domingo, 12 de marzo de 2017

Necesitamos esperanza, por Mises Hispano.

Hay escasez de esperanza hoy en día, mientras que tenemos un enorme exceso de desesperación y odio.

Por dar un ejemplo, hay actualmente dos tipos de historias que llenan mi news feed. El primero se refiere a la política y los horrores perpetuos que desencadena sobre el mundo: hay un nuevo escándalo cada día y la guerra, el proteccionismo y el nacionalismo están aumentando, con costes humanos asombrosos a pagar como consecuencia de ello. En cierto modo, tiene sentido que estas historias dominen de la atención de la mayoría de la gente, ya que representan problemas extendidos que influyen profundamente en nuestras vidas. Sin embargo, esta atención ha traído con ella cierto tipo de desesperación. Mucha gente se queda callada o acaba con amistades de hace tiempo sencillamente porque quiere evitar las oleadas de malas noticias (junto con peleas violentas y conflictos personales) que aparecen un día tras otro.

Pero hay un segundo tipo de historia que he visto últimamente: las historias acerca de asombrosas nuevas tecnologías y empresas que están o estarán pronto disponibles para el público. Las redes sociales están llenas de historias que muestran cómo aplicaciones y drones y dispositivos impresos en 3D pueden salvar nuestras vidas reinventarlas o sencillamente hacerlas un poco más cómodas. Estas maravillas están diseñadas  por jóvenes: genios del bricolaje, visionarios de la tecnología, emprendedores sociales y muchos otros con una pasión por crear valor para los demás.

El contraste entre estos dos tipos de historias no podría ser mayor. Las primeras son ataques a la justicia, así como a la sensatez económica, mientras que las segundas demuestran los beneficios extraordinarios de la cooperación social. Representan formas innovadoras no solo para ganar dinero, sino para ganar paz. Pero en cierto modo el segundo grupo ofrece algo más, algo absolutamente vital para las vidas cotidianas: esperanza.

Cuando nos enfrentamos con malas noticias una semana tras otra, es fácil desesperarse por el futuro de la humanidad. Pero no podemos dejar que los males de la política nos convenzan de que es imposible cambiar a mejor. Tenemos que tener esperanza.

Esto significa a su vez que tenemos que hacer un esfuerzo consciente de no convertirnos en víctimas de los acontecimientos políticos y de las noticias que los rodean. No es solo que centrarse demasiado estrechamente en el gobierno distorsione la visión del proceso político, aunque ciertamente lo haga: la política tiene asimismo un profundo efecto sobre nuestros ánimos, porque nos enseña a creer que no hay vida fuera de él al tiempo que no hay simultáneamente esperanza en encontrarla dentro de él. Nos sentimos atados a un barco que se hunde.

Sin embargo, al resistirnos a las fuerzas que nos empujan al agujero negro de la política, podemos acordarnos del enorme y a menudo maravilloso mundo en el que tenemos la fortuna de vivir. Dejar aparte la política y sus muchos males produce un cambio esencial en nuestra visión del mundo. De hecho, solo tomarse un momento para ver un vídeo alentador puede ser un remedio poderoso para la miseria y la destrucción que vemos en tantas partes del mundo. En este momento preciso, esa sencilla resistencia a las noticias políticas  es casi una acción revolucionaria.

Tenemos que desengancharnos de la política y la neurosis que causa y reengancharnos al mundo real. No podemos cambiar la naturaleza de la política, pero podemos cambiar nuestras propias vidas y las de los que nos rodean a través de la acción pacífica, especialmente a través del comercio y el emprendimiento. Nuestra esperanza no reside en la política o en presidentes o reyes y el odio que generan, sino en el reconocimiento de nuestros mutuos intereses sociales.

Sí, las cosas están mal en el mundo político y es probable que empeoren antes de mejorar. Pero consideremos que hace solo tres siglos en Europa Occidental debía también haber parecido que no había esperanza. De hecho, el desarrollo económico era tan nimio y la gente tenía tan poco conocimiento del mundo de las ideas que el concepto de esperanza debía tener poco sentido: ¿esperanza de qué? ¿Una vida mejor? La idea debía ser esquiva para la mayoría de las personas normales de ese tiempo. Así que era fácil para millones de personas pensar en sí mismas como una parte (lo más bajo) de una jerarquía social “natural” dictada para ellos desde su nacimiento. Los males causados por reyes y otros monarcas debían parecer inevitables. Y aun así, de esta inmovilidad económica y social nació el mayor florecimiento de la vida y la prosperidad humana de toda la historia.

En otras palabras, aunque las cosas sean ahora malas, los seres humanos han sobrevivido a otras peores. Pero hizo falta el surgimiento del liberalismo clásico y sus valores de libertad y sociedad comercial para hacerlo. Hoy es probable que necesitemos otra revolución en las ideas para compensar la marea creciente de estatismo que nos amenaza tanto desde la izquierda como desde la derecha. Pero aunque parezca imposible ganar esta batalla, hay esperanza, pero solo si rechazamos que el mal, el odio y la melancolía conquisten nuestras vidas y nos imponemos la tarea de mejorar el mundo en lugar de aceptar pasivamente su decadencia. Me viene a la mente el lema y el ejemplo de Mises.

Creo que la idea de esperanza se resume estupendamente en la gran película El león en invierno:

Enrique II: Estamos en un calabozo y vais a volver a prisión y mi vida está arruinada y nos hemos perdido… y sonréis.

Eleanor: Es la manera en que muestro desesperación. Hay de todo en la vida, menos esperanza.

Enrique II: Ambos estamos vivos… y todo lo que sé es que eso es esperanza.


El artículo original se encuentra aquí.

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