viernes, 20 de octubre de 2017

Dinero, liquidez y utilidad marginal en Carl Menger, por Mises Hispano.

Consideraciones generales.-

El trueque, en la vida diaria fue una dificultad casi insuperable para los agentes económicos, nos dice Carl Menger. Sin el dinero, como “institución social”, el proceso evolutivo de la división del trabajo hubiese  sido mucho más lento; sino imposible. Sin embargo, nos recuerda uno de los padres fundadores de la escuela austriaca: la solución emerge de la misma naturaleza de las actividades inherentes a la cuestión; gracias al cual, de manera natural y espontanea; sin acuerdo especiales entre los hombres y menos aún desde una imposición estatal: los agentes económicos, en diferentes contextos, han establecido, con una fuerza incuestionable, una situación en la que parecen totalmente eliminadas las dificultades anteriores. El texto que sigue, es una lectura de Naturaleza y origen del dinero y de “Principios de economía política”, de Carl Menger; y, se acude a otros intelectuales de la escuela austriaca en caso de ser necesario En algunos casos, se respeta el orden y los títulos de los capítulos.

Menger comienza en el Origen del dinero, señalando que en los albores de la humanidad, los individuos en sus intercambios, tomaban en cuenta sólo “el valor de uso de los bienes”.  Por tanto, sus acciones se restringían a los casos en que los bienes que disponía un sujeto económico tenían para él menos valor de uso que los que poseía otro sujeto. En tanto para este segundo sujeto ocurría exactamente lo contrario. Un ejemplo: “A tiene una pala que tiene para él, menos valor de uso que el hacha de B; mientras que para B su hacha tiene menos valor de uso que la pala de A”. En los inicios de la vida económica de la humanidad, las operaciones de intercambio se delimitaban al ejemplo descrito.

En estas circunstancias, el número de operaciones de intercambio debían haber sido muy escasos, nos dice Menger. Toda vez que una persona poseedora de un bien, que tiene para ella escaso valor de uso que el bien que posee otra persona; y, que precisamente esta segunda persona opine exactamente lo contrario. Seguro, que pocas veces en la historia han debido encontrarse dos personas para el intercambio ideal que ambas buscaban. Si por ejemplo: “A tiene una red de pescar que cambiaría gustosamente por una cantidad de cáñamo”. Para que este intercambio sea posible es necesario, no únicamente que exista otro sujeto B dispuesto a cambiar el cáñamo por una red, como es el deseo de A; sino, se requiere al mismo tiempo otra circunstancia: que ambos sujetos se encuentren y declaren sus mutuos deseos. Otro ejemplo: El campesino C tiene un caballo, que cambiaría con mucho gusto por algunos aperos de labranza y algunas piezas de vestido. Pero es casi imposible que encuentre a la persona que, justamente, necesite un caballo; y, que además quiere dar por él, precisamente, algunos aperos de labranza y algunas piezas de vestido que espera C[1].

En la práctica es una dificultad casi insuperable, escribirá el austriaco. Afectando, además, al proceso evolutivo de la división del trabajo y sobre todo a la producción de bienes destinados a una venta incierta. Sin embargo, la solución emerge de la misma naturaleza de las actividades inherentes a la cuestión; gracias al cual y de manera natural y espontanea; sin acuerdo especiales entre los hombres y menos aún como una imposición estatal, “los agentes económicos de todos los lugares han establecido, con una fuerza incontestable, una situación en la que parecen totalmente eliminadas las anteriores dificultades”[2].

El objetivo final de las operaciones de intercambio es la satisfacción directa de las necesidades. De ahí que intercambien mercancías por aquellos bienes que tienen valor de uso para ellos. Carl Menger, enfatiza que esta meta está presente en todas las culturales y tiene una total justificación económica. Los actores económicos asumirían un comportamiento enteramente antieconómico si allí donde encuentran dificultades para lograr el objetivo directo e inmediatamente no hicieran nada por acercarse a la satisfacción directa de sus necesidades.

Un armero de la edad homérica ha forjado dos armaduras de bronce y tiene la intención de intercambiarías por bronce, combustibles y alimentos. Va, pues, al mercado, ofrece su mercancía contra los citados bienes y se sentirá sin duda muy contento si se topa con una persona que tiene justamente la intención de hacerse con armaduras a cambio de todo el material de bronce necesario para construirlas y de una cantidad de alimentos[3].

Claro, habría que señalar que sería una coincidencia demasiada afortunada, que en el reducido mercado, encuentre un número de personas con capacidad y voluntad para adquirir una mercancía tan poco usual como son dos armaduras; y casualmente, además, tengan bronce, combustibles y alimentos para intercambiar con dos armaduras. “Lo más normal sería que tuviera que renunciar al intercambio, o llevarlo a cabo con grandes pérdidas de tiempo, sí, actuando de forma antieconómica, se empeñara en recibir por sus mercancías justamente los bienes antes citados que, además de poseer también el carácter de mercancía, tiene una mayor capacidad de venta que sus armaduras. Es decir, unas mercancías que le permitirán entrar fácilmente en contacto con personas que las adquirirían sin dificultad, a cambio de los bienes que él necesita”[4]. En la época del ejemplo citado, el ganado era la mercancía con mayor capacidad de venta. Es evidente, dirá Menger, que el armero tenga una conducta poco económico, si no decide intercambiar sus armaduras por unas cabezas de ganado, que le permitirá cubrir sus necesidades directas. Innegable que al hacerlo no intercambia las armaduras por bienes de uso, sino por bienes que tienen también carácter de mercancías. En este caso el ganado. Una adecuada comprensión de sus intereses individuales, llevará al armero, sin presión o acuerdos estatales, a cambiar sus armaduras por un proporcionado número de cabezas de ganado. “Una vez adquiridas estas mercancías de fácil venta, podrá entrar en contacto en el mercado con aquellas personas que pueden ofrecerle cobre, combustibles y alimentos. Podría así hacerse con los bienes de uso que necesita con mucha mayor facilidad y, en todo caso, con mucha rapidez y de forma más económica[5].

Ahora ¿Qué les induce a los agentes económicos para realizar esas acciones de intercambio? ¿Sólo el interés económico les lleva a buscar mayor conocimiento de sus ventajas individuales, cambiando sus mercancías por otras mercaderías, que incluso no satisfagan de forma inmediata su finalidad de uso directo? Para Menger, lo importante en estos acuerdos, es que no hay presión legislativa, no hay participación estatal  y muchas veces ni prestan atención al interés público.

 “De este modo, bajo el poderoso influjo de la costumbre, presente por doquier a medida que aumenta la cultura económica, que un cierto número de bienes, que son siempre los que, en razón del tiempo y lugar, mayor capacidad de venta posee, son aceptados por todos en las operaciones de intercambio y pueden intercambiarse a su vez por otras mercancías”[6] A estos bienes se los denomina dinero.

En casi todos los economistas de la escuela austriaca del dinero encontramos la negación que el dinero sea un producto del estado. Al contrario afirman que es una institución de la sociedad que evoluciona hasta el concepto dinero. No obstante nos niegan la participación del estado en las cuestiones monetarias. No se ignora la participación, si bien pequeña, del Estado sobre el carácter del dinero a través del ordenamiento jurídico. Dicho de otra forma, el origen del dinero (que debe distinguirse del subgénero de las monedas acuñadas) es parte del proceso evolutivo de las sociedades; y, sólo en muy contados casos puede atribuirse a atribuciones  legislativas. El hecho que ciertas mercancías alcancen la categoría de dinero surge de las relaciones económicas existentes, espontáneamente y no de medidas estatales[7].

El español Juan Ramón Rallo, economista de la escuela austriaca, resalta lo apuntado anteriormente: “En cualquier caso, el dinero para Menger es una criatura social y no una criatura de la ley (…) Eso no significa, sin embargo, que el economista austriaco no le atribuyera ninguna influencia al Estado sobre la evolución del dinero. (…)  el Estado puede llegar a jugar un rol muy relevante dentro de las sociedades, es evidente que por los mismos motivos puede llegar a insuflar una demanda muy intensa sobre ciertos bienes (por ejemplo, aquellos en los que se abonan los tributos), dotándoles de una cierta liquidez que puede llevarlos a convertirlos en dinero”[8]

Esas actividades, a través del cual determinados bienes evolucionan en dinero, nos permiten comprender la suma importancia de la “costumbre” en el origen del dinero. El intercambio de unas mercancías con escasa capacidad de intercambio por otras con mayor capacidad de venta, favorece los intereses económicos de todos los implicados en las actividades de intercambio. Para la realización positiva de las transacciones, se requiere conocimiento e interés en los agentes económicos más lúcidos y que estén predispuestos a aceptar un bien, quizá no del todo útil, a cambio de otras mercancías con mayor capacidad de venta.

