domingo, 31 de diciembre de 2017

Dos tipos de repetidor, por Mises Hispano.

Hace poco señalé que las creencias sobre el mundo paranormal no pueden motivar directamente acciones en el mundo físico. La motivación inmediata de cualquier acción física debe ser una creencia acerca del mundo real, porque (véase Mises) cualquier acción implica un intento de cambiar el estado del mundo hacia uno que el actor considera preferible. Así que los principios de la vida real que dependen de lo paranormal, como la “separación de la iglesia y el estado,” son subóptimas por definición. Cualquier problema del mundo real que pudieran prevenir, podría ser también causado por un sistema de creencias no-paranormal, contra el que dicha norma no es una defensa.

Por ejemplo, si dos movimientos, A y B, propagan las mismas creencias sobre el mundo real, pero A incluye un plano paranormal mientras que B no lo incluye, “la separación de Iglesia y Estado” nos protegerá contra A pero no contra B. Esto es lo que en mi campo de trabajo llamamos un “agujero de seguridad”.

El enfoque general cuando se encuentra un agujero de seguridad es (a) arreglarlo, y (b) averiguar todo lo que se ha arrastrado por el agujero. Esto va a requerir más de una entrada en el blog, pero bien podríamos comenzar por (a).

El único modo (que yo sepa) para reparar tal laguna mental, es reconstruir el lenguaje que usamos para pensar en el problema. Mientras que tengamos que cambiar de marcha lingüística para comparar los sistemas de creencias paranormales y no-paranormales, vamos a tener una vulnerabilidad, porque esta categorización irrelevante constantemente nos tienta a elaborar test superespecíficos que un atacante mutado puede evadir.

(Por ejemplo, una regla que nos diga que “mantengamos a Mitra fuera de las escuelas” es superespecífica, a menos que pienses que específicamente Mitra es el gran peligro para las impresionables mentes de los jóvenes. Si mantenemos a Mitra fuera de las escuelas, pero no decimos nada acerca de Baal, Baal prevalecerá sobre Mitra y nuestros hijos crecerán como bots Baalistas. Por supuesto, si Baal es real y todas las malas noticias que leemos en el periódico se deben a nuestra incapacidad para sacrificarnos por él, esto es ideal).

Así que sugiero los términos “núcleo” y “repetidor“, definiendo un núcleo como un conjunto de aseveraciones fácticas y éticas acerca del mundo real, y un repetidor como una institución que propaga tales aseveraciones. Una religión es un núcleo y una iglesia es un repetidor. Pero no todos los núcleos son religiones, ni todos los repetidores son iglesias.

Vamos a ampliar el concepto de “núcleo” ligeramente, para incluir también las aseveraciones metafísicas. Una aseveración metafísica es cualquier sentencia que no hace ninguna afirmación fáctica o ética acerca del mundo real (el “ser” o “deber ser” de Hume). Esto incluye creencias acerca de entidades paranormales, como dioses, pero también incluye conceptos filosóficos herméticos como los del neoplatonismo, el budismo, el hegelianismo, etc, etc.

Por definición, la metafísica no afecta directamente la realidad. Pero ya que las aseveraciones metafísicas a menudo son fuentes de conflicto, y puesto que pueden motivar creencias acerca del mundo real, puede ser útil el analizarlas – siempre que recordemos que son patológicamente neutrales, y la eliminación de la metafísica, mientras que puede ser deseable, no puede por sí misma eliminar errores factuales o desacuerdos éticos.

Tu núcleo es el conjunto de aseveraciones con las que estás de acuerdo. Ya que nadie puede impedirte físicamente pensar por ti mismo, en teoría todo el mundo podría tener un núcleo diferente. Pero en la práctica, las personas son animales sociales, y reciben la mayor parte de sus aseveraciones de los demás, y el clúster en torno a su nucleo.

Por lo tanto, se puede hablar de núcleos “prototípicos”, lo que implica patrones de acuerdo entre los grupos sociales. El Metodismo, por ejemplo, es “prototípico” bajo esta definición. No todos los metodistas están de acuerdo en todas las aseveraciones factuales, éticas o metafísicas, pero hay claramente un patrón general de consenso en su seno.

Estos patrones corresponden con las redes de grupo mediante las cuales las aseveraciones se transmiten entre los individuos. Vamos a denominar a una aseveración en transmisión como un “paquete”. Si “aceptas” el paquete, significa que estás de acuerdo con la aseveración. Si lo “rechazas”, que no lo estás.

(Hay otra palabra que significa “creencia transmitida”. Le he dado unas cuantas vueltas: No me gusta. Principalmente porque me hace sonar como un idiota. El mero tono auditivo de la palabra, como se siente en la boca, es horrible, y sus diversas declinaciones (como “memeplex“) son aún peores. Pero “meme” también implica una especie de pretensión cientificista que me parece malsana, un intento de intimidar al lector a través de la falsa autoridad de la jerga. Prefiero tomar prestado palabras del negocio de la computación específicamente porque pienso sobre la programación como en un oficio, no una ciencia.)

Así que un “repetidor” es una institución que envía paquetes. Una “iglesia”, en el sentido cristiano de la palabra, es un repetidor porque la gracia de ir a la iglesia es que el párroco, u otro funcionario religioso, te dice lo que él piensa – con la implicación de que tu debes compartir estos pensamientos. Si eres un feligrés y te encuentras con frecuencia rechazando los paquetes de tu iglesia, es muy probable que cambies de iglesia.

Podemos denominar a las personas que generalmente aceptan los paquetes producidos por algún repetidor como sus “clientes“. Es evidente que hay una relación de confianza del cliente al repetidor. Si sientes la necesidad de evaluar todos los paquetes que recibes a partir de cero, no tienes necesidad de un repetidor.

Otro ejemplo de repetidor es Wikipedia. Desde luego, no confío en Wikipedia absolutamente, más de lo que creo que la mayoría de los fieles confían en sus párrocos absolutamente. Sin embargo, asigno más credibilidad a los artículos producidos por el proceso de edición de Wikipedia que a, por ejemplo, algún blog al azar.

Por último, para acabar con esta festival de terminología, tenemos que meternos en la parte más profunda de la ciénaga y llegar a alguna forma de definir “buenas” o “malas” aseveraciones, y a partir de ellas, buenos o malos paquetes – de modo que realmente podamos colocar de nuevo nuestro firewall en on.

Las aseveraciones metafísicas, de nuevo, no son ni malas ni buenas, ya que no se reflejen en el mundo real. Esto nos deja solamente con aseveraciones éticas y factuales. Digamos que una afirmación es buena a menos que sea mala. Esto nos deja con el problema de definir los malos hechos factuales y la mala ética. La palabra “malo” es un poco gruesa para mi gusto, así que vamos a decir “tóxico” en su lugar.

Una aseveración factual tóxica es una percepción errónea de la realidad. Por ejemplo, creo que el revisionismo del Holocausto es una afirmación tóxica, debido a que el Holocausto me parece bastante bien documentado. Pero yo prefiero evitar la palabra “mentira”, porque no puedo saber los motivos de los que repiten este (o cualquier otro) paquete.

Una aseveración ética tóxica es una incoherencia interna. Por ejemplo, en el Sur Estadounidense, de la década de 1830 a la década de 1860, se desarrolló la idea de que esclavizar africanos era compatible con el cristianismo. Esta aseveración hubiera sonado incluso a los propios abuelos de los que la realizaron como tóxica, porque la igualdad humana siempre ha sido una preocupación central del cristianismo. En el momento de la Revolución Americana aquellos que aceptaban la esclavitud generalmente pensaban en ella como un mal inevitable. (La esclavitud es mencionada en la Biblia, pero el sistema de esclavitud del mundo clásico era muy diferente de la practicada en el Sur; tampoco los sureños eran ajenos a este hecho.) Si los sureños hubieran rechazado el cristianismo en favor de algún núcleo ético más nietzscheano, como al menos hicieron algunos nacionalsocialistas, podrían haber evitado la inconsistencia. Su ética no hubiera sido compatible con la mía, o probablemente con la tuya, pero ellos no hubieran sido “tóxicos” según nuestra definición.

Los paquetes tóxicos (los cuales transportan aseveraciones tóxicas) en realidad no son tan difíciles de detectar. La epistemología y la ética no son ciencia espacial. Dado que vivimos en el siglo XXI y que en general parecemos ser bastante buenos en poner nuestros cohetes en órbita, la persistencia de aseveraciones tóxicas es difícil de explicar.

Y sin embargo persisten. Los clientes de Daily Kos y Free Republic – por nombrar un par de los repetidores más atroces de Internet – no pueden ambos estar en lo cierto. Su ética podría diferir sin toxicidad, pero mi conjetura es que si hicieras una encuesta entre los lectores de cada uno sobe una declaración de principios éticos generales, lo que se obtendría en ambos lados sería bastante familiar, y probablemente, más o menos compatible con la amplia tradición del cristianismo. Ciertamente, uno o ambos de los núcleos prototípicos que ofrecen estos sitios web deben contener inconsistencias éticas y/o percepciones erróneas de la realidad.

Así que hay un gran número de paquetes tóxicos flotando a nuestro alrededor. ¿Por qué?

Ésto ya se nos está alargando en exceso. Pero hay una forma de clasificar los repetidores que puede proporcionar una pista. Podemos dividir los repetidores en dos clases: “interesados” y “desinteresados”.

Un repetidor desinteresado no tiene ninguna motivación organizacional para repetir ninguna otra cosa mas que lo que sus clientes quieren oír. Tiene la misma relación con ellos que cualquier negocio con sus clientes. Si sus clientes quieren la verdad, va a tratar de darles la verdad. Si prefieren el sin sentido y la ilusión, eso es lo que obtendrán. El éxito de un repetidor desinteresado sólo depende de la popularidad del núcleo prototipico que ofrece a sus clientes, no del contenido real.

