, la contra, La Contra TV

La maquinaria de la libertad, por Mises Hispano.

El anarcocapitalismo utilitarista de David Friedman

Creo que aunque hay ciertas tareas importantes que por motivos especiales son difíciles de realizar bajo instituciones estrictamente de propiedad privada, estas dificultades son en teoría, y pueden serlo en la práctica, solubles. Yo sostengo que no hay ninguna función adecuada para el gobierno. En este sentido soy un anarquista. Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo. David Friedman, The Machinery of Freedom[1].

El economista David Friedman, profesor de derecho de la Universidad de Santa Clara e hijo del Nobel Milton Friedman, es uno de los máximos exponentes vivos del anarco-capitalismo, a la par que uno de sus teóricos más heterodoxos. No hay servicio, afirma, que el mercado no pueda proveer de manera más eficiente y justa que el Estado, desde la sanidad a los tribunales, pasando por la enseñanza, la gestión de las calles o la policía. Friedman se define como un conservador goldwateriano que simplemente lleva el principio de la libertad más lejos que el célebre político republicano. De hecho a veces gusta llamarse, en su peculiar jerga política, un “anarquista goldwateriano”[2]. Aborda el anarco-capitalismo desde una perspectiva fundamentalmente pragmática, lo que le distingue de otros autores como Murray Rothbard o Hans-Hermann Hoppe que ponen el acento en los derechos naturales del hombre.

Friedman rechaza el utilitarismo como patrón último para determinar lo que debe hacerse y lo que no, pero considera que los argumentos de esta clase son en general los más eficaces para defender la doctrina libertaria. La gente tiene ideas muy diversas acerca de lo que es justo, sin embargo la mayoría coincide en que la felicidad y la prosperidad son propósitos deseables. Arguye Friedman que si, por ejemplo, aboga por la derogación de las leyes antidrogas alegando que violan los derechos individuales de los adictos, sólo convencerá a otros liberales. Pero si explica que las leyes antidroga generan delincuencia debido al aumento de los precios y que la baja calidad de los estupefacientes, principal causa de mortalidad entre sus consumidores, es típica de los mercado ilegales, probablemente entonces pueda convencer incluso a personas que no crean que los adictos tengan derechos. El profesor Friedman apunta otra razón por la cual emplea a menudo argumentos utilitaristas, que es que su especialidad es la economía y no la filosofía moral. Por otro lado opina que la primera es una ciencia más desarrollada que la segunda: se sabe más sobre las consecuencias de determinadas instituciones que sobre lo que es la justicia.

El anarco-capitalismo, dice el teórico libertario, no requiere ningún “hombre nuevo” para materializarse. “Una utopía que sólo es factible en una sociedad de santos es una visión peligrosa, porque nunca hay suficientes santos”[3]. Su tesis es que la viabilidad del anarco-capitalismo no requiere más “santos” de los que hay ahora (antes al contrario, le basta con menos), y una vez instaurado sería un sistema estable que dudosamente evolucionaría hacia un régimen estatista. Friedman considera que bajo instituciones gubernamentales la ley es como un bien público (porque se aplica a todos aquellos ciudadanos que se encuentran en una misma jurisdicción, hayan o no votado la ley) y en consecuencia es una “mercancía” subproducida. En este contexto, la “mala” legislación (la que beneficia a determinados grupos en detrimento de los demás) tiene un componente menor de bien público y es por lo tanto más abundante que la “buena” legislación (la que beneficia a todos). Friedman ilustra este fenómeno explicando que en un escenario en el que uno puede obtener 1000 dólares o bien mediante la derogación de un ingente número de leyes que favorecen intereses especiales o bien mediante la aprobación de una sola ley que favorezca su interés especial particular, será más costosa para el afectado la primera opción, aunque beneficie a la sociedad entera[4]. De ahí el extraordinario afán por servirse del sistema democrático para conseguir privilegios y socavar el libre mercado, lo que acaba redundando en perjuicio de todos. En una sociedad sin Estado, por el contrario, la ley dejaría de tener carácter de bien público, pues cada individuo compraría y obtendría su propia legislación. No así la promoción del estatismo, porque las políticas públicas deben aplicarse indistintamente sobre los individuos de un territorio dado y para un particular resultaría más costoso reintroducir el gobierno (aunque vaya a beneficiar a todos) que recurrir al libre mercado para lograr lo que desea. En realidad Friedman piensa que es el Estado mínimo y no la sociedad anarco-capitalista la que merece el epíteto de utópico, puesto que la lógica de los intereses especiales siempre acabaría dilatando el reducido sector público inicial. De hecho la imposibilidad del Estado mínimo se habría observado en la evolución del propio sistema norteamericano, que presuntamente se hallaba constreñido por una constitución liberal y es hoy un engendro intervencionista de titánicas dimensiones.

