[Este discurso se realizó en la cumbre de seguidores del Instituto Mises de 2009: “The Birthplace of Economic Theory: A Trip to Salamanca, Spain”]
Muchas gracias por tu amable introducción. Es para mí un gran honor y privilegio estar aquí hoy; antes de nada, me gustaría agradecer al Instituto Mises y al profesor Gabriel Calzada por invitarme a venir a Salamanca a hablar acerca de “La teoría de la eficiencia dinámica” en esta maravillosa ciudad.
Dividiré en mi presentación antes partes. Primero hablaré de las raíces españolas de la economía austriaca; segundo presentaré, siguiendo la tradición austriaca, un concepto dinámico de eficiencia económica y tercero trataré de demostrar la relación íntima que existe entre ética y eficiencia en el sistema capitalista.
Dejadme que empiece señalando unas pocas cosas sobre el verdadero origen de la Escuela Austriaca de economía, que debería remontarse a las obras de los escolásticos españoles de lo que se conoce como el “siglo de oro español”, que va de mediados del siglo XVI hasta todo el siglo XVII. En 1974, el gran intelectual austriaco Murray N. Rothbard desarrolló por primera vez la tesis de que la Escuela Austriaca es de origen español. El premio Nobel Friedrich von Hayek compartía esta opinión, particularmente después de conocer a Bruno Leoni, el investigador italiano y autor del libro La libertad y la ley. Ambos se conocieron en la década de 1950 y Leoni convenció a Hayek de que los orígenes intelectuales del liberalismo económico clásico se encontraban en la Europa mediterránea y no en Escocia.
Tengo aquí una carta de Hayek fechada el 7 de enero de 1979, en la que Hayek escribe que Rothbard “demuestra que los principios básicos de la teoría del mercado competitivo fueron desarrollados por los escolásticos españoles del siglo XVI y que el liberalismo económico no fue diseñado por los calvinistas, sino por los jesuitas españoles”. Hayek concluía su carta diciéndonos: “Puedo aseguraros por mi conocimiento personal de las fuentes que el alegato de Rothbard es extremadamente firme”.
¿Quiénes eran entonces estos intelectuales españoles antecesores del moderno movimiento del libre mercado? La mayoría de ellos eran escolásticos que enseñaban moral y teología aquí, en la universidad de la ciudad de Salamanca. Estos escolásticos eran sobre todo dominicos o jesuitas y fueron capaces de articular la tradición subjetivista, dinámica y libertaria que, 250 años después, iban a acentuar Carl Menger y sus seguidores con la Escuela Austriaca de economía. Recordemos algunas de las contribuciones principales de estos primeros escolásticos.
Tal vez el primer autor que debería mencionarse es Diego de Covarrubias y Leyva. Covarrubias, hijo de un famoso arquitecto, había nacido en 1512 y se convirtió en obispo de la ciudad de Segovia y en ministro del rey Felipe II. Si tenéis la oportunidad de visitar la ciudad de Toledo, os recomiendo que visitéis el museo del gran pintor español El Greco. Allí veréis un sorprendente retrato de Covarrubias, quien, en 1554, expuso mejor que nadie antes la teoría subjetivista del valor, que es la base de todos los principios del libre mercado.
En concreto, Covarrubias concluye que “el valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva sino de la estimación subjetiva de los hombres, incluso aunque tal estimación sea alocada”. Añade que “en las Indias, el trigo es más apreciado que en España porque los hombres lo estiman más, aunque la naturaleza del trigo es la misma en ambos lugares”.
Otro autor importante es Luis Saravia de la Calle, que fue el primer escolástico español que demostró que los precios determinan los costes y no al contrario. Saravia de la Calle también tiene el mérito especial de haber escrito su obra principal en español, no en latín. Su título es Instrucción de mercaderes y ahí leemos que “quienes miden el precio justo por el trabajo, los costes y el riesgo incurridos por la persona que trata las mercancías comete un gran error. El precio no se descubre contando el coste, sino por la estimación común”.
