[Este es uno de los textos representativos del pensamiento post-libertario llamado “neoreacción”, una rama heterodoxa de la filosofía política de Hans Hoppe. Bien se podría decir que este es el manifiesto neorreaccionario.]
El otro día estaba trasteando por mi garaje y me decidí a crear una nueva ideología.
¿Qué? Quiero decir, ¿Estoy loco o algo así? En primer lugar, no se puede simplemente crear una ideología. Son transmitidas a través de los siglos, como las recetas de lasaña de la familia. Necesitan añejarse, al igual que el bourbon. No puedes beberlo directamente del serpentín del alambique.
Y mira lo que pasa si lo intentas. ¿Qué causa todos los problemas del mundo? La ideología, es lo que los causa. ¿Qué tienen en común George Bush y Osama Bin Laden? Los dos son chiflados ideológicos. ¿Se supone que necesitamos más de esto?
Por otra parte, la construcción de una nueva ideología es simplemente imposible. La gente ha estado hablando de ideología desde que Jesús era un niño pequeño. ¡Al menos! ¿Voy yo supuestamente a mejorar esto? ¿Una persona al azar en Internet, que abandonó la escuela de posgrado, que no sabe griego o latín? ¿Quién me creo que soy? ¿Wallace Shawn?
Objeciones excelentes todas ellas. Vamos a responderlas y luego hablaremos sobre formalismo.
En primer lugar, por supuesto, hay un par de maravillosamente envejecidas ideologías tradicionales que Internet ya nos trae ahora con glorioso detalle. Se les han dado un montón de nombres, pero llamémoslas progresismo y conservadurismo.
Mi problema con el progresismo es que durante al menos los últimos 100 años, la gran mayoría de los escritores, pensadores y gente inteligente en general, han sido progresistas. Por lo tanto, cualquier intelectual en 2007 que, a menos que haya habido algún tipo de deformación del espacio de Internet y mis palabras estén siendo transmitidas en vivo por Fox News es cualquiera que lea esto, está, básicamente, marinado en ideología progresista.
Quizás esto podría dañar ligeramente la capacidad de uno para ver los problemas que puedan existir en la visión progresista del mundo.
En cuanto al conservadurismo, no todos los musulmanes son terroristas, pero la mayoría de los terroristas son musulmanes. Del mismo modo, no todos los conservadores son cretinos, pero la mayoría de los cretinos son conservadores. El moderno movimiento conservador estadounidense – que es, paradójicamente, mucho más joven que el movimiento progresista, aunque sólo sea porque tuvo que reinventarse después de la dictadura de Roosevelt – ha sido afectado claramente por esta dolencia. También sufre de la coincidencia electoral de que tiene que despreciar todo lo que el progresismo adora, un extraño defecto de nacimiento que no parece ser tratable.
La mayoría de las personas que no se consideran “progresistas” o “conservadores” son una de éstas dos cosas. O son “moderados” o son “libertarios“.
En mi experiencia, la mayoría de personas sensatas se consideran a sí mismas “moderadas” “centristas”, “independientes”, “sin ideología”, “pragmáticas”, “apolíticas”, etc. Teniendo en cuenta las enormes tragedias provocadas por la política del siglo XX, esta actitud es bastante comprensible. También es, en mi opinión, responsable de la mayor parte de la muerte y la destrucción en el mundo de hoy.
La moderación no es una ideología. No es una opinión. No es un pensamiento. Es una ausencia de pensamiento. Si tu crees que el statu quo es básicamente lo correcto en 2007, entonces deberías creer lo mismo si una máquina del tiempo te transportara a Viena en 1907. Pero si te dieras una vuelta por Viena en 1907 diciendo que debería haber una Unión Europea, que los africanos y los árabes deben regir sus propios países e incluso colonizar Europa, que cualquier forma de gobierno, excepto la democracia parlamentaria es malvada, que el papel moneda es bueno para los negocios, que todos los médicos deben trabajar para el Estado, etc, etc – bueno, probablemente podrías encontrar a gente que estuviera de acuerdo contigo. Ellos no se llamarían a sí mismos “moderados”, y tampoco lo haría ninguna otra persona.
No, si fueras un moderado en Viena en 1907, pensarías que Franz Josef fue la cosa más grande desde el pan de molde. Entonces, ¿En qué quedamos? ¿Habsburgos, o eurócratas? Bastante difícil encontrar la diferencia en esto.