En estas reflexiones se encuentra la causa de los fenómenos de la vida económica que en economía se le conoce como “intercambio”. Se trata de un concepto de la ciencia, donde tiene un sentido de mayor amplitud que en el lenguaje popular e incluso en el jurídico. Además, comprende todo tipo de compras y transferencias parciales de bienes económicos, que se hacen mediante entrega de dinero; que incluye además, arrendamientos, alquileres, etcétera.

El economista austriaco señala tres condiciones que deben darse para que el intercambio de bienes alcance el éxito deseado. Veamos

  1. Un sujeto económico A debe poseer cierta cantidad de bienes que para él tienen menos valor que otros bienes que dispone el sujeto económico B y que la valorización de sus bienes, tiene una relación opuesta a la de A.
  2. Ambos sujetos deben ser conscientes de su respectiva situación, y
  3. A y B deben tener capacidad suficiente para convertir en realidad el intercambio de bienes[9].

Estas tres condiciones deben estar presentes; caso contrario, desaparece los fundamentos requeridos para un intercambio económico.

Como conclusión parcial de lo señalado hasta aquí. El principio que estimula a los hombres al intercambio de unos bienes por otros bienes, es el deseo de satisfacer sus necesidades de la mejor manera posible. “El mismo principio, pues, que guía la actividad económica…, es decir, el anhelo de satisfacer sus necesidades de la manera más perfecta posible, el mismo principio…, que lleva a los hombres a explotar la utilidad que pueden extraer de la naturaleza exterior y ponerla a su disposición, la preocupación por mejorar su situación económica, les impulsa también a investigar con ahínco la antes mencionada relación y a emplearla con la finalidad de satisfacer mejor sus necesidades. Es decir, todo ello les lleva a poner en práctica aquella mutua entrega de bienes[10].

La investigación que señala Menger y que nos lleva al conocimiento óptimo para satisfacer nuestras necesidades, no se produce simultáneamente en todas las sociedades, ni siquiera, al mismo tiempo, al interior de un mismo grupo social.

Al contrario, como en todo el proceso evolutivo de las sociedades, en los inicios, sólo un pequeño número de personas advierte las ventajas del intercambio. Esta ventaja del intercambio es independiente del reconocimiento social de una mercancía como dinero. Supone a la vez “un considerable paso adelante hacia la meta perseguida por todo individuo, a saber, hacerse con los bienes de uso que le son necesarios”. Ninguna otra manifestación de la vida favoreció tanto como  al origen del dinero. Gracias a la decisión de aceptar, por un grupo reducido de personas, mercancías de alta capacidad de venta o cambio de todas las demás; les reportó enormes beneficios. De esa manera se aceleró la práctica y costumbre del intercambio; que contribuyó “… a convertir a las mercancías más vendibles en cada situación concreta de bienes que aceptaban, a cambio de sus propias mercancías no algunos sino la totalidad de los individuos[11].

Hasta aquí hemos esbozado la evolución del dinero a través del intercambio. En lo que sigue, de este capítulo, siguiendo a Menger, buscaremos delinear los fundamentos teóricos de la naturaleza y las funciones del dinero, combinando algunos elementos valiosos de teóricos monetaristas, con la teoría de la liquidez desarrollada por Carl Menger

Fundamentos teóricos y funciones del dinero.-

El tema del dinero, no obstante ser la columna vertebral de los problemas de todos los tiempos, no es estudiado ni teorizado de forma amplia como otros temas. No existe una sola materia en todo el sistema educativo universal que nos permita acercarnos, conocer y discutir el origen, las funciones y los problemas en general del dinero.

“(…) el hecho de que cada hombre económico, en cualquier país, acepte cambiar sus bienes por pequeños discos metálicos aparentemente carentes de utilidad como tales, o por documentos que los representen, es un procedimiento tan opuesto al curso normal de los acontecimientos que no puede parecernos sorprendente que hasta un pensador tan distinguido como Savigny lo encuentre claramente ‘misterioso’[12].

Una primera interrogante que se puede plantear: ¿Por qué los hombres tenemos que aceptar un cierto tipo de mercancía, aun cuando no la necesitemos? Aunque tengamos demasiada mercadería – dinero que puede satisfacer todas nuestras necesidades presentes y futuras. Sin embargo, siempre anhelamos poseer más y más… pero, no nos ocurre lo mismo con cualquier otra mercadería; dicho de otra forma, cualesquiera que sean nuestras necesidades con respecto a otra mercancía, en primer lugar consultamos antes de adquirirla.

¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles?

¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad? Estas preguntas se intentarán responder desde la perspectiva de la escuela austriaca de economía en general y desde Carl Menger en particular.

La teoría de la liquidez de las mercancías

Ya señalamos que los objetivos del hombre en los inicios de la historia económica, estaban dirigidos, primera y principalmente, de acuerdo con la simplicidad de toda cultura primitiva, a lo que está al alcance de la mano. Dijimos además, que en este contexto entra en el juego de sus negocios el valor de uso de las mercancías que busca obtener. “En tales condiciones, cada hombre intenta conseguir por medio del intercambio sólo aquellos productos que directamente necesita y rechaza los que no necesita o ya posee de manera suficiente. Es evidente que en esas circunstancias la cantidad de acuerdos comerciales realmente concretados se halla dentro de límites muy estrechos…”[13]

Recordemos un ejemplo simple y sencillo del inicio de este capítulo: A requiere una mercancía que posee B y B necesita una que posee C mientras que C quiere una que es propiedad de A. Este simple ejercicio del trueque (intercambio de unos bienes por otros) como regla general y por necesidad, es poco probable que se realice. “Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio, y al mismo tiempo para la producción de bienes que no requirieran una venta regular, si no se hubiese hallado una solución en la naturaleza misma de las cosas, es decir, los diferentes grados de liquidez de los productos[14].

El concepto de liquidez se encuentra en el núcleo de todos los problemas económicos. Tanto en la crisis de las hipotecas suprime, que luego se transformó en crisis financiera y terminó en crisis económica mundial. Antal E. Fekete, profesor de matemáticas y estadística de origen húngaro escribe: “Es una curiosa aberración de nuestros tiempos que este concepto tan importante e incluso la  existencia misma de los fenómenos económicos que este concepto (liquidez) representa, sea negada vehementemente por los economistas más representativos de las corrientes económicas vigentes”[15].

Al respecto señala Menger: “La diferencia que existe en este sentido entre los artículos de comercio tiene enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. Y el no haber tomado en cuenta adecuadamente este hecho para explicar los fenómenos del comercio no sólo constituye una brecha lamentable en nuestra ciencia sino también una de las causas esenciales del estado de retraso de la teoría monetaria[16]. En otra página del Origen del dinero, Menger, vuelve a retomar el tema del olvido de la teoría de la liquidez. No obstante y a pesar de la importancia práctica del concepto liquidez, la ciencia económica no ha tomado en cuenta. La investigación de estos fenómenos de precio, primero “ha estado dirigida casi exclusivamente a las cantidades de las mercancías intercambiadas y no al mayor o menor grado de facilidad con que se puede disponer de ellas a precios normales”; y segundo, se debe al rígido “método abstracto con el cual se ha tratado la liquidez de los productos, sin tomar en consideración todas las circunstancias del caso”[17].

Este olvido o aberración como lo llama Fekete, se dio no obstante que dos de los más grandes pensadores de la economía de todos los tiempos, Adam Smith (1723-1790) y Carl Menger (1840-1921), dieran gran importancia al concepto de liquidez y lo emplearan en la explicación de importantes fenómenos económicos. Casi un siglo después que se escribiera Smith La Riqueza de la Naciones, Carl Menger, estableció en su obra Principios de Economía política, los elementos de una teoría de la liquidez.

