Durante muchos años, los demagogos no han tenido la opinión a su favor. No son considerados serios, no son respetables, no son “caballeros”. Y sin embargo, hay una gran y creciente necesidad de sus servicios. ¿Cuáles han sido exactamente las acusaciones contra los demagogos? Son aproximadamente tres en número.
En primer lugar, son fuerzas disruptivas en el cuerpo político. Agitan las cosas. Segundo, supuestamente fallan apelando a las emociones primarias en lugar de a la razón fría. De esto se deriva la tercera acusación: que apelan a las masas sin refinar con opiniones emocionales, extremas y, por lo tanto, malas. Añádase a esto el vicio del entusiasmo despiadado, y hemos catalogado así los pecados de la especie del demagogo.
La acusación de la apelación a las emociones es seguramente irrelevante. El problema de una ideología no es si se presenta de una manera emocional, bien como una cuestión de hechos y pruebas, o de una manera aburrida. La pregunta es si la ideología es correcta o no. Casi siempre, el demagogo es un hombre que encuentra que sus ideas son sostenidas por sólo una pequeña minoría de la gente, una minoría particularmente pequeña entre la gente seria y respetable. Convencido de la verdad y de la importancia de sus ideas, ve que el peso de la opinión pública, y particularmente de los respetables moldeadores de esta opinión, es hostil o indiferente a esta verdad. ¿Es de extrañar que tal situación haga que un hombre sea emocional?
Todos los demagogos son inconformistas ideológicos y por lo tanto están obligados a ser emocionales sobre el rechazo general de lo que ellos consideran la verdad vital. Pero no todos los inconformistas ideológicos se convierten en demagogos. La diferencia es que el demagogo posee esa cualidad de atracción de masas que le permite usar la emoción para agitarlas. Al llegar a las masas, está pasando por encima de las cabezas de los respetables intelectuales que ordinariamente guían la opinión de dichas masas. Es esta atracción eléctrica directa dirigida a las masas lo que le da al demagogo su importancia vital y eso lo convierte en una amenaza para la ortodoxia dominante.
El demagogo es frecuentemente acusado por sus enemigos de ser un oportunista farsante, un hombre que usa cínicamente ciertas ideas y emociones para ganar popularidad y poder. Sin embargo, es casi imposible juzgar los motivos de una persona, particularmente en la vida política, a menos que uno sea un amigo cercano. Hemos visto que el demagogo sincero es muy probable que sea emocional en sí mismo, al tiempo que mueve a otros a la emoción. Finalmente, si un hombre es realmente un oportunista, la manera más fácil de darle poder es a través de la ortodoxia reinante, y no al revés. El camino del demagogo es el más arriesgado y tiene la menor posibilidad de éxito.
Es la creencia de moda la de que una idea es incorrecta en función de su “extremismo” y es correcta en la medida en que es una confusión caótica de doctrinas contradictorias. Para el profesional de la moderación, una especie que siempre se encuentra en abundancia, el demagogo invariablemente es un choque desagradable. Pues es una de las cualidades más admirables del demagogo que obliga a los hombres a pensar, a algunos por primera vez en sus vidas. Fuera de la confusión de las ideas actuales, tanto de moda como fuera de moda, extrae algunas y las empuja a sus conclusiones lógicas, es decir, “a los extremos”. Por lo tanto, obliga a las personas bien a rechazar sus puntos de vista por insostenibles, bien a encontrarlos sólidos y perseguir o buscar sus consecuencias lógicas. Lejos de ser una fuerza irracional, el más tonto de los demagogos es un gran sirviente de la Razón, incluso cuando esté en su mayor parte equivocado.
Un ejemplo típico es el demagogo inflacionista. La gran mayoría de los economistas respetables siempre se han burlado de éstos sin darse cuenta de que no son realmente capaces de responder a sus argumentos. Lo que los críticos de los inflacionistas han hecho es tomar ese inflacionismo que se encuentra en el centro de la economía de moda y empujarlo a su conclusión lógica. Así dirían: “Si es bueno tener una inflación de dinero del 10 por ciento al año, ¿por qué no es aún mejor doblar la oferta de dinero cada año?” Sólo unos cuantos economistas se han dado cuenta de que, para responder razonablemente en lugar de quedar en ridículo, es necesario purgar la economía de moda de sus fundamentos inflacionistas.
Los demagogos probablemente cayeron en descrédito en el siglo XIX, cuando la mayoría de ellos eran socialistas. Pero su oposición conservadora, como es típico de los conservadores en todas las épocas, nunca llegó a enfrentarse con la lógica de la posición de los demagogos. En su lugar, se contentaron con atacar el emocionalismo y el extremismo de éstos. Ya que no entraron a cuestionar su lógica y razonamientos, los demagogos socialistas acabaron triunfando, puesto que el argumento siempre vencerá al prejuicio puro a largo plazo. Parecía como si los socialistas tuvieran la razón de su parte.
Ahora el socialismo es una ideología de moda y respetable. Los viejos argumentos apasionados se han convertido en los aburridos clichés de las aulas académicas como de las reuniones y fiestas. Cualquier demagogia, cualquier interrupción a lo establecido, casi seguramente provendrá de la oposición individualista. Además, el Estado está ahora en el mando, y siempre que prevalece esta situación, el Estado está ansioso por evitar cualquier perturbación y turbulencia ideológicas. A su paso, los demagogos traerían la “desunión”, y la gente podría empezar a pensar por sí misma en lugar de permanecer en el paso firme colectivo detrás de sus líderes ungidos. Además, los demagogos individualistas serían más peligrosos que nunca, ya que ahora podrían estar equipados con argumentos racionales para refutar los clichés socialistas. La respetable Izquierda estatista, por eso, teme y odia al demagogo, y más que nunca, es objeto de ataque.
Es cierto que, a largo plazo, nunca seremos libres hasta que los intelectuales -los moldeadores naturales de las opiniones públicas- se hayan convertido del lado de la libertad. En el corto plazo, sin embargo, la única vía hacia la libertad es mediante un llamamiento a las masas por encima de las cabezas del Estado y sus guardaespaldas intelectuales. Y este llamamiento puede ser hecho más eficazmente por el demagogo – el hombre áspero, sin pulir del pueblo, que puede presentar la verdad en lenguaje simple, eficaz y sí, emocional. Los intelectuales lo ven con claridad, y es por eso atacan constantemente cualquier indicio de demagogia libertaria como parte de una “marea creciente de anti-intelectualismo”. Por supuesto, no es anti-intelectualismo; es salvar a la humanidad de aquellos intelectuales que han traicionado el intelecto mismo.
Manuscrito original de 1954 inédito hasta 2002. Traducido por Adolfo D. Lozano
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