Examinemos ahora con cierto detenimiento el interesante juicio del profesor Friedman sobre algunas cuestiones más concretas.

Policía, tribunales y leyes

Friedman considera que en una sociedad sin Estado los servicios de policía podrían ser proveídos por agencias privadas de protección, cuyas prestaciones irían desde la colocación de vallas defensivas y alarmas a patrullas de gendarmes y sustitutos electrónicos. La composición del servicio la determinarían los costes y la efectividad de las distintas alternativas. A diferencia del Estado, que tiene nulos incentivos para proteger a sus ciudadanos (más bien tiene incentivos para expoliarlos), las agencias de protección competirían en un mercado libre y se verían empujadas a suministrar el mejor servicio al menor precio posible. Las diferentes empresas extenderían contratos entre ellas especificando el tribunal privado que resolvería los conflictos mutuos.

Si un individuo de una agencia fuera acusado de cometer un delito contra un individuo de otra agencia, la opción de un enfrentamiento violento entre ambas agencias sería absolutamente antieconómica (por el coste de los daños, porque el riesgo de pugna subiría los precios y los consumidores se desplazarían a empresas menos conflictivas y baratas…). Teniendo en cuenta que las guerras son caras y que se trataría de empresas con ánimo de lucro, éstas evitarían las disputas recurriendo a tribunales estipulados de antemano. Los tribunales, que a su vez competirían para captar a las agencias, ofrecerían un surtido de leyes que se ajustaría a la demanda del mercado. Las agencias patrocinarían los tribunales más eficientes y con una oferta de leyes más atractiva para sus clientes. En la práctica es posible que muchas empresas de protección, con el propósito de ahorrar complejidad a sus usuarios, contratasen el mismo tribunal y muchas cortes adoptasen sistemas de leyes idénticos o casi iguales. Si resultara confuso tener numerosos sistemas legales distintos, los tribunales tendrían un fuerte incentivo para uniformar sus leyes, lo mismo que las compañías papeleras tienen incentivos para estandarizan el tamaño de las hojas[5].

De este tipo de instituciones, sin embargo, no se seguiría necesariamente una legislación liberal. La ley estaría sujeta a la demanda de los consumidores y en tanto que éstos reclamaran disposiciones antiliberales el mercado las proveería. Pero, a diferencia del contexto estatista, “la demanda del mercado es en dólares, no en votos”[6]. La protección contra las agresiones tendría lógicamente una gran demanda, pero habría poco mercado para la sanción de “delitos sin víctimas”, puesto que no dañan a nadie físicamente. Y si el coste de una medida prohibicionista es mayor para los afectados que su valor para los promotores (lo que sucederá casi siempre), los primeros estarán dispuestos a pagar más para prevenirla que los segundos para implementarla y en consecuencia la ley no sobrevivirá[7].

Según David Friedman un sistema anarco-capitalista con suficiente aceptación popular estaría razonablemente a salvo de amenazas interiores y sería mucho más pacífico que un escenario estatista. Las agencias se financiarían mediante pagos voluntarios y competirían en el mercado, por lo que en el instante en que alguna procediera, por ejemplo, de manera belicosa, el consumidor podría contratar otra empresa y aquélla se quedaría sin clientes y sin fondos para proseguir con su fechorías. Como señala Friedman, sería como si un mandatario declarara una guerra y al día siguiente la población de su país se hubiera reducido a tres generales, veintisiete corresponsales y él mismo[8].

¿Podría producirse una colusión entre las distintas agencias para someter a la ciudadanía? Ante todo, ese sería un peligro menos probable si la población estuviera armada. Dicho esto, cabe considerar que en la actualidad la policía y el ejército también podrían sublevarse y tomar el control de las instituciones, y sin embargo no lo hacen. Según Friedman habría que presumir que existen ciertas restricciones morales internas que se lo impiden y que podrían darse igualmente en una sociedad sin Estado. De hecho hay razones para pensar que bajo el anarco-capitalismo el ansia de poder sería menor, pues las agencias estarían administradas por empresarios eficientes dedicados a complacer al consumidor, no por políticos que se arrogan el derecho a dominar al pueblo. Asimismo es preciso tener en cuenta que quizás la colusión fuera factible si hubiera sólo tres agencias de protección en todo el territorio, pero no si hubiera diez mil, porque entonces los consumidores se desvincularían de las que actuaran como gobiernos y se adherirían a las que custodiaran sus derechos. Y atendiendo al tamaño económicamente óptimo que una empresa de protección podría tener, Friedman considera que la cifra de agencias estaría más cerca de diez mil que de tres[9].