“La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia de una teoría de liquidez de los bienes. Si logramos aprehender esto podremos entender cómo la suprema liquidez del dinero es sólo un caso especial -que únicamente presenta una diferencia de matiz- de un fenómeno genérico de la vida económica, es decir, la diferencia en la liquidez de las mercancías en general”.[18]

Para finalizar este apartado, la liquidez real existe cuando un bien más líquido puede venderse inmediatamente en dinero porque: 1) Es continuamente usado o consumido por el hombre; 2) es destruido o permanentemente inmovilizado a través de su uso o consumo; 3) son normalmente reemplazados por nueva producción. Este bien más líquido, tiene la capacidad de satisfacer altas necesidades humanas; por consiguiente es más fácil de encontrar compradores; y, no requiere financiación o si lo requiere es por un corto período de tiempo. En el sistema bancario se lo califica como activo autoliquidables”[19].

 

El margen entre el precio ofrecido y el precio solicitado

Según Menger, es un error generalizado, en economía, “suponer que, en un momento determinado y en un mercado dado” cualesquier mercancía tiene una definida relación de intercambio equitativo; es decir, que pueden ser recíprocamente intercambiadas a voluntad y en cantidades definidas. Por ejemplo: 10 quintales de papa por 10 quintales de tomate.

“Aun la observación más superficial de los fenómenos del mercado nos enseña que no tenemos la posibilidad, cuando hemos comprado un artículo por un precio determinado, de volver a venderlo inmediatamente por el mismo precio. Si sólo tratáramos de desprendernos de una prenda de vestir, un libro o una obra de arte que acabáramos de comprar, en ese mismo mercado, aun cuando lo hiciéramos de inmediato pero antes de que se hubiera modificado la misma coyuntura de condiciones, nos convenceríamos fácilmente del carácter falaz de esa suposición”[20].

Es decir, uno es el precio con el que compramos “voluntariamente una mercancía” en el Mercado La Paz, por ejemplo, el 15 de agosto de 2017; y, otro es el precio con el que podemos vender. Son dos magnitudes sustancialmente diferentes. Según Menger,  estas magnitudes esenciales se aplican a precios mayoristas y a los precios minoristas. “El comercio y la especulación serían las cosas más sencillas del mundo si la teoría del “equivalente objetivo en los bienes” fuese correcta, si fuera cierto que las mercancías pudiesen mutuamente convertirse a voluntad en relaciones cuantitativas definidas, en un mercado y en un momento dado…”[21].

Significa que no importa lo ventajoso que sea el precio que paguemos por un bien, sea granos o papas; probablemente no seamos capaces de revenderlos en grandes cantidades sin sufrir pérdidas. Trasladando al concepto de liquidez. Un bien es más líquido que otro si puede ser comprado y revendido en grandes cantidades con menores pérdidas que el otro. Es claro que los bienes perecederos como el grano o las papas son menos líquidos que los metales preciosos, llámese oro o platino. Aquí es importante señalar, siguiendo a Fekete Antal, contrariamente a la creencia popular, las propiedades inmuebles, no son líquidas el margen (spread)[22] entre el precio ofrecido y el precio pedido aumenta rápidamente según más tierras y casas salen a la venta en el mercado.

Continuando con los conceptos del precio ofrecido y el precio pedido. El mercado cotiza, no uno, sino dos precios: el menor precio ofrecido, que unos agentes económicos están dispuestos a comprar; y, el precio solicitado, generalmente más alto que otros agentes económicos están dispuestos a vender[23].

Lo cierto es que aun en los mercados mejor organizados, aunque podamos comprar lo que deseamos y en el momento en que lo deseamos a un precio determinado, o sea, el precio solicitado, sólo podemos desprendernos de ello cuando y como queramos a pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior. Cuanto menor sea el margen, es decir, la diferencia entre el precio solicitado y el precio ofrecido de una mercancía, mayor tiende a ser su grado de comercialización[24].

La diferencia entre ambos precios recibe el nombre de margen (spread). Además, el precio pedido y el precio ofrecido se cotizan para una determinada cantidad; para una cantidad mayor el margen (spread) será mayor. Por tanto el margen (spread) es una función creciente de la cantidad para la que se cotiza. Sin embargo, el ritmo al que aumenta el margen no es uniforme para todos los bienes. Un bien se considera más líquido que otro si su margen aumenta más despacio que el de otro.

“El margen o la pérdida que sufre, quien se ve obligado a deshacerse de un artículo, en un momento dado al precio ofrecido y no al solicitado, representa una cantidad muy variable, tal como veremos si observamos el comercio y los mercados de mercancías determinadas. Si se va a vender el maíz o el algodón mediante un intercambio organizado, el vendedor estará en posición de hacerlo prácticamente por cualquier cantidad, en el momento en que lo desee, con una pérdida muy pequeña. Si la cuestión fuera desprenderse de grandes cantidades de tela o seda a voluntad el vendedor por lo general deberá contentarse con un considerable porcentaje de disminución en el precio. Peor sería el caso de aquel que en cierto momento debe deshacerse de instrumentos astronómicos, preparados anatómicos, manuscritos en sánscrito u otros artículos tan poco comercializables”[25].

Lo que Menger señala, es que la liquidez está dada por la diferencia entre dos precios. Si la diferencia es pequeña, eso quiere decir que el comprador de una mercadería podrá vender dicha mercaría a un precio que le signifique un sacrificio menor respecto de uno que tenga que comprar y vender una mercadería con una diferencia entre precio solicitado y precio ofrecido mayor. Por ello dirá: “Si denominamos los productos o artículos más o menos líquidos de acuerdo con la mayor o menor facilidad con que se los puede vender en un mercado en el momento conveniente, a los precios solicitados actuales, o con una mayor o menor disminución en éstos, podemos ver, por lo que hemos dicho, que existe una diferencia evidente entre las mercancías[26].

Esto quiere decir que, cuanto menor es el margen de diferencia entre el precio solicitado y el precio ofrecido, la liquidez de la mercancía será mayor. En términos efectivos, un bien será más líquido cuanto más fácil sea su venta; es decir, cuánto menor pérdida a la hora de venderlo. A esto se refiere Menger cuando habla de vender a “precios económicos”. Vender a un precio económico implica vender a una pérdida menor en términos relativos. La mercancía que se venda con la menor pérdida, entonces, será la más líquida. En términos financieros, un activo será tanto más líquido cuanto más sencillo sea realizar su venta. Veamos:

“El hombre que va al mercado con sus productos, en general intenta desprenderse de ellos pero de ningún modo a un precio cualquiera, sino a aquel que se corresponda con la situación económica general. Si hemos de indagar los diferentes grados de liquidez de los bienes de modo tal de demostrar el peso que tienen en la vida práctica, sólo podemos hacerlo estudiando la mayor o menor facilidad con la que resulta posible desprenderse de ellos a precios que se correspondan con la situación económica general, es decir, a precios económicos. Una mercancía es más o menos liquida si podemos, con mayor o menor perspectiva de éxito, desprendernos de ella a precios compatibles con la situación económica general, a precios económicos”[27].

En pie de página Menger explica que la alta liquidez de un bien no es por el hecho que sea posible vender el producto a cualquier precio, incluso el que sea el resultado de una desgracia o accidente. Significa que una mercancía es más o menos liquida si se puede, con mayor o menor probabilidad de éxito, venderla a precios de acuerdo con la situación económica general; es decir, a precios económicos.

Además, el intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse la venta de un producto a un precio económico, resulta de gran importancia al analizar su liquidez. Lo que interesa no es si la demanda de una mercancía es pequeña o si, en otros aspectos, su liquidez es inferior; si su propietario -sólo puede esperar el momento oportuno, finalmente, y a la larga, podrá desprenderse de ella a precios económicos[28].

Se entiende que para que esta liquidez sea posible; es que nos referimos a una mercadería altamente demandada. Inversamente, cuando la mercadería no tiene demanda, entonces no sólo será difícil su venta; sino el tiempo invertido en su venta, será más largo de cualquier previsión. Esta espera de tiempo dentro del cual puede considerarse posible la venta de un producto a precios económicos resulta imprescindible cuando vayamos realizar el analizar de la liquidez.

