La globalización, ese concepto que muta de ángel a demonio según quien lo esgrima. Para unos es una amenaza, una nueva forma de colonización cuyo fin es la imposición de los valores occidentales al resto del mundo. Nada más alejado de la realidad. Las consecuencias de la globalización, tal y como la entiende George Reisman, se traducen en la mejora de la productividad y el nivel de vida de los llamados países avanzados pero también de los que están en el camino. El fin último de la globalización es acabar con las fronteras, tanto económicas como sociales, lo cual no implica la desaparición de una determinada cultura, sino la creación de una comunidad global unificada en la que convivan todas. Bajo esta premisa, la aparición de internet supuso un sueño hecho realidad para quienes abogaban por la globalización.
Quede claro que hablamos de globalización no de globalismo, términos que a menudo se confunden pero que en esencia son opuestos. El desarrollo de internet ha jugado un papel importantísimo en la globalización económica, hasta el punto de que es difícil entender el concepto de globalización sin tener en cuenta el factor tecnológico. Su efecto en el mercado, lejos de decrecer, es cada vez más decisivo; la manera en la que se realizan las transacciones, el intercambio de información, las estructuras empresariales, la productividad, logística, etc., todos los estadios del proceso de producción se han visto afectados por la irrupción de internet en nuestras vidas. El comercio habla un nuevo lenguaje, uno universal que se acerca a aquella idea de comunidad global. El panorama económico se ha transformado notablemente por la aparición de internet y al mismo tiempo ha visto cómo se han abierto nuevas vías de negocio e interacción: transformación, renovación y creación. Una herramienta cuyo poder era difícil de imaginar para cualquiera, ni un consabido optimista como Murray Rothbard lo hubiera podido prever.
En cierto modo se podría entender que internet ha servido de columna vertebral de los derroteros por los que se ha movido la globalización económica en los últimos tiempos. Todavía hoy su dominio es creciente y su presencia absoluta, solamente hay que echar un vistazo al mercado. De acuerdo con la lista publicada por Fortune, el Top 10 de empresas que más crecieron en 2017 (en base a su rendimiento en los últimos tres años) está dominado por compañías relacionadas con las nuevas tecnologías como Paycom Software (2ª), Facebook (6ª) o Amazon.com (9ª). En el número uno de esta lista, Natural Health Trends evidencia cuáles son las últimas tendencias: internet y salud. Publicaciones como Inverstor’s Business Daily destacan el crecimiento el año pasado no sólo de Facebook, sino también de su homólogo chino, Weibo, o del líder en inteligencia artificial Nvidia.
Con todo, el desarrollo de internet no se está dando en las condiciones ideales. Para empezar, hay un problema de velocidad. Seguimos sin estar preparados para un arma como es la red de redes. Su creador, Tim Berners-Lee, que siempre ha defendido que “la red no debe tener dueño”, mostraba el pasado mes de noviembre, en una entrevista con el diario británico The Guardian, su decepción con la presente situación de su famosa World Wide Web. Sigue esgrimiendo el optimismo del que siempre ha hecho gala respecto a la red, pero cree que lo que falla es el sistema. Varios son los acontecimientos recientes que han llevado a Berners-Lee a hacer saltar la alarma, el británico opina que “la gente está siendo distorsionada por sistemas de Inteligencia Artificial entrenados minuciosamente para averiguar cómo distraerles”. El problema es que nos acostumbremos a creer que esta manipulación es intrínseca de la red, que es así como funciona, cuando es todo lo contrario. Para el creador de la WWW, “uno de los problemas del cambio climático es que la gente se dé cuenta de que es antropogénico –creado por el ser humano. Es lo mismo con el problema de las redes sociales: está creado por los humanos. Si no prestan servicio a la Humanidad, se pueden y se deben cambiar”.
Este uso de internet al que Berners-Lee se refiere se basa en una relación de poder y control, opuesta a ese espíritu de intercambio de información libre con el que nació. Es una historia muy antigua: se intenta dominar lo que no se comprende.
La dominación va en contra de la naturaleza de internet; intentar ponerle barreras es un sinsentido. Sin embargo, es algo que se pretende desde muchos ámbitos, también el económico. Muchos negocios que nacieron con la Red se ven sometidos a una regulación que habla un lenguaje distinto. Por un tiempo anduvieron en una especie de limbo que muchos vieron como una amenaza; el problema es que la línea que se sigue es la de intentar cambiar la naturaleza de internet, cuando a lo mejor lo que habría que cambiar es la manera de legislar.
La simbiosis entre internet y globalización parece –y decimos “parece” porque todavía queda mucho por observar- que acabará por ganar la partida. Ese choque entre la libertad de la red y la voluntad de ponerle límites no tiene otra consecuencia que el litigio, por lo que se está empezando a cambiar de rumbo, aunque sea poco a poco. Vemos pequeños ejemplos, como el que se ha dado recientemente en España con un sector pionero en la era de internet: el juego online. Cinco años después de que se regulase el póker online, se ha aprobado la liquidez compartida, aunque de momento sea limitada (España y Francia); evidentemente, no es lo mismo enfrentarse a tus compatriotas que a los más de 100 millones de usuarios que tiene PokerStars, la arena virtual pierde su sentido si se limita a un mero campeonato nacional. Es un pequeño ejemplo pero que puede servir para hacernos una idea de por dónde irán los tiros. Al final, la pura lógica del mercado se impone.
Ocurre algo parecido con otro de los grandes problemas a los que se ha tenido que enfrentar internet en los últimos tiempos y que además es también uno de los grandes malentendidos respecto a la globalización: los datos. El Big Data es una realidad; el negocio en la red no persigue transacciones monetarias, pretende datos. Esto es algo por lo que también Berners-Lee ha mostrado preocupación, especialmente por el uso que se pueda hacer de estos datos. De nuevo se trata de un problema del ser humano, de su sentido ético y moral, y no del medio, de internet.
La pérdida de la identidad propia es un argumento recurrente contra la globalización, se teme que la individualidad quede difuminada en esa comunidad global. Desde luego, si entendemos la globalización desde el prisma que señalábamos al principio de este artículo, no es así en absoluto. Se trata de que cada uno dé lo mejor de sí mismo para que el conjunto mejore y todo el mundo salga beneficiado, no de que uno deje de ser uno mismo.
Del mismo modo, no hay razón para entender el Big Data como una amenaza. Su concepción está pensada para ayudar, no para atacar. Una cuestión diferente es el uso que se haga de ello. Se utiliza el Big Data para vender o convencer, no para conocer o comprender; de nuevo se aplica una mentalidad pre-internet a un escenario completamente distinto.
Esto ha generado mucha desconfianza entre los usuarios, hasta el punto de que se empieza a hablar de un estancamiento en el uso del Big Data. La propia naturaleza de internet vuelve a imponerse a cualquier intento de control. El verdadero poder en el mundo virtual está en cada individuo. En tiempos en los que un concepto como el de la “reputación online” es más valioso para una empresa que la facturación que pueda tener, no se puede subestimar el poder del usuario. Es muy difícil hacer predicciones y todavía más en la actual situación, claramente desfavorable a la visión que se tiene de internet -que ha pasado de ser la panacea a la fuente de todos nuestros males-, sin embargo, los expertos intuyen que será el propio mercado el que acabará por revertir esa situación. Será la red la que acabará dictando cómo deben funcionar las empresas, y serán los usuarios quienes decidan a quién premiar y a quién penalizar por su falta de transparencia. ¿Demasiado optimistas? Habrá que verlo.
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