Hoy es el 40º aniversario de la publicación de mi primer ataque contra Correos. “Time to Stamp Out the Postal Monopoly” fue el artículo principal de la página de opinión del Boston Globe. Una docena de años después, el jefe de Correos de Boston me acusaba de ser “el fustigador postal número uno de la nación”.
Olvidé agradecer a los sindicatos postales por posibilitar la venta del artículo en 1978 (el primero en un periódico importante). Había mandado el artículo al Globe un par de meses antes y lo había revisado siguiendo sus indicaciones. Pero luego no tuve noticias y supuse que el artículo había muerto. Luego los sindicatos amenazaron con una huelga nacional, proporcionado amablemente una noticia oportuna (y tal vez también enfureciendo a algunos editores del Globe). La administración Carter aplacó a los sindicatos con buenos aumentos y trabajos garantizados de por vida.
En aquellos tiempos, el correo de EEUU era prácticamente la única manera en que un escritor aspirante podía afligir a editores en ciudades distantes con su obra. Los precios de los sellos se estaban disparando y el servicio era terriblemente errático, retrasando la llegada de avisos vitales de rechazo. La entrega de correo cesó por completo durante una semana después de que el cartero fuera atemorizado por los dóberman propiedad de los traficantes de drogas de la planta baja del desvencijado edificio de apartamentos en el que vivía. Visitar una oficina de correos de Boston era descender a un inframundo de zombis y psicópatas que odiaban a cualquiera que se aproximara a ellos con un sobre sin sellos. Lo más irritante era que era un delito federal que algún otro proporcionara un servicio postal mejor.
Al año siguiente, ataqué a Correos en el Washington Star, a lo que siguió, después de mudarme al Medio Oeste, un golpe en el Chicago Tribune en 1980. Ese artículo me llevó a mi primer programa de entrevistas: una intervención en la estación de radio WVON, de Chicago. No se me ocurrió que debía ser coloquial en lugar de responder cautelosamente, como si me estuvieran examinando a altas horas de la madrugada en un control de policía. La presentadora del programa entendió completamente mal el artículo y sus preguntas parecían inanes. Cuando le pedía que me las aclarara, las repetía más alto. No sabía que las preguntas de la entrevista a menudo las escriben ayudantes o becarios. Para un presentador de un programa de entrevistas, leer todo un artículo de 700 palabras es como leer Moby Dick para una persona normal.
Después de mudarme a Washington, visité a menudo la nueva lujosa sede de Correos, gracias a su biblioteca en la planta superior con vistas panorámicas y un rincón en que se podía fumar todo el día. Viejos cuentos e informes con los bordes arrugados demostraban que Correos había estado peleando contra sus competidores desde que el Congreso le dio el monopolio para la entrega de cartas, antes de la Guerra de Secesión. Empecé a reír cuando leí la proclamación en el informe anual de 1960 de Correos del “objetivo último de la entrega al día siguiente del correo de primera clase en cualquier lugar en Estados Unidos”.
Ataqué a Correos en publicaciones que van de Inquiry a Los Angeles Herald Examiner y el Washington Times. A partir de 1984, abofeteé constantemente al servicio postal en el Wall Street Journal, cuyo editor de características editoriales Tim Ferguson fue el mejor y más radical editor con inclinaciones libertarias que haya encontrado en una revista importante. Acuñé la frase “Correos se está haciendo más lento, más caro y menos fiable”. También señalé cómo las pruebas de entrega del servicio postal (alabadas constantemente en sus anuncios) eran completamente fraudulentas.
Cada vez que Correos aumentaba sus tarifas o recortaba servicios, yo les daba otro toque. En un artículo de opinión del New York Times de 1987, escribí que “El correo de primera clase se está convirtiendo en el gueto de las comunicaciones estadounidenses (…) EEUU no puede permitirse entrar en el siglo próximo con un sistema de comunicaciones en el que poco ha cambiado desde el siglo XVIII”. El ayudante general del jefe de Correos, Frank Johnson, respondió que “Bovard continúa jugando a su imaginaria carrera intelectual de demolición (…) A menudo permite que su causa se desboque, arrollando muchas partes buenas. Los hechos pedestres acaban aplastados”. En 1967, Johnson se quejaba al World Street Journal diciendo que yo era “el flautista de Hamelin de la privatización”.
Atacar a Correos me llevó a mi primera actuación como hombre de paja. La Asociación Nacional de Jefes de Correos me invitó a hablar en su conferencia anual en Washington para que los miembros tuvieran “una imagen clara de las amenazas muy reales que nos bombardean diariamente”, declaraba el jefe de la asociación, un jefe político de correos irlandés de Massachusetts con aspecto de oso. Llegué tranquilamente al atril a las nueve de la mañana. Cinco minutos después, tenía a los 300 miembros de la audiencia en pie gritando con intenciones homicidas.