Un repetidor interesado tiene alguna razón para preocuparse por lo que piensan sus clientes. Cuenta con motivos ulteriores. El éxito de un repetidor interesado dependerá de la naturaleza de las aseveraciones que hace. Existe alguna fuerza externa, no relacionada con las preferencias de sus clientes, que recompensa al repetidor por propagar ciertas aseveraciones y/o lo disuade de propagar otras.

¿Cuál es mejor? ¿Y por qué? Hm …


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Los orígenes corruptos de la banca centralizada, por Mises Hispano.

[Publicado originalmente el 5 de noviembre de 2008]

La banca centralizada ha sido un esquema corrupto y mercantilista y una maquinaria de bienestar corporativo desde su mismo inicio a finales del siglo XVIII- El primer banco central, el Bank of North America, estaba “dirigido en el Congreso Continental por [el congresista y financiero] Robert Morris en la primavera de 1781”, escribía Murray Rothbard en The Mystery of Banking (p. 191). El empresario Morris, de Philadelphia, había sido un contratista de defensa durante la Guerra de Independencia que “obtuvo millones del tesoro público en contratos para su propia (…) empresa y las de los asociados”. También era “líder de las poderosas fuerzas nacionalistas” en el nuevo país.

El principal objetivo de los nacionalistas, a los que también se les conoce como federalistas, era esencialmente establecer una versión estadounidense del sistema mercantilista inglés, el mismo sistema contra el que había luchado la Revolución. De hecho, fue de este sistema del que habían huido los ancestros de los revolucionarios cuando vinieron a América. Como explicaba Rothbard, su objetivo era

Reimponer en los nuevos Estados Unidos un sistema de mercantilismo y gran gobierno similar al de Gran Bretaña, contra la que se habían rebelado los colonos. El objetivo es tener un gobierno central fuerte, particularmente un presidente o rey fuerte como jefe del ejecutivo, construido sobre altos impuestos y una fuerte deuda pública. El gobierno fuerte iba a imponer altos aranceles para subvencionar a los fabricantes nacionales, desarrollar una gran marina para abrir y subvencionar mercados extranjeros para exportaciones estadounidenses y poner en marcha un sistema masivo de obras públicas internas. En resumen, Estados Unidos iba a tener un sistema británico sin Gran Bretaña. (p. 192)

Una parte importante del “plan Morris”, como lo llamaba Rothbard, era “organizar y encabezar un banco central, para proporcionar crédito barato y expandir dinero para sí mismo y sus aliados. El (…) Bank of North America se moldeó deliberadamente siguiendo al Banco de Inglaterra”. Al banco se le dio un privilegio de monopolio de sus billetes utilizables en todos los pagos de impuestos al gobierno estatal y federal y no se permitía a ningún otro banco operar en el país. “Aceptaba gentilmente prestar la mayoría de su dinero recién creado al gobierno federal”, escribía Rothbard y “los indefensos contribuyentes tendrían que pagar principal e intereses al banco”.

A pesar de estos privilegios monopolistas, una falta de confianza en los inflados billetes del banco llevó a su depreciación y este fue privatizado a finales de 1783. Pero Morris no cejó en su plan. Reclutó a un joven Alexander Hamilton para servir más o menos como su marioneta política dentro de la administración de Washington. (Rothbard llamó a Hamilton “es más joven discípulo de Morris”). De hecho, la razón por la que Hamilton se convirtió en secretario del Tesoro, a pesar de no tener ninguna reputación en absoluto en el campo de las finanzas, fue la recomendación de Morris a George Washington. (Durante la Guerra de Independencia, en la que fue asesor de Washington, Hamilton se tomo tiempo para escribir a Morris una carta de 30 páginas proclamando que estaba de acuerdo con cada una de sus ideas acerca de los aranceles proteccionistas, los subsidios corporativos y un banco público para financiarlos).

Morris y sus compañeros nacionalistas querían un jefe ejecutivo similar a un rey que gobernaría sombre un imperio mercantilista, igual que el rey de Inglaterra gobernaba sobre su imperio mercantilista. Así que su joven protegido Hamilton empezó su campaña de siete años para acabar con la primera constitución de EEUU (los Artículos de la Confederación) convocando una nueva convención constitucional, supuestamente para “revisar” los Artículos de la Confederación. En la convención, Hamilton expuso su plan (realmente era el de Morris): un presidente permanente que nombraría a todos los gobernadores y tendría poder de veto sobre todas las legislaciones estatales. Bajo este plan, la soberanía del estado se habría destruido y no habría habido escape a los altos impuestos, los aranceles proteccionistas, la alta deuda y el imperialismo en política exterior del gobierno central (el programa de los nacionalistas).

Por supuesto, el plan Hamilton/Morris fue derrotado, igual que la propuesta hecha en la convención para incluir un banco central entre los poderes delegados al gobierno federal. Pero el gobierno sí estaba más centralizado, ya que “la fuerzas nacionalistas hicieron aprobar una nueva constitución” y “estaban en la vía de restablecer el modelo británico mercantilista y estatista” (p. 193). Aceptaron de mala gana una Declaración de Derechos a cambio del apoyo antifederalista a la nueva constitución. Y lo que es más importante, escribe Rothbard:

Una parte crítica de su programa se aprobó en 1791 por su líder, el Secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, un discípulo de Robert Morris. Hamilton hizo aprobar por el Congreso el Primer Banco de Estados Unidos (…) siguiendo el modelo del antiguo Bank of North America (…), [cuyo] antiguo presidente durante mucho tiempo y antiguo socio de Robert Morris, Thomas Willing, de Philadelphia, fue nombrado presidente del nuevo banco.

Al hacer su alegato ante el presidente Washington de la constitucionalidad de un banco central, que había sido explícitamente rechazada en la convención constitucional, Hamilton se inventó la idea de los “poderes implícitos” de la Constitución. Eran “poderes” que no estaban expresamente delegados al gobierno federal en el documento, podrían “deducirse” por abogados sagaces como Hamilton. Por supuesto, esto se convirtió en el mapa de ruta para la destrucción total de las limitaciones constitucionales en los poderes del gobierno federal.

El Primer Banco de Estados Unidos “mostró de inmediato su potencial inflacionista”, escribe Rothbard en su History of Money and Banking in the United States (p. 69). Emitió millones de dólares en papel moneda y depósitos a la vista “acumulados sobre 2 millones de dólares en metales preciosos”. El banco invirtió fuertemente en el gobierno de EEUU y “El resultado de la lluvia de crédito y papel moneda del nuevo Banco de Estados Unidos fue (…) un aumento [en los precios] del 72%” de 1791 a 1796.

Los comerciantes del norte proporcionaron el principal apoyo político al banco de Hamilton, mientras que políticos del sur como Jefferson proporcionaban la mayor oposición al mismo, viéndolo como nada menos que un vehículo para financiar una versión estadounidense del corrupto sistema mercantilista británico, que sería destructivo de la libertad y la prosperidad. Por supuesto, tenían razón y la siguen teniendo hasta el día de hoy.


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Cuatro problemas sin solución

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sábado, 30 de diciembre de 2017

Bagration, el ocaso de la Wehrmacht

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Revista austriaca de prensa: 30-XII-2017, por Mises Hispano.

  • Mamela Fiallo recoge declaraciones de Ron Paul en Panampost.
  • Read y Hayek en el artículo de Alberto Benegas Lynch (h) en El Diario Exterior.
  • Hayek “ordoliberal”: Carlo Formenti, en La Haine.
  • Ramón Guillermo Aveledo dedica su artículo en Informe 21 a Hayek.

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viernes, 29 de diciembre de 2017

La guerra, la paz y el estado, por Mises Hispano.

[The Standard, Abril de 1963, pp. 2-5; 15-16]

El movimiento libertario ha sido reprendido por William F. Buckley, Jr., por no utilizar su “inteligencia estratégica” al enfrentarse a los grandes problemas de nuestro tiempo. Realmente hemos tendido demasiado a “dedicar nuestros atareados pequeños seminarios a si hay que desmunicipalizar o no la recogida de basuras” (como ha escrito desdeñosamente Buckley), mientras ignorábamos y dejábamos de aplicar teoría libertaria al problema más vital de nuestros tiempos: la guerra y la paz. Hay un sentido en el que los libertarios han sido utópicos en lugar de estratégicos en su pensamiento, con una tendencia a independizar el sistema ideal que buscamos de las realidades del mundo del que vivimos. En resumen, demasiados entre nosotros hemos separado teoría y práctica y nos hemos contentado con sostener la sociedad pura libertaria como un ideal abstracto o para algún tiempo remotamente futuro, mientras que en el mundo concreto de hoy seguimos la línea ortodoxa “conservadora” sin pensarlo. Para vivir la libertad, para empezar la lucha estratégica dura pero esencial de cambiar el mundo insatisfactorio de hoy en dirección a nuestros ideales, debemos darnos cuenta y demostrar al mundo que la teoría libertaria puede rotundamente ocuparse de todos los problemas cruciales del mundo. Ocupándonos de estos problemas, podemos demostrar que el libertarismo no es solo un bello ideal eufórico, sino un cuerpo bien pensado de verdades que nos permite adoptar nuestra postura y tratar todos los problemas de nuestro tiempo.

Así que usemos desde ya nuestra inteligencia estratégica. Aunque, cuando vea el resultado, es posible que Mr. Buckley hubiera deseado que nos hubiéramos mantenido en el mundo de la recogida de basuras. Creemos una teoría libertaria de la guerra y la paz.

