Esta pasada semana la administración Trump anunció su propuesta de proyecto para 2018. El plan muestra un sorprendente parecido con el primer intento de presupuesto de Trump en tres aspectos claves: contiene algunos recortes legítimos a varios programas públicos, muestra aumentos en el irracional presupuesto militar de Estados Unidos y en general refleja un aumento importante en el gasto público con respecto a los niveles actuales. Asimismo, tiene cero posibilidades de ser aprobado en Washington, lo que puede que sea el aspecto más importante del presupuesto.
Tan pronto como aparecieron los detalles, fue despedazado por un enjambre de expertos, think tanks y políticos. No porque no se ocupara adecuadamente de la bomba de relojería de la creciente deuda de Estados Unidos, sino porque promovía una visión “extremista” de austeridad. A pesar de su rechazo a aceptar los billones en obligaciones de subsidios para la Seguridad Social y Medicare, las modestas reducciones presupuestarias a Medicaid se consideraron “radicales”. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, advirtió que los recortes propuestos a programas sociales adicionales literalmente matarían niños. Entretanto, esa garantía de absurdo que es Jennifer Rubin se ha indignado porque Trump no iba a gastar lo suficiente en la guerra.
Así, los republicanos tanto en la Cámara como en el Senado han dejado claro que no les interesa la “nueva fundación para la grandeza estadounidense” de Trump.
A pesar de los evidentes defectos dentro del presupuesto de Trump, es difícil no simpatizar con su Director de Presupuesto y Gestión, Mick Mulvaney. Defendiendo los recortes propuestos, el jueves dijo en el Congreso:
Este es un documento moral y este es el lado moral: si te quito dinero y no tengo intención de devolvértelo nunca, eso no es deuda, es robo. Si te quito dinero y te demuestro que puedo devolvértelo, eso es deuda.
Esto tiene sentido en el mundo real, pero no en una ciudad que no tiene que preocuparse por pagar su deuda en bastante tiempo. Al controlar la divisa de reserva mundial y colocar fuera de balance enormes programas de subsidios, los políticos se han convertido maestros del arte de ir tirando.
Por supuesto, esto no puede durar eternamente.
Como señalaba Jeff Deist el pasado fin de semana:
En un mundo razonable y decente, el derroche se castiga. El resto del mundo sabe que Estados Unidos nunca tendrá en orden su casa fiscal. Ningún patrón contable sensato permitiría nunca que un gobierno y mantuviera billones de dólares en promesas de subsidio fuera de balance.
Si lo pensamos racionalmente, esto debería significar que los acreedores dejarían de prestarnos completamente o al menos reclamarían tipos de interés propios de bonos basura. Debería significar recortes y poner a prueba la Seguridad Social y el Medicare. Debería significar vender activos federales, incluyendo los grandes territorios occidentales. Debería significar recortes importantes en el presupuesto federal. El congreso no hará ninguna de estas cosas, ni puede hacerlo.
Hemos sobrepasado el punto de las soluciones políticas.
Por eso, como he señalado repetidamente, lo más inteligente que dijo Trump en la campaña fue sugerir que se acabaría impagando la deuda. Estados Unidos VA a impagar, igual que hemos hecho antes. Solo se trata de saber cuándo y cómo.
Tal vez esto podría estar influyendo en el valor creciente de Bitcoin y otras criptodivisas.
Después de todo, estas monedas alternativas comparten la misma ventaja de la que disfruta el oro y la moneda no fiduciaria, al estar libres de gobiernos y banqueros centrales cada vez más insensatos. De hecho, en años recientes hemos visto cómo los consumidores se pasan al Bitcoin cuando se enfrentan a una crisis monetaria.
Por ejemplo, cuando el gobierno indio prohibió el uso de sus billetes de mayor valor, la demanda de criptomonedas aumentó drásticamente en el país. Igualmente, al crecer una devastadora inflación en Venezuela, lo mismo hizo el atractivo del Bitcoin. También es posible que la política de tipos negativos de interés del Banco de Japón desempeñara un papel en que el uso del Bitcoin se hiciera tan común como para que el país lo acepte ahora como una forma legal de pago.
Aunque es difícil averiguar en qué medida el extraordinario auge del Bitcoin es producto de un razonamiento económico sensato (y en qué medida es especulación) es fácil ver que el mundo está ahogado en deuda pública. Esta misma semana Moody’s degradó la deuda china por primera vez en décadas debido a preocupaciones sobre su crecimiento para responder de sus deudas financieras. Dada esa realidad y la evidente falta de valor por parte de los políticos para atajar el estos problemas tan difíciles es fácil ver que las criptodivisas podrían ser cada vez más atractivas en el futuro.
Puede que hayamos sobrepasado el punto de las soluciones políticas, pero no las de mercado.
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