sábado, 4 de febrero de 2017

Mi vida como anarco-izquierdista, por Mises Hispano.

Habiendo leído el magnífico texto de Nexus sobre cómo tender un puente entre los anarquistas de mercado y los anarcosocialistas, creo que mis lectores podrían considerar benéficas o al menos interesantes mis experiencias en ese campo. Como ya lo saben muchos lectores, yo mismo soy un anarcosocialista. He dado a conocer mis opiniones por dondequiera; de modo que no lo haré de nuevo, y sólo diré que estoy a favor de un orden económico de pequeñas empresas y autoempleados, de cooperativas y empresas propiedad de/dirigidas por trabajadores. Y de bancos proudhonianos y otras instituciones similares dentro del marco del libre mercado sin estado. En esencia, soy lo que el último gran escritor anarquista Sam Dolgoff llamaba un “anarco-pluralista”, y pienso que muchas clases de instituciones económicas, capitalistas, socialistas, o lo que sea, pueden coexistir en una polis anarquista.

Por algunos años fui parte del ambiente “anarquista” e izquierdista duro que Nexus describe. Me convertí en anarquista a la edad de 21, principalmente como resultado de mis lecturas sobre anarquismo clásico y sus padres (Proudhon, Bakunin, Kropotkin) en la enciclopedia y otras fuentes. Antes de eso ya había sido, por un año, activista de diversas causas izquierdistas, principalmente del movimiento anti-apartheid y de oposición a la guerra en Centroamérica (eso, a mediados de los 80’s). Me vi envuelto en el escenario anarco-zurdoide cuando descubrí un grupo “anarquista” en el campus de mi universidad. Desde el comienzo vi que era un movimiento que dejaba mucho que desear. Nunca compartí las opiniones dogmáticas de esta gente acerca de la raza, el género, la sexualidad y la ecología, que me parecían histéricas y unilaterales. Además, muchos de estos grupos eran propensos a amargas disputas entre facciones por cuestiones triviales y tontas. La mayoría me parecían intelectualmente mediocres, emocionalmente inmaduros y algunos demostraban padecer alguna clara perturbación mental. Con todo, permanecí ahí algunos años con la esperanza de que el movimiento llegara a ser una fuerza política y social seria.

Por ese tiempo yo era básicamente un “anarco-social demócrata” de la variedad de Noam Chomsky. Aceptaba generalmente la crítica marxista del capitalismo. Los únicos partidarios del libre mercado que yo conocía eran aquéllos de la variedad derechista, militarista y republicana. Daba por seguro que una economía de libre mercado produciría los niveles de pobreza del siglo xix, descritos por Charles Dickens y Karl Marx. Sentía que el Estado Benefactor era un estadio necesario y transitorio hacia el desarrollo de una economía sin estado y autogestionaria de la variedad anarcosindicalista. Seguí creyendo esas cosas incluso después de abandonar el movimiento anarco-izquierdista.

Podría, probablemente, escribir un libro sobre mis malas aventuras con los anarco-zurdoides. Estuve en la conferencia de Chicago de 1989 donde empezó “Love and Rage” (“Amor y Rabia”) -inicialmente un tabloide, y más tarde la base para una federación. Esos tipos eran idiotas. En su mayoría eran una mezcla de ex-trosquistas y molotov’s. Recuerdo a un compañero, un hombre de edad mediana y cabello gris, que quería llamar al periódico “TRASH” [BASURA], un acrónimo de “The Revolutionary Anarchist Streetfighters from Hell”. Fui también oficial en los Industrial Workers of the World (Wobblies), donde, por ese tiempo, un grupo libraba una pequeña lucha interna por el control de la oficina nacional y las finanzas. Estuve en un grupo anarquista universitario entre cuyos miembros estaba un muchacho de la New Age que se oponía al uso del pódium por los oradores porque ello le recordaba a Hitler; un jovenzuelo hippie que no quería asistir a los salones universitarios porque las luces fluorescentes herían sus ojos, y un tipo que se indignaba cuando yo pedía que dejara de jugar y hacer ruido durante los mítines. Por supuesto, preferí dejar atrás ese “movimiento”.

