domingo, 27 de enero de 2019

La cura de la pobreza, por Mises Hispano.

[Capítulo 20 de The Conquest of Poverty.]

El tema de este libro es la conquista de la pobreza, no su “abolición”. La pobreza puede ser aliviada o reducida, y en el mundo occidental en los últimos doscientos años ha sido casi milagrosamente aliviada y reducida; pero la pobreza es en última instancia individual, y la pobreza individual no puede ser más “abolida” de lo que pueden serlo la enfermedad o la muerte.

La pobreza individual o familiar resulta cuando quien debe llevar el pan a la mesa no puede hacerlo; cuando él no puede producir o simplemente no produce suficiente para sustentar a su familia o incluso al sí mismo. Siempre habrán algunos seres humanos quienes temporal o permanentemente carecerán de las habilidades de proveerse incluso de su propio sustento. Tal es la condición de los niños pequeños, de muchos de nosotros cuando enfermamos, y de la mayoría de nosotros en la vejez avanzada. Y tal es la condición permanente de algunos que han sido golpeados por el infortunio –los ciegos, los lisiados, los deficientes mentales. Donde existen tantas causas no puede haber una cura que las abarque a todas.

Está muy de moda hoy en día decir que la “sociedad” debe resolver el tema de la pobreza. Pero básicamente cada individuo – o al menos cada familia- debe resolver su propio problema de pobreza. La inmensa mayoría de las familias debe producir más de lo suficiente para su propio sustento para que pueda existir un excedente disponible para las restantes familias que no pueden proveerse de lo necesario para sustentarse a sí mismas. Cuando la mayoría de las familias no puede producir su propio sustento – cuando la sociedad como un todo no logra abastecerse de su propio sustento- ningún “sistema de alivio adecuado” es incluso temporalmente posible. Por ende la “sociedad” no puede resolver su problema de pobreza hasta que la mayoría de las familias haya resuelto (y en realidad algo más que solo resuelto) el problema de su propia pobreza.

Todo esto es meramente mostrar de otra forma la Paradoja de la Ayuda referida en el capítulo 18: Cuanto más rica la comunidad, menor es la necesidad de ayuda, pero mayor es la ayuda que esta puede proveer; cuanto más pobre la comunidad, mayor es la necesidad de ayuda, pero menor es su capacidad para proveerla.

Esta es solamente otra manera de señalar que la ayuda, o la redistribución de ingresos, voluntaria o coercitiva, nunca es la verdadera solución a la pobreza, es, en el mejor de los casos, un alivio provisorio que puede enmascarar la enfermedad y mitigar el dolor, pero que no constituye una cura.

Más aun, las ayudas gubernamentales tienden a prolongar e intensificar la propia enfermedad que planean curar. Tales ayudas tienden constantemente a salirse de control. Incluso si se mantienen dentro de límites razonables tienden a reducir los incentivos para trabajar y ahorrar en ambos, aquellos que las reciben y aquellos que son forzados a pagarlas. Se puede decir de hecho, que prácticamente toda medida que el gobierno realiza con el ostensible objetivo de “ayudar a los pobres” tiene el efecto en el largo plazo de hacer todo lo contrario. Los economistas han sido una y otra vez forzados a señalar que casi todos los remedios populares para la pobreza solamente agravan el problema. He analizado en estas páginas falsos remedios tales como el ingreso mínimo garantizado, el impuesto negativo al ingreso, las leyes de salario mínimo, las leyes para incrementar el poder de los sindicatos, la oposición a la maquinaria ahorradora de mano de obra, la promoción de programas de empleo, los subsidios especiales, el incremento del gasto público, el aumento de impuestos, los impuestos fuertemente progresivos a los ingresos, impuestos punitivos a las ganancias del capital, herencias, y empresas, y el socialismo en sus versiones más completas.

