[Nota adjunta nº 95, Foundation for Economic Education (1959). Extraída de La economía en una lección de Hazlitt]
Tristemente se señala a menudo que los malos economistas presentan al público mejor sus errores que los buenos economistas sus verdades. La razón es que los malos economistas presentan medias verdades. Hablan solo del efecto inmediato de una política propuesta o de su efecto sobre un solo grupo. La respuesta consiste en complementar y corregir la media verdad con la otra media.
Pero la lección no se trasmite y las falacias continuarán sin ser reconocidas, salvo que ambas sean ilustradas con ejemplos. Empecemos con el ejemplo más sencillo posible: emulando a Bastiat, elijamos un escaparate roto de cristal.
Supongamos que un pillastre lanza un ladrillo contra el escaparate de la tienda de un panadero. El vendedor sale furioso, pero el niño se ha ido. Se reúne una multitud y empieza a mirar con callada satisfacción el agujero en la ventana y el cristal desperdigado sobre el pan y las tartas. Después de un rato, la masa siente la necesidad de reflexionar filosóficamente. Y varios de sus miembros es casi seguro que le recordarán a los demás o al panadero que, después de todo, la desgracia tiene su lado bueno. Producirá algún negocio a algún cristalero. En cuando empiezan a pensar en esto van desarrollando. ¿Cuánto cuesta uno nuevo escaparate de cristal? ¿Cincuenta dólares? Sería una suma importante. Después de todo, si los cristales nunca se rompieran, ¿qué pasaría con el negocio del cristalero? Luego por supuesto la cosa no tiene fin. El cristalero ahora tendrá 50$ más para gastar con otros comerciantes y estos a su vez tendrán 50$ más para gastar con otros comerciantes más y así hasta el infinito. El escaparate roto continuará proporcionando dinero y empleo en círculos en constante expansión. La conclusión lógica de todo esto sería, sí la multitud llega a ella, que el pequeño pillastre que lanzó el ladrillo, lejos de ser una amenaza pública, fue un benefactor público.
Echemos ahora nosotros otra mirada. La multitud tiene razón al menos en su primera conclusión. Este pequeño acto de vandalismo en un primer momento supone más negocio para algún cristalero. El cristalero no se vería más infeliz al conocer el incidente de lo que un sepulturero al conocer una muerte. Pero el vendedor perderá 50$ que planeaba gastar en un nuevo traje. Como ha tenido que reemplazar un escaparate, tendrá que quedarse sin el traje (o alguna necesidad o lujo equivalente). En lugar de tener un escaparate y 50$ ahora tiene solo un escaparate. O, como planeaba comprar el traje esa tarde, en lugar de tener un escaparate y un traje debe contentarse con el escaparate y sin el traje. Si pensamos en él como parte la comunidad, la comunidad ha perdido un traje nuevo que podría haberse fabricado en otro caso y es ahora mismo más pobre en esa misma cantidad.
En resumen, la ganancia de negocio del cristalero es sencillamente la pérdida de negocio del sastre. No se ha añadido ningún nuevo “empleo”. La gente de la multitud solo estaba pensando en dos partes de la transacción, el panadero y el cristalero. Había olvidado al tercer potencial implicado, el sastre. Lo ha olvidado precisamente porque no ha entrado en escena. Verán el nuevo escaparate en uno dos días. Nunca verán el nuevo traje, precisamente porque nunca se fabricará. Solo ven lo que es inmediatamente visible para el ojo.
Así hemos terminado con el escaparate roto. Una falacia elemental. Cabría pensar que cualquiera sería capaz de evitar la después de pensar unos pocos momentos. Aun así, la falacia de la ventana rota, bajo cientos de disfraces, es la más persistente de la historia de la economía. Ahora está más vigente que en ningún momento del pasado.
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