[Reimpreso de Free Market Economics: A Basic Reader, recopilado por Bettina B. Greaves]
Los derechos legales y politicos, sin distinción de sexo, han sido reconocidos gradualmente por los gobiernos de las naciones más civilizadas del mundo. Mediante legislación y sentencias de derecho común, las mujeres han adquirido una libertad en paridad con los hombres para actuar, para ser dueñas de propiedades y realizar contratos por sí mismas. (Esta libertad se está erosionando por la presente tendencia hacia el socialismo, en perjuicio tanto de hombres como de mujeres. Los privilegios y subvenciones especiales del gobierno, los impuestos progresivos, la legislación limitando el derecho a contratar, las horas de trabajo y demás ya han interferido seriamente en los derechos de los dueños de propiedad y en la libertad de contratación. Pero esa es otra historia). Para todos los fines prácticos, las leyes ahora tratan a hombres y mujeres prácticamente igual.
Oportunidades económicas
En las décadas recientes, se han abierto oportunidades económicas y profesionales para las mujeres. Paso a paso, en la medida en que las costumbres sociales lo han permitido y dentro de las limitaciones impuestas por la “différence” entre sexos, que al menos aprecian los franceses, las mujeres en este país ahora son relativamente libres. Ahora pueden competir con los hombres, cada uno en la medida de sus capacidades, buscando sus objetivos elegidos, económica y profesionalmente.
Los tremendos avances, que han hecho posible que las mujeres logren un reconocimiento como personas (legal, política, económica y profesionalmente) se deben indudablemente en buena medida a las contribuciones capitalistas. Ahorradores, inventores y fabricantes, operando en una economía de mercado relativamente libre y arriesgando su propiedad privada con la esperanza de un beneficio, han suministrado los bienes y servicios que han liberado a las mujeres de las tareas cotidianas y el duro trabajo manual que se ha esperado de ellas durante siglos sencillamente para cumplir con sus papeles como compañeras sexuales, madres de sus hijos y amas de casa para sus familias. La mejora en la producción y preparación de la comida, el transporte más eficiente, las mejores tiendas y los inventos de los electrodomésticos modernos han dado las mujeres más tiempo para perseguir sus intereses fuera de casa.
En este tiempo de cocinas que funcionan con botones, programadores automáticos, refrigeración eléctrica, neveras en el hogar, batidoras y trituradoras mecánicas, comidas preparadas y mezclas instantáneas, un ama de casa no puede ni siquiera concebir los muchos quehaceres agotadores que realizaban diariamente sus abuelas y bisabuelas. Imaginad una casa sin calefacción ni electricidad. Imaginad una cocina sin fogones, nevera o agua corriente. Suponed que no hubiera tiendas ni supermercados con leche, mantequilla, pan, carne, verduras o jabón. Pensad en una vida en la que cada familia tenía que cultivar su propia comida, conseguir el combustible para cocinarla, cargar agua, fabricar las telas y coser, parchear y arreglar la ropa de la familia.
Los primeros libros de cocina ofrecen consejos útiles para ahorrar el tiempo y la energía del ama de casa, consejos que ninguna novia moderna tiene que considerar hoy. Por ejemplo, tener siempre a mano jarras de agua caliente y fría en la cocina. La madera de pino es un combustible económico para calentar hornos, pero las maderas duras producen brasas más calientes. Las lámparas tendrán un aroma menos desagradable si pones su pábilo en vinagre caliente y lo secas. Enseña a las niñas a preparar y trenzar paja para sus capotas y los sombreros de sus hermanos. La carne fresca traída a casa debe estar cuidadosamente cubierta contra las moscas, colocada en el lugar más fresco del sótano y cocinada con rapidez, especialmente en verano. Guarda todos los pedazos buenos de tocino para hacer manteca y pon todos los que nos son tan buenos en la grasa del jabón.
Los primeros libros de cocina y manuales de cuidado de la casa aparecieron solo hace unos 200 años. Pocas mujeres podía leer antes de ese momento y la información de cómo hacerlo tú mismo, mucha de la cual se necesitaba para mantener en orden una familia, se traspasaba con el ejemplo y el boca a boca.