Pero el número posible de falsos remedios para la pobreza es infinito. Dos falacias centrales son comunes a prácticamente la totalidad de ellos. Una es contemplar únicamente los efectos inmediatos sobre un grupo selecto de pretendidos beneficiarios de una reforma propuesta y de pasar por alto los efectos más a largo plazo y secundarios de dicha reforma, no solo sobre los beneficiarios directos sino en todos los demás. La otra falacia es asumir que la producción consiste de una cantidad fija de bienes y servicios, producidos por una cantidad fija de capital de calidad también fija, proveyendo un número fijo de “empleos”. Esta producción fija, se asume, prosigue más o menos automáticamente, mínimamente o para nada influenciada por los incentivos o la falta de incentivos de los productores específicos, trabajadores y consumidores. “El problema de la producción ya está resuelto” se suele oír, y que “todo lo que se necesita es una “distribución más justa”. Lo que no se escucha sobre todo esto es que la ideología popular sobre todas estas cuestiones no muestra ningún avance –si es que incluso no muestra un retroceso- en comparación con lo que era hace más de cien años. A mediados del siglo diecinueve el economista inglés Nassau Senior escribía:

Se requiere una larga senda de razonamiento para mostrar que el capital del cual depende el milagro de la civilización es la lenta y dolorosa creación de la economía y el emprendimiento de pocos, y de la industria de muchos, y este es destruido, o ahuyentado o es evitado de crearse, por cualquier causa que disminuya o reste seguridad a las ganancias del capitalista, o que reduzca la actividad del trabajador; y que el estado, al tratar de aliviar a la pereza, la imprevisión, o la mala conducta de su castigo, y al privar a la abstinencia y la previsión de su recompensa, las cuales han sido provistas por la naturaleza, puede en realidad destruir la riqueza, pero con mayor certeza agravar la pobreza.

El hombre a lo largo de la historia ha estado buscando la cura de la pobreza, y durante todo ese tiempo la cura ha estado frente a sus ojos. Afortunadamente, al menos en tanto esta es aplicada en sus acciones como individuos, la mayoría de la gente espontáneamente la reconoce, ella es la razón por la cual han sobrevivido. Esa cura individual es el Trabajo y el Ahorro. En términos de organización social, evolucionó espontáneamente a partir de esto (trabajo y ahorro), sin la planificación consciente de nadie, un sistema de división del trabajo, libertad de intercambio y cooperación económica, cuyo bosquejo apenas se volvió evidente para nuestros antepasados hace dos siglos. Ese sistema es hoy conocido como Libre Empresa o Capitalismo, según se desee honrarlo o denostarlo.

Este es el sistema que ha sacado a la humanidad de la pobreza en masa. Es este sistema el que, en el último siglo, en la última generación e incluso en la última década, ha estado aceleradamente cambiando la faz de la tierra, y ha provisto a las masas de la humanidad con las facilidades y comodidades que ni siquiera los reyes poseían o incluso imaginaban hace unas pocas generaciones.

Debido al infortunio individual y la debilidad individual, siempre existirá algo de pobreza individual e incluso “bolsillos” de pobreza. Pero en los países más prósperos de occidente el capitalismo ya ha reducido esto a meramente un problema residual el cual se volverá crecientemente más fácil de manejar y de importancia constantemente decreciente, si la sociedad continua respetando los principios del capitalismo. El capitalismo en los países más avanzados de occidente ya ha conquistado la pobreza delas  masas, la cual había sido conocida como la norma a lo largo de la historia humana en casi todas partes, hasta que un cambio empezó a hacerse notable alrededor de mediados del siglo XIX. Y el capitalismo continuará eliminando la pobreza en masa, en más y más lugares con un alcance creciente si simplemente se le permite hacerlo.

