domingo, 8 de julio de 2018

La universidad “gratuita” tiene un precio, por Mises Hispano.

Cuando el gobierno subvenciona bienes y servicios (o los proporciona directamente a través de instituciones de propiedad pública) el efecto es rebajar el precio a los consumidores, aumentando así la demanda.

Dicho de otra manera: si, por ejemplo, el precio de educación universitaria fuera casi cero para el consumidor, lo más probable es que los consumidores demandaran educación universitaria en cifras muy superiores a las que habría si el precio fuera superior.

Por supuesto, el mismo principio es aplicable a la atención sanitaria o a cualquier bien o servicio. Si la comida basura fuera “gratuita” para todos en Estados Unidos, los estadounidenses estarían aún más gordos de lo que están. Por desgracia, muchos ya han aprendido esto a partir de su experiencia con los cupones de comida.

En el sistema basado en el mercado, los bienes y servicios se demandan de acuerdo con los precios de los bienes disponibles. Si el precio de un grado universitario es muy alto, la demanda será pequeña. Si los proveedores quieren vender sus servicios a más personas, deben encontrar una manera de proporcionar el servicio a un precio inferior. Por suerte, los bienes no son homogéneos y la historia del capitalismo es una historia en la que los empresarios se ha mostrado incansables a la hora de proporcionar una amplia variedad de bienes sustitutivos con una amplia variedad de niveles de precios. Aunque es verdad que no todos pueden comprar un BMW, mucha más gente puede permitirse un Toyota, que, para muchos de nosotros, son suficientemente seguros y suficientemente fiables.

Por otro lado, si los proveedores pueden conseguir acceso a los dólares de los contribuyentes a través de los impuestos, no necesitan rebajar los costes de proporcionar el servicio para bajar los precios. Los proveedores pueden limitarse a recoger los fondos del contribuyente a través de la bolsa pública y no preocuparse por encontrar maneras de proveer los bienes y servicios de manera más barata.

Esto se hace de una manera indirecta con los préstamos subvencionados a los estudiantes en EEUU, por ejemplo. Las universidades pueden limitarse a seguir contratando más personal administrativo, aumentar los salarios del personal y la facultad y construir caras y elegantes nuevas instalaciones con servicios fastuosos.

Si no fuera por los préstamos subvencionados y (en el caso de las universidades públicas) las matrículas directamente subvencionadas, el número de estudiantes capaces de permitiese sus grados disminuiría considerablemente. En ese caso las universidades buscarían recortar costes sencillamente para no tener que cerrar. Así que los empresarios se ajustarían a la mano de obra disponible.

Pero, tal y como están las cosas, muchas universidades pueden sencillamente seguir aumentando los precios para abonar los salarios de su última hornada de “expertos en diversidad” y miembros ociosos de la facultad que dan una o dos clases entre largas vacaciones de temporada y períodos sabáticos.

Cómo controlar los costes en una economía intervencionista

En ausencia de señales de precios en un mercado no intervenido, hay, por supuesto, otras maneras de controlar los costes. Pero implican regulaciones, máximos y órdenes del gobierno.

Por ejemplo, en el campo de la atención sanitaria muchos estados del bienestar atienden los crecientes costes de dicha atención sanitaria rechazando atender. Después de todo, si los administradores de la atención sanitaria pública fueran incapaces de rechazar atender, el coste de esa atención “gratuita” se dispararía rápidamente al alza. Por eso en los lugares en que hay atención sanitaria controlada por el gobierno, las listas de espera son más largas, el acceso a las herramientas de diagnóstico está más limitado y muchos procedimientos (sobre todo para los viejos y enfermizos) sencillamente son rechazados. Si la demanda no está limitada por el precio, estará limitada por decreto administrativo.

¿Pero qué pasa en el caso de la educación superior “gratuita”? En situaciones en las que el precio de un grado universitario está cerca de cero, evidentemente resulta también necesario controlar los costes.

¿Cómo se hace esto?

