El proceso político vivido en Venezuela desde hace 18 años ha generado una profunda discusión sobre las raíces de la política, en la que no está ausente un marcado desconocimiento o distorsión de conceptos.
Entre las propuestas que se escuchan en estos tiempos, como reacción a lo que se ha vivido los últimos años, se propone la necesidad de volcar el país hacia una “derecha radical”. Frente a ello, otros actores políticos, como María Corina Machado, sostienen que la discusión entre izquierda y derecha ha sido superada, y que más bien debería enfocarse entre las ideas que funcionan y las que no funcionan.
En la discusión producida en el seno de partidos y movimientos políticos, quienes defienden la persistencia de esta diferenciación geográfica entienden que es una distinción de vieja data y ampliamente conocida, lo que permite explicar con claridad a la gente las posiciones de unos y otros. Consideran que sustituir las referencias a la izquierda y la derecha por “estatismo” y “libertad individual” confundiría al votante promedio.
Otros, en cambio, piensan que los conceptos “izquierda” y “derecha” han sido vaciados de contenido, en especial por la propaganda de quienes se autodenominan de “izquierda”, de modo que sería sensato redefinir los términos.
Esta discusión no es solo semántica. Saber de qué se está hablando es el primer paso para poder alcanzar un acuerdo, o al menos sostener una discusión racional. El propio proceso de definir los conceptos es el primer paso indispensable para que cada uno tenga en claro de qué está hablando. Por eso, no es ocioso recordar algunas cuestiones relativas a este asunto.
En primer lugar, no hay que olvidar que los conceptos “izquierda” y “derecha” se refirieron, efectivamente, a una cuestión geográfica, vinculada con el lugar que ocupaba cada bancada en la Asamblea francesa. A la derecha se sentaban los representantes de los sectores vinculados con la monarquía y la nobleza, y a la izquierda los representantes de campesinos y gente común. Los primeros, en general, defendían la protección de la propiedad y de ciertos privilegios que emanaban de ella; los segundos, se centraban en la defensa de las libertades personales e invocaban también la reivindicación de otro tipo de privilegios.
En ambos sectores pueden reconocerse ciertos principios que serían hoy en día defendidos por los liberales, y otros que no. Así, ciertas corrientes liberales hoy en día se reivindican como de izquierda, sosteniendo precisamente que era aquel grupo el que, en la Asamblea francesa, se oponía a los privilegios de la nobleza; otros, en cambio, entienden al liberalismo como representante de la derecha, por su defensa del derecho de propiedad y las libertades económicas en general.
La confusión sobre los conceptos se intensifica cuando, por ejemplo, se identifica como representantes de la “ultraderecha” a personajes de la historia como Hitler, Mussolini, Franco o Pinochet, y como representantes de izquierda a otros dictadores como Stalin, Castro, Mao Tse-tungo, Kim Jong-un. La diferencia entre varios de estos dictadores ha sido solo el folclore alrededor del cual justificaron sus regímenes totalitarios, pero ninguna otra característica filosófica parece distinguirlos.
En definitiva, puede decirse que las categorías históricas de izquierda y derecha remiten a una discusión en el seno del estatismo: dónde pondrá el gobierno el acento de su intervención, y dónde será un poco más benevolente. Pero fuera de estas discusiones de grado o estilo, parece que a esta altura de la historia estas categorías han quedado desactualizadas y deberíamos hablar en otros términos. Continuar hablando de izquierda y derecha confunde más de lo que aclara.
En segundo lugar, algo que suele verse es que quienes se ubican a sí mismos en alguna de estas dos categorías, consideran que todo lo bueno coincide con su sector, mientras que lo malo se vincula con el opuesto. Es decir, algo es de derecha porque funciona bien, o es de izquierda porque funciona mal. El vacío de contenido de los conceptos lleva a este tipo de generalizaciones que terminan quitando todo sentido a las discusiones políticas. Decir que algo es de derecha porque es bueno y de izquierda porque es malo, en el fondo es lo mismo que no decir nada.
Por el contrario, actualizada la discusión política al siglo XXI, vemos que las dos posiciones antagónicas que se pueden encontrar son: por un lado, la que supone conferir el grueso del poder al Estado, para que este decida a través de sus instituciones cómo resolver los problemas. En este esquema, la persona tiene derecho de participar en las elecciones, y la obligación de respetar las decisiones del Estado. Por otro lado, la que se centra en el reconocimiento, respeto y supremacía de los derechos individuales frente al grupo, que cada persona tenga la libertad de actuar y decidir sobre su propia vida y relacionarse con los demás a través de acuerdos voluntarios. Entre los dos extremos, hay innumerables variantes intermedias.
Eso es lo que vive el ciudadano día a día: una lucha entre los intentos por rescatar su libertad personal para actuar, producir y disponer de lo suyo, y los avances del Estado por regular su vida y obligarlo a contribuir en el mantenimiento del aparato burocrático creado para hacerlo.
Dividida la discusión política en estos términos, es mucho más fácil para un potencial votante entender qué es lo que se está discutiendo. Ya no son los conceptos vacíos y rellenados al antojo del disertante sobre lo que es la izquierda y la derecha, que condena al votante a escoger entre gente que, invariablemente, lo terminará defraudando. Se trata en cambio de escoger entre algo mucho más claro y sencillo: si uno quiere vivir su propia vida, tomar sus propias decisiones y forjar su propio futuro; o si está dispuesto a poner su vida en manos de funcionarios del Estado.
Estatismo y libertad individual, son las opciones.
Se dice que en Venezuela lo que se vive actualmente es un socialismo carnívoro y lo que existió antes de estos 18 años fue un socialismo vegetariano, empleando los términos de Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. Esta definición parece acertada, si uno identifica el socialismo con el estatismo. Hace dos décadas Venezuela padeció de un estatismo más moderado; hoy padece de un estatismo reconcentrado y sofocante.
Si esto se entiende así, se alcanzará a comprender sin mucho esfuerzo que el camino para la reconstrucción de Venezuela deberá pasar por abandonar el estatismo, por reconstruir la sociedad a partir del reconocimiento de los acuerdos individuales y los lazos personales que se vayan construyendo en libertad.
El país no está en condiciones de darse el lujo de seguir jugando con las palabras. Los discursos demagógicos de los políticos de “izquierda” y de “derecha” resultan mortales en las actuales condiciones. Es necesario entender de qué se está discutiendo, para saber hacia dónde hay que ir.
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