En otras palabras, el problema con la moderación es que el “centro” no es fijo. Se mueve. Y puesto que es móvil, y la gente es como es, la gente va a tratar de moverlo. Esto crea un incentivo para la violencia – algo que los formalistas tratamos de evitar. Más sobre esto en un momento.
Eso nos deja a los libertarios. Ahora, me encantan los libertarios a muerte. Mi CPU prácticamente tiene un socket abierto permanente con el Instituto Mises. En mi opinión, cualquier persona que ha elegido intencionadamente permanecer ignorante de pensamiento libertario (y en particular, misesiano–rothbardiano), en una era en que un par de clics del ratón pueden suministrarte suficientemente libertarismo de alta testosterona como para ahogar un alce, no es una persona intelectualmente seria. Además, soy un programador informático que ha leído demasiada ciencia ficción – dos factores de riesgo importantes para el libertarismo. Así que podría decir: “lee a Rothbard,” y cerrar el chiringuito.
Por otro lado, es difícil evitar darse cuenta de dos hechos factuales básicos sobre el universo. Una es que el libertarismo es una idea extremadamente obvia. La otra es que nunca se ha aplicado con éxito.
Esto no prueba nada. Pero lo que sugiere es que el libertarismo es, como sus detractores están siempre dispuesto a aclamar, una ideología esencialmente impráctica. Me encantaría vivir en una sociedad libertaria. La pregunta es: ¿Existe un camino desde donde estamos hasta allí? Y si llegamos allí, ¿Nos asentaríamos allí de modo estable? Si tu respuesta a ambas preguntas es, “obviamente sí”, tal vez tu definición de “obvio” no es la misma que la mía.
Así que precisamente por esto decidí crear mi propia ideología – el “formalismo”.
Por supuesto, no hay nada nuevo en el formalismo. Progresistas, conservadores, moderados y libertarios reconocerán todos grandes trozos de sus propias realidadades a medio digerir. Incluso la palabra “formalismo” está tomada de formalismo jurídico, que es básicamente la misma idea en traje más modesto.
Yo no soy Vizzini. Sólo soy un tío que compra una gran cantidad de oscuros libros usados, y no tiene miedo de pasarlos por la batidora, agregar sabor y renombrar el resultado como una especie de surimi político. Casi todo lo que tengo que decir está disponible, con mejor escritura, más detalle y mucha más erudición, en Jouvenel, Kuehnelt-Leddihn, Leoni, Burnham, Nock, etc, etc.
Quizá nunca hayas oído hablar de ninguna de estas personas, tampoco yo hasta que empecé el procedimiento. Tal vez te asuste; debería. Reemplazar tu propia ideología se parece mucho a una cirugía cerebral “hazlo tu mismo”. Requiere paciencia, tolerancia, un alto umbral de dolor, y manos muy firmes. Quienquiera que seas, ya tienes instalada una ideología ahí, y si ésta quisiera abandonarte lo habría hecho por sí misma.
No tiene sentido iniciar este enmarañado experimento para instalar alguna otra ideología explicalotodo solamente porque alguien te diga que deberías hacerlo. El formalismo, como veremos, es una ideología diseñada por geeks para otros geeks. No es un kit. No viene con las baterías. No es de enchufar y usar. En el mejor de los casos, es un tosco punto de partida para ayudarte a construir tu propia ideología “hazlo tu mismo”. Si no te sientes cómodo trabajando con una sierra de mesa, un osciloscopio y un autoclave, el formalismo no es para ti.
Dicho esto:
La idea básica del formalismo es simplemente que el problema principal en los asuntos humanos es la violencia. El objetivo es diseñar una manera en que los humanos interactúen, en un planeta de tamaño notablemente limitado, sin violencia.
Especialmente violencia organizada. Un buen formalista cree que, al lado de la violencia organizada de humanos sobre otros humanos, todos los demás problemas – la pobreza, el calentamiento global, la degeneración moral, etc, etc, etc – son básicamente insignificantes. Tal vez una vez que nos deshagamos de la violencia podamos preocuparnos un poco sobre la degeneración moral, pero teniendo en cuenta que la violencia organizada ha matado a un par de cientos de millones de personas en el siglo pasado, mientras que la degeneración moral nos ha dado “American Idol“, creo que las prioridades están bastante claras.