El axioma fundamental de la teoría libertaria es quien nadie puede amenazar o cometer violencia (“agredir”) contra la persona o propiedad de otro hombre. Solo puede emplearse violencia contra el hombre que cometa dicha violencia; es decir, solo defensivamente contra la violencia agresiva de otro.[1]

En resumen, no puede emplearse ninguna violencia contra un no agresor. He aquí la norma fundamental a partir de la cual puede deducirse todo el corpus de la teoría libertaria.[2]

Dejemos aparte el problema más complejo del Estado durante un momento y consideremos simplemente las relaciones entre personas “privadas”. Jones descubre que su propiedad o él mismo están siendo invadidos, agredidos por Smith. Es legítimo que Jones, como hemos visto, repela esta invasión con violencia defensiva propia. Pero ahora llegamos a una cuestión más complicada: ¿tiene derecho Jones a cometer violencia contra terceras partes inocentes como corolario de su defensa legítima contra Smith? Para el libertario, la respuesta debe ser claramente que no. Recordemos que la norma que prohíbe la violencia contra las personas o propiedades de hombres inocentes es absoluta: se mantiene independientemente de los motivos objetivos para la agresión. Es erróneo y criminal violar la propiedad o la persona de otro, aunque uno sea Robin Hood, o se esté muriendo de hambre, o lo haga para salvar a su familia, o se esté defendiendo contra el ataque de un tercero. Podemos entender y simpatizar con los motivos en muchos de estos casos y situaciones extremas. Podemos mitigar posteriormente la culpabilidad si el delincuente es enjuiciado para ser castigado, pero no podemos eludir el juicio de que esta agresión sigue siendo una acción criminal, que la víctima tiene todo el derecho a repeler, con violencia si es necesario. En resumen, A agrede a B porque C está amenazando o agrediendo a A. Podemos entender la “mayor” culpabilidad de C en todo este procedimiento, pero debemos seguir calificando esta agresión como una acción criminal que B tiene derecho a repeler con violencia.

Para ser más concreto, si Jones descubre que Smith le está robando su propiedad, tiene derecho a repelerlo y tratar de capturarlo, pero no tiene ningún derecho a repelerlo bombardeando un edificio y matando a personas inocentes o a capturarlo disparando con una ametralladora sobre un grupo de gente inocente. Si hace esto, es tan agresor criminal como Smith (o más).

La aplicación a los problemas de la guerra y la paz ya va quedando en evidencia. Pues aunque la guerra en su sentido más estricto es un conflicto entre Estados, en un sentido más amplio podemos definirla como el estallido de violencia abierta entre personas o grupos de personas. Si Smith y un grupo de sus secuaces agrede a Jones y Jones y sus guardaespaldas persiguen a la banda de Smith hasta su guarida, podemos alabar a Jones en esta tarea y nosotros, y otros en la sociedad interesados en repeler las agresiones, podemos contribuir financiera o personalmente a la causa de Jones. Pero Jones no tiene ningún derecho, ninguno más que Smith, a agredir a nadie más en el curso de su “guerra justa”: a robar la propiedad de otros para financiar su propósito, a reclutar forzosamente a otros para su cuadrilla mediante el uso de la violencia o a matar a otros en el curso de su intento de capturar las fuerzas de Smith. Si Jones hiciera cualquiera de estas cosas, se convertiría en un delincuente tan completamente como Smith y también se convertiría en objeto de cualquier sanción que se inflija hará la criminalidad. De hecho, si el delito de Smith fuera el robo y Jones tuviera que usar reclutamiento forzoso para atraparle o matar a otros en la persecución, Jones se convertiría en un delincuente mayor que Smith, pues esos delitos contra otra persona como la esclavitud y el asesinato son indudablemente mucho peores que el robo. (Pues mientras que el robo daña la extensión de la persona de otro, la esclavización daña y el asesinato elimina esa misma personalidad).

Supongamos que Jones, en el curso de su “guerra justa” contra los estragos de Smith, debe matar a unas pocas personas inocentes y supongamos que proclama, en defensa de este asesinato, que estaba sencillamente actuando siguiendo el lema “Dadme libertad o dadme muerte”. Lo absurdo de esta “defensa” debería ser inmediatamente evidente, pues de lo que se trata es de si estaba dispuesto a matar a otra gente en busca de su fin legítimo. Pues Jones estaba en realidad actuando sobre un lema completamente indefendible: “Dadme libertad o dadles muerte”, indudablemente un grito de batalla mucho menos noble.[3]

La actitud libertaria básica hacia la guerra debe por tanto ser: es legítimo usar violencia contra delincuentes en defensa de los derechos de personas y propiedades y es completamente inadmisible violar los derechos de otras personas inocentes. La guerra, por tanto, solo es adecuada cuando el ejercicio de la violencia se limita rigurosamente a los delincuentes individuales. Podemos juzgar nosotros mismos cuántas guerras o conflictos en la historia han cumplido este criterio.

Se ha sostenido a menudo, y especialmente por los conservadores, que el desarrollo de terribles armas modernas de asesinato en masa (armas nucleares, cohetes, guerras de gérmenes, etc.) es solo una diferencia de grado en lugar de tipo frente a las armas más sencillas de una época anterior. Por supuesto, una respuesta a esto es que cuando el grado es el número de vidas humanas, la diferencia es muy grande.[4] Pero otra respuesta que el libertario está particularmente dotado para dar es que mientras que el arco y las flechas e incluso al rifle pueden dirigirse, si hay voluntad, contra delincuentes reales, las armas nucleares modernas no pueden hacerlo. Hay una diferencia esencial de tipo. Por supuesto, el arco y las flechas podrían usarse para propósitos agresivos, pero también pueden usarse solo contra agresores. Las armas nucleares, incluso las bombas aéreas “convencionales”, no pueden. Estas armas son de por sí instrumentos de destrucción masiva indiscriminada. (La única excepción sería el caso extremadamente rebuscado de que un grupo de gente estuviera compuesto solo por delincuentes habitando una enorme área geográfica). Por tanto, debemos concluir que el uso de armas nucleares o similares o su amenaza es un pecado y un delito contra la humanidad para el cual no puede haber justificación.

Por eso ya no se sostiene el viejo tópico de que no son las armas sino la voluntad usarlas lo que importa para asuntos de guerra y paz. Pues precisamente lo característico de las armas modernas es que no pueden usarse selectivamente, no pueden usarse de una forma libertaria. Por tanto, su misma existencia debe condenarse y el desarme nuclear se convierte en un bien a perseguir por sí mismo. Y si usáramos realmente nuestra inteligencia estratégica, veríamos que ese desarme no solo es bueno, sino el mayor bien político que podemos buscar en el mundo moderno. Pues igual que el asesinato es un delito más horrible contra otro hombre que el hurto, el asesinato masivo (de hecho, un asesinato tan extenso como para amenazar la civilización humana y la propia supervivencia humana) es el peor delito que un hombre puede cometer. Y ese delito es ahora inminente. Y la eliminación de la aniquilación masiva es mucho más importante, en realidad, que la desmunicipalización de la recogida de basuras, por muy importante que pueda ser. ¿O es que los libertarios van a indignarse con razón por los controles de precios o el impuesto de la renta y sin embargo encogerse de hombros o incluso defender positivamente el máximo delito del asesinato masivo?

¡Si la guerra nuclear es totalmente ilegítima incluso para personas defendiéndose contra un ataque criminal, cuánto más lo será la guerra nuclear o incluso “convencional” entre estados!

Es el momento de incluir al Estado en esta explicación. El Estado es un grupo de personas que han conseguido adquirir un monopolio virtual del uso de la violencia a lo largo de un área territorial concreta. En concreto, ha adquirido un monopolio de la violencia agresiva, pues los estados en general reconocen el derecho de las personas a usar la violencia (aunque no contra los estados, por supuesto) en defensa propia.[5] El Estado usa luego este monopolio para ejercer poder sobre los habitantes del área y disfrutar de los frutos materiales de ese poder. Así que el Estado es la única organización la sociedad que obtiene regular y abiertamente sus ingresos monetarios mediante el uso de violencia agresiva: todos los demás individuos y organizaciones (excepto si el estado les delega ese derecho) solo pueden obtener riqueza mediante producción pacífica e intercambios voluntarios de sus respectivos productos. Este uso de la violencia para obtener su ingreso (llamado “impuestos”) es la piedra angular del poder estatal. Sobre esta base, el estado erige una mayor estructura de poder sobre las personas en su territorio, regulándolas, sancionando a los críticos, subvencionando a sus favoritos, etc. El Estado también se preocupa de arrogarse el monopolio obligatorio de varios servicios críticos que necesita la sociedad, manteniendo así a la gente en dependencia del Estado para servicios claves, manteniendo el control de puestos vitales de mando en la sociedad y también alimentando entre el público el mito de que solo el estado puede proveer estos bienes y servicios. Así que el estado tiene cuidado de monopolizar los servicios policiales y judiciales, la propiedad de carreteras y calles, la oferta monetaria y el servicio postal y monopolizar o controlar en la práctica la educación, los servicios públicos, el transporte y la radio y la televisión.

Ahora, como el estado se arroga el monopolio de la violencia sobre un área territorial, mientras sus expolios y extorsiones no sufran resistencia, se dice que hay “paz” en el área, ya que la única violencia es unidireccional, dirigida por el estado contra el pueblo. El conflicto abierto dentro del área solo aparece en el caso de “revoluciones”, en las que el pueblo se resiste al uso del poder estatal contra él. Tanto el caso tranquilo del estado sin resistencia como el caso de la revolución abierta pueden calificarse como “violencia vertical”: violencia del estado contra su gente o viceversa.

