Como alguien con una relación relativamente distante con los caballos, he visto algunas veces a algunos con anteojeras opuestas y me he preguntado exactamente por qué, cuando nunca he visto a ningún otro animal con ellas. Así que cuando la curiosidad me corroe, hago algunas averiguaciones.
Resulta que es porque los caballos son presas animales, tienen ojos a los lados de sus cabezas para aumentar su capacidad para detectar y por tanto escapar de los depredadores (cuyos ojos están enfocados al frente para encontrar la presa). Pero también significa que los caballos pueden distraerse fácilmente por cosas que ocurren en la periferia de su visión. Consecuentemente, cuando la gente quiere que los caballos se centren en una tarea particular, las anteojeras pueden reducir las distracciones y hacerles dedicarse mejor a esta.
Sin embargo, quedé sorprendido por el hecho de que no hay ningún paralelismo con los seres humanos. Poner anteojeras a la gente, como se intenta a menudo por parte de quienes tratan de “vender” políticas públicas a esta, no le ayuda a alcanzar sus objetivos con más éxito. Esas anteojeras hacen lo contrario, aumentan la probabilidad de que la gente se convierta en presa. La razón es que se ponen las anteojeras a los caballos para hacerlos más productivos en situaciones en donde la amenaza de depredadores ha sido eliminada o controlada, pero en lo referido a la política pública, las personas están rodeadas por depredadores políticos.
Debemos considerar todos los aspectos de un cambio político
La clave es que, como los economistas saben desde hace tiempo pero otros olvidan a menudo, es imposible que un cambio político altere la “historia” de solo un incentivo. Cuando un incentivo cambia, también deben hacerlo otros. Por tanto, cada vez que un vendedor de políticas presenta un “análisis” como si hubiera solo un tema o unos pocos temas cuando en realidad hay muchos más, está tratando de poner anteojeras a los ciudadanos, para asegurarse de que no advierten los engaños.
El intento más conocido de quitar las anteojeras a los ciudadanos para no ser convertidos en presas involuntarias es La economía en una lección de Henry Hazlitt. La lección, indicada en el capítulo inicial (seguirá capítulo tras capítulo con ejemplos), es que “el arte de la economía consiste en considerar no solamente los efectos inmediatos sino los posteriores de cualquier acto o política; consiste en observar las consecuencias de esa política no meramente para un grupo, sino para todos los grupos”. Esa lección en dos partes merece seria atención.
Mirando al largo plazo igual que al corto plazo
La lección de Hazlitt de que debemos observar los efectos a menudo muy diferentes a largo plazo de una política igual que los efectos a corto plazo se ilustra con el control de rentas. Como las casas en alquiler tienden a ser duraderas, la erosión del control de la renta de las existencias de viviendas en alquiler no aparece muy rápidamente, permitiendo a los defensores alegar que el efecto no existe (especialmente con todas las demás variables a las que podrían atribuirse esos cambios), en lugar de “no existe todavía de una manera importante”. Sin embargo, los efectos a largo plazo del control de rentas se han comparado con un bombardeo generalizado, garantizando que un enfoque únicamente a corto plazo distorsionaría dramáticamente una evaluación adecuada. Igualmente, la determinación de los keynesianos de aumentar el consumo para estimular la economía ha reducido el ahorro y erosionado dramáticamente la inversión, con el efecto acumulado de deprimir el crecimiento de las existencias de capital que ahora daña gravemente nuestro potencial productivo. Como decía Hazlitt: “Hoy ya es el ayer [adversamente afectado] que los malos economistas de ayer nos pedían que ignoráramos”.
Observar todo los grupos, no solo algunos
La lección de Hazlitt de que debemos observar no solo los efectos en un grupo, sino en todos los grupos se ilustra con prácticamente cualquier programa público de gasto no financiado por los beneficiarios (como los puentes cuyos los costes se pagan con los peajes de los usuarios). Como el gobierno no tiene recursos por sí mismo, los gastos requieren que se consigan ingresos de sus ciudadanos. No podemos limitarnos a analizar las consecuencias del gasto público, como si todas las demás cosas fueran iguales, porque no pueden serlo. Debe también analizarse cómo adquirió los recursos al gobierno y las consecuencias que resultan de ello. Si los recursos vienen de los impuestos deben incorporarse estos efectos (incluyendo los costes para la sociedad por las distorsiones creadas además de los costes directos de los impuestos). Si los recursos vienen de préstamos al gobierno, lo que es esencialmente solo un compromiso público de aumentar los impuestos futuros, los efectos presentes (expulsión de la inversión privada por el aumento en el préstamo) y los efectos futuros (de los impuestos más altos necesarios para pagar los préstamos) deben ser incorporados en el análisis. La alternativa es cegarse uno mismo ante la posibilidad de una evaluación razonada.