El sistema de justicia actual proporciona un mejor servicio a los individuos con rentas altas. Aunque el mercado de protección no proveería igualdad, sí mejoraría la posición de los más pobres. Friedman estimó en los años 70, cuando el gasto del gobierno estadounidense en fuerzas de seguridad y tribunales era de unos 40 dólares per cápita anuales, que en una sociedad anarco-capitalista un servicio de la misma calidad quizás podría costar 20 dólares, precio asequible para virtualmente cualquier familia norteamericana, máxime si se suprimen los impuestos.

Aislacionismo militar

Friedman se plantea la cuestión de la política exterior prescindiendo de si la ejecutaría un gobierno limitado o instituciones privadas. Su tesis es que una país / sociedad no puede tener una política exterior genuinamente libertaria (en tanto que “política exterior” implica la existencia de otros Estados; en un mundo anarcocapitalista, sin fronteras territoriales, ese concepto carecería de sentido).

Se distinguen dos posicionamientos básicos: el intervencionista y el aislacionista.

Bajo una política intervencionista una nación mantiene numerosas alianzas y apoya regímenes varios considerados de interés para la seguridad nacional. No es válido decir que estas ingerencias en los asuntos internos de otros Estados son ilegítimas per se, ya que son los individuos y no los Estados los que en rigor no pueden ser interferidos o agredidos. Otorgar inmunidad a los segundos es quitársela a los primeros, puesto que es conceder al Estado la plena libertad (el derecho a no ser agredido) para violar la libertad de su pueblo. Pero la política intervencionista es sensible a otro argumento, que es que su aplicación casi inevitablemente conlleva el sostén de regímenes opresivos. Coligarse con el Shah de Irán, explica Friedman, no sólo implicó defender a su país de las agresiones externas, también implicó armar a su policía secreta. Y si se está apoyando, entrenando, equipando, subvencionando las fuerzas que el gobierno emplea para someter a su pueblo, se es parcialmente responsable de esta coerción.

Bajo una política aislacionista una nación apenas posee socios y sólo interviene cuando es agredida. En el contexto de la guerra fría, por ejemplo, eso suponía sustituir las alianzas por un buen número de misiles termonucleares. Si la Unión Soviética atacaba Estados Unidos, éste debía responder lanzando sus cohetes sobre suelo ruso, y entonces el resultado hubiera sido la aniquilación de millones de personas inocentes, simples víctimas del sistema comunista y tan responsables de las decisiones del gobierno Moscú como cualquier norteamericano. Lo que afirma Friedman es que una guerra de auto-defensa también conlleva una vasta pérdida de vidas civiles.

Así pues, no parece que ninguna de las dos grandes categorías se ajuste al principio de no-agresión liberal. Habría alguna otra alternativa según el profesor Friedman, aunque poco halagüeña. Por ejemplo el empleo de guerrillas en lugar de alianzas o misiles. Pero dice que históricamente las guerrillas, sin apoyo externo, han sido poco exitosas enfrentándose a ejércitos regulares. Además, es dudoso que en una guerra de guerrillas se respeten más los derechos individuales, a menos que éstas limiten severamente sus actuaciones (y sus posibilidades de vencer). Se apunta a menudo que aun sin ejército una sociedad anarco-capitalista, armada y hostil, sería difícil de conquistar por un Estado, ya que carecería de la estructura administrativa necesaria para controlar a la población. Pero, como apunta Friedman, habría un método simple para someterla: se advierte a una ciudad del territorio libre que si no paga un tributo será arrasada con proyectiles. Si la ciudad se niega a ceder, el agresor lanza las bombas, se registra en video la masacre y se envía la cinta a la próxima ciudad, que probablemente pagará.

Aparte de la mera rendición, por lo tanto, no parece haber una estricta postura libertaria que sea aceptable. El profesor Friedman arguye que en estas circunstancias lo más sensato y práctico es un posicionamiento fundamentalmente aislacionista. Distintos objetivos en conflicto en el seno de la Administración derivan a menudo en una política exterior mal diseñada. A modo de ejemplo Friedman menciona el caso de Estados Unidos, que entró en una guerra por intentar defender a China de Japón, durante los próximos treinta años estuvo defendiendo a Japón, Corea, Vietnam… de China, y luego descubrió que era precisamente China su verdadero aliado contra la Unión Soviética[10]. El aislacionismo generaría de este modo menos disputas e incentivaría a los otros países afines a ser militarmente autónomos.