En el mundo moderno, cada área territorial está gobernada por una organización estatal, pero hay varios estados desperdigados sobre la tierra, cada uno con un monopolio de violencia sobre su propio territorio. No existe ningún superestado con un monopolio de la violencia sobre el mundo entero y por tanto existe un estado de “anarquía” de los diversos estados. (Por cierto, que siempre ha sido una fuente de maravilla para este escritor cómo los mismos conservadores que denuncian como lunática cualquier propuesta de eliminar un monopolio de la violencia sobre un territorio concreto y por tanto de dejar a las personas privadas sin un jefe supremo, deberían ser igualmente insistentes sobre dejar a los estados sin un jefe supremo que resuelva las disputas entre ellos. Lo primero se denuncia siempre como un “anarquismo alocado”, lo segundo se alaba por preservar la independencia y la “soberanía nacional” frente a un “gobierno mundial”). Y así, salvo por las revoluciones, que se producen solo esporádicamente, la violencia abierta y el conflicto con dos bandos en el mundo tiene lugar entre dos o más estados, es decir, en lo que se llama “guerra internacional” (o “violencia horizontal”).

Ahora bien, hay diferencias cruciales y vitales entre la guerra entre estados por un lado y las revoluciones contra el Estado o los conflictos entre personas privadas por el otro. Una diferencia vital es el cambio de geografía. En una revolución, el conflicto tiene lugar dentro de la misma área geográfica: tanto los secuaces del estado como los revolucionarios habitan el mismo territorio. La guerra entre estados, por el contrario, tiene lugar entre dos grupos, teniendo cada uno un monopolio sobre su propia área geográfica, es decir, tiene lugar entre habitantes de distintos territorios. A partir de esta diferencia se producen varias consecuencias importantes: (1) en la guerra entre estados el ámbito o del uso de armas modernas de destrucción es mucho mayor. Pues si la “escalada” de armamento en un conflicto interterritorial se hace demasiado grande, ambos bandos se destruirán a sí mismos con las armas dirigidas contra el otro. Ni un grupo revolucionario, ni ningún Estado que combata la revolución, por ejemplo, pueden usar armas nucleares contra el otro. Pero, por el contrario, cuando las partes en guerra habitan distintas áreas territoriales, el ámbito del armamento moderno se convierte en enorme y todo el arsenal de devastación masiva puede entrar en juego. Una segunda consecuencia (2) es que, Mientras que es posible que los revolucionarios puedan precisar sus objetivos y limitarlos a sus enemigos estatales y así evitar agredir a gente inocente, la precisión es mucho menos posible en una guerra entre estados.[6] Esto es verdad incluso con las armas antiguas y, por supuesto, con las armas modernas no puede haber ninguna precisión. Además, (3) como cada estado puede movilizar a todo el pueblo y los recursos de su territorio, el otro estado pasa a considerar a todos los ciudadanos del país adversario al menos temporalmente como sus enemigos y a tratarlos de acuerdo con ello, extendiendo la guerra hasta ellos. Así que todas las consecuencias de la guerra entre territorios hacen casi inevitable que la guerra entre estados implique agresión por cada bando contra los ciudadanos inocentes (los individuos privados) del otro. Esto se convierte inevitablemente en absoluto con las armas modernas de destrucción masiva.

Si un atributo distintivo de la guerra entre estados es la interterritorialidad, otro atributo único deriva del hecho de que cada estado vive de los impuestos de sus súbditos. Por tanto, cualquier guerra contra otro estado implica el aumento y extensión de la presión fiscal sobre su propio pueblo.[7] Los conflictos entre individuos privados pueden plantearse y financiarse voluntariamente, y normalmente es así, por las partes afectadas. Las revoluciones pueden ser, y a menudo son, financiadas y peleadas por contribuciones voluntarias de la gente. Pero las guerras estatales solo pueden iniciarse mediante agresión contra el contribuyente.

Por tanto, todas las guerras estatales implican una mayor agresión contra los contribuyentes del propio Estado y casi todas las guerras estatales (todas, en las guerras modernas) implican la máxima agresión (asesinato) contra los civiles inocentes gobernados por el Estado enemigo. Por otro lado, las revoluciones generalmente se financian voluntariamente y pueden precisar su violencia en los gobernantes estatales y los conflictos privados pueden limitar su violencia a los delincuentes reales. Así que el libertario debe concluir que mientras que las revoluciones y conflictos privados pueden ser legítimos, las guerras estatales deben condenarse siempre.

Muchos libertarios objetan como sigue: “Aunque nosotros también deploramos el uso de los impuestos para la guerra y el monopolio estatal del servicio de defensa, tenemos que reconocer que existen estas condiciones y, mientras existan, debemos apoyar al Estado en guerras justas de defensa”. La respuesta a esto sería la siguiente: “Sí, como decís, por desgracia los estados existen, teniendo cada uno un monopolio de la violencia sobre su área territorial”. ¿Cuál debería entonces es la actitud libertaria hacía conflictos entre estos estados? El libertario debería decir, en realidad, al Estado: “Vale, existes, pero mientras existas al menos limita a tus actividades al área que monopolizas”. En resumen, al libertario interesa reducir tanto como sea posible el área de agresión del estado contra todos los individuos privados. La única manera de hacer esto, en asuntos internacionales, es que la gente de cada país presione a su propio Estado para que límite sus actividades al área que monopoliza y no agreda a otros estados monopolistas. En resumen, el objetivo del libertario es limitar cualquier Estado existente a un grado tan pequeño de invasión de la persona y la propiedad como sea posible. Y esto significa evitar totalmente la guerra. La gente de cada estado debería presionar a “sus” respectivos estados para que nos ataquen entre si y, si estalla un conflicto, a negociar la paz o declarar un alto el fuego tan rápido como sea físicamente posible.

Supongamos que tenemos además esa rareza: un caso inusualmente claro en que el estado está tratando realmente de defender la propiedad de uno de sus ciudadanos. Un ciudadano del país A viaja o invierte en el país B y luego el Estado B agrede a esta persona o confisca su propiedad. Indudablemente, argumentaría a nuestro crítico libertario, hay un caso claro en el que el Estado A debería amenazar o emprender una guerra contra el Estado B para defender la propiedad de “su” ciudadano. El argumento continúa diciendo que como el estado ha asumido para sí mismo el monopolio de la defensa de sus ciudadanos tiene entonces la obligación de ir a la guerra en nombre de cualquier ciudadano y los libertarios una obligación de apoyar esta guerra como justa.

Pero de nuevo se trata de que cada Estado tiene un monopolio de la violencia y, por tanto, de la defensa solo sobre su área territorial. No tiene ese monopolio: de hecho no tiene ningún poder en absoluto sobre ninguna otra área geográfica. Por tanto, si un habitante del país A debe mudarse o invertir en el país B, el libertario debe argumentar que así corre sus riesgos con el estado monopolista del país B y sería inmoral y criminal que el Estado A gravara a la gente en el país A y matara a numerosos inocentes en el país B para defender la propiedad del viajero o inversor.[8]

Debería señalarse además que no hay defensa contra las armas nucleares (la única “defensa” actual es la amenaza de aniquilación mutua) y, por tanto, que el Estado no puede realizar ningún tipo de función defensiva mientras existan estas armas.

Así que el objetivo libertario debería ser, independientemente de las causas concretas de cualquier conflicto, presionar a los estados para que no inicien guerras contra otros estados y, si se iniciara una guerra, presionarlos para que pidan la paz y negocien un alto el fuego y un tratado de paz tan rápido como sea posible. Este objetivo, por cierto, está consagrado el derecho internacional de los siglos XVIII y XIX, es decir, el ideal de que ningún estado podría agredir el territorio de otro: en resumen, la “coexistencia pacífica” de estados.[9]

Supongamos, sin embargo, que, a pesar de la posición libertaria, ha empezado la guerra y los estados que están guerreando no están negociando una paz. ¿Cuál debería ser entonces la postura libertaria? Está claro que reducir el ámbito del ataque a civiles inocentes tanto como sea posible. El derecho internacional pasado de moda tenía dos dispositivos excelentes para esto: las “leyes de la guerra” y las “leyes de neutralidad” o “derechos de los neutrales”. Las leyes de neutralidad están pensadas para mantener cualquier guerra que estalle limitada a los propios estados en guerra, sin agresión contra los estados ni particularmente contra los pueblos de las demás naciones. De ahí la importancia de aquellos principios estadounidenses antiguos y ahora olvidados como el de “libertad de los mares” o limitaciones severas sobre los derechos de los estados en guerra de bloquear el comercio neutral con el país enemigo. En resumen, el libertario trata de inducir a los estados neutrales a permanecer neutrales en cualquier conflicto interestatal y a inducir a los estados en guerra a respetar completamente los derechos de los ciudadanos neutrales. Las “leyes de guerra” están pensadas para limitar tanto como sea posible el ataque a los derechos de los civiles de los respectivos países en guerra por parte de sus estados. Como decía el jurista británico F.J.P. Veale:

El principio fundamental de este código era que las hostilidades entre pueblos civilizados deben limitarse a las fuerzas armadas realmente implicadas. (…) Establece una distinción entre combatientes y no combatientes, indicando que la única tarea de los combatientes es luchar entre sí y, consecuentemente, que los no combatientes deben ser excluidos del ámbito de las operaciones militares.[10]

En la forma modificada de prohibir el bombardeo de todas las ciudades que no estén en la línea de frente, esta norma se mantuvo en las guerras de Europa Occidental en siglos recientes hasta que Gran Bretaña inició el bombardeo estratégico civiles en la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, ahora todo el concepto apenas se recuerda, ya que la misma naturaleza de la guerra nuclear se basa en la aniquilación de civiles.