Hablé acerca de cómo a los monopolios públicos les faltaban los incentivos para proporcionar un buen servicio y pregunté: “Si tuvierais que invertir los ahorros de vuestra vida en una empresa, ¿elegiríais UPS o Correos?” “¡Ya hemos invertido nuestras vidas en Correos!” fue la estruendosa respuesta. Vaya.
El jefe de los jefes de correo tuvo que subir varias veces al escenario para calmar a la audiencia y así poder acabar. Después, desató una invectiva de ataques desde el podio que ponía mis opiniones como no digan dueñas y alardeó ante sus miembros como si acabara de alancear a un dragón antipostal. Ya me gustaría poder embolsarme 500$ cada vez que me molestan profundamente.
En 1989, animado por Tim Ferguson, pase cinco meses buscando una entrevista con el Jefe General de Correos, Anthony Frank. Pero un portavoz de Correos me dijo que como el jefe había aparecido recientemente en el show de Pat Sajak no necesitaba aparecer en el World Street Journal. Además, decía el portavoz, mis artículos postales previos estaban “manchados por sesgos”. Aunque Correos estaba perdiendo 2.000 millones de dólares al año, Frank desdeñaba realizar reformas esenciales, afirmando que la privatización sería “una ley de pleno empleo para alcohólicos y borrachos. (…) Muchos de [los transportistas privados] solo trabajarían hasta conseguir el precio de una botella de vino barato y luego renunciarían”. Yo me burlaba de eso en un artículo en el WSJ, diciendo que “el pueblo estadounidense ya no necesita un monopolio que parece más interesado en almacenar cartas que en entregarlas”. En una respuesta al Journal, Frank se quejaba de que el artículo era “un caso más de Mr. Bovard mezclando hechos con imaginación para ajustarse a su propia” agenda.
En un artículo de 1991 en el World Street Journal, decía en tono de burla que “Correos es el único negocio de entrega que cree que la velocidad es irrelevante” y decía que una inminente subida de cuatro centavos en los precios de los sellos “ayudaría a financiar la mayor ralentización intencional de correo en la historia de EEUU”.
Después de atacar el monopolio postal en USA Today en 1995, el director de “relaciones con los medios” de Correos afirmaba que era un “completo sinsentido” que el servicio postal estuviera ralentizando intencionadamente el correo y lamentaba: “Encontramos muy frustrante que personas con solo un papel y bolígrafo reciban un foro para divulgar información maliciosamente incorrecta”. Desde entonces, Correos ha sido mucho más sincero con respecto a sus retrasos, que nunca producen los ahorros previstos. Pero como tienen clientes cautivos, ¿por qué no abusar de ellos?
Correos tiene una larga historia como herramienta de supervisión y eliminación del gobierno. Al escribir en USA Today en 1999, ataqué la apertura de correos de buzones privados y apoyé la legislación defendida por el representante Ron Paul. Ese artículo concluía que “la única solución real es desmilitarizar el arsenal legal de Correos y acabar con su poder sobre otros negocios y ciudadanos estadounidenses”.
En 2011, después de que Correos anunciara planes para eliminar la entrega de correo al día siguiente, me temía con ellos en Los Angeles Times: “Cuando la gente compraba sellos ‘eternos’ no se daba cuenta de que el nombre se refería a su plazo de entrega, no a los precios de los sellos”. El Times publicaba una carta de un seguidor postal enfadado que reclamaba saber: “¿Mordió un cartero a James Bovard cuando era niño?”
En 2013, el Departamento de Justicia y Correos presentaron una demanda contra el equipo ciclista de Lance Armstrong (que había recibido 40 millones de dólares de Correos), afirmando que este último había conspirado para defraudar a los federales al usar estimulantes ilegales. Comenté en el Washington Times que “esa acusación de conspiración sonaba como un buen resumen de la estrategia de relaciones públicas del propio Correos”. Además, no tenía “ningún sentido financiar un equipo ciclista al mismo tiempo que los empleados postales se consideran en general como una panda de vagos”.
En este momento, el servicio postal se está convirtiendo rápidamente en poco más que un programa de mantenimiento de ingresos para sus 630.000 empleados. La gran pregunta es qué llegará antes a cero: los objetivos de entrega de correo o el rendimiento real de Correos. En todo caso, Correos sigue proporcionando algunos de los recordatorios más claros y cómicos de la estupidez de confiar en el gobierno.
El artículo original se encuentra aquí.
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