domingo, 29 de octubre de 2017

Reseña de Defendiendo lo indefendible, por Mises Hispano.

Galileo desafió las creencias vigentes y fue obligado a retractarse. Otros muchos personajes y grupos en la historia han sido igualmente perseguidos (por ejemplo, las primitivas comunidades cristianas antes del emperador Constantino), incluso más, ya que padecieron en muchos casos la muerte.

Aunque parezca mentira, aún hoy hay colectivos estigmatizados cuyas aportaciones a la sociedad no valoramos debidamente. Walter Block decidió en 1976 «defender lo indefendible», dar la cara por estas gentes, desde prostitutas hasta avaros pasando por los usureros. No se trata, como señala en el prólogo, de aprobar moralmente dichas conductas sino de ver que no hacen daño a nadie y en multitud de ocasiones son beneficiosas. En consecuencia, convendría dejar de ilegalizar actuaciones que deberían ser libres porque cada uno es dueño de sí mismo para saber lo que quiere.

En la galería de marginados, la primera figura que aparece es la prostituta. Quien va a hacer uso de sus servicios es normalmente quien no puede tener relaciones sexuales por su timidez o fealdad, y aunque no fuera así, tanto el oferente como el demandante están en su derecho de comerciar porque no perjudican a nadie. Pese a que nos repugne que alguien use su cuerpo de ese modo, nosotros no tenemos potestad de decidir por él o ella, viene a decirnos Block. Pero no podemos olvidar que la prostitución entraña algunos problemas morales. Analizar el tema únicamente desde el punto de vista del intercambio comercial puede ser reduccionista.

El autor también nos muestra que los chulos son intermediarios que facilitan el trabajo a las mujeres que hacen la calle, al encontrarles clientes y ayudan a éstos a que no pierdan su tiempo vagando y buscando por ahí, con lo que tienen derecho a cobrar por su labor. Pese a que Block alude al hecho de que coaccionen a las prostitutas, descarta que sea habitual. Sin embargo, no queda del todo claro si no es así.

En lo que a los drogadictos y a los camellos se refiere, Block entiende que tienen el derecho a entrar en una transacción por la que ambos quieren lo que el otro les ofrece: el uno, los estupefacientes, y el otro, el dinero. Lo que sucede es que la ilegalidad de la droga ha criminalizado ciertas conductas haciendo delincuentes a quienes quieren consumir substancias psicotrópicas y a quienes distribuyen lo que se demanda. Los camellos, por ejemplo —comenta Block— hacen que bajen los precios cuando hay más competidores. Los inmensos beneficios del tráfico se deben a la ilegalidad. En un mercado libre, seguro que los beneficios se reducirían enormemente, de forma que los drogadictos no robarían para comprar su dosis ni tomarían basura encubierta, que les mata poco a poco, porque se controlaría la calidad, apunta Block.

Los avaros, recuerda el autor, tienen mala prensa desde que Dickens los censuró en una de sus obras más famosas. Pero, curiosamente, gracias a que los avaros atesoran dinero, el poder adquisitivo de todos aumenta notablemente porque hay menos medios de pago en circulación. Aparte de que, si lo ahorran, eso permite invertir el capital en procesos productivos más intensos, que logran reducir los costes unitarios de fabricación con los mismos factores productivos.

El especulador es un personaje odiado que parece que se aprovecha de las desgracias ajenas, pero su labor es esencial en la economía. Block afirma que en tiempos de prosperidad, cuando los precios de la comida están inusualmente bajos, el especulador compra haciendo que los precios suban, y en los años de escasez, que vendrán después, la comida que el especulador ha almacenado se saca al mercado haciendo que los precios bajen, con lo cual suaviza los efectos de la falta de alimentos.

El usurero lleva desde tiempos remotos suscitando la ira de la gente y aún más de los legisladores; pero ¿es su labor fundamental para la sociedad? Como observa el autor, hay quien desea tener 100$ hoy y está dispuesto a pagar 150$ el año que viene, mientras que hay otro que valora más 150$ dentro de doce meses que 100$ ahora mismo. Este último se lo prestará a aquél, y está claro que el acuerdo entre ambos es lícito: nadie ha sido obligado a ser parte del contrato.

Tenemos que tener en cuenta lo que Block puntualiza: que el tipo de interés de los préstamos depende de la oferta y la demanda, y, en definitiva, de la preferencia temporal de los actores económicos (decidir si ahorrar y prestar más o menos, con relación a nuestro mayor o menor deseo de consumir o nuestro mayor interés en poder hacer frente a sucesos imprevistos o a planes de futuro…). ¿Qué pasaría si el gobierno prohibiera los préstamos a partir de cierto tipo de interés? Block responde a su pregunta diciendo que los usureros no prestarían a ese menor tipo de interés a los más pobres, porque el riesgo de impago de éstos es mayor que el de los ricos. Así que, con la medida en cuestión, salen mal parados aquellos a quienes supuestamente favorecería.

El descaro de Block no se detiene aquí, sino que sigue sometiéndonos a una terapia de shock con el importador, el esquirol, el libelista y otros tipos singulares que dan que pensar. Hayek dijo del libro de Block que «aunque a veces pienso que esto está yendo muy lejos, generalmente encuentro que al final tiene razón». Nozick, por su parte, añadió: «¡Es iluminador!». Merece la pena leerlo hasta cuando se está en desacuerdo.

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