Crítica al apriorismo de la no-agresión

Para David Friedman el principio libertario de la no-agresión se antoja simple y verdadero sólo porque se aplica de manera selectiva a casos poco complejos. En realidad la materia es mucho más problemática y las máximas tradicionales del tipo “no puede iniciarse nunca la coerción”, “el hombre tiene pleno derecho sobre su propiedad, con la condición de que no viole los respectivos derechos de los demás”, no sirven para fundamentar todo el cuerpo teórico liberal[11]. Friedman es consciente de que su defensa del libertarismo en términos utilitaristas puede ser criticada muy duramente desde posiciones iusnaturalistas, ya que parece implicar que uno debe rechazar la libertad si descubre que algún método coercitivo funciona mejor. Pero la cuestión es que los principios liberales apriorísticos, tomados literalmente, presentan algunas dificultades que según Friedman parecen insolubles y producen ciertas conclusiones que virtualmente ningún libertario estará dispuesto a aceptar. Así pues, a partir del concepto de los derechos naturales no sería posible (al menos en la actualidad) deducir íntegra y consistentemente el modelo de una sociedad libre.

Friedman razona su punto de vista planteando sugestivos interrogantes y situaciones. Se pregunta, por ejemplo, qué es lo que debe entenderse por “trasgresión de la propiedad”. Si alguien dispara un láser de mil megavatios contra su puerta sin duda estará violando sus derechos de propiedad, pero ¿qué sucede si reduce la intensidad del brillo, por ejemplo al nivel de una linterna? ¿Dónde fijar una frontera? Si alguien enciende una luz en su casa y un vecino la percibe desde la suya, con el ojo desnudo o a través de un telescopio, significará que algunos fotones se han introducido en la propiedad del segundo sin que éste lo haya consentido. ¿Trasgresión de derechos? Algo similar sucedería con la polución. Si uno tuviera derecho absoluto sobre su propiedad, podría alegar que sus vecinos deben contener la respiración, porque cualquier molécula de dióxido de carbono que exhalen y penetre en su propiedad sin su consentimiento será una violación de derechos. Una respuesta a estos problemas, apunta Friedman, es sostener que sólo son admisibles las trasgresiones significativas. ¿Pero qué es una trasgresión significativa? Y si para contestar debemos examinar las consecuencias de las acciones ya estaremos emitiendo un juicio utilitarista.

Igualmente, dice el profesor Friedman, surgen problemas cuando se contempla la probabilidad de determinados efectos en lugar de su “volumen”. Emplea aquí la siguiente analogía[12]: si uno juega a la ruleta rusa con un tercero se considerará una violación de derechos, pero ¿y si la recámara tuviera mil o un millón de cápsulas? Si también se considera una violación de derechos, ¿significa que nadie puede realizar ninguna acción si existe la posibilidad de que ésta dañe a otro individuo? ¿Es legítimo que vuelen los aviones si sabemos que éstos tiene una probabilidad de 1 entre X de estrellarse contra una población?

Según Friedman, desde el iusnaturalismo no podemos responder por qué un elefante no puede cruzar nuestra propiedad y en cambio sí puede hacerlo un satélite a miles de kilómetros de altura. La teoría lockeana de la adquisición de la tierra (nos apropiamos de la tierra cuando mezclamos nuestro trabajo con ella) tampoco sería útil para determinar por qué si despejamos un bosque no nos apropiamos sólo del valor añadido fruto de nuestro esfuerzo, sino de la tierra entera[13].

Pero habría otros problemas además de los relacionados con la acotación de los derechos de propiedad. También un sistema legal libertario suscita espinosos interrogantes. Raramente un juicio produce una certeza de culpabilidad. Si existe un 2% de posibilidades de que un condenado sea inocente y se violen, por tanto, sus derechos, ¿puede legitimarse la sentencia de culpabilidad desde principios iusnaturalistas? ¿Qué podemos decir a priori de la justeza de un determinado margen de error? Y en cuanto a la pena, ¿cómo derivar del principio de no-agresión el castigo o la indemnización adecuada?

Dejando de lado las situaciones que acaso entrañarían violaciones menores de derechos, Friedman indica que podemos imaginar otro tipo de escenarios comprometedores para los libertarios. Si en una propiedad privada en la que se prohíbe portar armas alguien saca un rifle y se dispone a disparar a la multitud, ¿debe uno abstenerse de quitar el arma al maníaco y emplearla para contenerle? Eso parece, si hay que ceñirse a los principios, pero es dudoso que encontremos muchos liberales dispuestos a ser consecuentes.

