La clave del sistema intrincado y masivo de pensamiento creado por Karl Marx es en el fondo muy sencilla: Karl Marx era un comunista.
Una declaración aparentemente trivial y banal comparada con la multitud de conceptos en jerga marxista sobre filosofía, economía y cultura, pero la devoción de Marx por el comunismo fue su enfoque crucial, mucho más esencial que la lucha de clases, la dialéctica, la teoría de la plusvalía y todo lo demás.
El comunismo era el gran objetivo, la visión, el desiderátum, el fin último que haría que hubieran merecido la pena los padecimientos de la humanidad a lo largo de la historia. La historia era la historia del sufrimiento, de la lucha de clases, de la explotación del hombre por el hombre. De la misma manera que el regreso del Mesías, en la teología cristiana, pondría un fina a la historia y establecería un nuevo cielo y una nueva tierra, el establecimiento del comunismo pondría fin a la historia humana.
E igual que para los cristianos posmilenaristas el hombre liderado por los profetas de Dios y los santos establecería un Reino de Dios en la Tierra (para los premilenaristas, Jesús tendría muchos ayudantes humanos para establecer dicho reino), para Marx y otras escuelas de comunistas, la humanidad, liderada por una vanguardia de santos seculares, establecería un reino secularizado del cielo en la Tierra.
En los movimientos religiosos mesiánicos, el milenio lo establece invariablemente un levantamiento poderoso y violento, un Armagedón, una gran guerra apocalíptica entre el bien y el mal. Después de este conflicto titánico, se instauraría sobre la Tierra un milenio, una nueva era de paz y armonía, un reino de la justicia.
Marx rechazaba enfáticamente a esos socialistas utópicos que buscaban llegar al comunismo mediante un proceso gradual y evolucionista, mediante un avance constante del bien. Por el contrario Marx se remitía a los apocalípticos, los posmilenaristas coactivos anabaptistas alemanes y holandeses del siglo XVI, a las sectas milenaristas durante la Guerra Civil Inglesa y a los diversos grupos de cristianos premilenaristas que preveían un sangriento Armagedón en los Últimos Días, antes de que pudiera establecerse el milenio.
De hecho, como los posmilenaristas apocalípticos rechazaban esperar que una bondad y santidad natural impregnara gradualmente a la humanidad, se unieron a los premilenaristas en creer que solo una lucha final violenta y apocalíptica entre el bien y el mal, entre santos y pecadores, podría dar paso al milenio. Una violenta revolución mundial, en la versión de Marx a realizar por el proletariado oprimido, sería el instrumento inevitable para la llegada de su milenio, el comunismo.
De hecho, Marx, como los premilenaristas (o “milenarianos”) llegó a sostener que el reino del mal en la tierra llegaría a su máximo justo antes del apocalipsis (“la oscuridad antes del amanecer”). Para Marx, como para los milenarianos, escribe Ernest Tuveson,
El mal del mundo debe llegar a su máximo antes de que, en un gran levantamiento completo de raíz, sea eliminado. (…)
El pesimismo milenario acerca de la perfectibilidad del mundo existente está cruzado por un optimismo supremo. La historia, cree el milenario, opera de tal manera que, cuando el mal ha llegado a su máximo, la situación desesperada se invertirá. Se restablecerá lo original, el verdadero estado armonioso de la sociedad, en algún tipo de orden igualitario.[1]
Al contrario que los diversos grupos de socialistas utópicos, y en común con los mesiánicos religiosos, Karl Marx no explicaba con ningún detalle las características de su futuro comunismo. Por ejemplo, no le importaba a Marx explicar el número de gente en su utopía, la forma y ubicación de sus casas o el patrón de sus ciudades. En primer lugar, hay un aire típicamente alocado en las utopías que son descritas por sus creadores con un detalle preciso. Pero igualmente importancia es que explicar los detalles de la sociedad ideal propia elimina el elemento clave de pasmo y misterio del supuestamente inevitable mundo del futuro.
Pero ciertas características son en general iguales en todas las visiones del comunismo. Se elimina la propiedad privada, se destierra el individualismo, se aplasta la individualidad, toda la propiedad es propiedad y está controlada comunalmente y las unidades individuales del nuevo organismo colectivo se hacen de alguna forma “iguales” entre sí.