Al condenar todas las guerras, independientemente del motivo, el libertario sabe que es posible que haya diversos grados de culpabilidad entre los estados en cualquier guerra concreta. Pero la consideración esencial para el libertario es la condena de la participación de cualquier Estado en una guerra. Por tanto ,su política es la de ejercer presión sobre todos los estados para que no empiecen una guerra, para que detengan las que hayan empezado y para reducir el ámbito de cualquier guerra persistente para no dañar a los civiles de ambos bandos o de ninguno.

Un corolario olvidado de la política libertaria de coexistencia pacífica de los estados es la rigurosa abstención de cualquier ayuda exterior, es decir, una política de no intervención entre estados (= “aislacionismo” = “neutralismo”). Pues cualquier ayuda dada por el Estado A al Estado B (1) aumenta la presión fiscal contra el pueblo del país A y (2) agrava la represión del Estado B de su propio pueblo. Si hay grupos revolucionarios en el país B, entonces la ayuda exterior intensifica esta represión todavía más. Incluso la ayuda exterior a un grupo revolucionario en B (más defendible porque se dirige a un grupo voluntario que se opone a un Estado en lugar de a un Estado oprimiendo al pueblo) debe condenarse por (como mínimo) agravar la agresión fiscal en el interior.

Veamos cómo se aplica la teoría libertaria al problema del imperialismo, que puede definirse como la agresión del Estado A sobre el pueblo del país B y el consiguiente mantenimiento de este gobierno extranjero. La revolución por parte del pueblo B contra el gobierno imperialista de A es sin duda legítima, suponiendo de nuevo que el fuego revolucionario se dirija solo contra los gobernantes. Se ha sostenido a menudo (incluso por libertarios) que debería apoyarse el imperialismo occidental sobre los países subdesarrollados, al ser más respetuoso con los derechos de propiedad de lo que sería cualquier gobierno nativo que lo sucediera. La primera réplica es que juzgar lo que podría seguir al status quo es algo puramente especulativo, mientras que el gobierno imperialista existente es completamente real y culpable. Además, el libertario empieza en este caso centrándose en el extremo equivocado: en el supuesto beneficio del imperialismo para el nativo. Debería, por el contrario, concentrarse primero del contribuyente occidental, que se ve multado y obligado a pagar las guerras de conquista y luego el mantenimiento de la burocracia imperial. Con solo esta razón el libertario debe condenar el imperialismo.[11]

¿La oposición a toda guerra significa que el libertario no puede nunca consentir el cambio, que está condenando al mundo a un sostenimiento permanente de regímenes injustos? Indudablemente no. Por ejemplo, supongamos que el hipotético estado de “Waldavia” ha atacado “Ruritania” y se ha anexionado la parte occidental del país. Los ruritanos occidentales ahora ansían reunirse con sus hermanos ruritanos. ¿Cómo van a lograr esto? Por supuesto, existe la vía de la negociación pacífica entre las dos potencias, pero supongamos que los imperialistas waldavianos se resisten a ello. O los libertarios waldavianos pueden presionar a su gobierno para que abandone su conquista en nombre de la justicia. Pero supongamos que esto tampoco funciona. ¿Qué pasa entonces? Debemos seguir manteniendo la ilegitimidad de Ruritania de empezar una guerra contra Waldavia. Las vías legítimas son (1) levantamientos revolucionarios por el pueblo oprimido de los ruritanos occidentales y (2) ayuda de grupos privados ruritanos (o igualmente de amigos de la causa ruritana en otros países) a los rebeldes occidentales, ya sea en forma de equipo o de personal voluntario.[12]

Hemos visto a lo largo de nuestra explicación de la importancia crucial, en cualquier programa libertario actual de paz, de la eliminación de los métodos modernos de aniquilación masiva. Estas armas, contra las cuales no puede haber ninguna defensa, aseguran la máxima agresión contra los civiles en cualquier conflicto, con la clara posibilidad de destrucción de la civilización e incluso de la propia raza humana. La máxima prioridad en cualquier programa libertario debe ser por tanto presionar a todos los estados para que acuerden un desarme general y completo hasta niveles policiales, con un enfoque particular sobre el desarme nuclear. En resumen, si vamos a usar nuestra inteligencia estratégica, debemos concluir que el desmantelamiento de la mayor amenaza a la que nunca se han enfrentado la vida y la libertad de la raza humana es de hecho mucho más importante que la desmunicipalización del servicio de basuras.

No podemos dejar nuestro tema sin decir al menos en unas palabras acerca de la tiranía nacional que es el acompañante inevitable de la guerra. El gran Randolph Bourne se dio cuenta de que “la guerra es la salud del estado”.[13] Es en la guerra cuando el estado se muestra tal y como es: aumentando en poder, en número, en orgullo, en dominio absoluto sobre la economía y la sociedad. La sociedad se convierte en un rebaño, buscando matar a sus supuestos enemigos, arrancando y suprimiendo toda disensión ante el esfuerzo bélico oficial, traicionando encantada la verdad por un supuesto interés público. La sociedad se convierte en un campo armado, con los valores y la moral (como dijo una vez Albert Jay Nock) de un “ejército en marcha”.

El mito básico que permite al Estado desatar la guerra es el embuste de que la guerra es una defensa por el Estado de sus ciudadanos. Por supuesto, los hechos son precisamente los contrarios. Pues si la guerra es la salud del Estado, también es su mayor peligro. Un estado solo puede “morir” siendo derrotado en la guerra o en una revolución. Por tanto, en la guerra el Estado moviliza frenéticamente al pueblo para que luche por él contra otro Estado, bajo el pretexto de que está luchando por ellos. Pero todo esto no debería ser ninguna sorpresa: lo vemos en otros aspectos de la vida. ¿Qué tipos de delitos persigue y castiga más intensamente el Estado: aquellos contra los ciudadanos privados o aquellos contra él mismo? Los delitos más graves en el lenguaje del Estado invariablemente no son invasiones de las personas y las propiedades, sino peligros para su propia existencia: por ejemplo, traición, deserción de un soldado ante el enemigo, no inscribirse en el servicio militar, conspiración para derrocar al gobierno. El asesinato se persigue anárquicamente, salvo que la víctima sea un policía o, Gott soll hüten, un jefe de estado asesinado; no pagar una deuda privada es algo a lo que casi se anima, pero la evasión del impuesto sobre la renta se castiga con una gran severidad; falsificar el dinero del estado se persigue mucho más intensamente que falsificar cheques privados, etc. Todas estas evidencias demuestran que el estado está mucho más interesado en conservar su propio poder que en defender los derechos de los ciudadanos privados.

Unas palabras finales acerca del servicio militar: de todas las maneras en las que la guerra aumenta el Estado, tal vez esta sea la más flagrante y la más despótica. El hecho más sorprendente acerca del servicio militar es lo absurdo de los argumentos planteados a su favor. Un hombre debe ser reclutado para defender su libertad (¿o la de algún otro?) contra un Estado malvado más allá de las fronteras. ¿Defender su libertad? ¿Cómo? ¿Siendo incluido por la fuerza en un ejército cuya misma razón de ser es la supresión de la libertad, el pisoteo de todas las libertades de la persona, la deshumanización calculada y brutal del soldado y su transformación en una máquina eficaz de matar al capricho de su “oficial al mando”?[14] ¿Es posible concebir que un estado extranjero le haga algo peor que lo que le está haciendo ahora “su” ejército en su supuesto beneficio? ¿Quién está ahí, oh Señor, para defenderle de sus “defensores”?


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Hay algunos libertarios que irían incluso más allá y dirían que nadie debería emplear violencia ni siquiera en defenderse contra la violencia. Sin embargo, incluso esos tolstoianos o “pacifistas absolutos” concederían el derecho del defensor a emplear violencia defensiva y se limitarían a pedirle que no ejercitara ese derecho. Por tanto, no están en desacuerdo con nuestra proposición. De la misma manera, un defensor libertario de la templanza no discutiría el derecho de un hombre a beber alcohol, solo su sabiduría a la hora de ejercitar ese derecho.

[2] No trataremos de justificar aquí este axioma. La mayoría de los libertarios e incluso los conservadores están familiarizados con la norma e incluso la defienden: el problema no es tanto llegar a la norma como seguir sin miedo y coherentemente sus numerosas y a menudo asombrosas implicaciones.

[3] O por usar otro famoso lema antipacifista, la pregunta no es si “deberíamos estar dispuestos a usar fuerza para impedir la violación de nuestra hermana”, sino si, para impedir esa violación, estamos dispuestos a matar a gente inocente y tal vez incluso a la propia hermana.

[4] William Buckley y otros conservadores han propuesto la curiosa doctrina moral de que no es peor matar a millones que matar a un solo hombre. Es verdad que el hombre que haga esto es un asesino, pero sin duda supone una enorme diferencia cuántas personas mata. Podemos verlo planteando así el problema: después de un hombre ya ha matado a una persona, ¿supone alguna diferencia el que deje de matar ahora o continúe con su conducta y mate a más docenas de personas más? Es evidente que sí.

[5] El profesor Robert L. Cunningham ha definido al estado como la institución con “un monopolio de la iniciación de coacción física directa”. O, como dijo de manera similar aunque más cáusticamente, Albert Jay Nock: “El Estado reclama y ejercita el monopolio del delito. (…) Prohíbe el asesinato privado, pero él mismo organiza asesinatos a una escala colosal. Castiga el robo privado, pero él mismo pone sus manos faltas de escrúpulos sobre cualquier cosa que desea”.

[6] Un ejemplo destacado de precisión de los revolucionarios fue la práctica invariable del IRA, en sus últimos años, de asegurarse de atacar solo tropas británicas y propiedades del gobierno británico y de que no se hiriera a ningún civil irlandés inocente. Por supuesto, una revolución guerrillera no apoyada por la mayoría del pueblo es mucho más probable que agreda a los civiles.