La clave está en mirar esto no como un problema moral, sino como un problema de ingeniería. Cualquier solución que resuelva el problema es aceptable. Cualquier solución que no resuelva el problema no es aceptable.
Por ejemplo, hay una idea existente llamada pacifismo, parte del sistema operativo progresista general, que pretende ser una solución para la violencia. Tal como yo lo entiendo, la idea del pacifismo es que si tu y yo no podemos ser violentos, todos los demás no serán violentos, tampoco.
No hay duda en mi mente de que el pacifismo es eficaz en algunos casos. En Irlanda del Norte, por ejemplo, parece ser lo que hay. Pero hay un tipo de lógica de “centésimo mono” que constantemente elude mi lineal mente occidental. Se me ocurre que si todo el mundo es pacifista y luego una persona decide no ser pacifista, ésta terminaría gobernando el mundo. Umm.
Otra dificultad añadida es que la definición de “violencia” no es algo tan obvio. Si yo gentilmente “libero” tu cartera, y tú me persigues después a mí con tu Glock y me obligas a suplicar que me permitas devolvértela de nuevo, ¿Quién de nosotros es violento? Supongamos que yo digo, bueno, esta era tu cartera – pero ¿No es ahora mi cartera?
Esto sugiere, como mínimo, que necesitamos una regla que nos diga qué cartera es de quién. Violencia, entonces, es cualquier cosa que rompa la regla, o la sustituya por una regla diferente. Si la regla es clara y todo el mundo la sigue, no hay violencia.
En otras palabras, la violencia es igual a conflicto más incertidumbre. Mientras haya carteras en el mundo, existirá conflicto. Pero si podemos eliminar la incertidumbre – si hay una regla no ambigua, inquebrantable, que nos diga por adelantado quien se queda la cartera – no tengo ninguna razón para colar mi mano en tu bolsillo, y tu no tienes ninguna razón para correr tras de mí disparando salvajemente al aire. Ninguna de nuestras acciones, por definición, puede afectar el resultado del conflicto.
Ninguna violencia sin importar el calibre tiene sentido sin incertidumbre. Considera la posibilidad de una guerra. Si un ejército sabe que va a perder la guerra, quizá por asesoramiento de algún oráculo infalible, no tiene ninguna razón para luchar. ¿Por qué no rendirse y acabar de una vez?
Pero esto sólo ha multiplicado nuestras dificultades. ¿De dónde proceden todas estas reglas? ¿Quién las hace inquebrantables? ¿Quién va a ser el oráculo? ¿Por qué la cartera es “tuya,” en lugar de “mía”? ¿Qué pasa si no estamos de acuerdo en esto? Si hay una regla para cada cartera, ¿Cómo podría todo el mundo acordarse de todas ellas? ¿Y si suponemos que no eres tú, sino yo, quien tiene la Glock?
Afortunadamente, grandes filósofos han pasado largas horas meditando estos detalles. Las respuestas que te doy son suyas, no mías.
En primer lugar, una forma sensata de hacer reglas es que estés limitado por una regla si, y sólo si, estás de acuerdo con ella. Las reglas que tenemos no fueron hechas por los dioses en alguna parte. Lo que tenemos realmente no son reglas en absoluto, sino acuerdos. Seguramente, acordar algo y luego, a tu propia conveniencia, romper ese mismo acuerdo, es el acto de un canalla. De hecho, cuando haces un acuerdo, el propio acuerdo en sí, bien puede incluir las consecuencias de este tipo de comportamiento irresponsable.
Si eres un hombre salvaje que no se compromete con nada – ni siquiera con no matar a gente al azar en la calle – está bien. Puedes ir a vivir a la selva, o algo así. No esperes de nadie que te deje caminar alrededor de su calle, más de lo que tolerarían, por ejemplo, un oso polar. No existe ningún principio moral absoluto que diga que los osos polares son malos, pero su presencia simplemente no es compatible con la vida urbana moderna.
Estamos empezando a ver dos tipos de acuerdos aquí. Existen acuerdos con otros individuos específicos – Me comprometo a pintar tu casa, tu te comprometes a pagarme. Y hay acuerdos como: “No voy a matar a nadie en la calle”. Pero ¿Son estos acuerdos realmente diferentes? Yo creo que no. Creo que el segundo tipo de acuerdo es sólo tu acuerdo con quienquiera que sea el dueño de la calle.