Saravia de la Calle es también un gran crítico de la banca de reserva fraccionaria. Mantiene que recibir interés de un banco es incompatible con la naturaleza de un depósito a la vista y que en todo caso debería pagarse una tarifa al banquero por la custodia y salvaguarda del dinero a él confiado.
A una conclusión similar llega otro famoso escolástico español, Martín Azpilcueta. Azpilcueta era también conocido como el Dr. Navarro, porque había nacido en Navarra, la región autónoma del nordeste de España famosa por los encierros, un festival de la capital de la región, Pamplona, donde todos los meses de julio la gente corre delante de los toros con gran riesgo para sus vidas. Azpilcueta nació en el año siguiente al descubrimiento de América (1493), vivió 49 años y es especialmente famoso por explicar la teoría cuantitativa del dinero por primera vez, en 1556. Azpilcueta observaba los efectos sobre los precios de la entrada masiva de metales preciosos desde América y declaraba:
La experiencia demuestra que, en Francia, donde hay menos dinero que en España, pan, vino, ropa y trabajo cuestan mucho menos e incluso cuando había menos dinero en España, los bienes vendibles y el trabajo de los hombres se vendían por mucho menos que después de que se descubrieran las Indias y cubrieran España de oro y plata. La razón es que el dinero vale más cuando y donde es escaso que cuando y donde es abundante.
Los escolásticos españoles también consiguieron una idea clara de la verdadera naturaleza de los precios del mercado y la imposibilidad de conseguir un equilibrio económico. El cardenal jesuita Juan de Lugo, preguntándose cuál era el precio de equilibrio, ya en 1643 llegaba a la conclusión de que el equilibrio depende de tan gran número de circunstancias concretas que solo Dios puede conocerlo. En latín, decía “Pretium Iustum Mathematicum Licet soli Deu notum”. Otro jesuita, Juan de Salas, con respecto a la posibilidad de que una autoridad pudiera llegar a conocer la información concreta del mercado, afirmaba que el mercado es tan complejo que, en latín, “Quas Exact Comprehendere et ponderare Dei est non hominum”. (“Que solo Dios, no los hombres, puede entenderlo exactamente”).
Además, los escolásticos españoles fueron los primeros en introducir el concepto dinámico de competencia (en latín, concurrentium), que se entiende mejor como un proceso de rivalidad entre empresarios. Por ejemplo, Jerónimo Castillo de Bovadilla (1547–?) escribía que “los precios bajarán con una abundancia de vendedores y con rivalidad y competencia entre ellos”.
Como Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek y la mayoría de los miembros de la Escuela Austriaca, que eran naturalmente propensos a ser liberales clásicos, los subjetivistas escolásticos españoles tendían a defender posturas fuertemente libertarias en asuntos políticos. Por ejemplo, el fundador del derecho internacional, el dominico Francisco de Vitoria, cuyo sepulcro visitamos ayer, empezó la tradición escolástica española de denunciar la conquista y particularmente la esclavización de los indios por los españoles en el Nuevo Mundo, reavivando así la idea de que el derecho natural es moralmente superior al mero poder del estado.
Este derecho natural fue desarrollado aún más por el gran libertario jesuita Juan de Mariana, que da el nombre a nuestro instituto. En su libro Sobre la alteración de la moneda (en latín De Monetae Mutatione), publicado en 1609, condena como robo cualquier envilecimiento de las monedas por el gobierno. Mariana también mantenía en su conocida teoría sobre las tiranías que cualquier ciudadano individual podía asesinar legítimamente a un gobernador que imponga impuestos sin el consentimiento del pueblo, se apropie de la propiedad de personas y la malgaste o impida la reunión de un parlamento democrático.
Dejadme ahora que os recuerde que, en el siglo XVI, el emperador Carlos V, que era el rey de España, decidió que su hermano Fernando I fuera el rey o, mejor dicho, el archiduque de Austria. Etimológicamente, Austria significa “parte oriental del imperio”. El Imperio Español en aquellos tiempos incluía casi toda la Europa continental, con la única excepción de Francia, que era como una isla rodeada por fuerzas españolas. Ahora entenderéis el origen de la influencia intelectual de los escolásticos españoles ejercida sobre la Escuela Austriaca.
