[Este artículo se ha extraído del Tomo 2, Capítulo 12 de An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]
No hay ningún sito en su sistema en el que Marx sea más difuso ni endeble que en su base: el concepto del materialismo histórico, la clave de la inevitable dialéctica de la historia.
En la base del materialismo histórico y de la visión de Marx de la historia está el concepto de las “fuerzas productivas materiales”. Estas “fuerzas” son la potencia motora que crea todos los acontecimientos y cambios históricos. ¿Cuáles son entonces estas “fuerzas productivas materiales”? Nunca quedó claro. Lo más que puede decirse es que fuerzas productivas materiales significa “métodos tecnológicos”. Por otro lado, también nos encontramos con la expresión “modo de producción”, que parece ser lo mismo que las fuerzas productivas materiales o la agrupación o los sistemas de métodos tecnológicos.
En todo caso, estas fuerzas productivas materiales, estas tecnologías y “modos de producción”, única y monocausalmente, crean todas las “raciones de producción” o “relaciones sociales de producción” independientemente de la voluntad de la gente. Estas “relaciones de producción”, también definidas de una manera extremadamente vaga, parecen ser esencialmente las relaciones legales y de propiedad. La suma de estas relaciones de producción de alguna manera constituye la “estructura económica de la sociedad”. Esta estructura económica es la “base” que determina causalmente la “superestructura”, que incluye ciencias naturales, doctrinas legales, religión, filosofías y todas las demás formas de “conciencia”. En resumen, en la base está la tecnología, que a su vez constituye o determina los modos de producción, que a su vez determinan las relaciones de producción o instituciones del derecho o la propiedad, y que finalmente a su vez determinan ideas, valores religiosos, arte, etc.
¿Cómo tiene lugar entonces los cambios históricos en el esquema marxista? Solo pueden tener lugar en los métodos tecnológicos, ya que todo lo demás en la sociedad está determinado por el estado de la tecnología en cualquier momento dado. En resumen, si el estado de la tecnología es T y todo lo demás es la estructura determinada, S, entonces para Marx:
Tn → Sn
donde n es un punto en el tiempo. Pero entonces, la única manera en la que puede tener lugar el cambio social es a través del cable la tecnología, en cuyo caso
Tn + 1 → Sn +1
Como indicaba Marx en su enunciado más claro y evidente de su visión tecnológica determinista de la historia, en su Miseria de la filosofía:
Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su modo de producción y, al cambiar su modo de producción, sus medios de ganarse la vida, cambian todas sus relaciones sociales. La máquina manual lleva a la sociedad al señor feudal; la máquina de vapor, al capitalista industrial.
La primera gran mentira en este fárrago está precisamente al principio: ¿De dónde viene esta tecnología? ¿Y cómo cambian o mejoran las tecnologías? ¿Quién las pone en práctica? Una clave para la sarta de mentiras que constituye el sistema marxista es que Marx nunca trata de proporcionar una respuesta. De hecho, no puede, ya que, si atribuye el cambio de las acciones del hombre, de los hombres individuales, al estado de la tecnología o el cambio tecnológico, todo su sistema se viene abajo. Pues la conciencia humana y la conciencia individual como tal estarían así determinando las fuerzas productivas materiales en lugar de lo contrario. Como señala von Mises:
Podemos resumir así la doctrina marxista: en el inicio están las “fuerzas productivas materiales”, es decir, el equipo tecnológico de los esfuerzos productivos humanos, las herramientas y la maquinaria. No se permite ninguna pregunta con respecto a su origen: está, eso es todo, debemos suponer que cayeron del cielo.[1]
Y, podemos añadir, cualquier cambio en esa tecnología debe por tanto también haber caído del cielo.