Si las carteras tienen dueños, ¿Por qué no deberían las calles tener dueños? Las carteras tienen que tener propietarios, obviamente, porque en última instancia, alguien tiene que decidir lo que sucede con la cartera. ¿Viajará en tu bolsillo, o en el mío? Las calles no viajan, pero aún así hay un montón de decisiones que tienen que tomarse – ¿Quién pavimenta la calle? ¿Cuándo y por qué? ¿Se le permite a la gente matar a otra gente en la calle, o se trata de una de esas calles especiales de “prohibido matar”? ¿Qué pasa con los vendedores ambulantes? Etcétera.
Obviamente, si yo soy dueño de la calle 44 y tu posees la 45 y la 43, la posibilidad de una relación compleja entre nosotros se vuelve algo no trivial. Y la complejidad está próxima a la ambigüedad, que está próxima a la incertidumbre y las Glock aparecen de nuevo. Así que, siendo realistas, es probable que estemos hablando más bien acerca no de ser dueño de calles, sino de unidades más grandes y claramente definidas – bloques, tal vez, o incluso ciudades.
¡Ser propietario de una ciudad! Eso sí que sería guay. Pero esto nos lleva de nuevo a un tema que nos hemos saltado completamente, que es quién posee qué. ¿Cómo lo decidimos? ¿Me merezco ser dueño de una ciudad? ¿Soy tan meritorio? Yo creo que lo soy. Tal vez tu podrías quedarte tu cartera, y yo podría obtener, digamos, Baltimore.
Existe esta idea llamada justicia social en la que mucha gente cree. La idea es, de hecho, bastante universal mientras redacto este escrito. Lo que nos dice es que la Tierra es pequeña y tiene un conjunto limitado de recursos, como ciudades, de las que todos queremos tanto como sea posible. Pero no todos podemos tener una ciudad, o incluso una calle, por lo que debemos compartir por igual. Debido a que todos nosotros, las personas, somos iguales y nadie es más igual que cualquier otra persona.
La justicia social suena muy bien. Pero hay tres problemas con ella.
Uno es que muchas de estas cosas buenas no son directamente comparables. Si yo obtengo una manzana y tu obtienes una naranja, ¿Somos iguales? Uno podría debatir el tema – con Glocks, tal vez.
Dos es que incluso si todo el mundo empieza con todo igual, siendo las personas diferentes, teniendo diferentes necesidades y habilidades y así sucesivamente, e implicando el concepto de la propiedad que si tu eres dueño de algo puedes dárselo a otra persona, no es en absoluto probable que se mantenga la igualdad . De hecho, es básicamente imposible combinar un sistema en que los acuerdos se mantienen en pie con uno en la que la igualdad se mantiene igual.
Esto nos dice que si tratamos de imponer la igualdad permanente, probablemente podamos esperar violencia permanente. Yo no soy un gran fan de las “evidencias empíricas”, pero creo que esta predicción se corresponde bastante bien a la realidad.
Y tres, que es el verdadero asesino – por así decirlo – es que no estamos, de hecho, diseñando una utopía abstracta aquí. Estamos tratando de arreglar el mundo real, que en caso de que no te hayas dado cuenta, está extremadamente jodido. En muchos casos, no existe un acuerdo claro sobre quién es dueño de qué (¿Alguien ha dicho Palestina?), Pero la mayoría de las cosas buenas en el mundo parecen tener una cadena de control bastante definitiva.
Si tenemos que empezar por igualar la distribución de los bienes, o, de hecho, al cambiar esta distribución en absoluto, nos estamos metiendo innecesariamente en camisas de once varas. Estamos diciendo, venimos en paz, creemos que todo deben ser libre e igual, abracémonos todos. Pon tus brazos alrededor de mí. ¿Sientes ese bulto en el bolsillo de atrás? Sí, es lo que crees que es. Y está cargada. Ahora entrega tu ciudad / cartera / manzana / naranja, porque yo conozco a alguien que lo necesita más que tú.
El objetivo del formalismo es evitar este pequeño desvío desagradable. El formalismo dice: vamos a averiguar exactamente quién tiene qué ahora, y darles un pequeño y bonito certificado. No vamos a entrar en quién debería tener qué. Porque, nos guste o no, esto es simplemente una receta para más violencia. Es muy difícil llegar a una regla que explique por qué los palestinos deberían recuperar Haifa, y no explique por qué los galeses no deberían recuperar Londres.
