[Extraído de The Austrian (Noviembre – Diciembre 2016)]
Hemos vivido otra temporada de elecciones y este año, como todos los años, los candidatos compitieron para decirnos todas las maneras en las que van a usar el poder público en para mejorar nuestras vidas. Por desgracia, muchos votantes parecían simpatizar bastante con la idea de que la acción pública puede mejorar los niveles de vida y en general hacer que los mercados funcionen mejor.
Esa es la mala noticia. Pero también hay tendencias actuando ahora mismo que son más grandes que cualquier ciclo electoral y, aunque los candidatos de este año proporcionaron pocas razones para el optimismo, los propios votantes pueden estar haciéndose más escépticos sobre en qué medida el gobierno puede resolver todos sus problemas.
En todo caso, una de las cosas más importantes que podemos hacer es explicar y entender realmente cómo los mercados, y no la intervención pública, son nuestra mejor esperanza para una sociedad ordenada y próspera.
Para cambiar la política: La opinión pública debe cambiar
Como señalan Ludwig von Mises y Frédéric Bastiat, la política económica, para bien o para mal, está determinada en último término por la opinión pública. Eso puede causarnos pesimismo u optimismo, porque aunque una extendida mala comprensión de cómo funcionan los mercados se traduce en malas políticas, la opinión pública puede cambiar y a menudo lo hace. Hasta hace medio siglo, argumentos como: “Necesitamos más viviendas, por tanto el gobierno debería proporcionar viviendas” o “Necesitamos viviendas más baratas. Por tanto el gobierno debería poner controles de precios a las viviendas”, eran comunes. Hoy poca gente realiza seriamente esas afirmaciones. Cuando incluso al votante mediano de Massachusetts puede entender los problemas con el control de rentas y votar por eliminarlos, hay esperanza acerca de la divulgación de ideas económicas.
Aun así, argumentos como: “Necesitamos reducir el fraude. Por tanto el gobierno necesita más regulaciones” o “El riesgo es un problema. Por tanto el gobierno debería asumir y gestionar el riesgo” están mucho más aceptados de lo que deberían.
Aunque sigue manteniéndose ampliamente en la fe en el gobierno, puede haber pasado su cénit y estar declinando. Las encuestas han descubierto que a finales de la década de 1960 aproximadamente el 75% de los estadounidenses decían que confiaban en “el gobierno en Washington siempre o casi siempre”, mientras que hoy la cifra es solo el 20%. Una encuesta de 2013 de Gallup descubría que un “máximo histórico en EEUU dice que el gran gobierno es la mayor amenaza” para el país y Pew en 2013 informaba de que una “mayoría ve al gobierno como una amenaza para los derechos personales”. El pueblo está también abandonando su fe en los políticos y hoy sólo el 9% tiene una visión favorable del congreso.
¿Una alternativa a la política?
Pero estas dudas acerca de la intervención pública no se traducen necesariamente en apoyo a los mercados voluntarios.
En parte, la razón por la que el público siente escepticismo hacia los mercados es que comprende poco cómo funcionan dichos mercados. Tampoco entiende cómo pueden funcionar los mercados para proporcionar orden y gobernanza en la vida diaria.
Entre muchos votantes hay miedo a que sin gobiernos que intervengan la sociedad no pueda estructurarse y ordenarse.
Nunca ha sido así y en mi libro Private Governance: Creating Order in Economic and Social Life examino cómo puede conseguirse gobernanza sin lo que normalmente llamamos “gobierno”.
La gobernanza privada se crea allí donde instituciones privadas crean orden y aplican normas cuando los gobiernos son incapaces o no están dispuestos a hacerlo. Una y otra vez pueden encontrarse mercados que funcionan incluso cuando el gobierno no los apoya. La creencia habitual de que el gobierno es necesario para aplicar contratos o asignar bienes (por nombrar dos ejemplos) se ve desmentida por numerosos ejemplos a lo largo de la historia.
Por supuesto, gobernanza privada puede encontrarse en las normas impuestas por cualquier club privado. Pero la gobernanza privada también se utiliza para dirigir instituciones complejas, como fue usada por primera vez por los fundadores de las bolsas de Londres y Nueva York. Instituciones y creadores de normas similares se usan hoy para dirigir el comercio electrónico.
De hecho, una vez empezamos a comparar el mercado voluntario con las instituciones públicas, descubrimos que las normas del mercado son mucho más ordenadas, estables y potencialmente resistentes que las normas de una burocracia monolítica.
Además, aunque a los progresistas les preocupe el poder corporativo, las normas y la gobernanza privada basadas en el mercado permiten más alternativas y son notablemente más liberales que las imposiciones y regulaciones públicas.
Permitir a la gente entrar o salir voluntariamente de distintos sistemas, mercados y comunidades le permite encontrar las normas que le benefician. En Los fundamentos de la libertad, Friedrich Hayek explica por qué es así. “Hay una ventaja de obediencia al no obligar a esas normas”, empieza Hayek,” no solo porque la coacción como tal sea mala, sino porque en realidad es a menudo deseable que las normas se observen solo en la mayoría de los casos. (…) Es esta flexibilidad de las normas voluntarias la que en el campo de la moralidad hace posible la evolución gradual y el crecimiento espontáneo, lo que permite una mayor experiencia que lleva modificaciones y mejoras”.
Hayek continúa señalando que la gobernanza no coactiva (como la que se encuentra en el mercado) es más probable que permita el tipo de cambio que lleva el progreso económico:
Esa evolución solo es posible con normas que no sean ni coactivas ni impuestas deliberadamente. (…) Al contrario que cualquier norma coactiva deliberadamente impuesta, que solo puede cambiarse discontinuamente y en su totalidad al mismo tiempo, las formas este tipo permiten un cambio gradual y experimental. La existencia de individuos y grupos observando simultáneamente normas parcialmente diferentes proporciona una oportunidad para la selección de las más efectivas.
Estructuras ampliamente deseables de gobernanza privada se convertirían en rentables y animarían a otros a imitarlas sin ninguna necesidad de “armonización” coactiva. En otros casos, la variedad a través de distintos mercados es algo bueno. Igual que no tiene sentido que la tienda de la esquina cumpla con los requisitos para entrar en la bolsa de Nueva York o que los marineros aficionados cumplan con las normas de la Copa América, un mercado de gobernanza privada permite a la gente seleccionar entre diferentes estructuras que tengan sentido para ellos. Frente a las instituciones públicas que aplican universalmente normas rígidas, el mercado permite a la gente optar por distintos clubes e instituciones con sus propias reglas en distintas áreas de sus vidas de las diversas maneras que prefieran.
Por supuesto, la política representa lo completamente opuesto a la flexibilidad y variedad que se encuentra en la gobernanza privada. Acabamos de dedicar la mayoría del año a escuchar a los políticos hablar acerca de todas las cosas que van a hacer para obligar a los mercados a comportarse. Pero, a pesar de lo que nos dicen los políticos, persiste el hecho de que el orden en los mercados es tan atribuible al gobierno como la buena literatura es atribuible a la oficina editorial del gobierno.
El artículo original se encuentra aquí.
de Instituto Mises http://ift.tt/2hB4eji
http://ift.tt/2hB0EFZ
de nuestro WordPress http://ift.tt/2io63zu
http://ift.tt/2hB0EFZ
Blogs replicados, Euribe, Instituto Mises, mises
No hay comentarios:
Publicar un comentario