[7] Si se objetara que una guerra podría teóricamente ser financiada por un Estado rebajando sus gastos no bélicos, la respuesta sostiene por tanto que los impuestos siguen siendo mayores de los que podrían ser sin el efecto bélico. Además, la pretensión de este artículo es que los libertarios deberían oponerse a los gastos públicos sea cual sea el campo, bélico o no bélico.

[8] Hay otra consideración que se aplica más bien a la defensa “interior” dentro del territorio un estado: cuanto menos pueda defender el estado con éxito a los habitantes de su área contra el ataque de delincuentes, más aprenderán estos habitantes acerca de la ineficacia de las operaciones estatales y más probable será que recurran a métodos no estatales de defensa. El fracaso del estado en la defensa tiene, por tanto, valor educativo para la gente.

[9] El derecho internacional mencionado en este artículo es el derecho libertario pasado de moda como había aparecido voluntariamente en siglos anteriores y no tiene nada que ver con el aumento estatista moderno de la “seguridad colectiva”. La seguridad colectiva obliga a un escalamiento máximo de toda guerra local a una guerra a nivel mundial, precisamente lo contrario del objetivo libertario de reducir el ámbito de cualquier guerra tanto como sea posible.

[10] F.J.P. Veale, Advance to Barbarism (Appleton, Wis.: C.C. Nelson, 1953), p. 58.

[11] Dos cosas más acerca del imperialismo occidental: primero, su gobierno no es ni cercanamente tan liberal o benevolente como les gusta creer a muchos libertarios. Los únicos derechos de propiedad respetados son los de los europeos: los nativos descubren que sus mejores terrenos les han sido robados por los imperialistas y que su mano de obra se ha visto obligada con violencia a trabajar en las enormes propiedades adquiridas mediante este robo. Segundo, otro mito sostiene que la “diplomacia de las cañoneras” del cambio de siglo fue una heroica acción libertaria en defensa de los derechos de propiedad de los inversores occidentales en países subdesarrollados. Aparte de nuestros reparos anteriores contra ir más allá de cualquier área territorial monopolizada por el Estado, se olvida que la mayoría de los movimientos de cañoneras fueron en defensa, no de inversiones privadas, sino de tenedores occidentales de bonos públicos. Las potencias occidentales obligaron a los gobiernos más pequeños a aumentar su agresión fiscal sobre sus propios pueblos, para pagar a los tenedores extranjeros de bonos. No hay manera de imaginar que esto fuera una acción a favor de la propiedad privada, todo lo contrario.

[12] La rama tolstoiana del movimiento libertario podría pedir a los ruritanos occidentales que realizaran una revolución no violenta, por ejemplo, huelgas fiscales, boicots, rechazo en masa a obedecer órdenes del gobierno o una huelga general, especialmente en fábricas de armas. Cf. el trabajo del tolstoiano revolucionario, Bartelemy De Ligt, The Conquest of Violence: An Essay On War and Revolution (Nueva York: Dutton, 1938).

[13] Ver  Randolph Bourne, “Unfinished Fragment on the State”, en Untimely Papers (Nueva York: B.W: Huebsch, 1919).

[14] Para la antigua burla militarista lanzada contra el pacifista: “¿Usarías la fuerza para impedir la violación de tu hermana?”, la respuesta apropiada es: “¿Violarías a tu hermana si te lo ordenara tu oficial al mando?”

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El ContraPlano (18)

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JAUME VIVES: El triunfo que se atribuyen los nacionalistas, es en realidad un fracaso mayor




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jueves, 28 de diciembre de 2017

¿Por qué se ha disparado la violencia en México?

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Revista austriaca de prensa: 28-XII-2017 (Edición navidad), por Mises Hispano.

  • Declaraciones de Ron Paul en HispanTV.
  • La “fatal arrogancia” de Hayek, en el artículo de Antonio Sánchez García en El Nacional.
  • Citas de Hayek (y mención a Lord Acton), por Hugo J. Bravo, en La Patilla.
  • Frenando Amador Agra menciona también a Hayek en El Economista.
  • Gerard Costa empieza su artículo en El Periódico con una cita de Bastiat.
  • Ángel Manuel García Carmona cita a Mises en Contando Estrelas.
  • Marc Fortuño remite a Huerta de Soto en El Blog Salmón.
  • Hayek y Mises “neoliberales”: artículo en AIM.
  • Guy Sorman menciona a Hayek y Alberdi en ABC.
  • Hayek “neoliberal”: Carlos Andújar, en Página 12.
  • Carlos Requena cita a Hayek en Forbes.
  • Pablo Pardo menciona a la Escuela Austriaca en El Mundo.
  • Elio García Clavijo entrevista en Carmelo Portal a Efraín Cano Roa, que menciona a Bastiat.
  • Ovidio Roca cita a Mises en Eju!
  • Roberto Ampuero y Mauricio Rojas dialogan en El Líbero y mencionan a Hayek, entre otras muchas cosas.
  • Patricio Mery Bell y Jorge Molina Araneda firman un artículo con mención al “camino de servidumbre” de Hayek, en El Ciudadano.
  • Miguel Navascués sigue a Wicksell en su artículo en Consenso del Mercado.
  • Fernando Estrada menciona a Lord Acton en Palmiguía.
  • Artículo de Álvaro González en Vanity Fair sobre el “anarcocapitalista” Peter Thiel.
  • Euprepio Padula cita a Daniel Lacalle en Expansión.

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LA ESTRATEGIA DEL PP para Cataluña fue terrible, según Rafael Nuñez Huesca




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miércoles, 27 de diciembre de 2017

¿Qué pasa si no existe el “caótico bueno”?, por Mises Hispano.

Hay algunas personas que en su adolescencia fueron normales. Luego hay algunos que fueron tan socialmente inadaptados, tan personalmente patéticos y tan cutres en todo lo que puedan concebir ahora una vez que son adultos, que jugaron a Dungeons & Dragons. Luego hay algunos que realmente fueron aún más inadaptados, patéticos, y cutres que eso, y fueron demasiado socialmente ineptos incluso como para jugar D&D, excepto ellos solos en un ordenador, lo que, según me han dicho, no es jugar de verdad.

Puesto que yo estaba en el grupo C, soy tan cutre que sé un poco, pero no mucho, sobre D&D. Supongo que probablemente podría comprobarlo en La Wik, pero aún tengo algo de dignidad.

Al menos tal como lo recuerdo, había dos versiones principales de D&D. Estaba la original que venía en una caja y la segunda que se vendió como libros. O algo asi. Estoy seguro de que tienen nombres reales. Debido a que tú, lector, también tienes algo de dignidad, voy a llamarlos simplemente “1.0” y “2.0”.

Tanto en 1.0 como en 2.0, el personaje tenía que tener un alineamiento. Este era uno de entre varios valores – si fueras un programador, lo llamarías un “tipo enumerado” – que básicamente te dice el tipo de persona (o elfo o enano, o mi favorito, medio-orco) que eras.

Según recuerdo (juro que estoy escribiendo completamente de memoria – cualquier tipo de comprobación, sobre cualquier tema, está realmente más allá del honor de Unqualified Reservations) en D&D 1.0, el alineamiento era uno de entre tres valores: ley, neutralidad o caos.

Para D&D 2.0, sin embargo, Gygax y/o sus esbirros se habían dado cuenta de que esto no abarcaba el plano de los deseos con los que su base de clientes podría concebir identificarse. Así, añadieron otra dimensión: bueno, neutral o malvado. Y podrías tener uno de entre nueve alineamientos, desde legal bueno a caótico malvado.

Normalmente, por supuesto, el jugador de rol promedio se iba directamente a caótico bueno. Al menos esto es lo que recuerdo. No tengo los números. (Y si los tuviera, los eliminaría inmediatamente).

Yo no tengo un pequeño altar con una figura de peltre de Gandalf en él. Tampoco soy un gran consumidor de incienso. Pero aún así sigo pensando en mí mismo como neutral legal.

(Por supuesto, si caótico bueno es el alineamiento más popular, legal neutral tiene que ser el menos popular. Esto probablemente tiene algo que ver con mi preferencia por él. Es una desafortunada verdad que la impopularidad genuina es siempre de alguna manera intencional).

Como legal neutral, mi sospecha es que el sistema de alineamiento D&D 2.0 no refleja mejor el mundo real. En realidad, creo que el sistema 1.0 podría ser más exacto.

¿Y si suponemos que en realidad no existe tal cosa como “caótico bueno”. ¿Y si suponemos que simplemente la ley es el bien, y el caos es el mal?

Vamos a llamar al sistema de alineamiento D&D 1.0 (tal como lo recuerdo aquí), y a su aplicación no en elfos y enanos, sino en el mundo real y la gente en él, que ciertamente no son idénticos pero deben al menos ser considerados como una sola especie, el “modelo lineal“. Vamos a llamar al sistema de alineamiento D&D 2.0 “modelo planar“.

Obviamente, el modelo lineal es un subconjunto de dimensión reducida del modelo planar. Si crees que el modelo lineal es más preciso, por lo tanto, sólo puedes hacerlo por creer que la dimensión extra de información añadida por el modelo planar carece de alguna manera de sentido, que es ruido, que su único efecto es la confusión.

¿Cómo puede ser suficiente el modelo lineal? ¿Cómo puede no haber tal cosa como caótico bueno o legal malvado?

Bueno, una posibilidad es que “caótico bueno” simplemente conduzca al mal, que conduce nuevamente al “caos”. Es decir, la única definición práctica del mal es que el mal es la misma cosa que el caos.

Dado que el bien es lo contrario del mal como el caos es lo contrario de la ley, esta respuesta también dice que el bien es idéntico a ley. Por lo tanto, “legal bueno” y “caótico malo” son tautológicas.