Friedman sugiere la posibilidad de sustituir la máxima tradicional de la no-agresión (“nunca iniciar la coerción”) por otra que nos remita al objetivo deseado: “minimizar la coerción”. De este modo, en el escenario anterior, un individuo podría transgredir los derechos del propietario quitándole el rifle al maníaco y salvar así numerosas vidas. El monto total de coerción sería mucho menor. Pero este precepto utilitarista tampoco satisface a Friedman, que no está dispuesto a aceptar algunas de las conclusiones que de él pueden derivarse. Por ejemplo, aunque minimizaría la coerción, se opone a que alguien robe un arma de 100 dólares para evitar que un asaltante le hurte 200. Otro problema sería que este criterio es fútil ante la disyuntiva entre un coste reducido de coerción y un coste enorme de cualquier otra cosa. Por ejemplo, si un asteroide estuviera a punto de colisionar contra la Tierra y la única manera de evitarlo fuera robando un artefacto perteneciente a otro individuo, la fórmula de la “minimización de la coerción” no nos autorizaría a sustraer el artefacto, porque una catástrofe natural no es ningún tipo de coerción, y entonces perecería toda la humanidad[14].

Una posible respuesta a todos estos planteamientos, señala Friedman, sería que el libertarismo es un principio absoluto, si bien las máximas simples tradicionales (no-agresión etc.) son en realidad aproximaciones a unas pautas más complejas y sutiles, y por tanto es lógico que en determinadas situaciones difíciles las aproximaciones no resulten adecuadas. El profesor Friedman dice simpatizar con este punto de vista, pero aclara que no es muy útil para enfrentarse a las cuestiones del mundo real, al menos hasta que alguien concrete cuáles son realmente estos principios.

Otra posible respuesta, con la que Friedman también simpatiza, es que hay distintos valores importantes que no pueden ser clasificados en una simple jerarquía. La libertad sería un valor, pero no el único.

Una tercera respuesta, característica de los iusnaturalistas, es que no hay ningún conflicto entre la libertad a priori y el utilitarismo, quizás porque existe una conexión profunda entre ambos. Las problemáticas planteadas anteriormente debieran interpretarse entonces como una combinación de errores sobre lo que es posible (por alguna razón esas situaciones no podrían ocurrir en el mundo real) y errores acerca de lo que verdaderamente implican los correctos principios liberales.

La conclusión de Friedman es que el libertarismo no es una colección de proposiciones simples e inequívocas, sino un intento de aplicar ciertas nociones económicas y éticas a una realidad muy compleja[15].

Notas


[1] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 19.
[2] Íbid. Pág 13.
[3] Íbid. Pág. 148.
[4] Íbid. Pág 157.
[5] Friedman trata este tema y refuta algunas objeciones en “Law as a Private Good, A Response to Tyler Cowen on the Economics of Anarchy”,Economics and Philosphy, 1994
[6] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 127
[7] Friedman habla en profundidad del análisis económico del derecho en su obra “Law’s Order: An Economic Account”, Princeton University Press, 2000; consultable en la red: También versa sobre la eficiencia de la ley su trabajo “Anarchy and Efficient Law”, en For and Against the State
[8] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 123
[9] Íbid. Pág. 124
[10] Íbid. Pág. 214
[11] Los capítulos 41,42 y 43 de “The Machinery of Freedom”, en los que Friedman discute esta cuestión, se pueden consultar íntegros en su página web.
[12] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 169.
[13] Friedman intenta articular una defensa del derecho de la propiedad desde una perspectiva algo distinta en “Comment on Brody”, Social Philosophy and Policy, 1983.
[14] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 175.
[15] Íbid. Pág. 176. Más trabajos e información sobre David Friedman en su página web.

de Instituto Mises http://ift.tt/2po7IXc
http://ift.tt/2qdMiPb




de nuestro WordPress http://ift.tt/2qlooOi
http://ift.tt/2qdMiPb
Blogs replicados, Alejandro Bermeo, Instituto Mises, mises

Moción de ridículo

from Fernando Díaz Villanueva https://www.youtube.com/watch?v=QYkdw723YHo




de nuestro WordPress http://ift.tt/2prEuJ2
http://ift.tt/2prNDRH
videos, fdv, Fernando Díaz Villanueva, fernando diez villanueva, IFTTT

Razones para ser liberal, por Manuel Llamas.

Una obra necesaria para quienes duden o no acaben de tragarse el reguero de falacias y sandeces que escuchan a diario en los medios de comunicación.

de Libertad Digital: Manuel Llamas http://ift.tt/2pEaV7U
Manuel Llamas en Libertad Digital.




de nuestro WordPress http://ift.tt/2qc9H0K
http://ift.tt/2qc0vsX
Blogs replicados, libertad digital, Libertad Digital: Manuel Llamas, manuel llamas

La charca de Esperanza Aguirre




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oN6S4l
http://ift.tt/2oNctr7
videos, IFTTT, la contra, La Contra TV

miércoles, 26 de abril de 2017

Eliminar el Estado: ¿Gradualismo o abolicionismo?, por Mises Hispano.

