La historia política chilena se ha caracterizado siempre por manifestarse como el choque entre dos bandos: la derecha y la izquierda, fenómeno que no es único de Chile, pero que tiene particularidades especiales que la hacen distinta a otros lugares del mundo donde se suelen identificar ciertos matices; acá la adscripción a uno de esos dos bandos suele darse de forma total.
Durante la época de paz social y prosperidad económica que vivió el país en los años ’90 bajo los gobiernos de centroizquierda de la Concertación, los que mantuvieron el modelo económico traído a Chile por los economistas de la Escuela de Chicago –-logrando así un aparente nirvana de los consensos-–, la derecha chilena se sumergió en la más grave crisis de anorexia intelectual por la que haya pasado alguna vez; mientras que en el ámbito cultural, la izquierda dura, que habitaba fuera de la Concertación, comenzaba a avanzar silenciosamente a pasos agigantados en la subconsciencia colectiva. Sus métodos y conceptos se incrustaban gradualmente en lo más cotidiano de la generación millenial que hoy pulula por las redes sociales, lugar obligado para adentrarse en lo que alguna vez se llamó “debate público”.
Uno de los fenómenos más potentes que logró dicho avance de la izquierda en la cultura chilena fue la redefinición del concepto de “derecha”, la cual se incubó en las mentes de la gran mayoría de los chilenos hasta el día de hoy, lo cual fue ayudado, por cierto, por la nula capacidad de respuesta ideológica de la derecha política que se refugió en asuntos morales, creyendo que el maravilloso modelo económico e institucional que les heredó el “tata” [1] se mantendría intacto por sí solo hasta la segunda venida de Jesucristo.
Así, “el ser de derecha” fue redefinido en las mentes de los chilenos a una visión muy llana y simplista: “todo aquel que está en el poder es de derecha”. De esta idea matriz se derivan otras ideas sucedáneas tales como “el poder (la derecha) es todo aquel que te está cagando” o “ser de derecha es estar del lado de los poderosos, ergo de los que te están cagando”, ya que “tú, ciudadano común y corriente que no tienes ‘poder’, eres parte del ‘pueblo’, el cual es lo opuesto a la derecha”.
De esta visión simplista se puede extraer una conclusión aún más importante: “como “la izquierda” es el enemigo histórico de “la derecha”, ser de izquierda es lo más lógico, o mejor dicho, lo único que se puede ser frente a los poderosos, ergo, la izquierda es el lado bueno de la historia y la derecha el lado malo”.
Prueba de ello es, por ejemplo, cuando algún político de izquierda es cuestionado por la razón que sea, o ha cometido un acto reprobable, inmediatamente no pocos dirán: “es que entonces no es de izquierda, en verdad era de derecha”. ejemplos hay muchos, desde los históricamente ambiguos demócrata cristianos hasta ME-O e incluso el PC, cada vez que se les sorprende en algo, muchos intentan desmarcarlos de la izquierda y acusarlos de derechistas, sólo porque a nivel cultural se ha instaurado que ‘izquierda=bueno’ y ‘derecha=malo’; ni siquiera en ninguno de esos casos se ha hecho el más mínimo análisis ideológico del personaje en cuestión: si nos falló es porque nunca fue de izquierda, “porque la izquierda es una idea luminosa y pura, cuya realización solo implicaría el bien en sí mismo.”
Desde esta narrativa es que se ha instaurado el mismo discurso a nivel de medios de comunicación/información. Con el auge de las redes sociales comenzó a gestarse un mundo virtual construido principalmente por millenials, los cuales no tenían ahora límite para exponer sus ideas. En un comienzo (2005-201?) se reafirmó lo que ya estábamos exponiendo, pero esta vez dentro del mundo del internet y la información: la derecha, es decir, los poderosos, eran los dueños de todos los grandes medios: radio, tv, diarios; y eran lo que consumían sin duda las generaciones más antiguas, en cambio el auge de los medios de información “alternativos” era un fenómeno que servía para cuestionar a los poderosos, por ende, a la derecha, y aunque esos medios alternativos no se definieran como “de izquierda”, su lucha era sin duda contra la derecha, y también contra la “izquierda corrupta” (que en sus mentes también es sinónimo de derecha, nótese de hecho el apellido “corrupta”, ya que por sí sola, recordemos, la “izquierda” es el bien de bienes).
Es por eso que el fenómeno que estamos viviendo hoy (no sólo en Chile por cierto), es tan llamativo y tan desconcertante para todos los que siguen insertados en ese paradigma. El florecimiento en internet de medios alternativos, ya sea de noticias o de propaganda “memética”, pero que son “de derecha” se ha tornado un sacrilegio incomprensible para quienes piensan que la derecha no puede salir de su nicho de poder (a estas alturas geriátrico) de los grandes medios de comunicación, grandes empresarios y la clase política en general.