“Sin embargo, y como resultado de que esta condición no se da a menudo en el curso real de los negocios, surge, a los fines prácticos, una importante diferencia entre dos tipos de mercancías: por un lado, aquellas de las que esperamos poder desprendernos en un momento determinado, a precios económicos, o por lo menos aproximadamente económicos; por el otro, aquellas que no tienen esa perspectiva, o por lo menos no la tienen en el mismo grado, por lo cual su propietario prevé que para poder desprenderse de ellas a precios económicos será necesario esperar durante cierto tiempo, que puede ser largo o corto, o bien soportar una reducción más o menos sensible en el precio[29].

En economía, el precio económico se conoce como “equilibrio económico”. Significa que en el mercado las fuerzas económicas de los oferentes y de los demandantes se encuentran equilibradas. Es decir, es el punto en el cual la cantidad demandada y la cantidad ofertada son iguales. Sin embargo, es poco frecuente que siempre ocurra de esa forma. Generalmente se observa que ciertos bienes, debido a su bajo nivel de liquidez  tengan que esperar largos periodos de tiempo para poder intercambiar y acercarse al precio solicitado al precio económico, al precio que refleja la situación económica general.

Veamos que nos dice Menger sobre la cuestión: “Algunas, como consecuencia del desarrollo de los mercados y de la especulación, pueden, en determinado momento, venderse en prácticamente cualquier cantidad a precios económicos o aproximadamente económicos. Otras sólo pueden venderse a precios económicos en cantidades menores, en proporción con el crecimiento gradual de una demanda efectiva, alcanzando un precio relativamente reducido en el caso de una mayor oferta[30].

Entonces, cuanto mayor sean las cantidades ofertadas, mayor será la posibilidad de vender el total de la mercancía; y, el oferente deba aceptar un precio inferior, o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta; dicho de otra forma: los agentes económicos prefieren los bienes con mayor liquidez que los otros con menor liquidez. A su vez, esa mayor demanda de los bienes con una mayor liquidez incrementa tanto el valor como la liquidez de esos bienes[31].

Las causas de los diferentes grados de liquidez.-

Carl Menger, sostiene la necesidad de tomar en cuenta los “grados de liquidez” de los bienes. Porque, los bienes dependen de los grados de liquidez, para ser rápidamente vendidos. Toda vez que el mercado, elige bienes con mayor facilidad de colocación; y, que mantengan el valor por el cual han sido comprados al momento de su venta, esto es, que no presenten diferencias entre un precio “comprado” con el “vendido”.

El grado que una mercancía puede lograr su venta rápida; en un momento dado y a precios correspondientes a la situación económica (precios económicos) depende de las siguientes circunstancias:

  1. Del número de personas que aún necesitan “una” mercancía; de la medida y la intensidad de esa necesidad y que no ha sido satisfecha.
  2. De la capacidad económica de esas personas.
  3. De la cantidad de mercancía disponible en relación con la necesidad (total), no satisfecha todavía, que se tiene de ella.
  4. De la divisibilidad de la mercancía, y de otro modos por el cual se la pueda ajustar a las necesidades de los compradores individuales.
  5. Del desarrollo del mercado y, en especial, de la especulación; y,
  6. Del número y de la naturaleza de las limitaciones sociales y políticas, se han impuesto al intercambio y al consumo con respecto a la mercancía en cuestión”.
  7. Del número y la naturaleza de las limitaciones político y social impuestas sobre el intercambio y consumo de la mercancía que se trata.

Por el grado de liquidez temporal y espacialmente. Algunas mercancías tienen liquidez casi ilimitada en el espacio o el tiempo y otras tienen una liquidez es más o menos limitada. Éstos son condicionados por:

  1. El grado en que la demanda de las mercancías es distribuida espacialmente;
  2. El grado en que los bienes son transportables, y el costo incurrido de transporte en proporción a su valor;
  3. El desarrollado general de los medios de transporte y de comercio con respecto a las diferentes clases de productos.
  4. La intercomunicación y el arbitraje desarrollados en el mercado local.
  5. Las diferencias entre las restricciones impuestas a la intercomunicación comercial con relación a diferentes productos, en el comercio inter local; y, en especial el comercio internacional.

Las “limitaciones temporales” de la liquidez de los productos están condicionadas por:

  1. La permanencia de la necesidad que se tiene del producto.
  2. Su durabilidad, entendido como su capacidad de preservación.
  3. El costo de la preservación y almacenamiento.
  4. La tasa de interés.
  5. La periodicidad de un mercado para la tasa de interés.
  6. El desarrollo de la especulación y los acuerdos de tiempo.
  7. Las restricciones políticas y sociales impuestas a su transferencia de un periodo de tiempo a otro.

Las circunstancias descritas, determinan los distintos grados, como también los límites espaciales y temporales en relación a la capacidad de venta de las mercancías; y, explican por qué ciertas mercancías pueden venderse fácilmente y dentro de ciertos mercados en un determinado espacio y tiempo; además, en cualquier momento y en cualquier cantidad a los precios correspondientes a la situación económica general (precios económicos); en cambio, la capacidad de venta de otras mercancías son estrechas en tiempo y espacio; por tanto la venta de estas mercancías y en estas circunstancias se torna difícil, incluso con la espera; por ello, hay una reducción más o menos sensible en el precio.

Con los grados de la liquidez, lúcidamente expuesto por Menger se supera las dificultades del intercambio directo (trueque) que se constituía en un impedimento insuperable para el avance del comercio, y a la vez para “… la producción de bienes que no requirieran una venta regular”. Como el mismo Menger señala, la solución se encontraba en la naturaleza propia de las cosas, en los “… diferentes grados de liquidez de los productos”; en la regularidad o facilidad con la que puede recurrirse a su venta. De esta manera se distinguen los productos de fácil colocación, y que mantienen el valor por el cual han sido comprados al momento de su venta, esto es, que no presenten diferencias entre un precio “comprado” y otro “vendido”.

Para Antal Fekete, en su ensayo La teoría de la liquidez de Menger, no es posible comprender el atesoramiento, el almacenamiento, o la especulación alcista o bajista sin la teoría de la liquidez. Incluso, ninguna teoría coherente del dinero puede construirse sin el concepto de liquidez. La revolución producida por la invención del dinero fue, de hecho, una evolución de la liquidez. La distinción entre comprar y vender, existía, también, durante los tiempos del trueque, mucho antes de la aparición del dinero. Vender significa, por definición, cambiar un bien menos líquido por otro bien más líquido –preferiblemente por el más líquido de todos–, si este existe. El hecho es que la aparición del máximo de liquidez coincide con la aparición del dinero. Finalmente, el concepto de liquidez es clave en la teoría y la práctica bancaria, donde el problema es cómo manejar o invertir el dinero propiedad de otros sin incurrir en pérdidas[32]

La génesis de los medios de intercambio

Desde que apareció el comercio a través del intercambio hay ciertas mercancías cuya demanda es mayor, más constante y más efectiva que otras que son menos deseables y por tanto menos constantes: “las primeras eran aquellas compatibles con la necesidad de quienes estaban en condiciones de comerciar y deseaban hacerlo; este deseo es al mismo tiempo universal y, a causa de la relativa escasez de los productos en cuestión, siempre imperfectamente satisfecho[33].

Además, se considera que la persona que desee adquirir ciertos bienes específicos a cambio de los bienes que lleva al mercado, estará en mejores condiciones de negociar, si lleva mercancías de alta demanda; caso contrario no habrá tales ventajas; por lo menos, no en el mismo grado anterior. “Así equipado, tiene la perspectiva de adquirir los productos que finalmente desea obtener, no sólo con mayor facilidad y seguridad sino también, y a causa de la demanda más firme y prevaleciente que existe por sus propios productos, a precios compatibles con la situación económica general, o sea, a precios económicos[34].

En cambio, cuando se lleva al mercado bienes que no son altamente demandados, la intención fundamental será intercambiarlos no sólo por aquellos que necesitase, en caso de no intercambiar directamente,  los intercambiará por otros bienes; que, aunque no requiera personalmente, sean de todos modos más vendibles que los suyos; para un posible intercambio por el bien que sí requiere. De este modo, aunque no logra el objetivo final de su negociación, es decir, la adquisición de bienes necesarios para él mismo, sin embargo, se acerca a su objetivo. Aunque siga la vía larga de un intercambio mediato, mejora sus posibilidades de lograr su finalidad de una manera más segura y económica que si se hubiese circunscrito al intercambio directo.