No fue una mera coincidencia o un capricho de la historia, sino que se originó en las íntimas relaciones históricas, políticas y culturales que aparecieron en el siglo XVI entre España y Austria y que continuarían durante varios siglos. Italia también desempeñó un papel importante en esta relación, actuando como puente cultural, económico y financiero sobre el que fluían la relaciones entre los dos puntos más alejados del imperio (España y Austria). Así que, como veis, hay argumentos muy sólidos para apoyar la tesis de que, al menos en sus raíces, la Escuela Austriaca que es una escuela verdaderamente española.
De hecho, creo que el mayor mérito del fundador de la Escuela Austriaca, Carl Menger, fue redescubrir y asumir esta tradición católica continental del pensamiento escolástico español, que estaba casi olvidada debido a la influencia negativa de Adam Smith y sus seguidores de la escuela clásica británica. Citando al Profesor Leland Yeager en su reseña del último libro de Rothbard sobre la historia del pensamiento económico:
Adam Smith rechazaba las contribuciones previas acerca del valor subjetivo, el emprendimiento y el énfasis en los mercados y los precios del mundo real y reemplazaba todo con una teoría del valor trabajo y un enfoque principal sobre el equilibrio del “precio natural” a largo plazo, un mundo en el que el emprendimiento se suponía que no existía. Adam Smith mezclaba calvinismo con economía, por ejemplo, al apoyar la prohibición de la usura y distinguir entre ocupaciones productivas e improductivas. Adam Smith se apartaba del laissez faire de varios economistas franceses, italianos y españoles del siglo XVIII, introduciendo muchas divagaciones y reservas. La obra de Smith era asistemática y estaba llena de contradicciones.
Por suerte, a pesar del abrumador imperialismo intelectual de la Escuela Clásica Británica, la tradición continental subjetivista de libre mercado nunca se olvidó del todo. Varios economistas, como Cantillon, Turgot y Say, mantuvieron la llama el subjetivismo y el análisis emprendedor. Incluso en España, durante los años de decadencia de los siglos XVIII y XIX, sobrevivió la antigua tradición escolástica, a pesar del típico complejo de inferioridad hacia el mundo intelectual británico de ese momento.
Encontramos pruebas de esto en ese otro escritor católico español que resolvió la “paradoja del valor” y expuso con claridad la teoría de la utilidad marginal 27 años antes de que lo hiciera Carl Menger. Su nombre era Jaime Balmes.
Balmes nació en Cataluña en 1810 y murió en 1848. En su corta vida se convirtió en el más importante filósofo tomista español de su tiempo. Pocos años antes de su muerte, el 7 de setiembre de 1844, publicó un artículo titulado “Verdadera idea del valor o Pensamiento sobre el origen, naturaleza y variedad de los precios”, en el que resuelve la paradoja del valor y expone con claridad la idea de la utilidad marginal. Balmes se pregunta: “¿Por qué una piedra preciosa vale más que un pedazo de pan?” Y responde:
No es difícil explicar, ya que el valor de una cosa está determinado por su utilidad. (…) Si aumenta el número de medios de satisfacer una necesidad, la necesidad de cualquiera de ellos en concreto disminuye, ya que es posible elegir entre muchos, por lo que ninguno es indispensable. Por esta razón, existe una relación necesaria entre un aumento o disminución en el valor y la escasez o abundancia de una cosa.
De esta manera, Balmes era capaz de cerrar el círculo de la tradición católica continental del subjetivismo, que podría así ser completada unos años después por Carl Menger y mejorada por sus seguidores de la Escuela Austriaca de economía.
Podemos concluir que, en gran medida, debemos a estos grandes pensadores de la “edad de oro española” la actual reaparición del liberalismo de libre mercado y de la Escuela Austriaca en todo el mundo.
El concepto austriaco de la eficiencia dinámica
Procedamos ahora con la segunda parte de mi presentación. Voy a criticar el concepto estático ortodoxo de la eficiencia económica, que propongo remplazar por un concepto típicamente austriaco de eficiencia dinámica.
