miércoles, 28 de diciembre de 2016

Trump podría ser el fin del consenso Bush-Obama, por Mises Hispano.

Decid lo que queráis sobre la economía de Obama, pero debe decirse ante todo un aspecto de ella: Fue el “tiempo feliz” del capitalismo de compinches. Sé que esta declaración se aleja de la brillante narrativa promovida por los medios de comunicación, pero los hechos son los hechos. Tal vez los de Obama fueran compinches de izquierda, mientras que Bush impulsara a los de derechas, pero no importa. Al capitalismo de compinches le ha ido bien desde 2009.

No es difícil entender por qué. Cuando el ambiente político en una época se define por Dodd-Frank,  la Affordable Care Act, alimentar al monstruo de la seguridad nacional, la planificación central inspirada por el cambio climático, Elizabeth Warren y Bernie Sanders, van aumentar los costes de hacer negocios. Las empresas grandes y bien conectadas se beneficiarán, aunque sólo sea porque las empresas grandes y bien conectadas pueden permitirse cumplir con las leyes. Todos los demás quedarán fuera del negocio, se convertirán en empresarios, harán consultorías, se unirán a la economía de los pequeños encargos o cualquier otra cosa que sea necesaria solo para ir tirando.

Esa es la conclusión de la captura regulatoria y no es una sorpresa. El santificado Franklin Roosevelt inició una ronda similar de regulación sin precedentes durante el llamado primer New Deal. A las grandes empresas de su tiempo les fue muy bien (de 1933 a 1937) y trabajaron duro a favor de su reelección. Si trabajabas para una de estas afortunadas organizaciones, no tenías ni siquiera que saber que había una depresión. La economía de FDR era una en la que aumentaba las rentas reales, algo magnífico para cualquiera que tuviera una renta en ellos tiempos.

Así que la temprana calificación de Obama como un nuevo FDR debería haber dado una pista de lo que iba a venir. ¿Recordáis Cash for Clunkers? Eso y los rescates de GM y Chrysler detuvieron el flujo de capital y mano de obra desde Detroit a manos más capaces. ¿Recordáis la aprobación del Obamacare tras el comentario de Nancy Pelosi de que los políticos escépticos podrían leer la legislación después de aprobarla? Se supone que tuvieron oportunidad después de perder el cargo en las siguientes elecciones y de que el partido de Obama perdiera su estatus mayoritario. ¿Recordáis cómo el Área Estadística Metropolitana de Washington-Arlington-Alexandria lideró al país con un crecimiento económico del 3,3% en 2010, gracias a la llegada de cabilderos a la región? Realmente fueron tiempos felices, al menos para los compinches.

Pero este no es un artículo acerca de la economía de Obama. Es un artículo acerca de mis preocupaciones con respecto a la inminente de Trump. Mientras escribo esto, tengo cerca el número del personaje del año de la revista Time, lleno con imágenes oscuras de Trump y encomios para Clinton y otra gente del establishment. Es como si Time tomara su número del hombre del año de 1979 y cambiara al Ayatolá Jomeini por Donald Trump y las buenas referencias a Jimmy cárter por las de Barack Obama.

Time culpa a trump de las divisiones profundas que aparecieron y fueron azuzadas a lo largo del año pasado, pero Trump no creó las divisiones. Si George W. Bush fue un personaje extremadamente divisivo en 2008, lo mismo pasó con Barack H. Obama en 2016, ya que, después de todo, simplemente recalificó y luego expandió el mismo crecimiento del gobierno que causa división. En este sentido, Obama se limitó a dirigir el tercer y cuarto mandato de Bush. Fue todo esperanza, pero no cambio.

Esto me resultó más evidente este pasado junio cuando estaba haciendo una presentación a un grupo de pequeños empresarios en Bonita Springs, Florida, y había desesperación en el aire. Sus empresas no iban a sobrevivir otros cuatro años. Trump tenía que ganar. Obama tenía que irse. Me vino entonces a la mente uno de los lemas de Fidel Castro: “¡Socialismo o muerte!” Solo que ahora tenemos una versión estadounidense en la que la muerte habría sido el negocio familiar que estaba siendo llevado a la tumba por la regulación.