Bajo esta hipótesis, la razón de que en realidad haya mal en el mundo es que el mal consiste en su totalidad de las acciones de aquellos que se consideran “caótico bueno.” Estos presumiblemente consideran a sus enemigos como “legal malvado”, cuando en realidad son simplemente legales – es decir, el bien.

Aquí está la narrativa “lineal”:

El mal no es lo mismo que la malevolencia. Tampoco el bien es lo mismo que la benevolencia. El mal y el bien son resultados, no voliciones. Hay gente que persigue activamente el mal – psicópatas – pero los psicópatas, como regla casi invariable, actúan solos. La mayoría de las personas pasan la mayor parte de su tiempo persiguiendo el bien, y todas las grandes organizaciones se organizan alrededor de un concepto del bien.

Dado que casi todos los fenómenos a gran escala de la historia reciente que la mayoría de nosotros consideraríamos “el mal”, han sido el resultado de acciones de personas que actuaban dentro de organizaciones, el “mal” debe ser el resultado de acciones que alguien consideraba como el “bien”.

Al confundir el mal con la malevolencia, el planarismo deriva la consecuencia lógica de que el mal puede ser extinguido mediante la erradicación de la malevolencia. Así los planaristas se esfuerzan en todas partes y en todo momento en pensar buenos pensamientos, y en persuadir a otros a hacer lo mismo.

Cuando los planaristas leen y escriben la historia, pasan demasiado tiempo en el paisaje de los apegos emocionales y creencias místicas etéreas y no lo suficiente en la causa y el efecto práctico. Como en el caso de la religión, nuestro sentido de la clasificación está siendo alimentado por información superflua que no tiene sentido y es desorientadora.

En nuestra sociedad planarista, toda acción humana se torna envuelta en una vasta nube de algo que se llama “ética”, que nadie puede definir con precisión, pero a nadie se le permite cuestionar. Unas sagradas escrituras en realidad serían una mejora seria. Los planaristas de hoy piensan que han abandonado la religión en favor de la razón. De hecho, en su interminable jihad contra la malevolencia, se han convertido en fanáticos y pedantes moralistas, y sus acciones a menudo hacen más para promover el mal que para disuadirlo.

En cualquier caso. Esto es flagrante propaganda linearista. Pido disculpas, amigos, por la inclusión de estas cosas. Si te resulta ofensivo, vete hacia la parte superior de la página y haz clic en “Reportar a este Blog.”

Como planaristas, simplemente hemos ido más allá del linealismo. El 20 ha sido, ante todo, el siglo en el que el hombre triunfó sobre el hombre. El autogobierno ha sido omnipresente en esta época, en la que la ciencia y las artes han alcanzado su ápice y llegado más allá, y la diversidad ha mostrado todos los signos de convertirse en universal.

También se ha visto progreso en la palabra “justicia”, que adquirió un nuevo significado más correcto. Esta palabra, derivada originalmente de la palabra latina para la salsa, “jus”, había sido pervertida por déspotas medievales, pedófilos jesuitas y explota-siervos en serie, hasta que había llegado a significar algo así como “la aplicación precisa de todas las reglas oficiales.” Como si la gente fuera, como robots o algo así.

Hemos acondicionado la palabra sustituyéndola por un nuevo concepto, que ha sido reconstruido totalmente a su exacto significado original. A veces, para diferenciarlas lo llamamamos “justicia social”. La justicia social se trata de hacer que la salsa llegue a todas partes, que es, por supuesto, el significado romano original. Observa que Roma sobrevive hasta nuestros días.

Por ejemplo, nuestro principal tratado filosófico es un libro que se llama “Teoría de la justicia“. Este augusto tomo no tolera la corrupción medieval en que la “justicia” no tenía más sentido que el de “aplicación exacta de la ley.” Por “justicia” su autor quiere decir “justicia social” y nada más. Y este uso es ahora general en el idioma Inglés. Es una suerte que se pueda expresar este concepto crítico de manera tan meliflua y sucinta. Sin duda, no hay necesidad de su predecesor – que nunca tuvo mucho sentido, de todos modos.

Justicia social, por supuesto, es la misma cosa que “caótico bueno”. Así que cualquiera que esté en contra de lo caótico bueno debe estar en contra de la justicia social. Que es simplemente justicia, por lo que los linearistas son enemigos de la justicia. Está claro que debemos estar alerta sobre esta gente…

De todos modos. Obviamente, soy un condenado linearista. Probablemente voy a ir al infierno. Si eres un planarista, prometo dejar de tratar de tirar de tu cadena. No es cortés por mi parte.

Dado que los planaristas son benevolentes, la mayoría de la gente quiere ser caótico bueno, no caótico malvado, porque son benevolentes, no malévolos.

El problema es que las relaciones entre benevolencia y el bien, y entre maldad y el mal, no son fuertes. Así mediante el uso de las palabras el “bien” y el “mal” para significar “benevolente” y “malévolo”, los planaristas se distraen de los problemas y soluciones reales.

En el Reino Unido entre 1900 y 1989, a medida que el concepto de justicia social pasaba de ser el programa de una facción política a ser un ideal universalmente compartido, la tasa de criminalidad (número de delitos denunciados a la policía, por habitante) aumentó en un factor de 46. Es decir, no es que la delincuencia, per cápita, aumentara un 46%. Es que aumentó en un 4.600%. (La cifra está ahora de vuelta a 37).

Nadie pretendía este resultado. Nadie decía en 1900: seguid nuestro programa, construyamos la Nueva Jerusalén, y sucederán cosas maravillosas, ¡Oh!, salvo que los delitos se multiplicarán por un factor de 46.

No soy un gran fan de las estadísticas. La historia no proporciona experimentos controlados, y esperar que los datos de un experimento incontrolado te digan algo es el equivalente epistémico de la marcha atrás como anticonceptivo. Pero sospecho que la tendencia en la delincuencia tiene algo que ver con el mercado alcista del planarismo. El caos, después de todo, es el caos.


El artículo original se encuentra aquí.

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La propiedad del producto por los capitalistas, por Mises Hispano.

[Extraído de El hombre, la economía y el estado]

Hasta este momento, hemos explicado el caso en el que los dueños de la tierra y el trabajo, es decir, de los factores originales, restringen su posible consumo e invierten sus factores un proceso de producción, que, después de cierto tiempo, produce un bien de consumo para vender a los consumidores a cambio de dinero. Consideremos ahora una situación en la que los dueños de los factores no poseen el producto final. ¿Cómo podría producirse esto? Olvidemos primero las distintas etapas del proceso de producción y supongamos por ahora que todas estas etapas pueden agruparse en una. Una persona un grupo de personas actuando conjuntamente pueden así, en ese momento, ofrecerse a pagar dinero a los dueños de tierras y trabajo, comprando así los servicios de sus factores. Los factores a continuación trabajan y producen el producto, que, de acuerdo con los términos de su acuerdo, pertenece a la nueva clase de dueños de productos. Estos dueños de productos han comprado los servicios de los factores tierra y trabajo, ya que estos últimos han contribuido a la producción; luego venden el producto final a los consumidores.

¿Cuál ha sido la contribución de estos dueños de productos o “capitalistas” al proceso de producción? Es esta: el ahorro y la restricción del consumo, en lugar de ser realizado por los dueños de tierra y trabajo, ha sido realizado por los capitalistas. Los capitalistas ahorraron originalmente, digamos, 95 onzas de oro que podían haber gastado en bienes de consumo. Sin embargo, evitaron hacerlo y, en su lugar, adelantaron el dinero a los dueños originales de los factores. Pagaron a estos últimos por sus servicios mientras estaban trabajando, adelantándoles así el dinero antes de que el producto fuera fabricado realmente y vendido a los consumidores. Por tanto, los capitalistas hicieron una contribución esencial a la producción. Eliminaron para los dueños de los factores originales la necesidad de sacrificar bienes presentes y esperar a bienes futuros. En su lugar, los capitalistas han suministrado bienes presentes a partir de su propio ahorro (es decir, dinero con el que comprar bienes presentes) a los dueños de los factores originales. A cambio de este suministro de bienes presentes, estos últimos contribuyen con sus servicios productivos a los capitalistas, que se convierten en los dueños del producto. Más en concreto, los capitalistas se convierten en los dueños de la estructura de capital, de toda la estructura de bienes de capital al ser producidos. Manteniendo nuestra suposición de que un capitalista o grupo de capitalistas posee todas las etapas de la producción de cualquier bien, los capitalistas continúan adelantando bienes presentes a los dueños de los factores al ir pasando el “año”. Al ir continuando el periodo de tiempo, se producen en primer lugar bienes de capital de nivel superior, luego se transforman en bienes de capital de nivel inferior, etc. y acaban con el producto final. En todo momento, toda esta estructura es propiedad de los capitalistas. Cuando un capitalista posee toda la estructura, estos bienes de capital, hay que destacarlo, no le producen ningún bien. Así, supongamos que un capitalista ya ha adelantado 80 onzas a lo largo de un periodo de muchos meses a los dueños de trabajo y tierra en una línea de producción. Tiene en su propiedad, como consecuencia, una masa de bienes de capital de quinto, cuarto y tercer nivel. Ninguno de estos bienes de capital le vale para nada, sin embargo, hasta que los bienes puedan trabajarse más y se obtenga el producto final y se venda al consumidor.

La literatura popular atribuye un enorme “poder” al capitalista y considera su posesión de una masa de bienes de capital como de enorme importancia, dándole una gran ventaja sobre otra gente en la economía. Sin embargo, vemos que esto está lejos de ser verdad; de hecho, es posible que la verdad sea la opuesta. Pues el capitalista ya ha ahorrado de un posible consumo y contratado los servicios de factores para producir sus bienes de capital. Los poseedores de estos factores ya tienen el dinero que en otro caso habrían tenido que ahorrar y esperar (soportar la incertidumbre), mientras que el capitalista solo tiene una masa de bienes de capital, una masa que le resultará inútil si no puede trabajarse más o no se vende el producto a los consumidores.

