“Everyone I don’t like is Hitler, The Emotional Child’s Guide to Political Discussion” (Todos los que me caen mal son Hitler, guía para el niño emocional en discusión política) es un libro ficticio en formato “meme” que inundó fuertemente las redes sociales durante las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos, pero que data de fechas anteriores.
El “meme” pretende mofarse de quienes demonizan al extremo posturas que no caigan dentro de la confortable zona de la corrección política sin cuestionar siquiera la naturaleza de las mismas, repitiendo panfletos por todos conocidos o incluso sin conocimiento político alguno.
Algo no muy diferente sucedió quizás en la década de 1970 cuando de buenas a primeras, y casi sin saberlo, quien no era de izquierda era, por defecto, facho. “Facho” (aquel que simpatiza con el fascismo) sigue siendo el adjetivo más a punta de lengua para quienes no saben de qué están hablando – pero necesitan pronta acusación.
El fascismo es, según el Diccionario de la Real Academia Española, un “movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista”.
En Definición.de se especifica que “el fascismo se basa en un Estado todopoderoso que dice encarnar el espíritu del pueblo. La población no debe, por lo tanto, buscar nada fuera del Estado”. Más de un castrista o un chavista debería pensárselo dos veces, entonces, antes de pronunciar tal calificativo.
Las comparaciones entre el Presidente electo Donald Trump y Adolf Hitler no fueron escasas. Pero tampoco lo fueron las comparaciones entre la derrotada, la demócrata Hillary Clinton, y el austríaco. Pareciera que sí debemos dar la bienvenida a la época del “todo lo que no me gusta es Hitler”.
Pero, por mucho que duela a muchos, ni Trump ni Clinton son Hitler. Ninguno de los dos es facho, aunque ambos tienen características fascistas: Trump el nacionalismo y Clinton el estatismo. Dos rasgos, sin embargo, no son suficientes. Mucho más cerca están sí los hermanos Castro, Hugo Chávez, Cristina Fernández y Nicolás Maduro.
Tal es el miedo a que en verdad exista otro Hitler que el Reino Unido no ha dudado en pasar a la ilegalidad a un partido “neonazi”, respaldado por leyes antiterroristas. El pasado lunes 12 de diciembre fue anunciada su pronta prohibición, propuesta por la ministra del Interior Amber Rudd, quien presentó una orden parlamentaria que entrará en vigor este viernes.
En palabras de Rudd “hoy tomo medidas para proscribir al grupo neonazi ‘National Action’, lo que significa que ser miembro o buscar apoyo para esta organización se convierte en un delito”.
Rudd tiene razón. No hay nada elogiable (o con sentido alguno) en “National Action”. Pero pasar a la ilegalidad todo aquello con lo que discrepamos en una medida peligrosísima, que puede ser, incluso a corto plazo, contraproducente.
Curiosamente, no dista mucho de las medidas tomadas por el mismísimo Hitler cuando llegó al poder.
Los verdaderos defensores de la libertad no deben pretender forzar al otro a vivir en la clandestinidad.
J.K. Rowling, la autora de la saga Harry Potter lo expuso brillantemente cuando se propuso que Donald Trump fuera considerado persona no grata en el Reino Unido. “Él tiene todo mi apoyo – afirmó – para venir al Reino Unido y ser ofensivo e intolerante aquí”. Señaló además que la libertad que tiene Trump de ser “ofensivo”, es lo que “protege mi libertad para llamarlo intolerante”.
“Si buscas la eliminación de un oponente – argumentó – simplemente en las bases de que te ha ofendido, tú has cruzado la línea para pararte al lado de tiranos que encarcelan, torturan y matan por exactamente las mismas razones”.
La regulación de discurso es casi tan peligrosa como la censura, y ninguna de las dos es deseable en ningún momento, para ningún bando, sea “el mío” o el del otro.
Esta idea tan simple pareciera ser impensable para muchos. De hecho, en el mundo entero y a través de la Historia, casi nada ha sido tan temido como la libertad.
Y así estamos.
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