La primera y más sencilla manera de hacerlo es limitar el número de estudiantes con estándares de admisión. Esto puede hacerse aumentando los requisitos de puntuación en los exámenes y los trabajos de curso obligatorios completados antes de ingresar en una institución de educación superior.

Cómo se hace esto varía de un lugar a otro. Por ejemplo, Alemania utiliza varios requisitos de admisión bastante exigentes.

Sin embargo, otras jurisdicciones son más liberales acerca de las admisiones. Pero esto nos lleva a un segundo medio para limitar los ingresos: las altas tasas de abandono.

Por ejemplo, en Francia hacer la vida difícil a los estudiantes ha sido un método tradicional para controlar los ingresos. Los observadores hablan de “auditorios abarrotados, altas tasas de abandono y una fiera competencia entre los alumnos”. No son raras las clases de 1.500 personas.

Como señalaba un grupo de investigadores: “La accesibilidad las universidades francesas (tanto desde la perspectiva de las admisiones como financiera) ha tenido paradójicamente consecuencias sobre los estudiantes. En 1968, el ministro de educación francés Alain Peyrefitte comparaba la vida universitaria en Francia con ‘organizar un naufragio para ver quién sabe nadar’”.

Parece que poco ha cambiado desde entonces.

Esta experiencia no es exclusiva de Francia. Muchas universidades europeas, especialmente en jurisdicciones en las que la educación es “gratuita”, no parecen interesadas en atender a los estudiantes:

Las universidades europeas no se sienten obligadas a gastar millones en instalaciones que no tienen nada que ver con la educación, como instalaciones deportivas, paredes de escalada y similares. Los estudiantes europeos ven las universidades como lugares a los que ir a estudiar, no a encontrar una infraestructura propia de un balneario.

O, como observaba Marketplace acerca de la matrícula ultrabaja de la Universidad de Colonia: “No hay clubes activos de estudiantes ni un gran estadio de fútbol. Y todas las aulas parecen enormes”.

Y estas aulas “enormes” reflejan el tipo de educación personalizada que estás condenado a tener en una de estas instituciones de bajo precio. Es decir, probablemente no consigas ningún servicio personalizado en absoluto. Un estudiante recuerda: “La mayor parte de las veces ni siquiera sabes quién se sienta junto a ti o quién es tu profesor (…) Te limitas a escuchar y luego reproducir tu conocimiento durante los exámenes”.

Pero todo esto es parte una estrategia para controlar los costes. Marketplace cita al profesor alemán Frieder Wolf, que señala: “No me quejo. Me encanta mi trabajo y tengo mucha libertad, pero así es como mantenemos bajos los costes: con aulas más grandes”, dice Wolf. “Tenemos cursos con 40 participantes, 50 participantes en ciencias sociales, en los que [en las universidades estadounidenses] podría haber tutoriales de cuatro o cinco alumnos”.

Como dice un alumno de la Universidad de Colonia, refiriéndose a la falta interacción entre alumno y facultad: “La Universidad de Colonia se fundó en 1388 y la pedagogía parece derivar también de los tiempos medievales”.

Por supuesto, esto no quiere decir que no pueda encontrarse ninguna educación en ninguna de estas instituciones. El modelo alemán, como reconocen los propios alemanes, es el de una “calidad fiable” y a menudo logran este objetivo, aunque eso signifique una versión rebajada de lo que mucha gente (por ejemplo, estudiantes británicos y estadounidenses) considera como “la experiencia universitaria”.[1]

Podemos comparar estos sistemas con la educación superior estadounidense, que es mucho más abierta, fluida y orientada al cliente.

Después de todo, casi cualquiera puede ir a una universidad en Estados Unidos en un junior college o community college, cuya matrícula es muy inferior a la de las elitistas escuelas de artes liberales para las que muchos estudiantes asumen enormes préstamos para estudiar allí durante cuatro años. Los tamaños de las clases también tienden a ser bastante pequeños en estas universidades de dos años en las que los créditos pueden trasladarse luego a instituciones de cuatro años.

No es sorprendente que veamos estas realidades reflejadas en las cifras de ingreso por país.