¿Hay que desmantelar el Estado paso a paso o de golpe? ¿Con qué presteza habría que recorrer el camino hacia la libertad? Es obvio que una respuesta formulada desde el liberalismo no puede entrar en contradicción con sus mismos principios. No cabe, en la defensa de la libertad, abogar por una subida de impuestos o por un endurecimiento de la guerra contra las drogas. Pero no basta con virar el rumbo y enfilar en la dirección contraria para estar en armonía con los derechos naturales. Es preciso atender también a la intensidad con la que éstos se persiguen.

Si el liberalismo, por ejemplo, tiene por injusta la esclavitud, no puede proponer en un plano abstracto que ésta se extinga paulatinamente en un determinado intervalo de tiempo, pues sería tanto como decir que durante el lapso en el que perdura no es injusta y condenable. Así, por lo mismo que está en conflicto con la ética de la libertad reivindicar medidas que invaden los derechos individuales, también está en conflicto suscribir la prolongación de medidas que violentan esos derechos. Los liberales en este sentido, pues, deben ser filosóficamente abolicionistas: si la esclavitud es injusta debiera extinguirse por completo de inmediato. Distinta cuestión es que, en efecto, vaya a suceder tal cosa. En palabras de Lloyd Garrison, “nunca hemos dicho que la esclavitud será destruida de golpe; lo que siempre hemos asegurado es que así debería ser”. No hay lugar para compromisos en la teoría que no socaven la propia causa.

Idealmente no es inconcebible que la libertad plena impere ipso facto puesto que, como indicó Rothbard, las injusticias son acciones de unos hombres contra otros y de su voluntad depende el que sigan produciéndose. Si repentinamente todos convinieran en que la libertad es el valor más preciado la agresión desaparecería al instante. Pero qué duda cabe de que no es sensato esperar que esto suceda, aun cuando idealmente sea posible. Entonces, si al abolicionista le está vedada la consecución inmediata de su objetivo, ¿debe renunciar a todo progreso parcial?¿Debe oponerse el abolicionista al gradualismo en la práctica?

A lo que debe oponerse el abolicionista es al gradualismo en la teoría, no al gradualismo en la práctica. Allí donde no pueda avanzarse de un salto o a zancadas no es reprobable sino exigible avanzar a pasos pequeños. En un contexto en el que no es factible acabar con la esclavitud el abolicionista no puede menos que demandar la liberación de tantos esclavos como sea posible aunque eso signifique salvar sólo a unos pocos. No suscribe prolongación alguna de la esclavitud, pues si de él dependiera la suprimiría entera. No ha renunciado a nada, pues aquello que no puede conseguir simplemente no está en su mano.

Dos requisitos, siguiendo a Rothbard, son necesarios tener en cuenta cuando se procede gradualmente: primero, no perder nunca de vista el objetivo último, la libertad plena, resaltando asimismo que se avanza sólo un poco porque no puede avanzarse más, no porque sea bueno dar un paso pero no dos. Segundo, no retroceder jamás, ni aun por un lado para conseguir algo por otro, ni emplear medios que estén en conflicto con aquello que se pretende alcanzar. El gradualismo en la teoría, advirtió Lloyd Garrison, es la perpetuidad en la práctica. Por ello en defensa de la libertad hay que ser abolicionistas en la teoría y en todo caso gradualistas en la práctica. Se trata, en suma, de ser en la práctica tan abolicionistas como la realidad lo permita. Dando pasos cortos en la dirección correcta donde no puedan darse más largos, siempre con la vista fija en el horizonte.

de Instituto Mises http://ift.tt/2oLv0E8
http://ift.tt/2p61Ins




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oyYmdY
http://ift.tt/2p61Ins
Blogs replicados, Alejandro Bermeo, Instituto Mises, mises

Reseña de “Concrete Economics: The Hamilton Approach to Economic Growth and Policy”, por Mises Hispano.

[Extraído de Quarterly Journal of Austrian Economics 19, nº 4 (Invierno 2016): 376-380]

[Concrete Economics: The Hamilton Approach to Economic Growth and Policy · Stephen S. Cohen y J. Bradford DeLong · Cambridge: Harvard Business Review Press, 2016 · xi + 223 páginas]

Cohen y DeLong son economistas muy conocidos, pero acusan a sus compañeros economistas de un exceso de énfasis en la teoría. Acabemos con los modelos que tienen poca relación con la realidad, dicen nuestros autores. Por el contrario, necesitamos sacar una lección sencilla acerca del origen de la economía próspera de EEUU.