Además, como también demostró von Mises, la conciencia, en lugar de la materia, es predominante en la tecnología:
Una invención tecnológica no es algo material. Es el producto de un proceso mental, de razonar y concebir nuevas ideas. Las herramientas y máquinas pueden calificarse como materiales, pero el funcionamiento de la mente que las creó es indudablemente espiritual. El materialismo marxista no remonta los fenómenos “superestructurales” e “ideológicos” a sus raíces “materiales”. Explica estos fenómenos como causados por un proceso esencialmente mental, es decir, a la invención.[2]
Las máquinas son ideas encarnadas. Además, los procesos tecnológicos no solo requieren invenciones. Deben avanzar desde la etapa de invención y concretarse en máquinas y procesos. Pero eso requiere ahorros e inversión de capital, además de invención. Pero, concediendo esto, entonces las “relaciones de producción”, los sistemas legales y derechos de propiedad en una sociedad ayudan a determinar si se estimulan o desaniman el ahorro y la inversión. Repito, la vía causal apropiada es desde las ideas, los principios y la “superestructura” legal y de derechos de propiedad a la supuesta “base”.
Igualmente, no se invertirá en máquinas si no hay una división del trabajo en suficiente grado en una sociedad. Repito, las relaciones sociales, la división cooperativa del trabajo y el intercambio en la sociedad determinan el grado y desarrollo de la tecnología y no al contrario.[3]
Además de estos defectos lógicos, la doctrina materialista es absurda factualmente. Evidentemente, la máquina manual, que predominaba en el antiguo Sumer, no “dio” una sociedad feudal allí: además, había relaciones capitalistas mucho antes de la máquina de vapor. Su determinismo histórico llevó a Mark a alabar toda nueva invención importante como la “fuerza productiva material” mágica que traería inevitablemente la revolución socialista. Wilhelm Liebknecht, un importante marxista alemán y amigo de Marx, contaba que Marx una vez estuvo en una exposición de locomotoras eléctricas en Londres y concluyó encantado que la electricidad daría lugar a la inevitable revolución comunista.[4]
Engels llevaba el determinismo tecnológico tan lejos como para declarar que fue la invención del fuego la que separó al hombre de los animales. Supuestamente, el grupo de animales a los que llegó de alguna manera el fuego estuvieron a partir de entonces determinados para evolucionar a mejor: la aparición del propio hombre era simplemente una parte de la superestructura.
Incluso si aceptáramos por el momento la tesis de Marx, su teoría del cambio histórico sigue enfrentándose a dificultades insuperables. ¿Por qué no puede la tecnología, que de alguna manera se desarrolla como algo dado automáticamente, cambiar sencillamente y sin problemas las “relaciones de producción y la “superestructura” por encima de ellas? De hecho, si la base en cada momento del tiempo determina el resto de la superestructura, ¿cómo puede un cambio en la base no determinar sin problemas un cambio apropiado del resto de la estructura? Pero de nuevo aparece en el sistema marxista un elemento misterioso. Periódicamente, al ir avanzando la tecnología y los modos de producción, estos entran en conflicto o, en la jerga peculiar hegeliana-marxista, en contradicción con las relaciones de producción, que continúan en las condiciones apropiadas para el periodo pasado de tiempo y la tecnología pasada. Estas relaciones por tanto se convierten en “cadenas” que bloquean el desarrollo tecnológico. Como se convierten en cadenas al crecimiento, la nueva tecnología da lugar a una inevitable revolución social que elimina las antiguas relaciones de producción y su superestructura y crea otras nuevas distintas de las bloqueadas o encadenadas. De esta manera, el feudalismo da lugar al capitalismo, que a su vez da paso al socialismo.
Pero si la tecnología determina las relaciones sociales de producción, ¿cuál es la fuerza misteriosa que retrasa el cambio en esas relaciones? No puede ser la terquedad humana o la costumbre o la cultura, ya que ya sabemos que para Marx los modos de producción impulsan a los hombres entrar en relaciones sociales fuera de sus propias intenciones.