Así que la división es real, y profunda. El propio Trump trató de comunicarlo cuando dijo (justo antes de las primarias de Nueva York del año pasado) que “podría estar en el medio de la Quinta Avenida y disparar alguien y no perdería votantes”. Lejos de ser una fanfarronada absurda, era una referencia a la división que habían creado nuestras clases políticas y había hecho que las odiasemos, proclamando a cualquiera que tuviera orejas que su lado de la división era más grande, estaba más motivado para votar, más enfadado e iba a ganar.

Es una división sobre la que escribió Rothbard en su importante ensayo al estilo de Bastiat, “Anatomy of the State”, donde explicaba el análisis de John C. Calhoun de contribuyentes netos y consumidores netos de impuestos resultante de cualquier sistema de redistribución coactiva. No es nada nuevo. La historia económica de EEUU registra influencias de compinches desde su inicio, pero algunos años han servido como puntos de inflexión para su intensificación. Estos incluyen 1791 (cuando se creó el primer banco de EEUU), 1861, 1913, 1933, 1971 y ahora 2008.

Pero también ha habido años en los que se ha resistido a la influencia de los compinches, ya sea la Era Jacksoniana de la década de 1830, el Retorno a la Normalidad en la década de 1920 o finales del siglo XX, cuando una población cansada de la Guerra Fría y la Gran Sociedad obligó a un presidente en el cargo a decir que se había acabado la época del gran gobierno. Siempre se producen cuando los contribuyentes netos ser reafirman, las necesidades de la calle se consideran tan seriamente como las de Wall Street y la élite del poder se ve avergonzada.

Está pasando de nuevo. Lo que hace diferente nuestro periodo es que, durante épocas anteriores de reafirmación de normalidad, la clase política normalmente ofrecía un presidente para pacificar y unificar a una nación enfadada. Ese es el legado real de Reagan al liderar un país harto de guerras, redistribuciones de riqueza y estanflación en las décadas de 1960 y 1970. A este respecto, Trump, que se presentó contra una clase política en bancarrota y a menudo se burló de ella, no es Reagan.

Lo que también hace diferente nuestra época es que Trump será un hombre rico entrando en la presidencia, haciendo de él el primer Presidente desde JFK que tiene pocos incentivos para utilizar la presidencia para contribuir a su riqueza personal después de abandonarla. Igual que JFK, será más difícil de comprar y por tanto más difícil de controlar. Así podéis apreciar la sorpresa y la preocupación expresada acerca de cómo podría aproximarse al imperio. ¿Qué pasará con la “lista de la muerte” secreta de Obama? ¿Hará amistad con Rusia, rebajará la tensión en Oriente Medio y dejará que arraigue el comercio (y la paz que este fomenta)?

Si eres un compinche, no temas. Las ridículas intenciones de Trump de aumentar el gasto en infraestructuras (cuando el gasto público de infraestructuras en 2015 ascendió a 32.000 millones de dólares al mes) y reconstruir el ejército llevan escritos en la frente el capitalismo de compinches. Esos planes tienen el apoyo de representantes cuya reelección depende de mantener los niveles existentes de gasto público en sus distritos, pero no es que sequen el pantano exactamente.

Mi preocupación es que la Fed pueda decidir perjudicar a Trump aumentando drásticamente los tipos, generando una corrección muy necesaria y normalizando la política monetaria, un trío que podría hacer a cualquier presidente no conseguir la reelección. No penséis que esto no ha sido discutido durante largo tiempo por parte de los keynesianos monetarios de la Fed, a los que nada le gustaría más que producir eso

Sin embargo, si los poderes fácticos que han estado dirigiendo el país sienten pánico acerca de Trump, esto debe ser algo bueno. Incluso yo diría que es un tiempo feliz, solo que ahora para los productivos y los que quieren ser productivos y que fueron los que más sufrieron por la economía cartelizadora impuesta al país tras el 11-S.

Su dividendo de la paz les fue robado ese día y quieren recuperarlo, igual que muchos millones de personas en todo el planeta. Porque una lección importante de la economía que es que hay mejores alternativas que socialismo o muerte.


El artículo original se encuentra aquí.

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