De esta forma, los hombres han ido intercambiando, cada vez con mayor conciencia de sus intereses particulares y en función de sus propios intereses económicos, sin convención ni coacción legal alguna; además, incluso, desconociendo el interés común. Así, se limitaban al intercambio de sus bienes, por otros bienes igualmente destinados al intercambio, pero bienes con mayor liquidez. Carl Menger explica que a medida que el comercio va ensanchándose espacialmente “… las previsiones para la satisfacción de necesidades materiales podían hacerse por períodos cada vez más prolongados, cada individuo iba aprendiendo, a partir de sus propios intereses económicos, a darse cuenta de que trocaba sus productos menos líquidos por aquellas mercancías especiales que habían exhibido, además de la atracción de ser altamente comercializables en una localidad determinada, un amplio espectro de comercialización tanto en el tiempo como en el espacio”[35].

El hombre, en el proceso de familiarización con las ventajas económicas, ha ido haciéndoles tradicionales y a través del hábito, en la actividad económica, las mercancías relativamente más líquidas, en términos temporales y espaciales se fueron convirtiendo dentro de los mercados locales, en los artículos que no sólo conviene a todos aceptar a cambio de sus bienes individuales menos líquidos; sino, que son de hecho más aceptados. Y su mayor capacidad de venta dependerá sólo de la menor capacidad relativa de venta de todas las otras mercancías. Gracias a todos los aspectos señalados, fueron convirtiéndose en medios de intercambio, preferidos sobre todos los demás bienes; y, más tarde fueron universalmente aceptados. Menger escribe al respecto:

“Es el interés económico de cada individuo que comercia lo que le permite cambiar productos menos líquidos por otros más líquidos. Pero la aceptación voluntaria del medio de cambio presupone la existencia previa de un conocimiento de estos intereses por parte de aquellos sujetos económicos de quienes se espera que acepten a cambio de sus productos una mercancía que en sí misma y por sí misma es, quizá, totalmente inútil para ellos[36].

Cierto es, también, que ese conocimiento nunca surge simultáneamente en todos los lugares que conforman una nación. En un primer momento, sólo un número reducido de agentes económicos será capaz de reconocer la ventaja de ese  procedimiento. Esta ventaja, en y por sí misma, es independiente del reconocimiento general de una mercancía como medio de intercambio, puesto que ese intercambio,  siempre y en cualquier circunstancia, permitirá que la unidad económica se acerque significativa y cada vez más a su objetivo final, que es la adquisición de cosas útiles que realmente necesita.

El mejor método para enseñar a los demás sobre las ventajas económicas, es mostrar el éxito económico alcanzado por uno mismo.Por lo tanto, resulta evidente que nada pudo haber sido más favorable para el surgimiento de un medio de intercambio que la aceptación, por parte de los sujetos económicos más perspicaces e inteligentes, para su propio beneficio económico y durante un periodo considerable de tiempo de productos eminentemente líquidos en lugar de todos los demás[37].

De esta manera, los bienes relativamente más líquidos, se convirtieron en medios de intercambio; esto es dinero. En Alemania fueron denominados “Geld” que proviene de “gelten”, es decir, pagar, ejecutar. En otras naciones basaron fundamentalmente su designación del dinero en la substancia utilizada, en la forma de la moneda, o incluso a partir de ciertos tipos de monedas. Los hebreos lo denominaron Keseph y maoth, los griegos ar°urion, los latinos argentum, los franceses argent y monnaie, los ingleses money, los españoles moneda, los portugueses moeda, los árabes fulus, los griegos ndmisma; los italianos danaro, los rusos dengi, los polacos pienondze, los bohemios y eslavos penize, los daneses penge, los suecos penningar, los húngaros penz…[38]

Mergen señala que los bienes con mayor liquidez, sirven al bien común, en el sentido amplio de la palabra; por tanto no es del todo imposible que esos medios de intercambio elegidos como dinero, sean también instituidos por vía legal al igual que otras instituciones sociales. Sin embargo, no es la única ni la principal modalidad que ha dado origen al dinero. Este aspecto ya vimos en las primeras páginas de este inciso. Entonces, haciendo a un lado premisas fácilmente refutadas; únicamente podremos entender el origen del dinero si aprendemos a considerar el establecimiento del procedimiento social, que se dio en un largo  y espontáneo proceso; como la consecuencia no prevista de los esfuerzos individuales y especiales de los miembros de una sociedad que poco a poco lograron discriminar los distintos niveles  y grados de liquidez de las mercancías[39].

Menger, cita a Catón por boca de Cicerón sobre el Derecho Romano, para comprender con mayor nitidez la idea que ciertas mercancías elegidas, fue parte del proceso evolutivo de siglos de experiencia y no por decisión de una legislación en un cierto Estado. “La superioridad de nuestra ciudad sobre otras ciudades dependía del hecho de que éstas recibían sus leyes e instituciones de un solo legislador, como Minos las de los cretenses, Licurgo las de los lacedemonios, las de los atenienses, que fueron modificadas muchas veces, primero Teseo, luego Dracón, luego Solón, luego Clístenes, luego muchos otros; nuestra república, en cambio, no había sido creada por el genio de individuo alguno sino de muchos, ni en el trecho de una vida humana, sino a través de innúmeros siglos y generaciones. Porque jamás existió ser humano tan perspicaz que nada se le escapase, ni los combinados talentos de edad alguna fueron tales que ésta pudiese prever y anticipar todas las posibilidades dejando a un lado las lecciones del tiempo y la experiencia”[40].

Solo para dejar constancia señalar que Georg Friedrich Knapp[41], coetáneamente con Mergen desarrolló su propia obra sobre el dinero, materializada en su libro La teoría estatal del dinero (1905). Las conclusiones de Knapp son exactamente contrarias a las de Menger; el dinero, escribe Knapp, no es fruto de la competencia descentralizada en el mercado sino de la regulación, especialmente estatal”. De hecho, su libro La teoría estatal del dinero, empieza con la frase “El dinero es una criatura de la ley”. Más adelante escribe: “Nuestra prueba, que el dinero es aceptado en pagos realizados a las oficinas estatales

Ensanchamiento del abismo que separa a los productos que se han convertido en medios de cambio del resto de las mercancías

El primer acontecimiento después que los bienes relativamente más líquidos se convirtieran en “dinero”, fue el aumento extraordinario de su liquidez; que ya era alta. A partir de entonces, los sujetos económicos que llevase productos menos líquidos con el fin de adquirir otro tipo de productos, tendría un marcado interés en cambiar lo que tiene en primera instancia en aquellos productos que se han convertido en dinero. En consecuencia, mediante el intercambio de sus artículos relativamente menos líquidos por aquellos que, como el dinero, que tienen mayor liquidez. De esta forma los sujetos económicos no sólo tenían mayores posibilidades, sino la certeza, de  adquirir de inmediato cantidades equivalentes de cualquier otro tipo de mercancía que hubiera en el mercado. Y el control sobre estos hechos, sería absoluto.

Como contraparte, los sujetos económicos que lleven al mercado artículos no dinero, se encontrará más o menos en desventaja, ya que para obtener el mismo control sobre las posibilidades del mercado, el sujeto económico deberá, en primer lugar, convertir sus bienes en dinero. “La naturaleza de su incapacidad económica queda demostrada por el hecho de que se ve obligado a superar una dificultad antes de alcanzar su propósito, dificultad que no existe, es decir, ya ha sido superada, para el hombre que posee un stock de dinero[42].

El aspecto señalado, es de enorme importancia; porque la superación de desventaja en que se encuentra el que lleva dinero al mercado, no depende de quien lleva bienes menos líquidos; sino en parte de ciertas circunstancias sobre las cuales el agente económico con bienes de menor liquidez, no tiene ningún control. “Cuanto, menos líquidos sean sus productos más seguro estará de que deberá sufrir una reducción en el precio económico o bien contentarse con aguardar el momento propicio en el que le resulte posible realizar una conversión a precios económicos”[43].

