domingo, 6 de agosto de 2017

Hayek, ¿el Jekyll austriaco?, por Mises Hispano.

Todos recordamos la célebre novela de Robert Louis Stevenson El extraño caso del Doctor Jekyll y el señor Hyde, que narra la historia del doctor Henry Jekyll, un científico obsesionado con dividir las dos inclinaciones del hombre (el bien y el mal) mediante una poción que él mismo inventó. Al no encontrar un sujeto de prueba, decide experimentar consigo mismo. Es entonces cuando su parte maligna se apodera de su ser, convirtiéndose así en el señor Hyde, un misántropo capaz de cometer toda clase de horrendos crímenes.

Tranquilo, apreciado lector, el título de este artículo no pretende poner en tela de juicio la honorabilidad del profesor Hayek. Entiéndase que la novela de Stevenson es una alegoría, que intenta mostrar la tensión entre características opuestas que conviven en un solo ser que en Hayek son el espíritu liberal y el socialista.

El Hayek liberal y su enfrentamiento con Keynes

En 1922, Hayek lee Socialismo de Ludwig von Mises, que lo convence de la superioridad técnica y moral del laissez-faire frente a la planificación central; renuncia a sus ideales fabianos y se convierte en el mejor discípulo de Mises. A partir de ese momento, su nombre quedará unido al destino de la Escuela Austríaca.

En 1929, publica su primera obra La teoría monetaria y el ciclo económico, donde critica las teorías no monetarias del ciclo económico y ofrece una visión propia, basada en los descubrimientos de Wicksell, Böhm-Bawerk y Mises.

Hayek fue capaz de integrar la teoría monetaria con la teoría del capital para el análisis de los ciclos económicos y predijo el estallido de una “gran crisis bursátil y económica en Estados” [1]. La Depresión que siguió al crac bursátil de Wall Street, en octubre de 1929, le dio la razón.

Gracias a esa predicción, la teoría hayekiana despertó gran interés en el mundo anglosajón. Hayek es invitado por su amigo Lionel Robbins a la London School of Economics, para impartir conferencias sobre los ciclos económicos.

En líneas generales, Hayek planteaba que la inyección de nuevo dinero en la economía, vía expansión crediticia, provoca que los empresarios realicen malas inversiones. Al principio, se presenta una reestructuración del factor capital que conduce a un incremento neto de la actividad económica, lo que da origen a los auges. Con el paso del tiempo, dicha reestructuración se volverá incompatible con las necesidades reales del proceso productivo, lo que se traducirá en recesión [2].

En la teoría hayekiana, el único responsable de la crisis es el gobierno, quien es el que manipula las tasas de interés, generando la expansión crediticia que confunde a los empresarios.

El primero en refutar esta teoría fue el economista británico John Maynard Keynes, quien llegaría a convertirse en el máximo rival intelectual de Hayek. En su Tratado sobre el Dinero, de 1930, ofrece su perspectiva teórica y práctica del ciclo económico.

Keynes planteaba que la desigualdad entre el tipo de interés natural y el de mercado genera brechas entre el ahorro y la inversión y entre fluctuaciones en la actividad económica y el nivel de precios. En su teoría, el ahorro es beneficioso únicamente si es canalizado hacia la inversión empresarial, algo que habitualmente no sucede, porque el motor de la empresa no es el ahorro sino el beneficio. Cuando se cumplen las expectativas de los empresarios, no habrá pérdidas y el empresario no tendrá incentivos para modificar sus decisiones de inversión. Pero, si las expectativas no se cumplen, se generarán pérdidas y el empresario tendrá que realizar cambios sobre la inversión, lo cual aleja a la economía del equilibrio, provocando una recesión [3].

Como solución, Keynes proponía la inyección de nuevo dinero en la economía (la pesadilla de todo austríaco). De esa manera, el público podría gastar más y así, reactivar el aparato productivo.

Aunque la teoría keynesiana logró aceptación en el mundo académico, había economistas que la miraban con escepticismo. Uno de ellos era Lionel Robbins, quien exhortó a su amigo Hayek a responder a Keynes.

En 1931, Hayek compila las conferencias que ha estado impartiendo en la London School of Economics en Precios y Producción. En este libro, el economista austríaco afirma que la cantidad de dinero sí afecta los precios y la producción. No existe la neutralidad monetaria como sugería Irving Fisher. Si las autoridades expanden la oferta monetaria, esto conducirá a un aumento en el nivel general de precios, que limitará el poder de inversión de los empresarios, causando un desequilibrio monetario.

También publica Reflexiones sobre la teoría pura del dinero de J.M Keynes en el que hace un análisis pormenorizado de la obra de Keynes, en el que critica duramente la teoría keynesiana de la inversión.