La palabra “eficiencia” deriva etimológicamente del verbo latino ex facio, que significa “obtener algo de”. La aplicación para la economía de este concepto de eficiencia como la capacidad de “obtener algo de” es anterior al mundo romano y puede remontarse incluso a la antigua Grecia, donde se usó por primera vez el término Oeconomia para referirse a la gestión eficiente del hogar familiar.
Recordemos ahora que Jenofonte, en su obra sobre Economía, escrita 380 años antes de Cristo, explica que hay dos maneras distintas de aumentar la propiedad familiar; cada una de estas maneras equivale a un concepto diferente de eficiencia. La primera se corresponde con el concepto estático de eficiencia y consiste en la gestión sensata de los recursos disponibles (o “dados”), para impedir que se desperdicien. Según Jenofonte, la mejor manera de lograr esta eficiencia estática es mantener el hogar en orden.
Sin embargo, junto con el concepto de eficiencia estática, Jenofonte introduce un concepto distinto, el de la eficiencia “dinámica”, que consiste en el intento de aumentar la propiedad propia a través de creatividad emprendedora, es decir, mediante comercio y especulación, más que mediante el esfuerzo por evitar desperdiciar los recursos ya disponibles. Esta tradición de distinguir claramente entre los dos conceptos distintos de eficiencia, el estático y el dinámico, sobrevivió incluso hasta la Edad Media. Por ejemplo, San Bernardino de Siena escribía que los beneficios del mercader estaban justificados no solo por la gestión sensatas de sus recursos (ya dados), sino también y principalmente por la asunción de los riesgos y peligros (en latín, pericula) que derivan de cualquier especulación empresarial.
Por desgracia, el desarrollo de la física mecánica, que empieza en la Edad Moderna, tuvo una influencia muy negativa sobre la evolución del pensamiento económico, especialmente después del siglo XIX, cuando la idea de eficiencia dinámica fue casi completamente olvidada en la economía.
Tanto el austriaco Hans Mayer, antes de la Segunda Guerra Mundial, como Philip Mirowski, hoy en día, han destacado que la economía neoclásica ortodoxa evolucionó como una pura copia de la física mecánica del siglo XIX: utiliza el mismo método formal, pero remplaza el concepto de energía por el de utilidad y aplica los mismos principios de conservación, maximización del resultado y minimización del desperdicio. El autor más representativo de esta tendencia muy negativa fue Leon Walras, quien, en su trabajo de 1909 “Economía y mecánica”, afirmaba que las fórmulas matemáticas de su libro Elementos de la ciencia económica pura eran idénticos a los de la física matemática.
En resumen, la influencia de la física mecánica erradicó la dimensión creativa, especulativa y dinámica que estaba implícita en la idea de eficiencia económica desde su principio y todo lo que quedaba era el aspecto reduccionista y estático, que consiste solamente en minimizar el desperdicio de los recursos económicos (ya conocidos o dados). Este cambio se producía a pesar del hecho de que ni los recursos ni la tecnología están “dados” en la vida real, sino que varían continuamente como consecuencia de la creatividad empresarial.
El concepto reduccionista de la eficiencia estática tuvo una influencia teórica y práctica inmensa en el siglo XX. Los socialistas fabianos Sydney y Beatrice Webb ofrecen un buen ejemplo. Este matrimonio estaba anonadado por el “desperdicio” que pensaban que se producía en el sistema capitalista y fundaron la London School of Economics en un intento de defender la reforma socialista del capitalismo. El objeto de esa reforma socialista sería eliminar el desperdicio y hacer “eficiente” el sistema económico.Los Webb luego no ocultaron su cálida admiración por la “eficiencia” que creían observar en la Rusia soviética, hasta el punto de que Beatrice incluso declaró: “Estoy enamorada del comunismo soviético”.
Otro autor famoso completamente influido por el concepto estático de la eficiencia económica fue el propio John Maynard Keynes, quien, en su prólogo a la edición alemana de 1936 de su Teoría general declara expresamente que sus propuestas de política económica típicamente keynesianas “se adaptan más fácilmente a las condiciones de un estado totalitario”. Keynes también alababa profusamente el libro Comunismo soviético, que habían publicado tres años antes Sidney y Beatrice Webb.