Eventualmente mis ideas comenzaron a evolucionar un poco. Impresionado por su oposición a la guerra contra las drogas y el intervencionismo militar, me uní al Libertarian Party (Partido Libertario), y, por accidente, ingresé a la lista de correos de Laissez-Faire Books. Descubrí que la mayoría de esos libros estaban en la biblioteca de mi universidad local. Descubrí una gran riqueza de conocimientos en este material. Luego de leer a Mises y Hayek, tiré el marxismo por la borda. Después de Losing Ground, de Charles Murray, dejé de creer en el Estado Benefactor. De Anarchy, State and Utopia, de Robert Nozick, tomé la idea de las comunidades contractuales y voluntarias. De Murray Rothbard, David Friedman y los Tannehills, la idea de las agencias de protección en competencia y la ley policéntrica. De Thomas Szasz aprendí la incipiente tiranía del estado terapéutico. Gracias a Thomas Sowell y Walter Williams pude entender el daño que el Estado Benefactor causa a las minorías. Ya entonces, como ahora, mi método era tomar esas ideas y superponerlas a las ideas anarquistas clásicas que son el fundamento de mi ideología. Mantuve mi creencia en las instituciones industriales autogestionarias, en las cooperativas y en los sindicatos como baluartes contra el estado y el poder corporativo; así como mi crítica a la alianza entre el estado y las corporaciones y mi crítica chomskyana al imperialismo de EU y a los medios de comunicación. Más recientemente, Hans Hoppe me ayudó a confirmar mis sospechas sobre la democracia.

Me gusta pensar en mis ideas políticas como en una obra arquitectónica. El anarquismo clásico de Proudhon y Bakunin es el cimiento. El liberalismo clásico de la Ilustración y los Padres Fundadores es el suelo donde se asienta el cimiento, y la moderna economía de libre mercado es la estructura del edificio. El populismo tradicional americano es el plano o el croquis. Las ideas sobre estrategia e infraestructura, tomadas del ambiente miliciano/patriótico, son los clavos y tornillos. Finalmente, el énfasis tradicionalista en las instituciones intermedias como defensas contra el estado, las críticas de la tercera vía y el “nacional-anarquismo” a la perniciosa influencia del zionismo internacional, la necesidad de alianzas interideológicas contra el globalismo, y algunos elementos útiles del marxismo y el maoísmo… todo ello forma el decorado interior y los adornos exteriores. -¿Confuso aún?

Aunque menciono esta información personal para mostrar al lector el caso de alguien que ha dejado el izquierdismo duro y se ha “convertido” a las posiciones del libre mercado, dudo que mi caso sea típico. Por una razón: yo no crecí en un ambiente izquierdista. Muchos anarquistas de izquierda son la progenie de los primeros radicales de los 60’s. La mayoría fueron educados en universidades estatales, por educadores izquierdistas. Añádase a eso la influencia de los medios, la cultura MTV y la subcultura del punk rock, y será obvio que el traje estaba hecho a la medida. Como ya dije, rechacé las ideas histéricas que tenían en común con la izquierda. Sin embargo, muchos anarco-izquierdistas consideran todo eso como las características definitorias y los principios esenciales de su ideología. Por otra parte, yo no soy alguien que pueda fijar fácilmente un dogma en su mente. Para mí es fácil mirar los diferentes aspectos de una cuestión y desechar la mierda.

Creo que el obstáculo principal para el diálogo y trabajo fructíferos con los anarquistas de izquierda es la típica actitud hipermoralista con la que éstos expresan sus ideas. Tienden a creer que sus oponentes ideológicos no solamente están en el error, sino en el pecado. Éste nunca fue mi caso, ni siquiera cuando estaba en ese ambiente. Me es difícil pensar cualquier cosa en términos moralistas. Mi propio anarquismo no es ni moralista ni utilitario. Concibo el anarquismo como un principio estético dentro del marco social más amplio de una existencia humana inserta en la guerra de todos contra todos. En el campo de la filosofía moral, tengo más en común con escépticos morales como Hobbes, Maquiavelo, Stirner y Nietzsche, que con teóricos iusnaturalistas como Locke y Rothbard, o con utilitaristas como Mill o Mises, o con humanistas igualitaristas como Rousseau, Marx o Chomsky. Bertrand Russell ponía en duda el que las cuestiones de ética o moral fueran una rama legítima de la filosofía en lugar de, más bien, materias propias de la opinión o la emoción. La psicología de la izquierda se parece más a la del fundamentalismo religioso que a cualquier otra cosa.