Hayek reiteraba que el dinero es el que se encuentra detrás del proceso productivo y que la expansión de la oferta monetaria era lo que había causado la recesión en primer lugar, aplicar la solución de Keynes sólo crearía más inflación y desincentivaría el ahorro.

Keynes respondió a Hayek, pero no lo hizo solo, a él se unieron Piero Sraffa y Frank Knight. El primero atacó la teoría hayekiana en dos frentes: el papel de la expansión monetaria sobre las distorsiones en la estructura del capital y el concepto de interés natural. La controversia con el segundo giró en torno a la teoría del capital.

Por aquella época, el mundo vivía los peores años de la Gran Depresión. La opinión pública exigía soluciones inmediatas. Mientras Hayek discutía con Sraffa y Knight, Keynes preparaba su último ataque: la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, su obra más famosa. En realidad lo que hizo aquí fue justificar teóricamente todas las acciones que ya estaban emprendiendo los gobiernos occidentales con el fin de sortear los niveles devastadores de desempleo que trajo la crisis del ´29.

Gracias a su increíble olfato político, Keynes consiguió que el mundo aceptara sus ideas, condenando a Hayek al ostracismo.

En 1941, Hayek publica La teoría pura del capital, una verdadera joya del pensamiento económico, que ofrece una teoría integral del capital, explicando la heterogeneidad del stock de capital y su relación con el paso del tiempo. La obra fue ignorada brutalmente. Ya era demasiado tarde, la revolución keynesiana ganó la partida.

Hayek continúa enseñando en la London School of Economics, en donde comparte cátedra con el propio Keynes, a quien, a pesar de todo, sigue tratando con cordialidad. Incluso hacen vigilia juntos cuando se prendían las alarmas de bombardeo sobre Londres, en plena Segunda Guerra Mundial.

Hayek prestó un invaluable servicio a la defensa de la libertad. A través de la reflexión teórica demostró el efecto perverso del gobierno sobre la economía. El Premio Nobel, que ganó en 1974, es sólo un pequeño reconocimiento a su extraordinaria labor.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se diseñó un nuevo orden económico bajo los preceptos del keynesianismo, Hayek se aisló académico y por un largo tiempo dejó de escribir sobre temas económicos, trasladando su interés a los campos de la filosofía política, la psicología y el derecho. Es en esta parte de su vida profesional que bebe la poción que lo transforma en Mr. Hyde, el Hayek socialista.

El Hayek socialista

En 1944, Hayek publica Camino de servidumbre, obra clave en su trayectoria académica y su primera incursión en el terreno de la filosofía política. Su argumento es que la planificación central es incompatible con la libertad y conduce, inevitablemente, al totalitarismo, sistema que caracteriza tanto al comunismo como al nazismo.

Hasta aquí nada parecer indicar que Hayek se haya convertido en socialista, todo lo contrario, sigue siendo un liberal a carta cabal.

Su oscuro lado socialista sale a relucir cuando habla sobre las funciones del gobierno. Según Hayek, éste es necesario no sólo para hacer cumplir leyes y organizar la defensa nacional, el anhelo de todo minarquista, sino también para proveer servicios como salud y seguridad social. El gobierno también debería prohibir el uso de ciertas sustancias “venenosas”, limitar las horas de trabajo y prevenir el fraude. Va aún más lejos: en una sociedad rica, el gobierno debería garantizar un mínimo de alimentos, refugio y vestimenta para toda la población.

Ese es el pensamiento de cualquier socialdemócrata moderno. No en vano, tres décadas más tarde, el canciller alemán Helmut Schmidt, figura de la izquierda moderada, llegó a decir que “ahora todos somos hayekianos”.

En 1945, Hayek publica El uso del conocimiento en la sociedad, en donde refina un argumento que ya había trabajado en Camino de servidumbre: la planificación central es prácticamente imposible porque requiere de una gran cantidad de información que se encuentra dispersa entre los millones de individuos que interactúan a diario en el proceso social. Los planificadores centrales jamás serán capaces de reunir y procesar todo ese conocimiento. Eso explicaría por qué el socialismo falla una y otra vez.

La teoría de Hayek presenta una gran falencia: olvida que todas las organizaciones humanas, llámense empresas privadas, familias o clubes, ejecutan procesos de planificación central y aun así no fracasan, como sí ocurre con el socialismo. El éxito de estas organizaciones es un misterio en la visión hayekiana.

Lo que explica el fracaso del socialismo no es el uso de conocimiento centralizado o la falta de uso de conocimiento descentralizado, es la ausencia de propiedad privada, y, por ende, de cálculo económico, que es el que coordina eficientemente las acciones de los individuos.