Hasta ahora esto probablemente suene muy parecido al libertarismo. Pero hay una gran diferencia.
Los libertarios pueden pensar que los galeses deberían recuperar Londres. O no. Sigo sin estar seguro de que puedo interpretar a Rothbard en este caso – lo cual es, como hemos visto, un problema en sí mismo.
Pero si hay una cosa que todos los libertarios creen, es que los americanos deben recuperar América. En otras palabras, los libertarios (por lo menos, los libertarios reales) creen que EE.UU. es básicamente una autoridad ilegítima y usurpadora, que la fiscalidad es un robo y que esencialmente están siendo tratados como animales de tiro por esta extraña y oficiosa mafia armada, que ha convencido de alguna manera a todos los demás en el país para que la adoren como si fuera la Iglesia de Dios o algo así, y no sólo un montón de chicos con insignias bonitas y grandes armas.
Un buen formalista no aceptará nada de esto.
Debido a que para un formalista, el hecho de que los EE.UU. puedan determinar lo que ocurre en el continente norteamericano entre el paralelo 49 y Río Grande, añadiendo Alaska y Hawai, etc, significa que es la entidad propietaria de ese territorio. Y el hecho de que los EE.UU. extraigan pagos regulares de los animales de tiro antes mencionados no significa más, que el que posee ese derecho. Las diversas maniobras y pseudo-legalidades mediante las cuales adquirió estas propiedades son solamente historia. Lo que importa es que las tiene ahora y que no quiere entregarlas, más de lo que tu quieres entregarme tu cartera.
Así que si la responsabilidad de cortar y trinchar para ellos un pedazo de tu salario te convierte en un siervo (una reutilización razonable de la palabra, sin duda, para nuestra mucho menos agrícola época), eso es lo que los estadounidenses son – siervos.
Siervos corporativos, para ser exactos, porque EE.UU. no es otra cosa más que una corporación. Es decir, es una estructura formal mediante la cual un grupo de individuos acuerdan actuar colectivamente para conseguir algún resultado.
¿Y qué? Así que soy un siervo corporativo. ¿Es esto tan horrible? Parece que estoy bastante acostumbrado a ello. Dos días de la semana trabajo para Lord Snooty-Snoot. O Sin-Rostro Productor Global, S.A. O quien sea. ¿Importa a nombre de quien va el cheque?
La distinción moderna entre empresas “privadas” y “gobiernos” es en realidad un desarrollo relativamente reciente. EE.UU. es ciertamente diferente de, por ejemplo, Microsoft, en que los EE.UU. maneja su propia seguridad. Por otro lado, del mismo modo que Microsoft depende de los EE.UU. para la mayor parte de su seguridad, los EE.UU. dependen de Microsoft para la mayor parte de su software. No está claro por qué esto debería hacer a una de estas corporaciones especial, y a la otra no-especial.
Por supuesto, el objetivo de Microsoft no es escribir software, sino hacer dinero para sus accionistas. La Sociedad Americana Para El Cáncer también es una sociedad, y tiene un propósito también – curar el cáncer. He perdido un montón de trabajo a causa del así llamado “software” de Microsoft , y sus acciones, francamente, no se mueven a ninguna parte. Y el cáncer todavía parece rondar por aquí.
En caso de que el CEO de indistintamente Microsoft o la Sociedad Americana Para El Cáncer esté leyendo esto, no obstante, realmente mi mensaje no es para vosotros, muchachos. Sabéis lo que estáis tratando de hacer y vuestra gente probablemente esté haciendo un trabajo tan bueno como son capaces. Y si no, echad a esos cabrones.
Pero no tengo ni idea de cuál es el propósito de EE.UU..
He oído que hay alguien que supuestamente lo dirige. Pero no parece siquiera tener la capacidad de despedir a sus propios empleados, lo cual es probablemente bueno, porque he oído que no es exactamente Jack Welch, si sabes lo que quiero decir. De hecho, si alguien puede identificar un evento significativo que se haya producido en Norteamérica debido a que Bush y no Kerry, fuera elegido en 2004, estaría encantado de oír hablar de ello. Debido a que mi impresión es que, básicamente, el Presidente tiene tanto efecto sobre las acciones de los EE.UU. como el Soberano Emperador Celestial, el Divino Mikado, tiene sobre las acciones de Japón. Lo cual es casi ninguno.