En el capítulo “Por qué el socialismo no funciona” he explicado, en contraste, cómo el capitalismo realiza sus milagros. De éste resultan los cientos de miles de diversos bienes y servicios en las proporciones en que son socialmente más deseados, y resuelve este increíblemente complejo problema mediante la institución de la propiedad privada, del libre mercado y la existencia del dinero – a través de las interrelaciones entre oferta y demanda, costos y precios, ganancias y pérdidas. Y por supuesto, a través de la fuerza de la competencia. La competencia tenderá constantemente a que se lleve a cabo el método de producción más económico y más eficiente posible con la tecnología existente- y, entonces, impulsará el diseño de tecnología aún más eficiente. La competencia reducirá los costos de la producción existente, mejorara los productos, inventará o descubrirá productos completamente nuevos, en la medida que los productores individuales traten de pensar qué productos comprarían los consumidores en caso de que existieran.

Aquellos que sean los menos exitosos en esta competencia perderán su capital original y serán forzados fuera del campo de juego; aquellos que sean más exitosos adquirirán a través de sus ganancias más capital para incrementar aun más su producción. De este modo la producción capitalista tiende constantemente a recaer en las manos de aquellos que han demostrado que pueden satisfacer mejor las demandas de los consumidores.

Tal vez la crítica más frecuente al capitalismo es que este distribuye sus recompensas “desigualmente”. Pero esto en realidad describe una de las mayores virtudes del sistema. Pese a que la mera suerte siempre juega un cierto rol en nuestras vidas, la creciente tendencia bajo el capitalismo es que castigos sean impuestos aproximadamente en proporción al error y al descuido, y que recompensas sean obtenidas aproximadamente en proporción al esfuerzo, la habilidad y la previsión. Es precisamente en este sistema de recompensas y castigos graduados, en el cual cada uno tiende a recibir en proporción al valor de mercado que ayudó a producir, que nos incentiva a cada uno de nosotros constantemente a invertir nuestro mayor esfuerzo en maximizar el valor de nuestra propia producción y así (intencionalmente o no) ayudar a maximizar el valor de la producción de toda la comunidad. Si el capitalismo funcionara como los socialistas piensan que un sistema económico debería funcionar y proveyera una igualdad constante de condiciones de vida para todos, sin importar si un hombre es capaz o no, hábil o no, ingenioso o no, diligente o no, austero, ahorrativo y cuidadoso o no, si el capitalismo no premiara el ingenio y el esfuerzo y no penalizara la pereza o el vicio, este solo produciría igualdad de miseria.

Otro efecto incidental de la desigualdad de ingresos inherente a la a la economía de mercado ha sido el incremento de los fondos destinados al ahorro y a la inversión mucho mas allá de lo que hubieran sido en el caso de que el mismo ingreso total de la sociedad hubiera sido distribuido uniforme y equitativamente (entre todos los individuos). El enorme y acelerado progreso económico en el último siglo y medio fue hecho posible por la inversión de los ricos- primero en ferrocarriles, y luego en instalaciones de industria pesada que requerían grandes cantidades de capital. La desigualdad de ingresos, a pesar de cuanto la deploremos algunos de nosotros en otros campos, ha llevado a un incremento mucho mayor en la producción total y en la riqueza de todos que el que hubiera tenido lugar de algún otro modo.

Aquellos que verdaderamente quieren ayudar a los pobres no gastarán sus días organizando marchas de protesta o disturbios reclamando planes de asistencia, o incluso en repetidas manifestaciones o declaraciones de solidaridad. Ni tampoco su caridad consistirá meramente en darle dinero a los pobres para ser gastado en necesidades de consumo inmediato. Más bien ellos mismos vivirán modestamente en relación a sus ingresos, ahorraran y constantemente invertirán sus ahorros en sólidas empresas existentes o en nuevas empresas, creando así abundancia para todos, y en consecuencia creando no solo más empleos sino también empleos mejor pagados.

La ironía es que los propios milagros traídos en nuestra era por el sistema capitalista han creado las expectativas de que el mismo progreso ya en aceleración creciente continuaría avanzando de forma incluso más acelerada, de este modo desembocando en una impaciencia increíblemente corto-placista que amenaza con destruir el propio sistema que hizo tales expectativas posibles.

Si esa destrucción ha de ser prevenida, la educación en las verdaderas causas del progreso económico debe ser intensificada como nunca antes.


El artículo original se encuentra aquí.

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