martes, 27 de diciembre de 2016

Los banqueros centrales están perdiendo la fe en su propia alquimia, por Mises Hispano.

The End of Alchemy 2[Extraído de The Austrian (Noviembre – Diciembre 2016)]

[The End of Alchemy: Money, Banking, and the Future of the Global Economy · Mervyn W. King · W.W. Norton & Co., 2016 · xv + 431 páginas]

Mervyn King es el Ben Bernanke británico. Un eminente economista académico, que ahora enseña tanto en la Universidad de nueva York como en la London School of Economics, King fue de 2003 a 2013 gobernador del Banco de Inglaterra. En resumen, es un pez muy gordo. Curiosamente, en The End of Alchemy suena frecuentemente como Murray Rothbard.

King identifica un problema básico en el sistema bancario que ha llevado una y otra vez a crisis financieras. “La idea de que el papel moneda podía remplazar al oro y los metales preciosos con un valor intrínseco y de que los bancos podían tomar depósitos seguros a corto plazo un y transformarlos en inversiones de riesgo a largo plazo aparece con la Revolución Industrial en el siglo XVIII. Era al tiempo revolucionaria  e inmensamente atractiva. Era en realidad alquimia financiera: creación de poderes financieros extraordinarios que desafiaban la realidad y el sentido común. La búsqueda de este elixir monetario ha llevado a una serie de desastres económicos, desde la hiperinflación a las quiebras bancarias”.

¿Cómo se supone que funciona exactamente esta alquimia?  “La gente creía en la alquimia porque, se argumentaba, los depositantes nunca decidirían retirar todos su dinero al mismo tiempo. Silas solicitudes de los depositantes para hacer pagos y obtener liquidez fueran, después de hacer una media sobre un gran número de depositantes, un flujo predecible, entonces los depósitos podrían proporcionar una fuente fiable de financiación a largo plazo. Pero si un grupo importante depositantes retirara fondos al mismo tiempo, el banco se vería obligado, o a reclamar una devolución inmediata de los préstamos que haya hecho (…), o a dejar de pagar las solicitudes de los depositantes”. Los lectores de ¿Qué ha hecho el gobierno de nuestro dinero? de Rothbard reconocerán un tema familiar.

Muchos han tratado de salvar la alquimia de la banca recurriendo a un banco central. Al actuar como prestamista de último recurso, un banco central puede rescatar bancos que necesiten fondos para atender a depositantes nerviosos y así evitar el riesgo de una corrida bancaria. La alquimia de transformar depósitos en inversiones puede ahora llevarse a cabo.

Aunque él fue uno de los principales banqueros centrales del mundo, King encuentra defectos en esta “solución”. Un banco local puede rescatarse consiguiendo de dinero del banco central, pero el proceso genera nuevos problemas. Thomas Hankey, un gobernador del Banco de Inglaterra del siglo XIX, señalaba algunos de estos en respuesta a Walter Bagehot, un defensor clásico del banco central como prestamista de último recurso:

Si los bancos pasan a confiar en el Banco de Inglaterra para que lo rescate cuando tengan dificultades, tomarán excesivos riesgos y abandonarán los “principios sólidos de la banca”. Se desharían de sus activos líquidos, confiando en su lugar en la garantía barata del banco central, y eso es exactamente lo que ocurrió antes de la reciente crisis [de 2008]. La provisión de garantía sin un cobro apropiado es un incentivo para tomar riesgos excesivos (en la jerga moderna, crea un “riesgo moral”).

Dados los peligros de la alquimia financiera, ¿qué deberíamos hacer con ella? De nuevo King lanza algo rothbardiano. Escribe con gran simpatía hacia la banca de reserva 100%.

Aunque hace cincuenta años el grado de alquimia del sistema bancario era mucho menor del que es hoy, es interesante que muchos de los economistas más distinguidos de la primera mitad del siglo XX creyeran que había que obligar a los bancos a tener suficientes activos líquidos como para respaldar el 100% de sus depósitos. Recomendaban acabar con el sistema de “banca de reserva fraccionaria” bajo el cual los bancos crean depósitos para financiar préstamos arriesgados y por tanto tienen insuficientes reservas de efectivo para respaldar sus depósitos.

Como Rothbard, King llama la atención sobre las ideas del jacksoniano del siglo XIX, William Leggett. King cita un artículo de 1834 en el que Leggett dice:

Hagamos que la ley [actual] sea derogada en; hagamos que se sustituya por una ley que obligue sencillamente que a cualquier persona que entre en el negocio bancario se le obligue a consignar con algún oficial designado por la ley, un inmueble u otra garantía aprobada por la cantidad total de los billetes que pueda desear emitir.