¿Cuál es esta lección sencilla?

En las economías con éxito, la política económica ha sido pragmática, no ideológica. Y eso ha pasado en Estados Unidos. Desde su misma creación, Estados Unidos ha aplicado una y otra vez políticas para transformar su economía en una nueva dirección de crecimiento. (…) Estas redirecciones han sido grandes. Y han sido decisiones colectivas. (…) El gobierno señalaba la dirección, despejaba la vía, preparaba el camino y, cuando se necesitaba, proporcionaba los medios. Y luego los empresarios aparecían, innovaban, tomaban riesgos, se beneficiaban y extendían esa nueva dirección por vías que no se habían previsto ni se podían prever.

Los líderes heroicos incluyen, ante todo y sobre todo, a Alexander Hamilton; los sucesores de Hamilton del siglo XIX que continuaron sus políticas de altos aranceles; Teddy Roosevelt y FDR y Dwight Eisenhower. Hamilton, un “gran teórico económico”, estaba a favor de “aranceles altos, gasto elevado en infraestructuras, asunción de la deuda estatal por el gobierno federal [y] un banco central”. La justificación de este ambicioso programa era remodelar la economía “para promocionar la industria (…) el objetivo no era cambiar la nueva y frágil economía hacia su ventaja comparativa, sino más bien cambiar esa ventaja comparativa”.

La política de Hamilton está abierta a una objeción evidente, pero Cohen y DeLong tienen preparado una respuesta. La objeción es que el libre comercio beneficia a todos los que se dedican a él. Si, por el contrario, el gobierno elige “ganadores”, como las industrias a las que desea apoyar, habrá también perdedores. Si es así, ¿no tenemos aquí un caso en el que las preferencias de valor de los políticos han sustituido a los deseos libremente expresados por los consumidores?

Los autores responden de esta manera:

Los libros de texto nos dicen que las operaciones en un sistema de libre comercio producen un juego de suma positiva: todas las partes ganan. Pero en sectores importantes de economías de escala, de aprendizaje y derrames, hay un gran elemento de suma cero para el resultado. Pocos gobiernos, si es que hay alguno, ponen el bienestar del resto del mundo por encima del de sus propios ciudadanos: mi ganancia bien puede ser tu pérdida. (…) En términos de la estructura de producción y empleo, la ganancia de un lado llega a costa del otro, salvo (…) que el otro lado (en este caso Estados Unidos) pueda trasladar sus recursos y personas hacia actividades de un mayor valor añadido, sectores de alto valor en el futuro.

Esta respuesta elude abiertamente la pregunta. Por supuesto, tienen razón en que si un sector subvencionado por el gobierno elimina del negocio a un sector de la competencia de otro país, el sector subvencionado se beneficia y el sector perdedor sufre. Sin embargo, difícilmente se deduce de esto que una política de libre comercio ponga el bienestar del mundo por encima del de sus propios ciudadanos. ¿Por qué las pérdidas del sector no protegido superan a las ganancias de los consumidores del propio país que ahora son capaces de comprar productos más baratos a la empresa extranjera? Por supuesto, si se supone que una economía próspera estará fuertemente industrializada, se puede responder a nuestra pregunta, pero se trata precisamente de esto. ¿Por qué no dejar que el equilibrio entre productos industriales y no industriales se resuelva por los deseos libremente de expresados de los consumidores?

Seguimos sin poder llevar al campo de batalla a Cohen y DeLong. Dicen acerca del “Modelo de Asia Oriental”:

El objetivo era dirigir la inversión hacia sectores que fueran rentables a largo plazo. No es dirigir recursos a sectores que obtengan los mayores beneficios inmediatos para las empresas por alguna serie de precios de libre mercado smithiano. El objetivo es dirigir recursos a sectores que ofrezcan rentabilidad en términos de desarrollo económico.

¿No es el estado avizor capaz de ver en el futuro mejor que los empresarios, despreocupados por el largo plazo debido a la avidez de beneficios actuales? Los lectores más escépticos con respecto al estado que los autores serán perdonados por dudar acerca de esto, más aún cuando los propios autores reconocen problemas en su esquema: “¿Pueden funcionar mal esas políticas? Sí. ¿Pueden esas políticas producir terribles desastres económicos? En muchos casos lo han hecho”.

