martes, 28 de marzo de 2017

Nostalgia del Medievo, de la verdadera España, por Mises Hispano.

Aunque me he dado cuenta de que reniego de la concepción de estado-nación nacida del Romanticismo decimonónico, cuya degradación fructificaría en los perversos fascismos, no puedo evitar ojear al pasado desde una perspectiva de sentimentalismo épico, legendario, necesario para la vida humana.

Es cierto que los países de hoy no son más que entes artificiales, pero eso ha sido culpa del concepto estatista y artificial de estado-nación. A mí, antes de que España se configurara como una entidad fuertemente centralizada en las Cortes de Cádiz de 1812, me gusta pensar con visión literaria que un idioma, una cultura, una forma de ser se fueron desarrollando al correr del tiempo hasta materializarse hoy en día. Me gusta imaginarme los tiempos de Don Pelayo, el primer referente de los monarcas españoles, del Cid Campeador, el mundo trovadoresco de las brillantes cortes navarras y aragonesas de los siglos XIII y XIV y el honor que impregnaba el corazón de cada caballero cuando se disponía a embarcarse en esas cruzadas en las que se funden mito y realidad.

Puede parecer que era todo un sueño, una mentira, una creación para dulcificar e idealizar el pasado. Pero no es menos cierto que un conjunto de entidades, de reinos, se aproximarían en una cierta unidad de costumbres y formas de ser propiciadas por la cercanía geográfica, se establecería así una idiosincrasia colectiva para todos los territorios cristianos de entonces. Una serie de entidades en las que se respiraba un sentimiento de pertenencia a una empresa mayor, en las que se respiraba hispanidad.

Eso es lo que no se entiende hoy en día: que las burdas discusiones entre nacionalismos centrípetos y periféricos se encuadran dentro del concepto del estado-nación burocrático, pero con concesiones a un separatismo también estatista y artificial. Eso es la España de hoy, un intento de contentar a españolistas y secesionistas acérrimos. Y menos mal que ni esto es un estado completamente unitario, ni todas nuestras regiones forman entidades completamente independientes.

Pero esta suerte de unitarismo-regionalismo, de ”bienquedismo”, no está solucionando nada. Los españolistas querrían el modelo artificial de 1812, y los separatistas nuevos países independientes, pero con el estatismo por bandera. Unos separatistas que por culpa de este sistema, que sólo ha valido para motivar más aún sus anhelos independentistas, en vez de para conformarles con la unidad, han conseguido beber de la manipulación histórica y renegar completamente de sus raíces como españoles, que también son, como parte de una comunidad con una lengua y cultura que ha conformado significativamente el mundo de hoy.

Por ello, mi nostalgia hacia un mundo medieval que nunca antes había sido capaz de comprender tan bien. Una organización medieval de unas comunidades, todas las cuales sentían su hispanidad en lo más profundo de su interior, completamente descentralizada, sin estado burocrático opresor. Donde, a pesar del peso de la fiscalidad dependiendo de cada periodo, primaba la libertad en la mayor parte de sus vertientes, tanto en lo económico como en lo referente a numerosos derechos individuales. Una organización que, salvando las distancias centenarias, podría adaptarse a la coyuntura actual mediante una comunidad desestatizada y descentralizada, al estilo Suiza, con regiones y municipios autónomos pero dentro de esa gran comunidad de personas que formamos España.

Así, sin la opresión estatal de Madrid sobre las demás regiones, sin las aspiraciones continuas y falaces del independentismo periférico, sí que volvería a resurgir el respeto por la hispanidad, por lo español, que toda estas últimas generaciones de españoles parecen haber perdido. Por culpa del exceso de romanticismo irracional de la idea de estado-nación, de la idea que sentó las bases del atroz fascismo.

Como en Suiza. Como en Estados Unidos. Las personas se sienten suizos, se sienten estadounidenses. Y todo gracias a la descentralización, al reducido peso del estado grande, del super-estado, de esa maquinaria engañosa.

Sí, soy español. Igual que coruñés, madrileño de adopción, gallego, europeo. Pero sólo me represento yo a mí mismo, únicamente me representa mi entorno directo, mi mundo cercano, mi familia, mis amigos. No un estado, unos gobernantes altaneros, mediocres, vulgares.

Sí. Soy liberal, libertario. Y español.


El original se encuentra aquí.

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