Uno de los primeros libros de cocina publicado en este país fue The American Frugal Housewife, de Mrs. Lydia Maria Childs (12ª ed., 1832). El ama de casa de ese momento cocinaba sobre un fuego abierto y asaba la carne en un espetón o en un horno refractario ante el fuego o en un horno de ladrillo construido en la chimenea. Encender el horno era una tarea tal que solo se ponía uno o dos días a la semana solo para el asado. Con una buena planificación, se podían hornear cinco cosas calentando lo solo una vez: “Primero el pan, luego los pudines, después la pasta, luego las tartas y el pan de jengibre y finalmente las natillas”. Esta última sugerencia proviene de Mrs. M. H. Cornelius, cuyo libro, The Young Housekeeper’s Friend, aparecía en 1859. Cuando lo escribía, los hornos de ladrillo estaban desapareciendo y estaban apareciendo los fogones y las cocinas. Aun así, cocidos, estofados, sopas y pasteles y pudines al vapor preparados sobre la cocina seguían siendo más populares que los pasteles, que requerían encender el horno.
En 1832, Mrs. Childs escribía para el ama de casa rural que tenía su propio huerto de verduras, unos pocos árboles frutales y gallinas. Por supuesto, toda la familia compartía las tareas familiares y la mayoría las amas de casa tenían una ayuda extra de una niña contratada o una joven pariente que vivía con la familia. Aun así, la responsabilidad del trabajo era del ama de casa. Cultivaba las yerbas para sazonar, recogía los huevos y a menudo, ordeñaba las vacas. Cocinaba con levadura que hacía ella misma o usaba huevos o bicarbonato y crémor tártaro para la fermentación: la levadura artificial no se puso a la venta hasta aproximadamente 1850. Hacía la comida de la familia y lo hacía todo con utensilios simples. Batía los huevos con un tenedor o unas varillas y grasa de codo: la batidora rotativa de huevos no se hizo de uso general hasta la segunda mitad del siglo XIX.
Las mujeres tenían que preparar el pan familiar regularmente. Esto significaba mezclar la masa, normalmente por la tarde, dejarla esponjar durante toda la noche y amasarla “a conciencia”. Mrs. Cornelius escribía: “Media hora es el tiempo mínimo a dedicar para amasar el pan a hornear, salvo que prefiera, después de haber hecho esto hasta que deje de pegarse a sus manos, cortarlo con un cuchillo 400 o 500 veces. Una hora de amasado no es demasiado”. El pan era la base de la vida y un buen pan era una fuente de orgullo para el ama de casa
La falta de refrigeración era un problema continuo. El ama de casa tenía que preocuparse de usar las cosas antes de que se estropearan o encontrar formas satisfactorias de conservarlas. Antes de que se desarrollara la industria del enlatado a finales de la década de 1800, tenía que embotar frutas y verduras de temporada para asegurar las provisiones a lo largo del año. En 1859, Mrs. Cornelius aconsejaba poner las conservas en botellas de cuello ancho, colocar papel sobre las bocas y luego poner clara de huevo sobre el papel con una pluma para sellar las botellas y evitar el moho.
Primero, consiga una vaca
El ama de casa del siglo XIX tenía que saber de todo. La revolución industrial, con su creciente especialización y división del trabajo apenas tocaba la superficie de las prácticas tradicionales del ama de casa. El ama de casa de 1859 compraba algunos pocos utensilios más de los que podía haber tenido su abuela en 1832. Pero todavía tenía que matar sus propias aves, cortar la carne la familia, salarla, ahumarla o curarla y mantenerla a salvo de insectos y animales. Para asegurarse productos lácteos de calidad, se le decía: “El primer requisito es tener una buena vaca”. Mantener una vaca era una tarea familia adicional. Alguien tenía que alimentar la vaca y ordeñarla, todos los días, ocuparse de la leche para sacar la crema y preparar la mantequilla al menos dos veces por semana. Sin refrigeración, mantener la leche, la crema, la mantequilla y los utensilios diarios en buenas condiciones era una preocupación continua. Ahora que los productos lácteos se venden en las tiendas, empaquetados y listos para usar, los hombres hacen la mayoría de esta dura tarea manual sobre la base de una producción en masa, utilizando métodos desarrollados y equipos fabricados con la ayuda del creciente ahorro e inversión.
