domingo, 14 de enero de 2018

La lucha de clases y Los últimos jedi, por Mises Hispano.

Star Wars: Los últimos jedi es ahora mismo el único tema más polémico que Trump e indudablemente el único que causa un número mayor de debates inútiles. Dada esta dudosa distinción, resulta apropiado que Kate Aronoff, de The Intercept, haya juntado los dos temas en un comentario reciente sobre la película. Los escritores de The Intercept tienden a ser sólidos en temas como la guerra y la supervisión del gobierno, pero defectuosos en economía, y el artículo de Aronoff, que combina ambas cosas, es una mezcla predecible. Aun así, plantea algo importante: en Los últimos jedi, la franquicia Star Wars ha abandonado su narrativa de buenos y malos abstractos y ha adoptado una postura más concreta en una lucha actual de clases.

Buena parte de Los últimos jedi gira en torno a la cuestión de si la orden Jedi como tal era realmente tan buena y tan valiosa como las leyendas acerca de ella habían llevado a creer a la gente. Luke Skywalker niega con firmeza que lo fuera. Aronoff ve correctamente esta crítica y la película en general, como una “refutación de las élites políticas y el gobierno de los expertos, lleven estos hojas Excel o espadas de luz” y también como un rechazo en la práctica del “argumento eugenésico de las precuelas de que el acceso a la fuerza es un destino genético”.

Hasta aquí, bien. El problema es sin embargo que Aronoff ve principalmente la lucha de clases de Los últimos jedi en términos extremadamente simples  como una lucha entre el proletariado y el “1%” o, como ella misma indica, entre las filosofías de las administraciones de Obama y Trump, respectivamente.

Este tipo de aproximación a la lucha de clases se basa en una interpretación algo vulgar de Marx, que divide la sociedad en los grandes grupos de ricos y pobres. Pero esta comprensión común de las clases olvida algunas cuestiones vitales acerca de los fundamentos del conflicto, por ejemplo, temas como cómo los ricos se hicieron ricos y exactamente cómo los explotadores son capaces de aprovecharse de resto de la sociedad con impunidad. Sobre estos temas, la visión populista tiene pocas ideas que ofrecer. Por suerte, hay otra tradición más antigua, que sí proporciona algunas respuestas: la visión liberal clásica de la explotación.

Esta teoría, que Marx y sus seguidores adaptaron posteriormente para servir a sus propias necesidades, se origina en las obras de los liberales franceses del siglo XIX. Los liberales veían al poder político y sus privilegios como las principales fuentes de distinciones de clase. La sociedad puede dividirse entre la clase productiva y la clase política: la primera crea riqueza mediante cooperación pacífica y comercio, mientras que la segunda redistribuye sistemáticamente la riqueza por la fuerza. En último término, algunos grupos en la sociedad son beneficiarios netos de esta explotación, mientras que otros son perdedores netos de ella. Sin embargo, la clase política no se limita a los cargos públicos. De hecho, los liberales destacan el daño particular que los poderes que otorgan los estados a sus productores favorecidos. Los privilegios de monopolio introducen una cuña entre consumidores y empresarios y hacen posible que haya empresas que exploten mercados restringidos artificialmente a costa de la sociedad. Así el estado establece e institucionaliza las distinciones de clase e inevitablemente los conflictos.

Una de las formas más destructivas en las que se usa el privilegio político es en apoyo del estado en sus actividades bélicas. Como señalaba Mises, la guerra toma la eficiencia del mercado y la dedica a un uso inhumano en la creación de tecnologías cada vez más devastadoras que los estados están encantados de usar, pero que tienen poco o ningún valor para una sociedad pacífica. Esto es especialmente relevante para Star Wars.

La teoría liberal de la lucha de clases se muestra en todo su esplendor en Los últimos jedi. Es particularmente evidente durante las escenas del planeta casino Canto Bight. Durante una breve visita, Rose Tico se toma un momento para explicar al antiguo guardia de asalto Finn cómo se hicieron tan ricos exactamente sus habitantes: “Solo un negocio en la galaxia puede hacerte así de rico: vender armas a la Orden Primera”.

Décadas de conflicto galáctico han destruido la posibilidad para la mayoría de los empresarios de beneficiarse de alguna manera que no sea inventando máquinas de guerra cada vez más devastadoras. Un pensamiento más profundo y liberal es que los jerarcas de Canto Bight no son malos simplemente porque son ricos: son malos porque se hicieron ricos vendiendo armas de destrucción masiva a los distintos estados de la galaxia: el Imperio, la Orden Primera y, sí, también a la República y la Resistencia. Hay un momento especialmente eficaz en el que el rebanador DJ mira los registros de ventas de un vendedor de armas y descubre una orden de X-Wings entre el inventario. En otras palabras, incluso la Resistencia, supuestamente luchando por la verdad y la justicia, se enreda en la misma red destructiva de la política galáctica como sus enemigos más evidentemente malvados.

Por cierto, que este no es el único aspecto perturbador de la Resistencia. Como han observado otros, la participación en la Resistencia no es asunto de decisión personal: a Finn y otros, por ejemplo, se les impide por la fuerza abandonarla. Puedes considerarte a ti mismo como un noble líder de la Resistencia tanto como quieras, pero, al final, si estás obligando a otros a morir por tu visión política galáctica, eres uno de los malos. La guerra es mala, sin que importe cómo se llame a sí misma tu organización política, y aunque esta implicación de la película es sin duda inintencionada, aun así es instructiva y tiene que repetirse.

Así que la lucha de clases en Los últimos jedi no trata solo de la Orden Primera y la Resistencia, sino que también existe dentro de cada organización. Tal vez esta sea una razón por la que tanto la capitán Phasma como la vicealmirante Holdo tienen tantas ganas de dar ejemplos frente a la subordinación en las tropas inferiores.

Aronoff está cerca de señalar estas cosas, pero sin la teoría liberal, nunca llega al núcleo del problema: los estados son las fuentes principales de luchas de clase, así como de guerras. Sin embargo, su artículo sí concluye con una idea útil: añorar los días pasados y tratar desesperadamente de recrearlos es una vía al desastre (es vanidad, por usar la palabra de Luke Skywalker). Ansiar la época de Obama o la Vieja República (que no puedo resistirme a señalar que Aranoff identifica constantemente de forma errónea como la Nueva República) es básicamente nostalgia por un mundo que nunca existió (también es una metáfora que los seguidores enfurecidos de Star Wars podrían asumir por completo). El problema real es mucho más que limitarse a decidir quién va a estar en el poder: es si el poder y sus privilegios deberían existir en absoluto.

Como señala DJ: “Todo es una máquina, socio. Vive libre y no te unas”.


El artículo original se encuentra aquí.

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