Incluso en lenguaje usado para vender políticas puede cegarnos acerca de cuestiones con respecto a los efectos sobre otros. Por ejemplo, hay una sensación en de que es verdad que “nosotros como estadounidenses pagamos nuestros impuestos de la Seguridad Social y nosotros como estadounidenses obtenemos las prestaciones”. Sin embargo las anteriores generaciones obtuvieron muchas más prestaciones que costes, obligando a las generaciones posteriores a pagar mucho más de lo que estas obtendrían como prestaciones. Analizar esto con el lenguaje “nosotros” esconde una redistribución masiva. Igualmente, los programas soportados para ayudar a grupos como “los pobres”, como los salarios mínimos y las subvenciones a la vivienda, en realidad imponen costes muy grandes sobre un grupo importante de “pobres” (por ejemplo, quienes pierden sus empleos o quienes no obtienen financiación para su vivienda pero afrontan precios más altos en las rentas, aumentados por los subsidios que consiguen otros), lo que no puede considerarse que ayude a “los pobres” como grupo. Incluso palabras como “necesidad” centran la atención solamente en los beneficiarios, cuando la implicación de que “por tanto esas personas no deberían tener que pagar por lo que obtienen” excluye que la mayoría de la gente pregunte cómo la necesidad de una persona A justifica que el gobierno tome los recursos de la persona B para financiarla sin su consentimiento. El patriotismo como justificación para el proteccionismo enmarca igualmente en el asunto como si sólo se vieran afectados los fabricantes estadounidenses y extranjeros. Se ignora los consumidores estadounidenses. Pero el proteccionismo es nuestro gobierno asociándose con nuestros productores para aumentar precios, dañando a todos nuestros consumidores. Y el patriotismo no puede justificar que algunos estadounidenses se aprovechen de otros.
Los incentivos importan
La economía en una lección da muchos más ejemplos de los que ofrecemos aquí, convirtiéndose en “lectura obligada” para cualquiera que quiera entender la política en lugar de repetir falsas representaciones. Sin embargo creo que debería también añadirse una tercera parte a esta lección en dos partes. El arte de la economía debe también reconocer y evaluar adecuadamente todos los márgenes ante los cuales cambian los incentivos de los supuestos beneficiarios. Es decir, aquellas políticas populares que pretenden beneficiar normalmente han cambiado múltiples incentivos, no solo uno, y los efectos de todos ellos tienen que ser reconocidos.
El programa de cupones de comida (ahora el Supplemental Nutrition Assistance Program, o SNAP) ofrece un ejemplo instructivo. Pretendía aumentar el consumo de alimentos de las personas de rentas bajas. Muchos defensores han indicado eso como la única área de preocupación y han considerado obvio que subvencionar sus compras de comida aumentaría sustancialmente su consumo de alimentos.
Sin embargo los cupones de comida tienen efectos mucho más pequeños sobre consumo de alimento que el valor de los cupones entregados. La razón principal es que, como casi todos los receptores obtienen menos en cupones de alimentos de lo que hubieran gastado en comida de todas maneras, los cupones puede sustituirse por dólares gastados en alimentos, liberando rentas para gastar en lo que elijan los receptores. Además, los impuestos para financiar el programa reducen las compras de alimentos de otras personas, llevando a muy pequeños efectos sobre sector agrícola, otra razón importante citada para apoyar las prestaciones del SNAP.
Además, como las prestaciones se reducen al aumentar las rentas, el programa de cupones de comida actúa como un impuesto de la renta, reduciendo los incentivos para los receptores para hacerse más productivos. Para quienes están en otros programas de asistencia que también reducen las prestaciones al aumentar las rentas (por ejemplo, vivienda pública o ayuda al alquiler), estos efectos desincentivadores se ven magnificados.
Más aún, a lo largo de los años se han aplicado exámenes de activos que han disuadido a la gente para conseguir recursos suficientes como para ir a la escuela y empezar a aprender cómo salir de la pobreza o iniciar un pequeño negocio y empezar a ganar dinero para salir de dicha pobreza. Sus incentivos han llevado los receptores de renta a un área no visible (llevando a la gente “pobre” a estar mucho mejor de lo que sugieren los datos oficiales) y a sus activos a formas igualmente ocultables (por ejemplo, efectivo en casa), pero que son mucho menos productivas que las inversiones tradicionales. Las normas de los programas han sido tan estrictas que a veces los receptores no podían poseer automóviles lo suficientemente valiosos como para ser fiables. Algunas personas que reciben prestaciones de desempleo también tienen derecho a cupones de comida durante dicho desempleo, aumentando sus tasas de reemplazo y disminuyendo sus incentivos para encontrar trabajo.
Utilizar anteojeras para ignorar un gran número de asuntos relevantes sobrevalora la eficacia del SNAP al impedir un análisis efectivo. Y efectos ignorados similares son comunes para programas públicos.
Las anteojeras son para los caballos, no para la gente
Poner anteojeras a los caballos puede hacerlos más eficaces en sus tareas. Por el contrario, poner anteojeras a la gente le hace menos eficaz en lograr lo que quiere, pero da a quienes quieren aprovecharse de ella a través del gobierno más de lo que quieren. Así que cuando veáis a un depredador político acercarse a vosotros llevando anteojeras, haced lo que harían los caballos sin anteojeras: corred para salvar vuestra vida, libertad y felicidad.
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