Un problema polémico actual se centra en quién se convierte en ciudadano de un país concreto, ya que la ciudadanía confiere derecho de voto.
El modelo anglo-estadounidense, en el que todo niño nacido en el territorio del país se convierte automáticamente en ciudadano invita claramente a la inmigración social de padres embarazados. En EEUU, por ejemplo, un problema actual son los inmigrantes ilegales cuyos bebés, si nacen en territorio estadounidense, se convierten automáticamente en ciudadanos y por tanto les da derecho a ellos y a sus padres a beneficios sociales permanentes y atención médica gratuita. Está claro que el sistema francés, en el que uno tiene que haber nacido de un ciudadano para convertirse automáticamente en ciudadano, está mucho más cerca de la idea de una nación por consentimiento.
También es importante revisar todo el concepto y función del voto. ¿Deberían todos tener un “derecho” a votar? A Rose Wilder Lane, la teórica libertaria de mediados del siglo XX de EEUU, le preguntaron una vez si creía en el sufragio femenino. “No”, replicó, “y estoy también en contra del sufragio masculino”. Los letones y estonios han resuelto convincentemente el problema de los inmigrantes rusos permitiéndoles continuar permanentemente como residentes, pero no dándoles la ciudadanía o por tanto el derecho de voto. Los suizos acogen trabajadores temporales invitados, pero desaniman seriamente la inmigración permanente y a fortiori, la ciudadanía y el voto.
Volvamos de nuevo al modelo anarcocapitalista en busca de ilustración. ¿A qué equivaldría el voto en una sociedad totalmente privatizada? No solo el voto sería distinto, sino, más importante, ¿a quién le importaría? Probablemente la forma más profundamente satisfactoria de votar para un economista es la empresa o sociedad anónima en la que el voto es proporcional a la porción de propiedad de activos de la firma. Pero también hay, y habría, multitud de clubes privados de todo tipo. Normalmente se supone que las decisiones de un club se toman sobre la base de un voto por miembro, pero eso por lo general no es cierto. Indudablemente, los clubes mejor dirigidos y más tranquilos son los dirigidos por una oligarquía de los más capaces e interesados que se autoperpetúa, un sistema más cómodo para el miembro raso no votante, así como para la élite. Si soy un miembro raso de, por ejemplo, un club de ajedrez, ¿por qué debería preocuparme por votar si estoy satisfecho por la forma en que se dirige el club? Y si me interesa dirigir algo, probablemente se me pida unirme a la élite gobernante por parte de la oligarquía agradecida, siempre en busca de miembros activos. Y finalmente, si estoy descontento por la forma en que se dirige el club, puedo abandonarlo y unirme a otro o incluso formar uno propio. Por supuesto, esa es una de las grandes virtudes de una sociedad libre y privatizada, ya pensemos en un club de ajedrez o una comunidad contractual de un barrio.
Está claro que cuanto más avanzáramos hacia el modelo puro y cada vez más áreas y partes de la vida se privatizaran o se micro-descentralizaran, menos importante se haría el voto. Por supuesto, estamos muy lejos de este objetivo, pero es importante para empezar y particularmente para cambiar nuestra cultura política, que trata la “democracia” o el “derecho” de voto como el bien político supremo. De hecho, el proceso de voto debería considerarse trivial y poco importante en el mejor de los casos, y nunca un “derecho”, aparte del posible mecanismo derivado de un contrato consensual. En el mundo moderno la democracia o el voto solo son importantes para unirse o ratificar el uso del gobierno para controlar a otros o para usarlo como forma de impedir que uno o o su propio grupo sea controlado. Votar, sin embargo, es, en el mejor de los casos, un instrumento ineficiente para la autodefensa y es mucho mejor reemplazarlo acabando completamente con el poder gubernamental.
En resumen, si procedemos a la descomposición y descentralización del estado-nación moderno centralizador y coactivo. Descomponer ese estado en nacionalidades y barrios electorales, reducirían de una sola vez el ámbito del poder del gobierno, el ámbito y la importancia de votar y el grado del conflicto social. El ámbito del contrato privado y del consentimiento voluntario mejoraría y el estado brutal y represivo se vería disuelto gradualmente en un orden social armonioso y crecientemente próspero.
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