Hacer la colada familiar era otra tarea agotadora en el siglo XIX. Primero tenía que prepararse jabón a partir de lejía fabricada de cenizas de madera y tocino y grasa guardados de la cocina. Había que cargar el agua y calentarla, llenar pesados cubos de lavado, con múltiples viajes de ida y vuelta a la cocina. Después de ordenar la ropa, se lavaban primero las cosas más delicadas y menos gastadas. Las cosas más gastadas y sucias se lavaban después en la misma agua. Había que frotar la mayoría de las piezas a mano en una tabla de lavado. La ropa blanca se hervía. Después de lavar, enjuagar, hervir, retorcer, azulear y almidonar según fuera necesario, la ropa se colgaba en una cuerda en el exterior. Realizar la colada familiar le llevaba otro día completo al ama de casa.
Planchar consumía la mayoría de un tercer día cada semana. Las planchas normales y de pulido especial para los retoques finales tenían que calentarse en la cocina y recalentarse uno y otra vez a medida que se enfriaban.
Luego llegó la automatización
Los fogones y cocinas que usaban madera o carbón fueron empezando a usarse a mediados del siglo XIX. Tenían ventaja sobre el fuego abierto y el horno de ladrillo. Con el uso del gas y la construcción de gaseoductos a finales del siglo XIX, aparecieron nuevos dispositivos de cocina (los hornos de gas llegaron considerablemente después) haciendo la preparación de las comidas algo más fácil. El desarrollo de la electricidad, la refrigeración, las granjas especializadas a gran escala, la mejora los transportes, las panaderías profesionales y la expansión de las tiendas fueron liberando cada vez más a las mujeres del extenuante trabajo familiar que había sido su deber en la vida. Las lavadoras y secadoras automáticas han acabado con la molestia de realizar la colada familiar. Las lanas antipolilla y las nuevas fibras milagrosas ha simplificado el cuidado de la ropa familiar. Aspiradoras, abrillantadoras y establecimientos locales de lavado en seco ayudan a mantener las casas y sus muebles limpios todo el año, eliminando la necesidad de fregar la casa y todo lo que tiene en ella de arriba abajo en primavera y otoño. La refrigeración y otras maneras eficaces de conservar la comida han librado al menú familiar de la dependencia de las estaciones. Cuando se compara con su equivalente en el siglo XIX, el ama de casa moderna está verdaderamente liberada de extenuantes tareas familiares e interminables tareas culinarias.
Cuando un ama de casa presiona un botón o activa un interruptor en un electrodoméstico moderno, tiene sus órdenes el trabajo de múltiples especialistas (ahorradores, inversores, inventores, fabricantes y comerciantes), cada uno de los cuales le ayuda con sus tareas cotidianas. En la práctica, le ayudan a transportar la madera cuando pone en marcha el termostato. Un giro del grifo produce agua. Girar un dial enciende el horno. Una máquina con botones lavará, enjuagará y escurrirá la colada semanal. Yendo a una tienda de comestibles, el ama de casa puede en la práctica cultivar el alimento de la familia, ordeñar la vaca, preparar la mantequilla, hacer el queso, recoger los huevos, amasar y hornear el pan, mezclar las especias, matar las aves, curar la carne, conservar frutas y verduras y hacer la sopa.
Capital, la clave
Cada persona en el mundo es distinta de otra. Gracias a estas diferencias, todos se benefician si cada uno de nosotros es libre para concentrarse en el campo en el que tiene sus mayores aptitudes e intereses. Hay alguna especialización y división del trabajo incluso en pequeños grupos y comunidades primitivas. Pero bajo el capitalismo, con propiedad privada y libertad para moverse, invertir e intercambiar bienes y servicios a través de grandes áreas y entre poblaciones cada vez más grandes, ha sido posible desarrollar y explotar nuestras diferencias más completamente que nunca antes, para ventaja de todos. Fue este complejo sistema económico, desarrollado sobre la base de una división del trabajo altamente especializada, el que liberó a las mujeres de sus tareas familiares tradicionales.
Las mujeres son distintas de los hombres y siempre será así. La mujer de la década de 1970 ha obtenido el reconocimiento como persona bajo la ley. Puede ser dueña de propiedad, realizar contratos y, gracias al desarrollo del capitalismo, ahora tiene tiempo para perseguir sus aptitudes e intereses especiales fuera del hogar y así competir económica y profesionalmente con los hombres. En lugar de tratar de imponer la negación por ley de las diferencias físicas y psicológicas entre los sexos, reconozcámoslas y aceptémoslas filosóficamente como hacen los franceses: “Vive la différence”.
El artículo original se encuentra aquí.
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