Además, en las décadas de 1920 y 1930, el concepto estático de la eficiencia económica se convirtió en el punto focal para toda una nueva disciplina, que se conocería como “economía del bienestar” que apareció a partir de aproximaciones alternativas, de las cuales la más conocida es la aproximación de Pareto.
Desde una perspectiva paretiana, un sistema económico es un estado de eficiencia si nadie puede mejorar sin hacer que alguien empeore.
Nuestra crítica principal a la economía del bienestar es que reduce el problema de la eficiencia económica a un simple problema de maximización, en el que todos los datos económicos se supone que están dados y son constantes. Sin embargo, ambos supuestos son completamente erróneos: los datos están cambiando constantemente como consecuencia de la creatividad empresarial.
Y precisamente por esa razón tenemos que introducir un nuevo concepto, el de la eficiencia dinámica, entendida como la capacidad de estimular tanto la creatividad como la coordinación empresarial. En otras palabras, la eficiencia dinámica consiste en la capacidad para descubrir oportunidades de beneficio, así como la capacidad para coordinar y superar cualquier desajuste o descoordinación social.
En términos de economía neoclásica, el objetivo de la eficiencia dinámica no debería ser dirigir al sistema hacia la frontera producción-posibilidad, sino más bien mejorar la creatividad empresarial y así “mover” continuamente hacia la derecha la curva de la producción-posibilidad.
La palabra “emprendimiento” deriva etimológicamente de la expresión latina in prehendo, que significa “descubrir”, “ver”, “apreciar” algo. En este sentido, podemos definir el emprendimiento como la capacidad típicamente humana de apreciar oportunidades de beneficio subjetivo que aparecen en el entorno y actuar de la manera correspondiente para aprovecharlas.
Por tanto, el emprendimiento implica una atención especial, la capacidad de estar atento: vigilante. También es totalmente aplicable a la idea de emprendimiento es el verbo “especular”, que viene de la palabra latina specula, que se refiere a las torres desde cuyas atalayas se puede ver en la distancia para detectar a cualquiera que se aproxime.
Toda acción emprendedora no solo crea y transmite nueva información, sino que también coordina el comportamiento previamente descoordinado de los agentes económicos. Siempre que alguien descubre o crea una oportunidad de beneficio y compra cierto recurso barato y lo vende caro, armoniza el comportamiento previamente descoordinado de los dueños del recurso (quienes probablemente lo estaban despilfarrando y derrochando) con el comportamiento de aquellos que necesitan dicho recurso. Por tanto, la creatividad y la coordinación son dos caras de la misma moneda (yo diría “emprendedora”).
Ahora, desde un punto de vista dinámico, una persona, una empresa, una institución e incluso un sistema económico completo será más eficiente cuanto más promueva la creatividad y coordinación emprendedora.
Y desde esta perspectiva dinámica, el objetivo verdaderamente importante no es tanto impedir el desperdicio de ciertos medios considerados conocidos y “dados” como descubrir y crear continuamente nuevos fines y medios.
Para un tratamiento más extenso de todo este asunto, os recomiendo las obras principales de Mises, Hayek, Kirzner y Rothbard sobre la idea del mercado como un proceso dinámico dirigido por el emprendimiento y sobre la noción de competencia como proceso de descubrimiento y creatividad.
En mi opinión, estos autores “austriacos” nos ofrecen el concepto más exacto de eficiencia dinámica, que contrasta con el concepto más imperfecto de eficiencia dinámica desarrollado tanto por Joseph A. Schumpeter como por Douglass North.
North y Schumpeter ofrecen perspectivas totalmente opuestas. Mientras que Schumpeter considera exclusivamente el aspecto de la creatividad emprendedora y su poder destructivo (al que llama el proceso de “destrucción creativa”), Douglass North se concentra en el otro aspecto, al que llama “eficiencia adaptativa” o la capacidad coordinadora del emprendimiento. Así vemos que el verdadero concepto austriaco de la eficiencia dinámica, el desarrollado por Mises, Hayek y Kirzner, combina tanto la dimensión creativa como la coordinadora, que Schumpeter y North estudian solo de una manera independiente, parcial y reduccionista.