El ingreso en la educación superior es significativamente mayor en Estados Unidos que en las zonas de educación con precio cero de Francia y Alemania.[2]

enrollment_0.pngLos problemas de masificación, profesorado inaccesible y falta de instalaciones no afectan solo a los alumnos reales, por supuesto. Estos factores también actúan como un desincentivo para los estudiantes que pueden concluir que no están preparados para el ambiente hipercompetitivo de estas universidades. Así que este factor actúa como un medio de hecho para alejar a muchos potenciales estudiantes antes incluso de que se matriculen. Todo esto ayuda a mantener bajos sus costes.

En este punto, un escéptico podría decir: “Vale, muchos estadounidenses pueden ir a la universidad, ¿pero cuántos acaban graduándose? ¿No hay muchos estudiantes que se limitan a tomar clases sin llegar nunca a conseguir un grado?”

Bajo este criterio, también Estados Unidos supera a muchos de sus iguales. El 45,7% de los adultos han completado una educación superior, mientras que los totales en Alemania y Francia son solo un del 28% y el 34% respectivamente.[3]

grad1_0.pngPero esto nos lleva una segunda objeción: los estadounidenses se gradúan más porque las escuelas estadounidenses son demasiado fáciles.

Puede ser verdad, pero no hay datos reales para apoyar esta teoría en un sentido u otro. Además, el que haya un alto nivel de aprobados no significa que haya una facilidad excesiva. Indudablemente, es posible que los grados superiores puedan deberse a una “inflación de grados” o una facilidad excesiva. O puede deberse a una mayor calidad en la formación y una atención más personalizada por parte del profesorado. Después de todo, un profesor que enseña en un aula en la que la mitad de los estudiantes abandonan no está necesariamente dando un producto de alta calidad. Puede ser sencillamente un educador inepto, incapaz de motivar y enseñar adecuadamente a los alumnos de la asignatura.

En todo caso, persiste el hecho de que muchas jurisdicciones con tasas de matrícula ultrabajas no matriculan o gradúan estudiantes al nivel de muchas jurisdicciones (como Estados Unidos o Reino Unido) en las que la matrícula se cobra íntegramente a los alumnos.

Mantener bajo el coste de la vida

Otro factor importante aquí es el asunto del coste de la vida. Esto no representa un recorte en el coste por parte de las propias instituciones de educación superior, pero sí afecta a la asequibilidad de los programas universitarios en general.

En las anteriores comparaciones de matrícula y graduación, veíamos que, por ejemplo, Suecia tiene tasas de matriculación y tasas de consecución de grados al nivel de Francia y Alemania. Y, como Francia y Alemania, Suecia tiene instituciones sin coste de matrícula.

Sin embargo, el problema de los estudiantes suecos es su alto coste de la vida.

En un artículo titulado “The High Price of a Free College Education in Sweden”, el autor señala que. aunque no hay matrículas en instituciones como el Real Instituto de Tecnología de Estocolmo, el coste la vida no es exactamente bajo. Así que los alumnos suecos que consiguen una educación “gratuita” también piden préstamos para ir a la universidad en su capital, que es una de las más caras del mundo:

Los alumnos siguen acabando con un montón de deuda. La media al principio del 2013 era de aproximadamente 124.000 coronas suecas (19.000$). Es verdad que el estudiante medio de EEUU arrastra aproximadamente un 30% más, 24.800$.

Pero al compararlo con los alumnos estadounidenses, tenemos también que señalar que la mitad de los estudiantes estadounidenses se gradúan con deuda mientras que “el 85% de los estudiantes huecos se gradúa con deuda”. El autor continúa: “Lo peor de todo es que los nuevos graduados suecos tienen las relaciones más altas de deuda con respecto a renta de todos los grupos estudiantes en el mundo desarrollado”.

¿Pero qué hace de la deuda un problema más grande para los estudiantes suecos que para los estudiantes de otros lugares? Parte de esto se debe al hecho de que menos suecos viven en casa de lo que es habitual en buena parte de Europa.