Desde el punto de vista de esta izquierda que estaba ya cómoda en la contracultura, es inverosímil que un subgrupo de millenials igual que ellos haya llegado de forma a propia e independiente, es decir, por sí mismos, a comprender y adscribirse a ideas de “derecha”: intentan explicárselo a sí mismos pensando y propagando que son “financiados” por la derecha de siempre y se sacan los pelos sabiendo en el fondo que no es así, intentan pensar también que son sólo hijos de gente de derecha que heredó eso de sus familias (algo más plausible en casos), pero el fenómeno es distinto, ya que la gente de derecha de generaciones mayores es llamada de forma despectiva como “típico comentarista EMOL” que usa de foto de perfil una bandera chilena o una foto en una playa con la señora, que escribe comunistas con mayúscula, con faltas de ortografía, sin respeto por la puntuación que suelen comentar improperios de grueso calibre contra mapuches, inmigrantes y homosexuales. Sin embargo, esta vez es distinto: se encuentran con jóvenes de la misma edad o menores con intereses en autores del liberalismo clásico, libertarismo, tradicionalismo, nacionalismo, conservadurismo, etc. que ni sus abuelos en la gloriosa época de educación gratis en Chile conocían.
La salida de la tumba de autores como Mises, Bastiat, Stirner o Évola, entre otros muchos, las relecturas del anarquismo “no-de-izquierdas”, la inmunidad ante las descalificaciones como “facho pobre”, “desclasado”, etc., la aplicación fulminante del gramscismo pero desde la otra vereda en forma de “dank memes”, han sido un torbellino que tiene a la izquierda cultural en el peak del pánico.
El ejemplo de Axel Kaiser fue bastante gráfico y en cierto modo un hito precedente. Kaiser se transformó en el juguete de turno de la izquierda millenial por haber sido el primer liberal clásico con una postura “derechista” de convicción ideológicamente firme que puso sus puntos de vista en el debate público. El ataque de la izquierda cultural fue neurótico en su contra, se le caricaturizó de forma inmediata, sus posturas debían ser anuladas ya que era posible tolerar a derechistas tontos que se pisaban los pies de forma fácil o se rendían intelectualmente a la izquierda fácilmente, pero Kaiser era distinto y había que ponerlo de piñata en el centro de salón, para que la progredumbre –que podríamos definir como “típicos comentaristas de El Ciudadano” (lo mismo que el comentarista EMOL pero para el otro lado… y más joven)– lo despedazara. Los ayudó, por cierto, que este autor fuera per se un miembro de la elite socieoconómica chilena, es decir, un “cuico”.
Pero, a decir verdad, quien haya leído la obra más ilustrativa de Kaiser, La Tiranía de la Igualdad, notará que el autor no está descubriendo el fuego, ni mucho menos está creando una “doctrina”; lo que el autor hace es exponer de forma sistemática y simple los errores conceptuales y las falencias filosóficas éticas de la izquierda, toda defensa que hace al actual “modelo” se sustenta en datos y eso es todo. Realmente, en Europa quedarían atónitos de descubrir que el debate en Chile sea tan primitivo que la izquierda se haya dado un festín orgiástico de denostaciones para aplacar el temor que les infundió Kaiser, un autor que sólo ha expuesto verdades incómodas con peras y manzanas y no tiene más crimen que ése.
Es posible rastrear desde ese momento en Chile –quizás a causa de ello, o paralelamente, la salida a la luz pública de esa generación millenial que ha rechazado con todo a la izquierda con tanta fuerza– una generación que ha indagado en la economía más allá de lo que le contaban sus padres o centros de alumnos, que no se compra que este país se arruinó cuando derrocaron a San Salvador Allende Inmaculado y que tiene argumentos no sacados de EMOL para decirlo y que, además, lo han aprendido viniendo desde la izquierda en algunos casos y, lo que es peor, de sectores socioeconómicos que no son el de Axel Kaiser.
Es ahí cuando la furia de la izquierda contra sus hijos traidores se transforma en llanto y epítetos que buscan denostar, por ejemplo, los mencionados “facho pobre” y “desclasado”, que más que insultos se han convertido en medallas de honor para esta generación metamoderna totalmente inmune a las estrategias de pánico de la izquierda irónica que había barrido con el derechismo típico gracias al pasquín The Clinic. Son totalmente inconscientes de que lo que hacen es alimentar un fenómeno paralelo a lo que están viviendo en Estados Unidos con su “Alt-Right” –un movimiento acéfalo que aúna a todos aquellos que aborrecen intelectualmente a la izquierda y la buscan desenmascarar, un movimiento que está aunando en simpatías en gente tan opuesta ideológicamente como los libertarios y los nacionalistas y, lo que es más fuerte, los ha empujado a encontrar puntos y autores en común, como Hoppe–. El autogol de la izquierda ha sido doble, y de autogol a autodestrucción hay poco trecho.
Ser de derecha fue convertido en pecado, pero el pecado se lleva bien con los herejes.
Notas.
1. Apodo dado dentro de los círculos conservadores al general Augusto Pinochet.
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