Obviamente, EE.UU. existe. Obviamente, hace cosas. Pero la manera en la que decide qué cosas va a hacer es tan opaca que, en lo que a cualquiera Outside the Beltway se refiere, bien podrían estar consultando las entrañas de un buey.
Así que este es el manifiesto formalista: que EE.UU. es sólo una corporación. No es un fideicomiso místico consignado a nosotros por generaciones anteriores. No es el depositario de nuestras esperanzas y temores, voz de la conciencia y espada vengadora de la justicia. Es sólo una compañía grande y vieja que posee una enorme pila de activos, no tiene una idea clara de lo que está tratando de hacer con ellos, y se retuerce como un tiburón de diez galones en un balde de cinco galones, tiñendo el agua de rojo con excreciones de cada una de sus miles de branquias.
Para un formalista, la forma de arreglar los EE.UU. es prescindir de la antigua mística de chichinabo, las oraciones y cánticos de guerra corporativos, averiguar quién son dueños de esta monstruosidad, y dejar que ellos decidan qué diablos van a hacer con ella. No creo que sea demasiado loco decir que todas las opciones – incluyendo la reestructuración y la liquidación – deben estar sobre la mesa.
Ya sea que estemos hablando de EE.UU., Baltimore, o tu cartera, un formalista sólo es feliz cuando propiedad y control son una sola y misma cosa. Para reformalizar, por lo tanto, tenemos que averiguar quién tiene poder real en EE.UU., y asignarles acciones de manera que reproduzcamos esa distribución lo más cercanamente posible.
Por supuesto, si crees en la mística de chichinabo, es probable que digas que todo ciudadano debe recibir una acción. Pero esta es una visión bastante idealista de la estructura de poder real de los EE.UU.. Recuerda, nuestro objetivo no es averiguar quién debería poseer qué, sino averiguar quién realmente posee qué.
Por ejemplo, si el New York Times apoyara nuestro plan de reformalización, sería mucho más probable que éste sucediera. Esto sugiere que el New York Times tiene un poder considerable, y por lo tanto que debería recibir un buen número de acciones.
Pero espera. No hemos respondido a la pregunta. ¿Cuál es el propósito de los EE.UU.? Supongamos, únicamente para ilustrar, que damos todas las acciones al New York Times. ¿Qué haría “Punch” Sulzberger con su flamante nuevo país?
Muchas personas, entre las que más que probablemente se incluya el Sr. Sulzberger, parecen pensar en EE.UU. como en un ente caritativo. Como la Sociedad Americana del Cáncer, sólo que con una misión más amplia. Tal vez el propósito de EE.UU. es simplemente hacer el bien en el mundo.
Esta es una perspectiva muy comprensible. Seguramente, si queda algo no bueno en el mundo, pueda ser erradicado por una gigantesca y fuertemente armada mega-organización-caritativa, con bombas H, una bandera, y 250 millones de siervos. De hecho, en realidad es bastante asombroso que, teniendo en cuenta las dotes prodigiosas de esta gran institución filantrópica, parezca hacer tan poco bien.
Quizás esto tiene algo que ver con el hecho de que está dirigido con tal eficiencia, que no ha sido capaz de equilibrar su presupuesto desde la década de 1830. Tal vez, si reformalizamos los EE.UU., lo dirigimos como si fuera un negocio real, y distribuimos sus acciones entre un amplio conjunto de organizaciones benéficas separadas, cada una presumiblemente con alguna capacidad específica para algún propósito específico real, podríamos estar haciendo mucho más bien.
Por supuesto, EE.UU. no sólo tiene activos. Por desgracia, también tiene deudas. Algunas de estas deudas, como los bonos del Tesoro, ya están muy bien formalizadas. Otras, como la Seguridad Social y Medicare, son informales y están sujetas a incertidumbres políticas. Si se reformalizasen estas obligaciones, sus destinatarios sólo podrían beneficiarse. Por supuesto, éstas se convertirían así en instrumentos negociables y podrían ser, por ejemplo, vendidos. Tal vez, a cambio de crack. La reformalización, por tanto, nos obliga a distinguir entre propiedad y caridad, un problema difícil pero importante.