Más adelante reitera Menger, en una era de economía monetaria, quien pretenda intercambiar bienes de cualquier tipo, que no sean dinero, por otros bienes del mercado, no puede tener la certeza de realizar la transacción de forma inmediata, ni dentro de un intervalo establecido de tiempo y a precios económicos. “Y cuanto menos líquidos sean los productos que un sujeto económico trae al mercado, más desfavorable será su situación económica, para sus propios fines, si se la compara con la de los que traen -dinero al mercado”[44].

El panorama, para aquel que acuda al mercado con una mercancía convertida en dinero y quiera intercambiarlo por cualquier otro producto que haya en el mismo, es diametralmente diferente. No sólo logrará con toda  certeza su propósito, sino que por lo general lo hará al precio correspondiente a la situación económica general, esto es al precio económico. “Es decir, el hábito de la acción económica nos ha tornado tan seguros de poder adquirir, a cambio del dinero, cualquier producto del mercado, en el momento en que lo queramos y a precios compatibles con la situación económica, que en general no somos conscientes de la cantidad de compras que diariamente nos proponemos hacer y que son forzadas en relación con nuestros deseos y con el momento en que las concretamos[45].

La peculiaridad de una mercancía convertida en dinero es que su posesión nos permite que en cualquier ocasión que consideremos oportuno, tengamos seguro control sobre la adquisición de cualquier mercancía que exista en el mercado, y  casi siempre a precios ajustados a la situación económica del momento. Por otra parte, el control de ciertos tipos de mercancías sobre los bienes del mercado es, respecto al tiempo y también al precio, relativamente incierto, por no decir absoluto: “De esta manera, el efecto que han producido los bienes cuya liquidez relativa les permite convertirse en dinero ha sido el de ensanchar el abismo que existe entre su liquidez y la de todos los otros productos. Y esta diferencia de liquidez deja de ser totalmente gradual y debe ser considerada, en cierto sentido, como algo absoluto[46].

La práctica de la vida cotidiana, al igual que la jurisprudencia, adherida  en buena medida a las nociones prevalecientes en lo cotidiano, distinguen dos categorías en el ámbito del intercambio: los bienes que se han convertido en dinero y los que no. Y el fundamento de esa distinción, sin duda de quien escribe, yace substancialmente sobre esa diferencia en la capacidad de venta de las mercancías convertidas en dinero; diferencia vital para la vida cotidiana y que se ve aún más reforzada por la intervención del Estado[47].

Además, esta distinción se expresa a través del lenguaje mediante los diferentes significados atribuidos a las palabras “dinero”, “bienes” y “artículos”, así como “compra” o “intercambio”. Pero también; y, sobre todo, explica la superioridad del comprador, que tiene el dinero, sobre el vendedor, fenómeno ampliamente tratado y, sin embargo, ninguna explicación adecuada.

Cómo los metales preciosos se convirtieron en dinero

Desde los inicios de la civilización, no ha habido pueblo que no haya deseado y ambicionado poseer metales preciosos. En los tiempos remotos, por su utilidad y peculiar belleza, siendo ornamentales por naturaleza, y después para cuestiones arquitectónicas y plásticas, y especialmente para su utilización en ornamentos y vasijas de todo tipo. A pesar de su escasez natural, nos dice Menger, geográficamente se encuentran bien distribuidos y, en comparación con el resto de los otros metales, son fáciles de extraer y transformar.

El deseo de adquirirlos se debe a las peculiares necesidades que su posesión satisface, a los miembros de la comunidad para realizar el trueque con mayor eficacia y, por lo tanto, su deseo por los metales preciosos es generalmente más efectivo. El deseo por los metales preciosos, no es privativo de los sectores con mayor capacidad económica; sino “… también se extienden hasta aquellos estratos de la población con menor capacidad efectiva de negociación, en razón de la gran divisibilidad de dichos metales, así como el disfrute que procuran mediante su aplicación al gasto, incluso en muy pequeñas cantidades, dentro de la economía individual”[48].

No hay una economía nacional – nos dice Menger – que habiendo superado las primeras etapas de desarrollo haya productos cuya comercialización sea tan poco restringida en diferentes sentidos que puedan compararse con los metales preciosos. Con anterioridad a la conversión de bienes relativamente más liquidas en dinero, en muchos pueblos, existía una demanda positiva y efectiva de metales preciosos, sin importar la cantidad que se llevase al mercado, siempre era insatisfecha. Por otra parte, los metales preciosos fueron convertidos en dinero, gracias a su escasez, a sus costos, a su durabilidad, y fácil preservación.

Surgió aquí un hecho que necesariamente resultó de especial importancia para  su conversión a dinero. Para quienquiera que estuviese en esas condiciones y que tuviera a su disposición alguno de los metales preciosos no sólo existía la perspectiva razonable de poder convertirlos en todos los mercados, en cualquier momento y prácticamente en todas las cantidades posibles sino, además -y éste es, después de todo, el criterio de la liquidez-, la perspectiva de poder convertirlos a precios compatibles, en cualquier oportunidad, con la situación económica general, a precios económicos[49]

En aquellas situaciones, la idea predominante en los agentes económicos más inteligentes en un primer momento; y en las de todos más tarde, cuando la situación fue comprendida, “… fue la de que el stock de productos destinados al intercambio por otros productos debía expresarse, en primera instancia, en metales preciosos o bien convertirse en ellos, aunque el agente en cuestión no los necesitara directamente o, incluso, cuando ya hubiese satisfecho sus necesidades en ese sentido. Pero, en y por esta función, los metales preciosos ya se han convertido en el medio corriente de intercambio[50]. En otras palabras, dada esa circunstancia, funcionan como mercancías por las que todos desean intercambiar sus bienes de mercado, por su especial capacidad de venta y por su suprema liquidez, con el objetivo de intercambiarlos más adelante por otros bienes directamente  lucrativos y en beneficio personal.

Otra vez, la conversión de los metales preciosos en dinero; no fue producto de un acto compulsivo de Estado, ni tampoco de una convención potestativa entre los comerciantes; sino, por el entendimiento del propio interés individual de todas las naciones económicamente más avanzadas. Logrando de este modo, aceptar el uso de los metales preciosos como dinero en la medida en que se logró suficiente provisión del mismo y su posterior introducción en el flujo comercial.

Este proceso, siguiendo a Menger – se vio ciertamente afirmado por la relación creciente de intercambio entre los metales preciosos y otros productos “… que sufren fluctuaciones más o menos pequeñas que las que ocurren entre la mayoría de los otros productos; esta estabilidad se debe a las circunstancias peculiares que afectan la producción, el consumo y el intercambio de metales preciosos y, de esta manera, se halla conectada con los así llamados fundamentos intrínsecos que determinan su valor de cambio”[51].

Ésta es otra razón más, por la cual cada hombre, en primera lugar, debe aprovisionarse de un stock de intercambio disponible en metales preciosos o convertir los bienes que posee en metales preciosos. Otra razón, para su elección, fue la particularidad de su color, su sonido, y su peso específico; además, que son fácilmente reconocibles. Y gracias a que puede imprimírseles un sello, son susceptibles a un buen control tanto de calidad como de peso, lo cual también ha contribuido materialmente a aumentar su capacidad de venta y a incentivar su adopción y difusión como dinero[52]. “Además, la homogeneidad de los metales preciosos y la consiguiente facilidad con que pueden servir como res fungibles en relaciones de obligación han llevado a formas de contratos por las cuales se ha facilitado el comercio; esto también ha impulsado su liquidez y, por ese medio, su adaptación como dinero”[53].