Concuerdo con, virtualmente, todos los puntos de Nexus, y dudo que pudiera añadir algo más que unas pocas observaciones de pasada. Nexus tiende a enfatizar las diferencias estrictamente políticas y económicas entre los anarquistas de mercado y los de izquierda. Estas diferencias son ciertamente importantes, pero creo que las diferencias culturales y psicológicas lo son aún más. La mayoría de los anarquistas de mercado se acercan a la política con una actitud de “vive y deja vivir”, junto con una creencia en la bondad general de la economía de mercado. Sin embargo, los izquierdistas tienden a caer en el universalismo utópico. Para ellos no basta con “dejar solos y dejar vivir” a los otros, sino que buscan una utopía donde el mal y lo impuro sean erradicados. Su visión es la de un mundo perfecto donde toda pobreza, toda enfermedad, inequidad, perjuicio, polución, etc, hayan desparecido. Aunque creo que una economía de mercado libre y sin estado produciría mucha más riqueza que en el presente, y que esa riqueza sería distribuida más equitativamente que hoy, admito que de todas maneras algunas personas vivirán mejor que otras, y que a veces habrá personas que no obtengan lo que necesitan. Así es la vida. De igual manera, mediante la educación y la experiencia podremos reducir o marginar las formas de fanatismo, pero los prejuicios irracionales de algunos contra otros nunca serán eliminados totalmente. Aunque desapareciera cada unos de los fanatismos contemporáneos, otros vendrían después a tomar su lugar. Ésta es una realidad que la izquierda no puede digerir. No comprende que el anarquismo no es la entrada al Edén. Es, simplemente, lo mejor que hay.

Aunque suelo criticar con dureza a los anarquistas de izquierda, he llegado a ser más optimista respecto de ellos. Hay un buen número de estos grupos en mi propia comunidad, y mantengo con ellos una relación personal positiva y respetuosa. Algunos son absolutamente doctrinarios en sus opiniones, pero, con todo, toleran mi idiosincrasia. En el pasado hemos colaborado en ciertos proyectos. Incluso algunos han estado en mi programa de televisión, y yo he publicado artículos en sus fanzines. Suelo charlar con jovencitos anarcopunks, y siempre logro interesarlos, al menos parcialmente, en algunas de mis ideas. Invité al teórico anarconacionalista negro Lorenzo Komboa Erving, y, aunque mis ideas no lo impresionaron, por lo menos tuvimos un diálogo significativo. Hace poco platiqué con una joven dama que dice ser socialista-anarquista, y que piensa que Osama bin Laden es un gran tipo, y que insiste en que todas las armas, incluidos los arcos y las flechas, deben ser prohibidos. Intenté sacarla de su locura anti-armas planteándole la clásica pregunta retórica “¿Y por qué los cerdos (i.e., policías, militares, guardias, etc.) deberían tener todas las armas?”. Nunca falla.

Pienso que la clave para lograr una comunicación seria entre anarquistas de mercado y anarquistas de izquierda consistiría en influenciar a algunas personas que, a su vez, influyen en el medio anarco-izquierdista. No necesariamente para hacerlos abandonar sus propias ideas, pero sí para inducir en ellos una actitud más abierta y tolerante hacia otros anarquistas, y lograr su buena voluntad para colaborar en proyectos comunes. Esto podría empezar a mover las cosas en la dirección correcta. Mientras tanto, permítaseme enfatizar algunos valores comunes: la libertad de asociación, como Nexus señala, y también la descentralización, la ayuda mutua, el localismo, la comunidad, la solidaridad, la libertad de elección, entre otros. Los anarco-izquierdistas dicen creer en todas estas cosas. Dejemos que lo prueben.


Traducido por William Gilmore

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