Hayek afirma que la solución es la descentralización del conocimiento, no la propiedad privada. Un socialista no tendría ningún inconveniente con esa interpretación.

En 1947, Hayek funda la “Sociedad Mont Pelerin”, con el objetivo de discutir sobre el avance del liberalismo en el mundo de la posguerra. La primera discusión giró en torno a la mejor manera de realizar una política redistributiva. Ludwig von Mises, que se encontraba entre los participantes, se levantó de su asiento y con tono enérgico les dijo a sus contertulios: “¡Sois todos un puñado de socialistas!”.

Desde entonces, la Sociedad Mont Pelerin ha contado con la participación de banqueros centrales, lobistas, empresarios con buenas conexiones en el gobierno y gente de la “centro-derecha”. En otras palabras, ningún liberal auténtico.

En 1952, Hayek publica La contrarrevolución de la Ciencia: estudios sobre el abuso de la razón y  El orden sensorial. Los fundamentos de la psicología teórica, con las que incursiona en los campos de la epistemología y la psicología, respectivamente. En esas obras habla de fenómenos puramente subjetivos, casi ilusorios. Los eventos materiales, en los que se desarrolla la acción humana, son cruelmente ignorados por Hayek.

El ultra-subjetivismo de Hayek traería peligrosas consecuencias sobre su filosofía política.

En 1960, publica Los fundamentos de la libertad, un análisis sobre la libertad y la coerción. Esta última se define como “el control del medio ambiente o las circunstancias de una persona por otra que para evitar un daño más grande, es forzada a actuar no de acuerdo a su propio plan sino para servir los fines de otro” [4] y ocurre “cuando las acciones de un hombre se hacen para servir la voluntad de otro hombre, no para sus propios propósitos sino para los propósitos del otro” [5].

Hayek en ningún momento define la coerción como lo que es: la amenaza o iniciación de violencia física contra la vida y legítima propiedad de una persona y, curiosamente, llega a afirmar que los impuestos y el servicio militar obligatorio no son formas de coerción si el ciudadano se “acostumbra” a ellos. ¿Dónde quedó el liberalismo?

En su obra de tres tomos Derecho, legislación y libertad (1973-1979) Hayek amplía el repertorio de funciones que el gobierno debería cumplir: protección contra epidemias; respuesta a desastres naturales como inundaciones y avalanchas; creación de un sistema estandarizado de medición y registros +estadísticos; certificación de calidad sobre bienes y servicios; redistribución de ingresos cuando la inversión privada es “lenta”; financiación de escuelas y actividades de investigación; certificación ciertas profesiones; regular la venta de bienes peligrosos como armas, explosivos, venenos y drogas; aprovisionamiento de teatros, parques y escenarios deportivos; controles sanitarios y de salud en el proceso productivo.

Al final, habría que preguntarse ¿qué funciones NO debería cumplir el gobierno según Hayek?

El Hayek socialista va mucho más allá: defiende la expropiación en aras del “bien común” y considera que con el incremento general de la riqueza y la densidad poblacional, la cantidad de bienes provistos colectivamente seguirá aumentando. En su análisis, lo importante no es el volumen de la actividad del gobierno, sino su carácter. Es decir que el gobierno puede asumir infinidad de funciones, lo que importa es que las cumpla bien.

En la novela de Stevenson, el doctor Jekyll se transforma a voluntad en Hyde, para poder cometer tranquilamente toda clase de acciones perversas. Con el tiempo, su parte maléfica se va apoderando cada vez más de su ser, por lo que debe recurrir al uso de un antídoto para poder volver a su forma original después de las transformaciones.

Finalmente, Jekyll es incapaz de producir el antídoto, convirtiéndose de manera permanente en Hyde. Afortunadamente, esto no fue lo que le pasó a Hayek. En los últimos años de su vida, sale a la luz, nuevamente, su parte liberal, que nos dejó obras como Desnacionalización del dinero, de 1976, El desempleo y los sindicatos, de 1980, y La fatal arrogancia, su último libro, publicado en 1988.


[1] Feito, J. (1999). Hayek y Keynes: El debate económico de entreguerras. La polémica sobre las causas y remedios de las recesiones. 2 ed. Madrid: Círculo de Empresarios, pp. 5-12.

[2] Garrison, R. (1986). Hayekian Trade Cycle Theory: A Reappraisal. Cato Journal, Vol. 6 (2), pp. 438-439.

[3] Dimand, R. (1988). The Origins of the Keynesian Revolution: The Development of Keynes´ Theory of Employment and Output. Journal of Economic Issues, Vol. 24 (4), pp. 1186-1189.

[4] Hayek, F.A. (1960). Los fundamentos de la libertad. Chicago: University of Chicago Press, pp. 20-21.

[5] Ibid., p. 133

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