Todo esto no responde a la pregunta: ¿Son los Estados-nación, como EE.UU., útiles tan siquiera? Si reformalizásemos los EE.UU., la cuestión quedaría en manos de sus accionistas. Quizás las ciudades funcionen mejor cuando son poseidas y operadas de manera independiente. Si es así, probablemente deberíamos disponerlas como corporaciones separadas.
La existencia de ciudades-Estado de éxito como Singapur, Hong Kong y Dubai ciertamente sugiere una respuesta a esta pregunta. Los llamemos del modo que los llamemos, estos lugares son notables por su prosperidad y su relativa ausencia de política. De hecho, tal vez la única manera de hacerlos más estables y seguros sería transformarlos de corporaciones de propiedad familiar (Singapur y Dubai) o subsidiaria (Hong Kong) de facto, a corporaciones de propiedad anónima pública, eliminando así el riesgo a largo plazo de que pueda desarrollarse violencia política.
Ciertamente, la ausencia de democracia en estas ciudades-Estado no las ha hecho comparables de ninguna manera a la Alemania nazi o la Unión Soviética. Toda restricción de la libertad personal que mantienen, parece dirigida principalmente a la prevención del desarrollo de la democracia – una preocupación comprensible dada la historia del gobierno del pueblo. De hecho, tanto el Tercer Reich como el mundo comunista, a menudo decían representar el verdadero espíritu de la democracia.
Como Dubai en particular muestra, un gobierno (como cualquier corporación) puede ofrecer un excelente servicio al cliente sin necesitar poseer a sus clientes o ser propiedad de ellos. La mayoría de los residentes de Dubai no son siquiera nacionales. Si el jeque Al-Maktoum tiene un astuto plan para apoderarse de todos ellos, encadenarlos y hacerlos trabajar en las minas de sal, lo está llevando a cabo de una manera muy retorcida.
Dubai, como lugar, no es en casi nada recomendable. El clima es horrible, las vistas son inexistentes, y el vecindario es atroz. Es pequeño, en el medio de la nada, y rodeado de maníacos enloquecidos fanáticos de Allah con una afinidad sospechosa por las piruetas centrífugas de alta velocidad. Sin embargo tiene una cuarta parte de las grúas del mundo y está creciendo como la mala hierba. Si dejáramos que los Maktoums dirigieran, digamos, Baltimore, ¿Qué pasaría?
Una de las conclusiones del formalismo es que la democracia es – como la mayoría de los escritores antes del siglo XIX coincidieron – un sistema de gobierno ineficaz y destructivo. El concepto de democracia sin política no tiene sentido en absoluto, y como hemos visto, la política y la guerra son un continuo. La política democrática se entiende mejor como una especie de violencia simbólica, como decidir quién gana la batalla por la cantidad de tropas que trajeron.
Los formalistas atribuyen el éxito de Europa, Japón y los EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial no a la democracia, sino a su ausencia. Mientras que mantiene las estructuras simbólicas de la democracia, tanto como el principado romano retenía las del Senado, el sistema occidental de posguerra ha asignado casi todo poder real de decisión a sus funcionarios y jueces, que son “apolíticos” y “no partidistas”, es decir, no democráticos.
Debido a la ausencia de control externo efectivo, estos servicios públicos más o menos se gestionan a si mismos, y al igual que cualquier empresa insupervisada, a menudo parece existir y expandirse por el mero hecho de existir y expandirse. Pero evitan el nepotismo sistematizado que invariablemente se desarrolla cuando los tribunos del pueblo tienen el poder real. Y realizan de manera razonable, aunque dificilmente estelar, el trabajo de mantener cierta apariencia de imperio de la ley.
En otras palabras, la “democracia” parece funcionar, ya que no es, de hecho, democracia, sino una implementación mediocre del formalismo. Esta relación entre el simbolismo y la realidad ha recibido un educativo, si bien deprimente test en el ejemplo de Irak, donde no hay ninguna ley en absoluto, pero al cual hemos dotado de la forma más pura y más elegante de democracia (representación proporcional), y de ministros que realmente parecen dirigir sus ministerios. Aunque la historia no pueda analizarse mediante experimentos controlados, sin duda, la comparación entre Irak y Dubai hace un buen alegato acerca de la superioridad del formalismo sobre la democracia.
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