Cuando el capitalista compra servicios de factores, ¿cuál es el intercambio exacto que tiene lugar? El capitalista da dinero (un bien presente) a cambio de recibir servicios de factores (trabajo y tierra), que trabajan para proporcionarle bienes de capital. En otras palabras, le proporcionan bienes futuros. Los bienes de capital por los que paga son estaciones de paso en la ruta hacia el producto final: el bien de consumo. En el momento en el que se contratan tierra y trabajo para producir bienes de capital, por tanto, estos bienes de capital, y por tanto los servicios de tierra y trabajo, son bienes futuros, representan la encarnación del rendimiento esperado de un bien en el futuro: un bien que puede consumirse entonces. El capitalista que compra los servicios de tierra y trabajo en el año uno para trabajar en un producto que acabara convirtiéndose en un bien de consumo listo para su venta en el año dos está adelantando dinero (un bien presente) a cambio de un bien futuro, mediante el adelanto presente de un rendimiento en dinero en el futuro por la venta del producto final. Se está intercambiando un bien presente por un bien futuro esperado.

Bajo las condiciones de nuestro ejemplo, estamos suponiendo que los capitalistas no poseen ningún factor original, en comparación con el primer caso, en el que los productos eran poseídos conjuntamente por los dueños de estos factores. En nuestro caso, los capitalistas originalmente poseían dinero, con el cual compraban los servicios de tierra y trabajo para producir bienes de capital, que son finalmente transformados mediante tierra y trabajo en bienes de consumo. En este ejemplo hemos supuesto que los capitalistas no poseen en ningún momento ninguno de los factores como operadores de trabajo y tierra. Por supuesto, en la vida real puede haber y hay capitalistas que trabajan en alguna actividad gestora del proceso de producción y también poseen la tierra en la que operan. Sin embargo, analíticamente es necesario aislar estas diversas funciones. Podemos llamar “capitalistas puros” a aquellos capitalistas que solo poseen los bienes de capital y el producto final antes de la venta.

Añadamos ahora otra restricción temporal a nuestro análisis: que todos los bienes y servicios de los productores sean solo contratados, nunca directamente comprados. Es un supuesto útil que se mantendrá mucho después de que desaparezca la suposición de factores específicos. Aquí asumimos que los capitalistas puros nunca compran un factor en su conjunto que por sí mismo pueda generar varias unidades de servicio. Solo pueden contratar los servicios de factores por unidad de tiempo. Esta situación es directamente análoga a las condiciones descritas en el capítulo 4, sección 7 anterior, en las que los consumidores compraban o “alquilaban” los servicios unitarios de bienes, en lugar de los bienes en su conjunto. En una economía libre, por supuesto, esta contratación o alquiler debe producirse siempre en el caso de los servicios laborales. El trabajador, al ser un hombre libre, no puede comprarse; es decir, no se le puede pagar un dinero en efectivo por todos sus servicios futuros totales previstos, después de lo cual esté a las órdenes permanentes de su comprador. Esta sería una condición de esclavitud e incluso la “esclavitud voluntaria”, como hemos visto, no puede aplicarse en el mercado libre debido a la inalienabilidad de la voluntad personal. Así que no puede comprarse un trabajador, sino que sus servicios pueden comprarse a lo largo de un periodo de tiempo: es decir, puede ser alquilado o contratado.


El artículo original se encuentra aquí.

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martes, 26 de diciembre de 2017

Teoría del caos: Destruyendo la economía matemática desde dentro, por Mises Hispano.

El nuevo y más candente asunto en el campo de las matemáticas, la física y las ciencias colindantes es “la teoría del caos”. Es radical en sus implicaciones, pero nadie puede acusar a sus practicantes de ser enemigos de las matemáticas, ya que sus matemáticas además de ser muy complejas, con sus avanzadas gráficas de ordenador, están en la vanguardia de la teoría matemática.

En un sentido más profundo, la teoría del caos es una reacción contra los esfuerzos, el mucho bombo y los cuantiosos fondos que, durante muchas décadas, se han dedicado a temas tan de moda como profundizar en la exploración del núcleo del átomo o en llevar más lejos la especulación astronómica. La teoría del caos vuelve por fin a poner el foco científico sobre el “microscópico” mundo real con el que todos estamos familiarizados.

Es apropiado que la teoría del caos tuviera sus inicios en el campo humilde pero frustrante de la meteorología ¿Por qué parece imposible que todos nuestros más cualificados meteorólogos no sean capaces de predecir el clima, a pesar de tener ordenadores cada vez más potentes y de cada vez más datos?

Hace dos décadas, Edward Lorenz, meteorólogo en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), se topó con la Teoría del caos, al descubrir que diminutos cambios en el clima podían producir cambios enormes y volátiles en el clima. Llamándolo el efecto mariposa, Afirmó que el batido de una mariposa en Brasil bien podía producir un tornado en Texas y la denominó el efecto mariposa.

Desde entonces, el descubrimiento de que pequeñas causas imprevisibles pueden tener efectos dramáticos y turbulentos se ha expandido a otros, aparentemente inconexos, reinos de la ciencia.

La conclusión, para el clima y muchos otros aspectos del mundo, es que el clima, en principio, no se puede predecir con éxito, sin que importe la cantidad de datos acumulados en nuestros ordenadores. Esto no es en realidad un “caos” ya que el efecto mariposa tiene sus propios patrones causales, aunque muy complejos (muchos de estos patrones causales siguen lo que se conoce como “número de Feigenbaum”).

Pero aunque se pudieran conocer esos patrones ¿quién en el mundo podría predecir la llegada de una mariposa batiendo sus alas?

La conclusión a la que llega la teoría del caos no es que el mundo real sea caótico o en principio impredecible o indeterminado, sino a que en la práctica gran parte de él es impredecible. Y, en particular, que las herramientas matemáticas como el cálculo, que asumen superficies suaves y pasos infinitesimalmente pequeños, son profundamente defectuosas para examinar la mayor parte de los fenómenos del mundo real (por ello, los “fractales” de Benoit Mandelbrot indican que las curvas suaves son inapropiadas y engañosas para el modelado de las costas o de superficies geográficas).

La teoría del caos es aún más complicada cuando se aplica a los acontecimientos humanos, tales como el funcionamiento de la bolsa de valores. Aquí los teóricos del caos han desafiado directamente a la teoría neoclásica ortodoxa del mercado de valores, al asumir que las expectativas del mercado son “racionales”, es decir, son omniscientes respecto del futuro. Si todos los precios en la Bolsa o en los mercados de materias primas descuentan perfectamente e incorporan un perfecto conocimiento del futuro, entonces los patrones de los precios de la Bolsa deben ser puramente accidentales, sin sentido, y aleatorios (“y seguir un itinerario aleatorio”), puesto que ya se tiene todo el conocimiento básico subyacente y éste ya ha sido incorporado a los precios.

El absurdo de creer que el mercado es omnisciente respecto del futuro, o que tiene un conocimiento perfecto de todas las futuras “distribuciones de probabilidades”, se puede asimilar a la necedad que consiste en asumir que todos los eventos que se producen realmente en el mercado de valores son “aleatorios” es decir, que el precio de una acción cualquiera no está relacionado con ningún otro precio, pasado o futuro. Y sin embargo, un hecho fundamental de la Historia de la humanidad es que todos los hechos históricos están interconectados, que los patrones de causa y efecto impregnan los acontecimientos humanos, que hay muy poca homogeneidad y nada es aleatorio.

Con su enorme prestigio, los teóricos del caos han realizado una importante labor al denunciar ese tipo de asunciones y al reprender cualquier intento de hacer abstracciones estadísticas a partir de los concretos eventos del mundo real. De este modo, los teóricos del caos se oponen a la técnica estadística común que consiste en “suavizar” los datos sacando promedios móviles mensuales de doce meses —ya sea de precios, de la producción o del empleo—. Al tratar de eliminar los “elementos aleatorios” indentados y separarlos de los presuntos patrones subyacentes, los estadísticos ortodoxos, sin saberlo, se han desprendido de los propios datos del mundo real que son precisamente lo que debe estudiar.

Estas son sólo algunas de las implicaciones subversivas que la ciencia del caos ofrece de la Economía matemática ortodoxa. En efecto, si la teoría de las expectativas racionales no se ajusta al mundo real, entonces tampoco lo hace el equilibrio general, el recurso al cálculo infinitesimal al asumir minúsculos pasos, el conocimiento perfecto, y todo el resto del elaborado aparato neoclásico.

Hace mucho tiempo que los neoclásicos recurren a sus conocimientos matemáticos y a avanzadas técnicas matemáticas para azotar y desacreditar a los austriacos; ahora va y, sin saberlo, vienen los más avanzados teóricos matemáticos a dar la réplica refrendando algunas investigaciones de los críticos austriacos que denunciaban la irrealidad y las distorsiones de la economía neoclásica ortodoxa.

En la actual jerarquía matemática, los fractales, la termodinámica no lineal, el número de Feigenbaum y todo lo demás se encuentran en un nivel muy superior a las anticuadas técnicas de los neoclásicos.

Esto no quiere decir que todas las afirmaciones filosóficas de la teoría del caos deban darse por buenas sin más —en particular, las afirmaciones de algunos de sus teóricos de que la naturaleza es indeterminada o, incluso, que los átomos o moléculas tienen “voluntad propia”—. Pero los austriacos pueden aclamar a los teóricos del caos por haber acometido un vigorizante asalto a la economía matemática ortodoxa desde dentro.


Traducido por Juan Gamón Robres. El original se encuentra aquí.

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