Y vivir en casa es una estrategia clave para mantener bajos los costes universitarios. Aunque los costes de matrícula son extremadamente bajos en muchas jurisdicciones europeas, persiste el hecho de que ir a la universidad requiere renunciar a salarios durante un tiempo, mientras que también hay que seguir pagando los gastos cotidianos.

Como señala el informe sobre las universidades alemanas de Marketplace: “Los estudiantes en Alemania también tienden a quedarse en casa, así que no hay residencias universitarias”.

De hecho, la falta de residencias universitarias es bastante común en Europa y esto es en parte una respuesta al hecho de que muchos estudiantes universitarios viven en casa.

18yo_0.jpgPor ejemplo, en Alemania el 84% de las personas en el grupo de edad 18-24 sigue viviendo con sus padres. Las cifras son mucho más bajas en Suecia (47%), lo que explica en parte por qué los estudiantes suecos tienen más deuda.

Esto también ayuda a explicar por qué los estudiantes estadounidenses tienen más deuda. Solo el 55% de los estadounidenses de este grupo de edad viven con sus padres.[4]

Por supuesto, en Estados Unidos se supone a menudo que mudarse para ir a la universidad es una parte importante de la “experiencia universitaria”. Pero también aumenta los costes considerablemente. Y para muchos es un coste innecesario. Los estadounidenses viven abrumadoramente en áreas metropolitanas donde las universidades de cuatro años ofrecen multitud de grados. Aun así, muchos estudiantes estadounidenses eligen trasladarse a entornos lejanos y a menudo más caros para conseguir un grado.

Lo “gratuito” no es gratis

A menudo oímos decir que la universidad es gratuita en casi todas partes del llamado mundo desarrollado, salvo en Estados Unidos. Dado que relativamente pocas jurisdicciones ofrecen programas de grado verdaderamente gratuitos, esta afirmación no es cierta ni siquiera de sus propios términos. Por ejemplo, Reino Unido reinstauró las matrículas universitarias hace veinte años después de un periodo sin ellas. Pero en aquellas jurisdicciones en las que sí hay políticas de matrículas muy bajas o sin matrícula, los costes aun así están controlados. Muchas áreas hacen esto limitando el ingreso, ya sea limitando aquellos que pueden entrar o practicando políticas de “erradicación” que expulsan a los estudiantes que no rinden correctamente con grandes tamaños de aulas y profesores poco atentos. Estas universidades gratuitas a menudo no tienen el tipo de instalaciones que los estudiantes de Estados Unidos están acostumbrados a tener. Además, muchas familias emplean a menudo estrategias de estilo de vida que mantienen los costes bajos, como vivir en casa durante (e inmediatamente después de) los años empleados en la universidad.

Las instituciones de educación superior y familias estadounidenses podrían también implantar muchas estas estrategias, por supuesto. Para parecerse más a sus equivalentes europeas, las universidades estadounidenses podrían aumentar enormemente los tamaños de sus clases, rebajar los salarios de los profesores, despedir administrativos y engullir las instalaciones de los clubes universitarios. Igualmente, más jóvenes podían vivir en casa y probar en el politécnico local para conseguir esos grados no específicos que obtienen tantos estadounidenses que van a la universidad. Hacer todos estos cambios es bastante posible, pero también deja bien claro que una educación “gratuita” no deja de tener costes.


El artículo original se encuentra aquí.

[1] Merece la pena señalar que los estudiantes universitarios alemanes no dejan de tener deudas de estudio, aunque a niveles inferiores a las de EEUU. Según el informe de riqueza global del Credit Suisse de 2017: “En Estados Unidos, el 37% de los que tenían 20-29 años en 2013 tenían alguna deuda de estudios, lo que equivalía al 18% de la deuda total de ese grupo de edad. En Alemania, el 12% de los que estaban en el mismo grupo de edad tenían deuda de estudios, que equivalía a aproximadamente el 6% de la deuda total”.

[2] Datos del Banco Mundial, a través de “ourworldindata.org”.

[3] Banco de datos de la OCDE.

[4] Datos europeos de Eurostat (2016). Los datos de EEUU, de la Oficina del Censo.

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