jueves, 1 de noviembre de 2018

La arrogancia fatal reconsiderada, por Mises Hispano.

Sólo uno conoce los puntos finos de su vida. Sólo uno puede cambiar los detalles. Sólo uno puede saber. Este es uno de los clásicos argumentos económicos contra la intervención gubernamental. Los asuntos vitales de la economía escapan del conocimiento de los burócratas y los políticos—e incluso de los intelectuales y académicos.

Las condiciones económicas y las oportunidades varían indefinidamente en lugar y tiempo y, de ser comprendidas del todo, es sabido que se dispersan entre los individuos con diferentes hechos e interpretaciones. Los grandes economistas Adam Smith y Friedrich Hayek concluyeron que la manera de capitalizar las oportunidades del mercado es permitir que los individuos actúen libremente según su propio conocimiento.

Pero quizás la tecnología le puede dar a los tomadores de decisiones el conocimiento que necesitan. La tecnología ciertamente aumenta las capacidades informativas de los reguladores. ¿Pueden los gobiernos mejorar a los mercados a través del manejo de la economía?

Algunos podrían argumentar de que simplemente necesitamos asegurarnos que los reguladores sean gente buena, trabajando por el interés público. ¿Significa eso que debemos bajar los brazos contra los reguladores y les permitamos poner su capacidad—aumentada por la tecnología—a nuestro servicio?

No. Adam Smith y Friedrich Hayek continúan vigentes como siempre, ya que la tecnología fortalece el caso en favor de desregular la economía, sin importar las ventajas que le pueda traer al regulador. Esto es así porque la tecnología aumenta las capacidades de todas las facetas de la economía, y la magnitud y la rapidez de estas conexiones descentralizadas se expande enormemente. El todo se vuelve mucho más complejo que antes.

La tecnología aumenta las capacidades informativas del regulador. Pero al mismo tiempo complica lo que el regulador desea saber. Una economía es más compleja cuando tiene más miembros y más interacciones entre ellos. También existe una mayor variedad de productos, una división más fina del trabajo y de los bienes de capital, y más comunicaciones entre la gente. El ritmo del cambio se acelera.

Los trabajadores locales, los administradores y los consumidores conocen sus productos y relaciones. Hay habilidades intuitivas, información y comunicaciones que incluso la gente relacionada no entienden o no pueden expresar en su totalidad. El conocimiento de cada persona cambia día a día. Así que, incluso si el gobierno tuviera un ejército de recolectores de datos, no podría mantenerse actualizado con la información, mucho menos interpretarla para crear una política intervensionista coherente y útil.

No es un asunto de contar con mejor información o computadoras más grandes. El hecho básico es que una mayor complejidad hace que el proceso sea cada vez más difícil de conocer. La “información” presupone un esquema de clasificación, una formulación de categorías, una práctica de decidir qué será procesado como qué. Una mayor complejidad hace que cualquier interpretación del todo sea menos completa y menos definitiva. El cosmos económico no puede ser conocido porque las categorías de bienes y servicios se hacen multitudinarias y las relaciones entre ellas son imposibles de interpretar por parte de cualquier autoridad central.

Ya que la parte más difícil de saber no es sólo el conseguir los datos, sino el lograr la interpretación correcta, la complejidad traída por la tecnología tiende a sobrepasar a las capacidades informativas del regulador. La economía es menos manejable, no más.

Excepto en los casos más claros de daño sistémico, tales como la contaminación, se hace cada vez más discutible la idea de que las autoridades del gobierno pueden idear la manera de cómo mejorar los resultados del proceso de toma de decisiones descentralizado y voluntario. En su presentación Nóbel, Hayek llamó a dicha suposición la “pretensión del conocimiento.”

La economía es como los complejos patrones de patinar en una pista de hielo. Hayek lo llamó un orden espontáneo, ya que todos los actores—consumidores, inversionistas, empleados, administradores, empresarios—planean y actúan espontáneamente basados en sus condiciones locales. Tal y como con la pista de hielo, existe orden en el mercado, de tal manera que los recursos son utilizados y asignados de maneras en que la gente así lo desea. La comida de todo el mundo termina siendo empacada de la mejor forma en su supermercado local, y la gente se las ingenia para viajar al trabajo desde muchos orígenes y hacia muchos destinos sin que exista una mano centralizada que los dirija.

Cuando los pensadores meditan sobre el complejo funcionamiento del mundo social, ellos realmente saben poco aparte de una máxima duradera: Si aquellos que participan en una actividad lo hacen de forma voluntaria, quizás cada uno está mejorando su condición. Entre más complejo el sistema, debemos ser más escépticos acerca de los argumentos sobre el conocimiento que van en contra y más allá de dicha máxima.


El artículo original se encuentra aquí.

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