King puede que hasta cierto punto se parezca a Rothbard, pero desgraciadamente no es Rothbard y los lectores atentos habrán apreciado una importante diferencia entre la idea de King de banca de reserva 100% y la de Rothbard. La idea de King, al contrario que la de Rothbard, sigue permitiendo a los bancos expandir la oferta monetaria. Los “activos líquidos” no tienen que ser idénticos a los depósitos: solo tienen que ser fácilmente convertibles en dinero por si apareciera la necesidad de hacerlo.

El plan de King para “acabar con la alquimia” permite una importante expansión monetaria. Llama a su idea la aproximación “casa de empeño para todas las estaciones”. Es una forma de garantía de “liquidez”. Los bancos tendrían que adelantar como colateral al banco central parte de sus activos. Esto actuaría como una “forma de seguro obligatorio, de forma que en caso de una crisis un banco central estaría libre para prestar en los términos ya acordados”. Así que, mientras su seguro se haya pagado, el banco central seguiría rescatando a dicho banco en una crisis dándole más dinero. Comparemos esto con el plan sugerido en la cita de Leggett, en el que si un banco no pudiera redimir sus billetes, los depositantes podrían proceder directamente contra los activos del banco. Esto no permite ningún expansión monetaria y el plan de Rothbard, por supuesto, es todavía más restrictivo.

Habiendo llegado tan cerca de Rothbard, ¿por qué no se atreve King a dar el paso final? ¿Por qué sigue dejando la posibilidad de una expansión monetaria? Porque teme a la deflación.

Cambios agudos en el equilibrio entre la demanda y la oferta de liquidez pueden causar un caos en la economía. La ventaja clave del dinero fabricado por el hombre es que su oferta puede aumentar o disminuir rápidamente en respuesta a un cambio súbito en la demanda. Esa capacidad es una virtud, no un defecto, del dinero electrónico o de papel. (…) La capacidad expandir la oferta de dinero en tiempos de crisis es esencial para evitar una depresión.

¿Pero y si la demanda de liquidez aumenta repentinamente, cuando las existencias molestaría son constantes, no pueden los precios de bienes a la baja satisfacer la demanda? King, siguiendo aquí a Keynes, es escéptico. “La flexibilidad de salarios y precios sí ayuda a coordinar planes cuando existen todos los mercados relevantes para decisiones futuras. Pero en la práctica no lo hace y bajo esas circunstancias los recortes en salarios y precios pueden rebajar las rentas sin estimular la demanda actual”. Los precios pueden seguir cayendo indefinidamente.

También preocupan a King otras posibilidades de fallos de coordinación y por debajo de ellas hay un argumento importante. Siguiendo a Frank Knight, distingue entre riesgo e incertidumbre.

Los riesgos se refieren a eventos como que tu casa se incendie, en los que es posible definir exactamente la naturaleza de ese resultado futuro y asignar una probabilidad a la ocurrencia de dicho evento basada en experiencias pasadas. (…) La incertidumbre, por el contrario, se refiere a eventos en los que no es posible definir, o siquiera imaginar, todos los posibles resultados futuros y a los que por tanto no es posible asignar probabilidades.

Vivimos en un mundo de incertidumbre radical y por tanto no podemos estar seguros de que para evitar una catástrofe baste  con confiar en los precios del mercado para ajustarse a cambios en la demanda de tenencia de dinero. Por esta razón se necesita a veces recurrir a la expansión monetaria.

Este argumento se desarrolla demasiado rápido. No se deduce del hecho de que prevalezca en general la incertidumbre knightiana que se tenga que tomar en serio la posibilidad de que precios y salarios caigan indefinidamente. En una situación de incertidumbre, no podemos, por hipó tesis, calcular probabilidades; pero esto no implica que tomemos posibilidades extravagantes como posibles ocurrencias que deban ser evitadas por el gobierno. Tiene que darse alguna razón para suponer que los precios continuaron cayendo indefinidamente. ¿Por qué no podrían los empresarios ser capaces de corregir la situación sin recurrir a la expansión monetaria? No afrontamos una dicotomía entre cálculo matemático exacto, al estilo de un equilibrio de Arrow-Debreu, y tantear ciegamente la oscuridad.

El propio King reconoce que en la depresión estadounidense de 1920 a 1921 no hizo falta recurrir al gobierno.

El hecho sorprendente es que a lo largo del episodio no hubo ninguna política activa de estabilización por parte del gobierno ni el banco central y los precios se movieron de una manera violenta. Fue, en palabras de James Grant, el periodista y escritor financiero de Wall Street, “la depresión que se curó a sí misma”.

Es estimulante que King cite al economista austriaco James Grant, pero saca de su trabajo un mensaje insuficiente. “La lección clave de la experiencia de 1920-21 es que es un error pensar que todas las recesiones tienen causas similares y requieren remedios similares”. En vista de las muchas consecuencias ingratas, completamente reconocidas por King, de la intervención pública, ¿no deberíamos destacar en su lugar la necesidad de confiar en el mercado no intervenido? King sin embargo merece ser alabado por acercarse, a su manera, a muchas ideas austriacas.


El artículo original se encuentra aquí.

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