Los marxistas e investigadores del marxismo han tendido a olvidar la centralidad del comunismo en todo el sistema marxista.[2] En el marxismo “oficial” de las décadas de 1930 y 1940, se menospreciaba el comunismo a favor de una supuesta insistencia “científica” sobre la teoría del valor trabajo o la interpretación materialista de la historia. Y la Unión Soviética, incluso antes de Gorbachov, al tratar los problemas prácticos del socialismo, trataba el objetivo del comunismo más como algo embarazoso que cualquier otra cosa.[3]
Igualmente, estalinistas como Louis Althusser rechazaban el enfoque de Marx anterior a 1848 sobre el “humanismo”, la filosofía y la “alienación”, por anticientífico y pre-marxista. Por otro lado, en la década de 1960 se puso de moda entre los marxistas de la Nueva Izquierda, como Herbert Marcuse, rechazar al posterior Marx “economista científico” como un preludio racionalista para el despotismo y una traición al anterior enfoque de Marx en el humanismo y la “libertad” humana.
Por el contrario, yo sostengo, con el creciente consenso en los estudios marxistas[4] que, al menos desde 1844 y posiblemente antes, solo hubo un Marx y que ese Marx, el “humanista”, estableció el objetivo que buscaría el resto de su vida: el triunfo apocalíptico del comunismo revolucionario. En este p0unto de vista, la exploración posterior de Marx en la economía del capitalismo era meramente una búsqueda del mecanismo, la “ley de la historia”, que supuestamente hace inevitable un triunfo así.
Pero en ese caso, se hace vital investigar la naturaleza de este supuestamente humanista objetivo del comunismo, cuál podría ser el significado de esta “libertad” y si estaba o no implícito el macabro historial de los regímenes marxistas-leninistas del siglo XX en la concepción marxista básica de la libertad.
El marxismo es un credo religioso. Esta declaración ha sido común entre los críticos del Marx y, como el marxismo es un enemigo explícito de la religión, esa paradoja aparente ofendería a muchos marxistas, ya que desafía claramente el testarudo materialismo científico en el que se basaba el marxismo. Actualmente, extrañamente, en una época de teología de la liberación y otros escarceos entre el marxismo y la iglesia, los propios marxistas a menudo se apresuran a hacer esa misma proclamación.
Indudablemente, una forma evidente en que funciona el marismo como religión es en hasta dónde llegan los marxistas para preservar su sistema frente a errores o falacias evidentes. Así que, cuando las predicciones marxistas fallan, aunque supuestamente deriven de las leyes científicas de la historia, los marxistas hacen grandes esfuerzos por cambiar los términos de la predicción original.
Un ejemplo notorio es la ley de Marx del empobrecimiento de la clase trabajadora bajo el capitalismo. Cuando quedó demasiado claro que el nivel de vida de los trabajadores bajo el capitalismo industrial estaba aumentando en lugar de bajar, los marxistas recurrieron a la idea de que lo que Marx “realmente” quería decir con empobrecimiento no era miseria, sino privación relativa. Uno de los problemas de esta defensa desesperada es que el empobrecimiento se suponía que iba a ser el motor de la revolución proletaria y es difícil ver a los trabajadores recurriendo a una revolución sangrienta porque solo disfrutan de un yate cada uno mientras los capitalistas disfrutan de cinco o seis.
Otro ejemplo notorio fue la respuesta de muchos marxistas a la demostración concluyente de Böhm-Bawerk de que la teoría del valor trabajo no podía valer para dar precio a los bienes bajo el capitalismo. De nuevo, la respuesta a la defensiva fue que lo que Marx “realmente quería decir”[5] no era explicar los precios del mercado en absoluto, sino simplemente afirmar que las horas de trabajo incorporaban algún tipo de “valores” místicamente inherentes en los bienes que, sin embargo, eran irrelevantes para el funcionamiento del mercado capitalista. Si esto fuera verdad, es difícil ver por qué Marx trabajó durante gran parte de su vida en un intento sin éxito de completar El capital y resolver el problema del valor-precio.