Eficiencia dinámica y ética
Y ahora, tercera y finalmente, concentrémonos en la relación íntima que existe entre la ética y el concepto de eficiencia dinámica que acabo de presentar. La teoría económica neoclásica ortodoxa se basa en la idea de que la información es objetiva y está dada (ya sea en términos de certidumbre o probabilísticos) y que los problemas de la maximización de la utilidad no tienen absolutamente ninguna relación con las consideraciones morales.
Además, el punto de vista estático dominante llegaba la conclusión de que los recursos estaban en cierto modo dados y conocidos y de que por tanto el problema económico de su distribución era independiente y distinto del problema de su producción. Es verdad que, si los recursos están dados, es tremendamente importante investigar la mejor manera de asignar entre distintas personas tanto los medios disponibles de producción como los bienes de consumo que resultan de ellos.
Toda esta aproximación se viene abajo como un castillo de naipes si seguimos el concepto dinámico de los procesos de mercado, la teoría del emprendimiento y la noción de eficiencia dinámica que acabo de explicar. Desde esta perspectiva, todo ser humano tiene una capacidad creativa única que le permite percibir y descubrir continuamente nuevas oportunidades de beneficio. El emprendimiento consiste en la capacidad típicamente humana de crear y descubrir nuevos fines y medios y es la característica más importante de la naturaleza humana.
Si no están dados los fines, medios y recursos, sino que se crean continuamente a partir de la nada como consecuencia de la acción emprendedora de los seres humanos, está claro que el problema ético esencial ya no es cómo distribuir justamente lo que ya existe, sino más bien como promover la creatividad y coordinación emprendedoras.
Consecuentemente, en el campo de la ética social, llegamos a la conclusión esencial de que la idea de los seres humanos como actores creativos y coordinadores implica la aceptación axiomática del principio de que todo ser humano tiene un derecho natural a apropiarse de todos lo resultados de su creatividad emprendedora. Es decir, la apropiación privada de los frutos de la creación y el descubrimiento emprendedores es un concepto del derecho natural.
Y es un concepto del derecho natural porque si una persona que actúa no fuera capaz de reclamar lo que creara o descubriera, su capacidad para detectar oportunidades de beneficio se vería completamente bloqueada y su incentivo para actuar desaparecería. Además, el principio es universal, en el sentido de que puede aplicarse a todas las personas en todo momento y en todos los lugares concebibles.
Coaccionar la acción humana libre en cualquier grado impidiendo el derecho de la gente a poseer lo que crea emprendedoramente no solo es ineficiente dinámicamente, ya que obstruye su creatividad y capacidad de coordinación: es también esencialmente inmoral, ya que dicha coacción impide que los seres humanos desarrollen lo que es por naturaleza más esencial en ellos, es decir, su capacidad innata de crear y concebir nuevos fines y medios para tratar de alcanzar sus propios objetivos. Precisamente por estas razones, no solo el socialismo y el intervencionismo, sino cualquier forma de estatismo, no son solo dinámicamente ineficientes, sino también éticamente injustos e inmorales.
Debe tenerse en cuenta que la fuerza de la creatividad emprendedora también se manifiesta en el deseo de ayudar a los pobres y en la búsqueda sistemática de situaciones en las que otros pasan necesidad, para ayudarlos. De hecho, la intervención coactiva estatal, a través de los mecanismos típicos del llamado “estado del bienestar” neutraliza y en gran medida bloquea el esfuerzo emprendedor para ayudar a los vecinos (tanto cercanos como lejanos) que están experimentando dificultades. Esta es una idea que, por ejemplo, el papa Juan Pablo II destacaba en la Sección 49 de su encíclica de 1991, Centesimus Annus.
Además, según nuestro análisis, nada es más eficiente (dinámicamente) que la justicia (entendida en su sentido adecuado). Y si pensamos en el mercado como un proceso dinámico, entonces la eficiencia dinámica, entendida como coordinación y creatividad, deriva del comportamiento de los seres humanos que siguen ciertas leyes morales (principalmente en relación con el respeto por la vida, la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos).