Como señala el Profesor Plamenatz, solo se nos dice que las relaciones de producción se convierten en cadenas para las fuerzas productivas. Marx se limita a afirmar esto y nunca trata de ofrecer una causa, material o de otro tipo. Como explica Plamenatz todo el problema:
Entonces, de repente, sin advertencia y sin explicación, [Marx] nos dice que sin embargo de vez en cuando aparecen inevitablemente incompatibilidades entre ellas [las fuerzas productivas y las relaciones de producción] que solo puede resolver una revolución social. Esta incompatibilidad aparentemente aparece porque la variable dependiente [la relaciones] empieza a impedir el libre funcionamiento de la variable de la que depende [las fuerzas productivas materiales]. Es un enunciado asombroso y aun así Marx puede expresarlo sin ni siquiera ser consciente de que requiere una explicación.[5]
El Profesor Plamenatz ha demostrado que parte de la profunda confusión se genera y camufla por la omisión de Marx de definir adecuadamente las “relaciones de producción”. Este concepto aparentemente incluye las relaciones legales de propiedad. Pero si las relaciones legales de propiedad no funcionaran con este retraso dialéctico del ajuste, creando así las “cadenas”, entonces Marx estaría reconociendo que el problema es realmente legal o político en lugar de económico. Pero quería que la base determinante fuera puramente económica: lo político y lo ideológico tenían que ser solo parte de la superestructura determinada. Así que las “relaciones sociales de producción”, supuestamente económicas, eran las cadenas, pero esto solo tiene sentido si significa derechos de propiedad y sistema legal. Así que Marx sale de este dilema siendo muy vago y ambivalente acerca de las “relaciones de producción”, de forma que estas relaciones podrían considerarse o bien como incluyendo la estructura de propiedad, como idénticas a esa estructura, o bien ambas podría ser entidades completamente independientes.
En particular, Marx logró su propósito oscurantista afirmando que el sistema de derechos de propiedad era parte de la “expresión legal” de las “relaciones de producción”, siendo así de alguna manera capaz de ser parte de la estructura y también de las “relaciones de producción” económicas al mismo tiempo. No hace falta decir que la “expresión legal” tampoco fue definida. Como resumía Plamenatz, todo el concepto de “relaciones de producción”, tan necesario para la tesis marxista del determinismo material o económico, sirve a Marx como un “batallón fantasma que cierra un hueco vital en el frente de la teoría marxista”.[6] Aun así, en todo esto no hay manera de que el concepto de “relaciones de producción” pueda hacer inteligible el determinismo económico y no hay manera por la que estas relaciones puedan estar, o bien determinadas por los modelos de producción, o bien determinen por sí mismas el sistema derechos de propiedad.
Por el contrario, la única cadena de causas coherente posible es la contraria: de las ideas a los sistemas de derechos de propiedad y a la estimulación o desánimo del crecimiento del ahorro y la inversión y el desarrollo tecnológico.
Los marxistas el siglo XX, de Lukacs a Genovese, han tratado a menudo de salvar la vergüenza del determinismo tecnológico de Marx y sus seguidores inmediatos. Sostienen que todos los marxistas sofisticado saben que la causación no es unilineal, que la base y la superestructura en realidad se influyen entre sí. A veces tratan de manipular los datos para afirmar que el propio Marx adoptó esa postura sofisticada. En todo caso, normalmente están ocultando el hecho de que en realidad han abandonado el marxismo. El marxismo o es un determinismo tecnológico monocausal, junto con todo el resto de las mentiras que hemos explicado, o no es nada, y no ha demostrado ningún mecanismo inevitable o siquiera cercanamente dialéctico.[7]
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Ludwig von Mises, Theory and History (1957, Auburn, Ala.: Mises Institute, 1985), pp. 111-112. [Teoría e historia]
[2] Ibíd., pp. 109-110.
[3] En la Miseria de la filosofía, Marx denunciaba con enfado a Proudhon por decir exactamente lo mismo, que la división del trabajo precede a las máquinas.
[4] Ver M.M. Bober, Karl Marx’s Interpretation of History, (2º ed. rev., Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1948), p. 9.
[5] John Plamenatz, German Marxism and Russian Communism (Nueva York: Longmans, Green & Co., 1954), p. 29.
[6] Ibíd., p. 27.
[7] Para una defensa de la monocausalidad tecnológica como clave para el marxismo por el fundador del marxismo ruso, George V. Plekhanov (1857-1918), ver Plekhanov, The Development of the Monist View of History (Nueva York: International Publishers, 1973). Cf. David Gordon, Critics of Marxism (Nueva Brunswick, MJ: Transaction Books, 1986), p. 22. Para una crítica del marxismo-plekhanovismo, ver Leszek Kolakowski, Main Currents of Marxism (Oxford: Oxford, University Press, 1981), pp. 340-342.
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