Incluso si “acertaran” los oteadores de futuras tendencias del estado, desde el punto de vista de la política industrial que defienden nuestros autores se repite la pregunta fundamental. ¿Por qué debería el equilibrio entre producción actual y producción para el futuro estar establecido por cualquier otra cosa que no sean las decisiones de los consumidores? ¿Por qué es “mejor” un mayor énfasis en el futuro del que desean los consumidores? Los autores sugieren que si la economía crece lo suficientemente rápido, los sacrificios del consumo presente serán recompensados por un mayor consumo en el futuro. Sin embargo, aunque tuvieran razón, ¿quiénes son ellos para decir que los sacrificios valen la pena? De nuevo Cohen y DeLong sustituyen sin ninguna justificación sus propios juicios de valor por aquellos de los consumidores del mercado libre.

Sospecho que los autores, si se dignaran leer estos comentarios, responderían con desdén: “Puedes plantear todos los puntos puristas de libre mercado que quieras. ¡Lo que proponemos funciona!” Dicen: “Lo que hacemos ahora es así desde los días de Hamilton, es un hecho que la política económica de éxito de EEUU ha sido pragmática, no ideológica. Ha sido concreta, no abstracta”.

Estados Unidos, bajo la política proindustrial de altos aranceles que apoyan los autores, se convirtió en la economía más próspera del mundo y el éxito de las empresas dirigidas por el estado en china y Asia oriental añade más evidencias. ¿No es simplemente obstinación negar esto?

Este argumento es vulnerable en dos puntos. El primero de ellos resultará familiar para cualquier lector de Bastiat y Hazlitt. Dando por sentado que la economía estadounidense ha obtenido una gran prosperidad, ¿cómo sabemos que la prosperidad no habría sido todavía mayor bajo el régimen de laissez faire que desdeñan nuestros autores? ¿No debemos examinar “lo que no se ve”, igual que “lo que se ve”, como señalaba Bastiat hace mucho tiempo?

¿Nos hemos apresurado en esta respuesta? Los autores podrían habernos respondido de esta manera: “Estados Unidos tuvo muchas oportunidades de compartir lo que W. Arthur Lewis llamaba las economías de asentamiento moderado europeo. Estos otros países (Australia, Argentina, Canadá e incluso Ucrania) se convirtieron en el siglo XIX en grandes graneros y ranchos para la Europa industrial. Pero ninguno de ellos desarrolló la base industrial para convertirse completamente en economías equilibradas de primera categoría a finales del siglo XIX. (…) Cuando las tendencias de precios de materias primas se volvieron contra ellos, perdieron relativamente terreno. Por el contrario, el siglo XX se convirtió en un siglo estadounidense precisamente porque estados unidos en 1880 no era una gigantesca Australia”.

Una vez más nuestros autores han eludido la pregunta. Suponen que, en ausencia de “política industrial”, Estados Unidos habría sido un país en buena parte agrícola. ¿Por qué hay que pensar esto?

La duda es en este caso más que una posibilidad abstracta, del tipo que Cohen y DeLong ven con desdén y plantea la segunda línea ataque que puede dirigirse contra su argumento de que “funciona”. Hay pocas razones para pensar que las políticas hamiltonianas llevaron a la prosperidad estadounidense. Es verdad que los aranceles fueron a menudo altos y que los gobiernos del siglo XIX favorecieron las mejoras internas. Pero los aranceles eran virtualmente la única fuente de ingresos del gobierno y el tamaño y ámbito del gobierno eran minúsculos en comparación con el hinchado estado actual. ¿Por qué no atribuir el éxito de la economía estadounidense a la relativa libertad de la economía en lugar de a la política industrial? Apelar a lo “concreto” no supone nada: los hechos sin teoría están ciegos. La cuestión se hace todavía más acuciante cuando se considera que los autores consideran como un caso de intervención estatal de éxito que el gobierno hiciera disponibles terrenos a través de la Ley de Ocupación de 1862. El hecho de que el gobierno hiciera muy fácil adquirir propiedades, en lugar de vender tierra por subasta al máximo postor, se considera de alguna manera como un triunfo de la política estatal. Si se califica a una forma de privatizar terrenos un ejemplo de supervisión estatal de la economía, la defensa del control estatal de la economía es fácil hacer. Sin embargo, para los lectores que no compartan los sesgos de Cohen y DeLong, su procedimiento a equivaldría a llamar negro a lo blanco.


El artículo original se encuentra aquí.

de Instituto Mises http://ift.tt/2p6fDd9
http://ift.tt/2oLFMKF




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oySphb
http://ift.tt/2oLFMKF
Blogs replicados, Euribe, Instituto Mises, mises

Todas las causas de Pujol Ferrusola

from Fernando Díaz Villanueva https://www.youtube.com/watch?v=xmCwVa-YWyQ




de nuestro WordPress http://ift.tt/2oNNHb7
http://ift.tt/2oNtD9a
videos, fdv, Fernando Díaz Villanueva, fernando diez villanueva, IFTTT