Lo visto hasta aquí nos permite afirmar, que para Menger, el dinero cumple dos funciones esenciales: ser el medio general de los intercambios y unidad de cuenta en la que expresar el valor de bienes, rentas y patrimonios. Juan Ramón Rallo, afirma que Menger consideraba al dinero, la cualidad de depósito y cita a Menger “Cuando un bien es especialmente apropiado para el atesoramiento y es utilizado con amplitud para este fin, esta es una de las causas más importantes de su elevado grado de liquidez y de su aptitud para llegar a convertirse en medio general de cambio[54]. Con la observación y aclaración de Rallo, y a pesar de Juan Ramón Rallo, podemos concluir este punto, que para Menger, el dinero, además de ser un medio de intercambio y unidad de cuenta, tiene también una tercera función: ser “depósito de valor”

  1. La influencia del gobierno

Como se dijo anteriormente y de forma reiterada, El dinero no tiene un origen legal. Originariamente, se trata de una institución social y no estatal. Sin embargo, debido al reconocimiento y a la regulación estatal, la institución social del dinero se ha perfeccionado y ajustado a las múltiples y cambiantes necesidades de un comercio creciente, así como la justicia ordinaria se ha perfeccionado y ajustado mediante actos legislativos. Además, el Estado se hizo, no todos los casos, cargo de la acuñación del dinero, dándole un sello y peso. Y, lo que es más importante  “…el mantenimiento de la confianza pública en él, para impedir la falsificación, han sido reconocidos en todas partes como importantes funciones del gobierno”[55].

Aun cuando en su origen se manejaban por su peso, al igual que otras mercancías, los metales preciosos han adquirido de manera progresiva, y en la  forma de monedas, una alta capacidad de venta. Por otro lado, el ajuste de un sistema monetario para que abarque todo el rango de valores, así como el establecimiento y  mantenimiento de piezas acuñadas, con el fin de lograr la confianza pública; y, en la medida de lo posible impedir dudas relacionadas a su autenticidad, peso y calidad de ley, y sobre todo la certeza que su circulación sea extendida, son funciones que corresponde a la administración estatal[56].

“Todas estas medidas han perfeccionado el funcionamiento de los metales preciosos como dinero pero, con seguridad, no han sido responsables de que éstos se convirtieran en dinero. Sólo se puede entender verdaderamente el origen del dinero si aprendemos a considerarlo como una institución social, como el resultado espontáneo, el producto no planificado de los esfuerzos específicamente individuales de los miembros de la sociedad[57].

La  teoría (subjetiva) de la utilidad marginal.-

La teoría de la utilidad marginal emergió en el último tercio del siglo XIX. Simultáneamente por William Stanley Jevons, Carl Menger y León Walras. Fue denominado la “revolución marginalista”, frente a los clásicos de la economía, fundamentalmente de Inglaterra.  Según muchos economistas monetarios, la revolución marginal fue la solución al problema en el que se encontraban inmersos los clásicos a la cabeza del padre de la economía Adam Smith. La llamada ‘revolución marginalista ’fue importante no sólo por lo que aportó a la disciplina de la Economía Política, sino, sobre todo, por lo que atacó: la teoría del valor-trabajo. En ese sentido, el ‘triunvirato’ Menger-Jevons-Walras, es determinante en la elaboración de la teoría utilitarista del valor[58].

Ahora. La utilidad se define como medida de la felicidad o satisfacción. Para explicar la teoría en cuestión, hay que señalar que la utilidad, en esta corriente económica, está ligada al consumo. Entonces: el mayor bienestar ligado al consumo no crece ilimitadamente ni siempre de la misma forma. El ejemplo clásico que se encuentra en todos los escritos es el ejemplo del “primer vaso de agua”. Cuando estamos sedientos nos resulta extremadamente “útil”; y, nos produce una enorme satisfacción beber este primer vaso. Pero, los sucesivos vasos nos aportarán un bienestar mucho menor y llegará un nivel de consumo en el que nuestra utilidad total no seguirá aumentando por el hecho de que bebiéramos litros y litros. Esto llevo a la necesidad de introducir un nuevo complementario concepto al que se le llamó “utilidad marginal”. Entonces, se entiende por utilidad marginal de un determinado bien la disminución en la utilidad total que nos supone el hecho de consumir una unidad adicional del mismo.

Los bienes económicos.-

Según Menger, el origen de todos los hechos económicos se encuentra en el hombre. Por lo tanto, para hallar su explicación debe investigarse el móvil del comportamiento humano; es decir, la psicología de los hombres. En ella se pueden encontrar los mecanismos que conducen a considerar qué bienes son económicos y a determinar su valor y el intercambio. Así, en la misma medida que las leyes psicológicas sean válidas para la mayoría de los hombres, las leyes que puedan formularse en economía tendrán un carácter general.

El punto de partida de Menger son las necesidades humanas. Los hombres necesitan satisfacer determinados deseos, más o menos vitales, para lo cual entran en relación con la naturaleza; de ella extraen los elementos, o sea, los bienes, adecuados para satisfacer esos deseos o necesidades. Pero una cosa sólo adquiere la cualidad de bien por su especial relación con el hombre y por ello se requiere la confluencia de cuatro condiciones:

  1. Una necesidad humana.
  2. Que la cosa sea útil para satisfacer esa necesidad humana previa.
  3. Que el hombre tenga conocimiento de esa utilidad.
  4. Que esté disponible para ser utilizado y satisfaga una necesidad humana[59].

Apunta Menger: “Sólo cuando confluyen estas condiciones puede un objeto convenirse en bien. Si falta una de ellas, no puede alcanzar tal categoría. Suponiendo que las posee, basta con que pierda una sola para que pierda también de forma inmediata esta cualidad[60].

Veamos un ejemplo para entender las cuatro condiciones: “La vacuna contra la viruela actualmente no satisface ninguna necesidad humana, puesto que la enfermedad ha sido erradicada; por tanto ha dejado de ser un bien, al no darse la condición previa de la existencia de una necesidad humana. Un automóvil siniestrado no tiene la aptitud a la que se refiere la segunda condición. Un fusil en manos de un hombre de cultura primitiva, que no sabe usarlo, no es para él un bien, entonces no se cumple la tercera condición. Finalmente el oro, joyas o el petróleo situados en el océano a más de 8.000 metros de profundidad no cumplen la cuarta condición, aunque sí todas las demás, por lo que esas riquezas tampoco entran en la consideración de bienes”[61].

Los bienes se pueden clasificar según la inmediatez con la que cumplan su finalidad de satisfacer las necesidades humanas. De modo que el bien es de “primer orden” cuando se utiliza directamente en la satisfacción de una necesidad y si lo hace indirectamente será de “orden superior”, en el que pueden distinguirse el segundo, tercer, cuarto, etc. orden. Por ejemplo, el pan que come una persona es un bien de primer orden; el pan que se ralla para empanar un alimento, que luego será consumido, es un bien de segundo orden; y si ese mismo pan se echa a las reses como alimento tendrá un orden muy superior. Como se aprecia, esta clasificación no depende del bien en sí, sino del uso que de él se haga. Además los bienes de orden superior derivan su cualidad de bien de los bienes de orden inferior a los que contribuye en su producción.

La teoría de los bienes de Menger, introduce en el tratamiento moderno, bajo una perspectiva única, de cualquier tipo de bien (ya sea factor de la producción o bien intermedio) según sea su contribución a la producción de los bienes de primer orden. También introduce en el concepto de complementariedad, ya que es preciso disponer de todos los bienes complementarios que intervienen en la elaboración de un bien del orden inmediatamente inferior, sin los cuales éste no podría ser producido; de sustituibilidad de los bienes de orden superior, ya que la carencia de alguno o de alguna cantidad de éstos no impide la obtención del bien de orden inferior, al no requerirse que la cantidad de cada bien de orden superior esté estrictamente en una determinada proporción, como en el caso de los bienes complementarios puros; y en el concepto de incertidumbre referido a la previsión de la cualidad y cantidad del producto de orden inferior que puede conseguirse en virtud de la posesión de los bienes de orden superior, lo cual está relacionado con el tiempo necesario para transformar los bienes de orden superior en bienes de orden inferior[62]

El valor.-

Los bienes que se precisan para satisfacer las necesidades del hombre y que se encuentran disponibles en menor proporción que las necesidades a satisfacer adquieren para los hombres una especial significación que se denomina “valor”. Por consiguiente, “valor es la significación que unos concretos bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades”[63]. De esta forma, el valor no es una cualidad intrínseca de los bienes; es una cualidad que proviene de la relación de los bienes con la persona que los necesita. “La objetivación del valor de los bienes, que es por su propia naturaleza totalmente subjetivo[64]. Los bienes adquieren más o menos valor según sea la apreciación del sujeto por ellos, en función del grado de importancia que el bien tiene para el individuo; el valor, derivado de la relación del hombre con los bienes, se origina con absoluta independencia de la existencia o no del intercambio. Es decir, primeramente los bienes deben adquirir un valor y luego podrá establecerse o no intercambio con ellos.