Solo el ejercicio de la acción humana sometida a estos principios éticos da lugar a procesos sociales dinámicamente eficientes. Y ahora es fácil ver por qué, desde un punto de vista dinámico, la eficiencia no es compatible con distintos modelos de equidad o justicia (en contra del segundo teorema fundamental de la economía del bienestar), sino que por el contrario la eficiencia deriva solo de una idea de justicia (aquella basada en el respeto a la propiedad privada, el emprendimiento y, como veremos en momento, también en los principios de la moralidad personal). Por tanto, la contradicción entre eficiencia y justicia es directamente falsa.
Lo que es justo no puede ser ineficiente y lo que es eficiente no puede ser justo. Un análisis dinámico revela que justicia y eficiencia no son más que las dos caras de la misma moneda, lo que también confirma el orden coherente e integrado que existe en el universo social espontáneo de las interacciones humanas.
Concluyamos ahora con algunas ideas sobre la relación entre eficiencia dinámica y principios de moralidad personal, especialmente en el campo de la familia y las relaciones sexuales.
Hasta aquí, hemos observado la ética social y explicado los principios clave que proporciona el marco que hace posible la eficiencia dinámica. Fuera de ese ámbito se encuentran los principios más íntimos de la moralidad personal. La influencia de los principios de la moralidad personal sobre la eficiencia dinámica no se ha estudiado mucho y, en todo caso, se consideran independientes y distintos de la ética social. Sin embargo, creo que esta separación está completamente injustificada.
De hecho, hay principios morales de gran importancia para la eficiencia dinámica en cualquier sociedad, que están sometidos a la siguiente paradoja aparente: el incumplimiento de estos a nivel personal conlleva un enorme coste en términos de eficiencia dinámica, pero el intento de imponer estos principios morales usando la fuerza del estado genera ineficiencias todavía más graves. Por tanto, se necesitan ciertas instituciones sociales para transmitir y estimular la observancia de estos principios morales personales, que por su propia naturaleza no pueden ser impuestos por violencia y coacción, pero que sin embargo son de gran importancia para la eficiencia dinámica de cualquier sociedad.
Es principalmente a través de la religión y la familia como los seres humanos, generación tras generación, son capaces de internalizar estos principios y así aprender a mantenerlos y transmitirlos a sus hijos. Los principios que se relacionan con la moralidad sexual, la creación y conservación de la institución familiar, la fidelidad entre esposos y el cuidado de los niños, el control de nuestros instintos atávicos y la superación y la contención de la envidia, son todos de importancia crucial para cualquier proceso social con éxito o de creatividad y coordinación.
Como nos enseña Hayek, tanto el progreso de la civilización como el desarrollo económico y social requieren una población en constante expansión capaz de sostener, para un numero continuamente creciente de personas, el crecimiento constante en el volumen de conocimiento social que genera la actividad emprendedora. La eficiencia dinámica depende de la creatividad de la gente y la capacidad para la coordinación y, en igualdad de condiciones, atender a aumentar al aumentar el número de seres humanos, lo que solo puede pasar dentro de cierto marco de principios morales para gobernar las relaciones familiares.
Sin embargo, como ya he dicho, es una especie de paradoja. Todo el marco de los principios morales personales no es posible que se impongan por coacción violenta. La imposición de principios morales por fuerza o coacción solo dará lugar a una sociedad cerrada e inquisitorial, privando a los seres humanos de libertades individuales, que comprenden la base del emprendimiento y la eficiencia dinámica.
Este hecho revela precisamente la importancia de métodos alternativos y no coactivos de guía social que muestren a la gente los principios morales más íntimos y personales y estimulen su internalización y observancia. Podemos concluir que, en igualdad de condiciones, cuanto más firmes y resistente sean los principios morales personales de una sociedad, mayor tenderá a ser su eficiencia dinámica.
Muchas gracias por vuestra paciencia y atención.
El artículo original se encuentra aquí.
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