Quizá el comentario más apropiado sobre los frenéticos defensores de la teoría del valor de Marx es el del siempre agudo y delicioso Alexander Gray, que también toca otro aspecto de Marx como profeta religioso:
Ver a Böhm-Bawerk o a Mr. [H. W. B.] Joseph descuartizando a Marx no es sino un placer pedestre, pues estos no son sino escritores pedestres, que son tan pedestres como para agarrarse al simple significado de las palabras, no dándose cuenta de que lo que realmente quería decir Marx no tiene una relación necesaria con lo que Marx innegablemente dijo. Ver a Marx rodeado por sus amigos es, sin embargo, un placer de un nivel completamente distinto. Pues está bastante claro que ninguno de ellos sabe realmente lo que Marx realmente quería decir; tienen incluso dudas considerables sobre de qué estaba hablando; hay indicios de que el propio Marx no sabía lo que estaba haciendo.
En concreto, no hay nadie que nos diga qué quería decir Marx al hablar del “valor”. El capital, es, en un sentido, un tratado en tres tomos, exponiendo una teoría del valor y sus múltiples aplicaciones. Pero Marx nunca se digna decir lo que quiere decir al hablar del “valor”, lo que consiguientemente es lo que cualquiera quiera pensar al seguir el rollo que se despliega desde 1867 a 1894. (…)
¿Nos preocupan Wissenschaft, lemas, mitos o encantamientos? De Marx se ha dicho que era un profeta (…) y quizá esta sugerencia proporcione la mejor aproximación. No se aplican a Jeremías o Ezequiel los mismos exámenes a los que están sometidos hombres menos inspirados. Quizá el error que han cometido el mundo y la mayoría de los críticos es solo que no han considerado lo suficiente a Marx como profeta: un hombre por encima de la lógica, diciendo palabras crípticas e incomprensibles, que cada hombre puede interpretar como prefiera.[6]
[1] Ernest L. Tuveson, “The Millenarian Structure of The Communist Manifesto“, en C. Patrides y J. Wittreich, eds., The Apocalypse in English Renaissance Thought and Literature (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1984), pp. 326–327. Tuveson especula con que Marx y Engels pueden haber estado influidos por el estallido de milenarismo en Inglaterra durante la década de 1840. Sobre este fenómeno, especialmente el florecimiento en Inglaterra y Estados Unidos de los milleristas, que preedcían el find el mundo el 22 de octubre de 1884, ver la obra clásica sobre milenarismo moderno: Ernest R. Sandeen, The Roots of Fundamentalism: British and American Millenarianism, 1880–1930 (Chicago: University of Chicago Press, 1970). Ver Tuveson, “Millenarian Structure”, p. 340, n. 5.
[2] Así en la obra muy considerada de Thomas Sowell, Marxism: The Philosophy and Economics (Londres: Unwin Paperbacks. 1986), apenas se presta ninguna atención al comunismo.
[3] El libro oficial de texto sobre el marxismo trataba su propio objetivo declarado con un brusco rechazo, insistiendo en que todos los soviéticos debían trabajar duro y no saltarse ninguna “etapa” en el largo camino hacia el comunismo. “El PCUS [Partido Comunista de la Unión Soviética], siendo un partido de comunismo científico, avanza y resuelve el problema de la construcción comunista a medida que los requisitos materiales y espirituales para esta quedan listos y maduran, estando guiados por el hecho de que no deben saltarse las etapas necesarias de desarrollo”. Fundamentals of Marxism-Leninism, 2ª rev. ed. (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1963), p. 662. Ver también ibíd., pp. 645–646, 666–667 y 674–675.
[4] Ver el ilustrativo trabajo de Robert C. Tucker, Philosophy and Myth in Karl Marx (1970, Nueva York: Cambridge University Press, 1961).
[5] Lo que Marx realmente quería decir fue el título de una obra simpatizante con el marxismo de G. D. H. Cole (Londres, 1934).
[6] Alexander Gray, The Socialist Tradition (Londres: Lougmans Green, 1946), pp. 321–322.
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