Para determinar los fundamentos del valor, Menger se fijó en las reacciones psicológicas de los individuos. Identificó los siguientes comportamientos:

1º. Las diferentes necesidades tienen para los sujetos desigual importancia o significación, de forma que suelen satisfacerse antes las de más importancia que las menos importantes. “La conservación de la vida depende de la satisfacción de nuestra necesidad de alimentos y, en climas fríos, también del vestido… y de la vivienda, mientras que de la posesión… de un tablero de ajedrez sólo depende un grado mayor de bienestar. De acuerdo con ello, podemos observar que los hombres temen mucho más la carencia de alimentos, vestidos y vivienda que la falta… de un tablero de ajedrez[65].

2º. En una necesidad determinada, ésta se siente con mayor o menor intensidad según sea el grado anterior con el que se satisface; de modo que cuanto más se haya satisfecho menos importancia tendrá para el sujeto seguir satisfaciéndola. Entonces, “…los hombres toman alimentos primero para conservar su vida, luego añaden otras cantidades para conservar su salud, porque una alimentación demasiado escasa, reducida a la simple conservación de la vida, está acompañada, tal como la experiencia enseña, de trastornos de nuestro organismo; finalmente, tras haber tomado las cantidades necesarias para la conservación de la vida y de la salud, consumen otras por mero placer[66].

3º. Cuando un sujeto satisface dos o más necesidades simultáneamente es porque ellas se encuentran en el mismo grado de importancia para el sujeto, porque si no, primero satisfaría  la más importante[67].

Para cerrar el ensayo, el mayor aporte de Menger, según los economistas de la escuela austriaca y de otras escuelas, es el haber resuelto la paradoja del valor, que en forma de pregunta dice: ¿Por qué los alimentos o el agua, siendo vitales para el ser humano, valen menos que los diamantes o el oro? Para Menger, el criterio por el que se asigna valor a un bien concreto está determinado por la importancia que tienen las necesidades de más baja prioridad que ese bien puede satisfacer con la cantidad disponible. Es decir, el valor de cada una de las unidades relevantes perfectamente intercambiables vendrá determinado por el valor que tenga la última unidad relevante de bien en la escala valorativa. A esta utilidad se la denomina, como señalamos, utilidad marginal, porque está “en el margen” de la escala valorativa. Es a este nivel de importancia que la persona valora la disponibilidad de un bien, aunque ese mismo bien pueda satisfacer necesidades de mayor importancia.

[1] Cf Texto de Menger, Carl Naturaleza y origen del dinero: Publicado en Tópicos de Actualidad, CEES, Año 35, Marzo 1993, No. 770. http://www.cees.org.gt.

[2] MENGER Carl, Principios de economía política, Editorial: UNION EDITORIAL S.A., Madrid, 1977, p. 199

[3] Ibíd. p. 200

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd. p. 204

[7] MENGER Carl, Naturaleza y origen del dinero: Publicado en Tópicos de Actualidad, CEES, Año 35, Marzo 1993, No. 770. http://www.cees.org.gt.

[8] RALLO Juan Ramón, Historia de Las Doctrinas Monetarias, Copyright: © All Rights Reserved, Download as PDF, TXT or read online from Scribd Flag for inappropriate content. (http://ift.tt/2l6suf9)

[9] MENGER Carl, Principios de economía política… Ob. Cit. p. 137

[10] Ibíd. pp. 36 – 37

[11] MENGER Carl, Naturaleza y origen del dinero: Publicado en…  Ob. Cit. p. 3

[12] MENGER Carl, El origen del dinero. Disponible en: http://ift.tt/2zre4Zp

[13] Ibíd. p. 8

[14] Ibíd. p. 10

[15] FEKETE Antal,  Endeudándose a corto plazo e invirtiendo a largo plazo: iliquidez y colapso del crédito. (Este artículo fue publicado en 1984 y autorizado por Elizabeth Courier, del Comitee for Monetary Research and Education para hacerlo publicar en internet y en lengua española) en: http://ift.tt/2l2u8yu

[16] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 14

[17] Ibíd. p. 17.

[18] Ibíd.

[19] Cf.  RALLO Juan Ramón, Historia de Las Doctrinas Monetarias… Ob. Cit. p. 171.

[20] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 15

[21] Ibíd.

[22] Spread, en términos generales, es la diferencia entre el precio de oferta y demanda para un determinado valor. Puede emplearse como indicador de la liquidez de un valor (menores spreads indicarían más liquidez), aunque también es posible que se vea influido por otros factores (…) Por tanto, spread se refiere al diferencial o margen, bien de precios en un mismo producto, bien entre dos productos, o bien entre dos fechas de vencimiento de un producto. (http://ift.tt/2zqzshq)

[23] Cf. FEKETE Antal,  Endeudándose a corto plazo e invirtiendo… Ob. Cit.

[24] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 16

[25] Ibíd. pp. 16 – 17

[26] Ibíd.

[27] Ibíd. pp. 19 – 20

[28] Ibíd.

[29] Ibíd. p. 21

[30] Ibíd. p. 22

[31] Cf.  RALLO Juan Ramón, Historia de Las Doctrinas Monetarias… Ob. Cit. p. 196

[32] Cf. FEKETE Antal,  Endeudándose a corto plazo e invirtiendo… Ob. Cit.

[33] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 23

[34] Ibíd.

[35] Ibíd. p. 24

[36] Ibíd. p. 25

[37] Ibíd. p. 27

[38] Cf. Banco Central de Venezuela, Sobre el origen del dinero, Revista BCV, Edición Asdrúbal Baptista, Caracas, 1998, pp. 22- 23.

[39] Ibíd. p. 25

[40] ELIZAINCÍN Luciano, Hayek y Popper, La expansión súbita y generalizada del sistema de mercado. En: http://ift.tt/2l2u8P0

[41] Georg Friedrich Knapp (Giessen, 7 de marzo de 1842 – 20 de febrero de 1926) fue un economista alemán fundador de la Escuela de la teoría monetaria de Chartalismo. Al adoptar un enfoque estadístico de la moneda, la escuela reivindica el uso de un medio de pago en forma de un instrumento de pago sin valor intrínseco como moneda fiduciaria estatal en lugar de forma espontánea a través de las relaciones de intercambio.

[42] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 26

[43] Ibíd. p. 27

[44] Ibíd. p. 28

[45] Ibíd. pp. 28 – 29

[46] Ibíd. p. 29

[47] Cf. Banco Central de Venezuela… Ob. Cit. p. 31.

[48] Ibíd.

[49] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 29

[50] Ibíd. p. 30

[51] Ibíd.

[52] Banco Central de Venezuela… Ob. Cit. p. 35

[53] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 31

[54] Cf.  RALLO Juan Ramón, Historia de Las Doctrinas Monetarias… Ob. Cit. p. 188

[55] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 33

[56] Banco Central de Venezuela… Ob. Cit. p. 37

[57] MENGER Carl, El origen del dinero… Ob. Cit. p. 35

[58] ARMESILLA Conde Santiago Javier, Análisis comparativo entre la teoría del valor-trabajo y la teoría de la utilidad marginal desde la teoría del cierre categorial, Trabajo presentado para el Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en el Departamento de Economía Aplicada V, del programa de doctorado “Economía Política y Social en el Marco de la Globalización”, en la Universidad Complutense de Madrid, 2013.

[59] MENGER Carl, Principios de economía política, Editorial, Madrid, 1983, pp. 30 – 31

[60] Ibíd. p. 31

[61] GONZÁLEZ Escartín Eduardo, Menger y la Teoría Austriaca. Disponible en http://ift.tt/2zppMnA, p. 4

[62] Cf. MENGER Carl, Principios de economía política, Editorial, Madrid, 1983, pp. 31 – 46

[63] Ibíd. pp. 82 – 83

[64] Ibíd. p. 86

[65] Ibíd. p. 88

[66] Ibíd. p. 89

[67] Ibíd. pp. 90 – 92

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